Roberto Reyes es un hijo de El Cielo y de las alturas le cae el trabajo. Sus manos prodigiosas y su mirada de lince reparan planeadores de kite surfing y desde hace 20 años es uno más de los amos del viento en Isla Blanca porque, en cuanto puede, se calza arnés y tabla y levita por los aires y recorre la Laguna Chacmuchuc y ve, desplegados en mansa indiferencia, mantarrayas y tiburones, tortugas y cocodrilos, en esta pradera hídrica que está encerrada como cría de golondrina dentro de un nido de 20 kilómetros de franja costera al norte de Cancún, en una de las últimas playas salvajes del Caribe mexicano.
“Cualquier chango que veas por aquí me llama Dr. Kite”, explica feliz de su fama legendaria este hombre nacido hace sesentayanomeacuerdo en Martínez de la Torre, poblado veracruzano que Reyes llama con orgullo veracruzano “El Cielo”.
Los miquitos a los que se refiere Dr. Kite flotan, vivarachos, retozantes, como cualquier monito feliz, frente a sus ojos gracias a que en sus bolsillos tienen entre 25 mil pesos o hasta tres mil dólares, lo necesario para tener el equipo básico de kite surfing y pender de un papalote con líneas de dirección y una barra de control, un arnés que funciona como cordón umbilical y una tabla de surf que opera como patín del diablo para surcar olas y olas de placer porque aquí la profundidad del agua apenas llega a medio pecho.
Vientos de 20 a 25 kilómetros por hora completan el encanto, aunque, reconoce Dr. Kite, los vientos de “nortes”, los de avanzada de huracán, con rangos de los 100 a los 125 kilómetros por hora no desaniman a sus pacientes sino, al contrario, los enloquecen tanto como aquellos que practican este deporte cuando cae la noche, aquí y en Puerto Morelos, con señales luminiscentes que son usadas, nada más, como amuletos ante cualquier percance.
Porque los kiters se estrellan con todo: el agua, las piedras, los árboles, porque son arrastrados por la corriente de viento hasta perder el control de sus líneas de dirección y de potencia de 24 metros de longitud. Es entonces que los ícaros caen y, según el costalazo o la terquedad del espíritu, se volverán a levantar como aves fénix para ascender otra vez sin haber leído jamás Altazor del poeta chileno Vicente Huidobro.
Andar kayteando, insiste Dr. Kite, es una seña de identidad como la que portan los montañistas o los surfistas que se juegan el pellejo y el alma en cada nuevo reto. Y todo eso se lo deben al holandés Gijsbertus Adrianus Panhuise, a quien primero se le ocurre desplazarse con un tabla de surf con una especie de paracaídas zaherido por el viento. Al padre del kite surfing lo secundarán los hermanos Dominique y Bruno con un prototipo de cometa de costillas inflables, deslizándose con unos esquíes que rápidamente fueron reemplazados por tablas de surf con fijaciones para sujetar los pies.
Voilá! El kite surfing, tal y como se practica ahora, nace cuando asciende aquella cometa de 17mts con Aspect Ratio 6 y con 100% doble cámara. Con ella, los francesitos Legaignoux navegaron con vientos de 11 a 22 kilómetros por hora alcanzando una velocidad de 25 kilómetros por hora en Mahui, en las islas Hawai.
Y de las islas del ukelele y Barack Obama las cometas con costillas inflables después se alzaron con los vientos en Cabarete (República Dominicana), Dahab (Egipto), Tarifa (España) y Cumbuco (Brasil).
En México, los imanes de kite surfers son La Ventana (Baja California) y Bucerías (Nayarit), y la Bestia de los vientos nacionales se llama Anthar Racca quien, desde los seis años, ha surcado las corrientes de Isla Blanca hasta alcanzar el quinto lugar de la modalidad de freestyle de la Elite League de la Liga Mundial de Kitesurf (WKL).
¿Y dónde está ahora este prodigio de 17 añitos? Volando y entrenando, claro está, en Isla Blanca porque en mayo compite a nivel latinoamericano en Bucerías, Nayarit, en el Festival del Viento, que ya ganó el año pasado y donde se medirá ante 200 hijos de las mareas del cielo.
Las mejores clases de kitesurfing son con Roberto Reyes, Dr. Kite: 998.577.3553, bkings19@hotmail.com
*Editor y periodista cultural independiente
yambacaribe@gmail.com