/ viernes 17 de diciembre de 2021

Augusto Monterroso: Un descomunal narrador de las historias más infinitas

Este 21 de diciembre, el escritor guatemalteco hubiera cumplido cien años; es autor de cuentos, ensayos, fábulas, parodias, notas, reflexiones o catálogos, una obra que sigue una misma dirección: disipar el humo ideológico que los rodea como núcleos de la humana naturaleza

Su relato más famoso, lo conforma una sola oración: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, un microrrelato llamado El dinosaurio que define la esencia de Augusto Monterroso.

Brevedad, sátira, poesía, crítica literaria, ficción, reflexión sobre la humanidad, narración y juego. Estos y muchos otros conceptos entran en un intento de definición de la literatura de Augusto Monterroso (Tegucigalpa, Honduras, 1921 - Ciudad de México, 2003). Una escritura que apela a la brevedad para contar las historias más infinitas del hombre. Una narrativa concisa, irónica y humorística para referir a las maldades y atrocidades más impactantes de la humanidad. Relatos cortos que trazan un mundo al revés para asimilarlo tal cual es.

Así se recuerda al escritor Premio Princesa de Asturias 2000 quien el próximo 21 de diciembre cumpliría cien años de edad. Un hombre dedicado a las letras de manera autodidacta que alcanzó los más altos reconocimientos literarios, desde el Premio Xavier Villaurrutia en 1975, la Orden del Águila Azteca en 1988 hasta el Juan Rulfo en el 2000. Y si bien por convicción eligió la nacionalidad de su padre guatemalteco, en realidad su vida y obra la desarrolló en la Ciudad de México a donde llegó en 1944. Desde entonces trabajó en la UNAM y, como traductor, en el Fondo de Cultura Económica.

“A la manera de los clásicos, Monterroso es un filósofo de la naturaleza humana: los núcleos sobre los que escribe incesantemente se manifiestan como coagulados verbales y para desmontarlos produce cuentos, ensayos, fábulas, parodias, notas, reflexiones, catálogos; en cualquier caso, sigue la misma dirección: disipar el humo ideológico que los rodea como núcleos de la humana naturaleza. Sólo el filósofo puede hacerlo y poner las cosas en su sitio”, ataja el crítico literario Noé Jitrik, en su ensayo introductorio a la publicación Material de lectura, dedicado a Augusto Monterroso bajo la edición de la UNAM.

“Para tratar de definir la sorpresa, el encanto, la perplejidad que suscitan los textos de Augusto Monterroso, se han empleado palabras tales como humor, ingenio, sátira, ironía, fábula, parodia y muchas más. No diré que no son palabras respetables ni que no expliquen nada acerca de una escritura de apariencia sencilla, pero en la que se adivina de inmediato una extrema y rigurosa complejidad; son palabras respetables e introducen realmente a explicaciones que, a su vez, facilitan la percepción de una atmósfera textual”, añade el novelista y ensayista argentino.

ESBOZO DE UNA LITERATURA BREVE

De manera autodidacta, el autor de Lo demás es silencio se inició en la lectura de autores clásicos de las lenguas española e inglesa mientras realizaba diferentes oficios para apoyar a su familia. Dejó la escuela institucional a los 11 años de edad. En 1941 publicó sus primeros cuentos en la revista Acento y en el periódico El Imparcial, mientras trabajó de manera clandestina en contra de la dictadura de Jorge Ubico. Pronto se integró como autor a la llamada Generación del 40, aunque comenzó a publicar de manera más formal luego de participar en las revueltas contra el dictador guatemalteco.

En 1959 publicó su primer libro de cuentos titulado Obras completas y otros cuentos, un compendio de narraciones de prosa concisa, breve y con un sorprendente manejo de la parodia, la caricatura y el humor negro. Y desde este primer conjunto de relatos, resultó difícil a los críticos ubicarlo en un género: lo mismo cabe en textos breves, en la fábula, el ensayo, el aforismo que en escritos con sentido del humor y sorpresa.

Lo cierto es que la escasez de sus palabras denota una enorme capacidad de observación y traducción de lo que ve a su alrededor en una prosa fantástica que hacen crítica y autocrítica de la condición del hombre y, en particular, de la labor del escritor y el crítico literario.

Entre los títulos más reveladores se enlistan El concierto y el eclipse (1947), Uno de cada tres y El centenario (1952), Obras completas y otros cuentos (1959), La oveja negra y demás fábulas (1969), Animales y hombres (1971), Antología personal (1975), Lo demás es silencio (1978), Las ilusiones perdidas (1985), Esa fauna (1992) y La vaca (1998).

En 1972 publicó Movimiento perpetuo, considerado por la crítica mexicana como el mejor libro del año. Tras su publicación se suceden continuos viajes por el continente americano y el europeo lo que le da mayor reconocimiento internacional como literato.

“Augusto Monterroso cultivó con magistral acierto la composición de narraciones breves, que pueden catalogarse, de manera general, dentro del cuento, en tanto que género, y dentro de éste se puede considerar también la fábula, sobre todo en lo que concierne a los fines didácticos de ésta. El tono en el que estas piezas literarias están construidas recuerda la fórmula sencilla de los cuentos infantiles.

“Pero en nuestro fabulista la brevedad y sencillez del relato no son sinónimos de simpleza, al contrario, en cada uno de sus escritos, el lector queda perplejo tanto por la vastedad de los temas y tópicos que involucra como por la irónica sinceridad con la que el autor pone al descubierto los defectos humanos”, describe David García Pérez, doctor en Letras Clásicas por la UNAM.

DE FABULISTA Y CRÍTICO LITERARIO

García Pérez abunda que para este escritor, la fábula es el medio para demostrar la antítesis de las ideas y, sobre todo, mostrar la validez de la propia; por lo que la tarea que emprendió fue formular paradojas con los elementos del imaginario literario y consiguió trazar un mundo al revés.

Al respecto, el crítico Jitrik reflexiona sobre el moralismo en la literatura de Monterroso y afirma que si bien un fabulista busca mostrar la verdad de una sociedad, el autor guatemalteco optó por mostrar otras formas de verdades: “Nociones tales como falsedad, convencionalismo, lugares comunes, sensatez, son otras tantas formas de la ‘verdad’ que le importa a Monterroso, en el sentido de que integran el paradigma de lo real y lo posible e incitan a escribir”.

Esto implica que el autor no buscaba dar clases de moralejas o rectificar el mundo a través de sus cuentos, sino poner el ojo en ese desorden, en el caos humano para iluminar, si es posible, ese entorno con palabras. Y lo hace primero y con especial énfasis en el propio universo del escritor en un ejercicio de autorreflexión donde el narrador se mira al espejo y reflexiona sobre su literatura y su labor, si la tiene, como escritor en la sociedad.

“En el inventario de criaturas que pueblan las fábulas de Monterroso, destaca, de modo preponderante, el escritor. La creación literaria engendra también una serie de ficciones a partir de las cuales este narrador reflexiona sobre el quehacer y la caracterización de sus manías, sus intereses, sus preocupaciones, sus recursos en torno al lenguaje”, refiere García Pérez.

Un ejemplo, es el texto El mono que quiso ser escritor satírico, donde el autor escribe sobre su propio oficio, y se coloca en una posición donde él y su obra son objeto de juicio literario, y él es quien hace esa evaluación en un texto metanarrativo. “El mono satírico representa el modelo práctico de la ironía como sustancia de la sátira”, apunta el especialista sobre el autor Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 1996 y Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias 1997.

De este ejercicio por escribir sobre su oficio surgió Los buscadores de oro, sus memorias donde habla de sus años infantiles entre Honduras y Guatemala, y reconoce haber elegido la nacionalidad guatemalteca en un amplio uso de su libertad, y también sentirse plenamente centroamericano, con las connotaciones que esto implica. Vale recordar que el pensamiento libre Monterroso lo aprendió de su familia en la que se frecuentaba a los intelectuales, artistas, toreros y músicos de la época, no sólo centroamericanos, sino también hispanoamericanos y españoles.

Por todas las ideas profundas contenidas en la literatura de Monterroso, que requieren de un análisis concienzudo, decir que fue un autor de literatura breve es no ver a través de sus palabras, no leer entre líneas las reflexiones filosóficas que propone, no entender sus fábulas. Como afirma el novelista español Enrique Vila-Matas, Augusto Monterroso no era un autor de brevedades, sino un descomunal narrador de las historias más infinitas.

Su relato más famoso, lo conforma una sola oración: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, un microrrelato llamado El dinosaurio que define la esencia de Augusto Monterroso.

Brevedad, sátira, poesía, crítica literaria, ficción, reflexión sobre la humanidad, narración y juego. Estos y muchos otros conceptos entran en un intento de definición de la literatura de Augusto Monterroso (Tegucigalpa, Honduras, 1921 - Ciudad de México, 2003). Una escritura que apela a la brevedad para contar las historias más infinitas del hombre. Una narrativa concisa, irónica y humorística para referir a las maldades y atrocidades más impactantes de la humanidad. Relatos cortos que trazan un mundo al revés para asimilarlo tal cual es.

Así se recuerda al escritor Premio Princesa de Asturias 2000 quien el próximo 21 de diciembre cumpliría cien años de edad. Un hombre dedicado a las letras de manera autodidacta que alcanzó los más altos reconocimientos literarios, desde el Premio Xavier Villaurrutia en 1975, la Orden del Águila Azteca en 1988 hasta el Juan Rulfo en el 2000. Y si bien por convicción eligió la nacionalidad de su padre guatemalteco, en realidad su vida y obra la desarrolló en la Ciudad de México a donde llegó en 1944. Desde entonces trabajó en la UNAM y, como traductor, en el Fondo de Cultura Económica.

“A la manera de los clásicos, Monterroso es un filósofo de la naturaleza humana: los núcleos sobre los que escribe incesantemente se manifiestan como coagulados verbales y para desmontarlos produce cuentos, ensayos, fábulas, parodias, notas, reflexiones, catálogos; en cualquier caso, sigue la misma dirección: disipar el humo ideológico que los rodea como núcleos de la humana naturaleza. Sólo el filósofo puede hacerlo y poner las cosas en su sitio”, ataja el crítico literario Noé Jitrik, en su ensayo introductorio a la publicación Material de lectura, dedicado a Augusto Monterroso bajo la edición de la UNAM.

“Para tratar de definir la sorpresa, el encanto, la perplejidad que suscitan los textos de Augusto Monterroso, se han empleado palabras tales como humor, ingenio, sátira, ironía, fábula, parodia y muchas más. No diré que no son palabras respetables ni que no expliquen nada acerca de una escritura de apariencia sencilla, pero en la que se adivina de inmediato una extrema y rigurosa complejidad; son palabras respetables e introducen realmente a explicaciones que, a su vez, facilitan la percepción de una atmósfera textual”, añade el novelista y ensayista argentino.

ESBOZO DE UNA LITERATURA BREVE

De manera autodidacta, el autor de Lo demás es silencio se inició en la lectura de autores clásicos de las lenguas española e inglesa mientras realizaba diferentes oficios para apoyar a su familia. Dejó la escuela institucional a los 11 años de edad. En 1941 publicó sus primeros cuentos en la revista Acento y en el periódico El Imparcial, mientras trabajó de manera clandestina en contra de la dictadura de Jorge Ubico. Pronto se integró como autor a la llamada Generación del 40, aunque comenzó a publicar de manera más formal luego de participar en las revueltas contra el dictador guatemalteco.

En 1959 publicó su primer libro de cuentos titulado Obras completas y otros cuentos, un compendio de narraciones de prosa concisa, breve y con un sorprendente manejo de la parodia, la caricatura y el humor negro. Y desde este primer conjunto de relatos, resultó difícil a los críticos ubicarlo en un género: lo mismo cabe en textos breves, en la fábula, el ensayo, el aforismo que en escritos con sentido del humor y sorpresa.

Lo cierto es que la escasez de sus palabras denota una enorme capacidad de observación y traducción de lo que ve a su alrededor en una prosa fantástica que hacen crítica y autocrítica de la condición del hombre y, en particular, de la labor del escritor y el crítico literario.

Entre los títulos más reveladores se enlistan El concierto y el eclipse (1947), Uno de cada tres y El centenario (1952), Obras completas y otros cuentos (1959), La oveja negra y demás fábulas (1969), Animales y hombres (1971), Antología personal (1975), Lo demás es silencio (1978), Las ilusiones perdidas (1985), Esa fauna (1992) y La vaca (1998).

En 1972 publicó Movimiento perpetuo, considerado por la crítica mexicana como el mejor libro del año. Tras su publicación se suceden continuos viajes por el continente americano y el europeo lo que le da mayor reconocimiento internacional como literato.

“Augusto Monterroso cultivó con magistral acierto la composición de narraciones breves, que pueden catalogarse, de manera general, dentro del cuento, en tanto que género, y dentro de éste se puede considerar también la fábula, sobre todo en lo que concierne a los fines didácticos de ésta. El tono en el que estas piezas literarias están construidas recuerda la fórmula sencilla de los cuentos infantiles.

“Pero en nuestro fabulista la brevedad y sencillez del relato no son sinónimos de simpleza, al contrario, en cada uno de sus escritos, el lector queda perplejo tanto por la vastedad de los temas y tópicos que involucra como por la irónica sinceridad con la que el autor pone al descubierto los defectos humanos”, describe David García Pérez, doctor en Letras Clásicas por la UNAM.

DE FABULISTA Y CRÍTICO LITERARIO

García Pérez abunda que para este escritor, la fábula es el medio para demostrar la antítesis de las ideas y, sobre todo, mostrar la validez de la propia; por lo que la tarea que emprendió fue formular paradojas con los elementos del imaginario literario y consiguió trazar un mundo al revés.

Al respecto, el crítico Jitrik reflexiona sobre el moralismo en la literatura de Monterroso y afirma que si bien un fabulista busca mostrar la verdad de una sociedad, el autor guatemalteco optó por mostrar otras formas de verdades: “Nociones tales como falsedad, convencionalismo, lugares comunes, sensatez, son otras tantas formas de la ‘verdad’ que le importa a Monterroso, en el sentido de que integran el paradigma de lo real y lo posible e incitan a escribir”.

Esto implica que el autor no buscaba dar clases de moralejas o rectificar el mundo a través de sus cuentos, sino poner el ojo en ese desorden, en el caos humano para iluminar, si es posible, ese entorno con palabras. Y lo hace primero y con especial énfasis en el propio universo del escritor en un ejercicio de autorreflexión donde el narrador se mira al espejo y reflexiona sobre su literatura y su labor, si la tiene, como escritor en la sociedad.

“En el inventario de criaturas que pueblan las fábulas de Monterroso, destaca, de modo preponderante, el escritor. La creación literaria engendra también una serie de ficciones a partir de las cuales este narrador reflexiona sobre el quehacer y la caracterización de sus manías, sus intereses, sus preocupaciones, sus recursos en torno al lenguaje”, refiere García Pérez.

Un ejemplo, es el texto El mono que quiso ser escritor satírico, donde el autor escribe sobre su propio oficio, y se coloca en una posición donde él y su obra son objeto de juicio literario, y él es quien hace esa evaluación en un texto metanarrativo. “El mono satírico representa el modelo práctico de la ironía como sustancia de la sátira”, apunta el especialista sobre el autor Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 1996 y Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias 1997.

De este ejercicio por escribir sobre su oficio surgió Los buscadores de oro, sus memorias donde habla de sus años infantiles entre Honduras y Guatemala, y reconoce haber elegido la nacionalidad guatemalteca en un amplio uso de su libertad, y también sentirse plenamente centroamericano, con las connotaciones que esto implica. Vale recordar que el pensamiento libre Monterroso lo aprendió de su familia en la que se frecuentaba a los intelectuales, artistas, toreros y músicos de la época, no sólo centroamericanos, sino también hispanoamericanos y españoles.

Por todas las ideas profundas contenidas en la literatura de Monterroso, que requieren de un análisis concienzudo, decir que fue un autor de literatura breve es no ver a través de sus palabras, no leer entre líneas las reflexiones filosóficas que propone, no entender sus fábulas. Como afirma el novelista español Enrique Vila-Matas, Augusto Monterroso no era un autor de brevedades, sino un descomunal narrador de las historias más infinitas.

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