El solo mirar la casona ubicada en la calle de Héroes 45, en la popular colonia Guerrero, proyecta de inmediato a otra época. Las columnas dóricas, los balaustres renacentistas, los bay windows tan típicos de la Inglaterra victoriana, la decoración morisca en frisos y los elementos prehispánicos que adornan las pilastras de las terrazas no hacen difícil adivinar que esta joya arquitectónica es una herencia del Porfiriato, cuando el estilo ecléctico era lo de moda.
Amén de la riqueza de su decoración, el esplendor de esta mansión reside en quienes la ocuparon. Diseñada, construida y habitada a finales del siglo XIX por Antonio Rivas Mercado, uno de los arquitectos más notables del régimen porfirista, la residencia se convirtió en el espacio de inspiración para que él pudiera idear gran parte de su obra, incluyendo la Columna de la Independencia con motivo del centenario del movimiento insurgente y que hasta hoy enorgullece a la Ciudad de México.
Sus muros también son testigos de la vida fugaz de su hija Antonieta Rivas, promotora cultural y mecenas de artistas de la talla de Salvador Novo, Andrés Henestrosa y Xavier Villaurrutia.
Tras décadas de abandono, la casa que alguna vez perteneció a la familia Rivas Mercado recobró su belleza de antaño gracias al trabajo de Ana Lilia Cepeda, presidenta ejecutiva de la Fundación Conmemoraciones 2010, y del arquitecto Gabriel Mérigo Basurto: ella, evitando que el inmueble fuera derruido para dar lugar a un proyecto inmobiliario; y él, como encargado de su recuperación arquitectónica.
Esta historia también tiene como héroes a los propios habitantes de la Guerrero, que al caer en cuenta del patrimonio histórico y arquitectónico que iban a perder, buscaron a Kathryn Blair, la nuera de Antonieta, para evitar a toda costa su demolición.
Blair es autora del libro “A la sombra del Ángel” –una biografía novelizada de Antonieta– en cuyas páginas los vecinos pudieron dimensionar el tesoro que representaba esa mansión. Cuando Kathryn se enteró del destino fatídico que aguardaba a la casa, se puso en contacto con Cepeda, que en ese entonces encabezaba el Fideicomiso del Centro Histórico (FCH), y así inició un esfuerzo de diez años y 80 millones de pesos para rescatarla.
Haciendo posible lo imposible
Cepeda cuenta que restaurar la casa parecía una misión imposible. Estaba muy deteriorada, saqueada y a punto del derrumbe.
Gabriel Mérigo fue la mente maestra detrás del proceso complejo de restauración. “Prácticamente todo lo que se sabe de esta casa lo sacamos del testimonio que la propia casa nos dio… es una restauración científica que no deja nada al azar ni al criterio del arquitecto, sino todo tiene que ser respondiendo a lo que realmente había, al testimonio duro; no se inventa nada, sería alterar la historia”, explica el arquitecto restaurador.
Poco a poco la residencia fue recuperando su grandiosidad, tal como la había concebido su autor, incluso en los detalles más pequeños. Por ejemplo, solo para los pisos se mandaron a elaborar a mano cerca de 50 mil piezas de mosaicos encáusticos con más de 80 modelos distintos en tamaño, color, forma y diseño en el mismo taller de Inglaterra en que Antonio Rivas los mandó traer la primera vez.
Cada habitación tiene una especie de tapete de mosaicos encáusticos que no se repite en ninguna otra. Las transiciones entre piso y piso también tienen diseños diferentes.
Lo mismo sucedió con los siete tipos de cantera que tiene la casa, las distintas clases de madera en pisos y escaleras, la herrería, el cristal y la cerámica.
Ahora que está completamente restaurado, el inmueble de mil 570 metros cuadrados se convertirá en un museo de sitio, exposiciones temporales y presentaciones de libros; y será también el hogar de la cabeza del Ángel original que se vino abajo en el terremoto de 1957, el mismo que hace más de 100 años Antonio Rivas imaginó en esta casa para conmemorar el Centenario de la Independencia de México.