/ sábado 7 de enero de 2023

Cien años de espías y drogas: La historia de los agentes antinarcóticos de EU en México

En la primera parte del libro "Cien años de espías y drogas" de Carlos A. Pérez Ricart, se presenta uno de los episodios más controvertidos entre el crimen organizado y la DEA

PRIMERA PARTE

Los orígenes y las estructuras

CAPÍTULO 1

La historia se ha contado infinidad de veces en películas, libros, series de televisión. A plena luz del día del 7 de febrero de 1985 fue secuestrado en Guadalajara, Jalisco, el agente de la Administración Federal Antidrogas (Drug Enforcement Administration, DEA) Enrique Kiki Camarena. Tres semanas después, su cuerpo, junto con el del piloto mexicano Alfredo Zavala Avelar, fue encontrado a medio enterrar y envuelto en plástico en un rancho de Michoacán. A pesar del fuerte estado de descomposición del cadáver, el equipo forense que lo analizó pudo constatar que Camarena había sido torturado antes de morir. Grabaciones de audio realizadas or sus captores, recuperadas meses después, comprobaron el tremendo martirio al que estuvo expuesto el agente de la DEA, al menos durante treinta horas.

Las noticias del secuestro y tortura de Camarena se expandió rápidamente, lo mismo en México que en Estados Unidos. La DEA, la agencia antidrogas más importante de Estados Unidos, comenzó una larguísima investigación –llamada Operación Leyenda- que buscó esclarecer el crimen y encausar judicialmente a los responsables.1 Esta involucró a cientos de fiscales, jueces y policías de Estados Unidos. Tras diez años de pesquisas, se concluyó que Camarena había sido secuestrado y asesinado por Rafael Caro Quintero, con la anuencia de sus cómplices Miguel Ángel Félix Gallardo y Ernesto Fonseca Carrillo, tres de los principales traficantes de marihuana y cocaína de su tiempo.

Entre una docena de implicados de alto perfil, la investigación –que duró de manera oficial hasta 1995- vinculó al asesinato de Camarena a Manuel Ibarra Herrera, en ese momento director de la Policía Judicial Federal (PJF); a José Antonio Zorrilla, director de la Dirección Federal de Seguridad (DFS); así como a Migue Aldana Ibarra, representante mexicano ante interpol y primer comandante de la PJF. Es decir, la plana mayor de los servicios de seguridad e inteligencia del Estado mexicano. Según declaraciones de testigos protegidos, el exsecretario de la Defensa Nacional, Juan Arévalo Gardoqui, habrían estado igualmente involucrados. Por si fuera poco, se probó que la tortura de Camarena tuvo lugar en una casa que habría sido propiedad de Rubén Zuno Arce, el cuñado del expresidente de México, Luis Echeverría.

Los motivos del asesinato del agente siguen sin esclarecerse en su totalidad. Según la historia oficial, enojado por varias confiscaciones de marihuana, de las cuales aparentemente Camarena era responsable, Caro Quintero se habría propuesto eliminarlo. Muy fresco estaba en su memoria en gran decomiso de marihuana sucedido en noviembre de 1984 en la colonia agrícola El Búfalo en el estado de Chihuahua. En ese lugar, en una extensión de cientos de hectáreas, por lo menos cuatro mil jornaleros, en condiciones de semiesclavitud, sembraban marihuana para Caro Quintero y sus aliados.

Esta versión, aceptada como válida durante décadas, y reproducida ad nauseam, ha empezado a ser cuestionada por nuevos trabajos periodísticos y académicos. Según sabemos hoy, ni Camarena dirigió el decomiso de drogas de El Búfalo (tarea que correspondió casi por entero a la oficina de la DEA en Hermosillo, y no a la de Guadalajara, a la que Camarena estaba asignado) ni era el único o principal responsable de la masiva operación de intercepción de llamadas telefónicas que llevó a la incautación de millones de dólares a Caro Quintero y sus socios entre finales de 1984 y principios de 1985.

Una versión alternativa, sostenida desde hace años por tres exagentes de federales de Estados Unidos, y compatible con otras declaraciones de testigos protegidos, señala que Camarena fue asesinado por órdenes de la Agencia Central de Inteligencia (Central Intelligence Agency, CIA) a través del agente cubano Félix Ismael Rodríguez Mendigutia, el gato o Maz Gómez, una de las figuras más importantes de la CIA en la segunda mitad del siglo XX.

Según esta narrativa, que difiere completamente de la historia oficial, la CIA, con la complicidad de la DFS –en ese entonces la principal agencia de inteligencia del gobierno de México- y de algunos traficantes como Caro Qintero, mercaba drogas a Estados Unidos para financiar, con las ganancias, las armas de las guerrillas contrarrevolucionarias en su lucha contra el régimen sandinista en Nicaragua. De ser cierta esta versión, en lo esencial, se asimilaría al esquema de la Operación Irán-Contra en la que oficiales de la administración del presidente Ronald Reagan vendieron armas a Irán entre 1985 y 1986, a pesar del embargo armamentístico que pesaba sobre el país persa, con el fin de destinar los dividendos de esas operaciones a Nicaragua. El caso –plenamente documentado por una investigación del Congreso de Estados Unidos- estuvo a punto de costarle a Reagan la presidencia.

Según esta versión, Camarena habría –y aquí subrayo el condicional- descubierto la operación de la CIA en México, ante lo cual Rodríguez Mendigutia ordenó a Caro Quintero secuestrar al agente y averiguar cuánto sabía Camarena de la participación de la CIA en el tráfico de drogas. En una sucesión de eventos desafortunados, el agente estadounidense habría muerto tras varios intentos por parte de sus captores de “mantenerlo despierto”.

¿Qué pasó? ¿Cuál es la verdadera historia? ¿Por dónde comenzar a contar un relato intrincado? El historiador inglés Benjamin Smith –quizás el tipo que más sabe sobre las drogas en México- me dijo una tarde, después de mucho reflexionar sobre el punto, que el caso Camarena se parecía mucho al de John F. Kennedy. Su historia genera fascinación pues tiene todos los componentes básicos del thriller político: un héroe, un cadáver, varios sospechosos, testigos protegidos, un cuñado incómodo, millones de dólares rondando por todos lados, una agencia de inteligencia que trafica droga y muchísimos policías corruptos. Y luego te sumerges en archivos y en grabaciones durante meses, incluso años, y al final del día no puedes sino dudar de todos los involucrados, demasiadas mentiras de un lado y del otro que te llevan a donde comenzaste. Carlos Monsiváis bien atinó al etiquetar el caso Camarena como “el juego de las apariencias”. Conviene, entonces, alejar la lupa y empezar a mirar el bosque en lugar de concentrarnos en el árbol.

Camarena no fue el primer agente antinarcóticos de Estados Unidos en México ni era, en su momento, el más importante. Su muerte, sin embargo, funcionó como aditivo para solidificar una identidad compartida entre todos los agentes estadounidenses que luchaban la guerra contra las drogas en todo el globo. Desde su muerte se han construido docenas de memoriales, bibliotecas y estatuas en su nombre; hasta el día de hoy, al entrar al edificio central de la DEA en Virginia, el visitante se encontrará con una pared dedicada a la memoria del agente.

El caso de Camarena atrajo la atención de periodistas de todo el mundo. La revista Time le dedicó una de sus portadas y el New York Times envío a México a sus mejores reporteros para seguir los pormenores de la investigación. Se filmaron series de televisión y se escribieron libros enteros alrededor de Camarena. Todavía, hasta el día de hoy, el caso sigue dando qué hablar al punto de que Narcos, la famosa serie de Netflix, dedicó toda una temporada a recrear la vida y muerte del exagente de la DEA.

En México tampoco fue menor la atención dedicada al caso. Los principales periódicos del país y el semanario Proceso siguieron paso a paso la investigación. El foco, como era natural, se centraba en Camarena y sus presuntos captores. Sin embargo, poco a poco comenzaron a surgir preguntas sobre la naturaleza del trabajo que realizaba Camarena en México. ¿Cuál era su estatus legal? ¿Estaba acreditado como funcionario consular de Estados Unidos? ¿Llevaba pistola? Y si sí, ¿con qué permisos? ¿Sabía la Secretaría de Relaciones Exteriores (SER) de su presencia en el país? ¿Cuántos otros agentes de la DEA trabajaban aquí? ¿Quiénes eran los informantes de la DEA? ¿Cuál era el tipo de relaciones que establecían los agentes con las diferentes esferas del gobierno mexicano? Y, en un plano más abstracto, ¿qué tipo de facultades ejercía un agente policial de otro país en nuestro territorio?

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Esas preguntas, que solo fueron respondidas de manera parcial en su momento, continúan siendo relevantes a la luz de un hecho incontrovertido: hasta el día de hoy los agentes de la DEA siguen operando en México. Camarena es el caso más emblemático, pero claramente la historia de los agentes antinarcóticos de Estados Unidos en nuestro país ni empieza ni acaba con él. Este libro es muestra de ello.

*Este extracto es publicado con el permiso de la Editorial Debate

PRIMERA PARTE

Los orígenes y las estructuras

CAPÍTULO 1

La historia se ha contado infinidad de veces en películas, libros, series de televisión. A plena luz del día del 7 de febrero de 1985 fue secuestrado en Guadalajara, Jalisco, el agente de la Administración Federal Antidrogas (Drug Enforcement Administration, DEA) Enrique Kiki Camarena. Tres semanas después, su cuerpo, junto con el del piloto mexicano Alfredo Zavala Avelar, fue encontrado a medio enterrar y envuelto en plástico en un rancho de Michoacán. A pesar del fuerte estado de descomposición del cadáver, el equipo forense que lo analizó pudo constatar que Camarena había sido torturado antes de morir. Grabaciones de audio realizadas or sus captores, recuperadas meses después, comprobaron el tremendo martirio al que estuvo expuesto el agente de la DEA, al menos durante treinta horas.

Las noticias del secuestro y tortura de Camarena se expandió rápidamente, lo mismo en México que en Estados Unidos. La DEA, la agencia antidrogas más importante de Estados Unidos, comenzó una larguísima investigación –llamada Operación Leyenda- que buscó esclarecer el crimen y encausar judicialmente a los responsables.1 Esta involucró a cientos de fiscales, jueces y policías de Estados Unidos. Tras diez años de pesquisas, se concluyó que Camarena había sido secuestrado y asesinado por Rafael Caro Quintero, con la anuencia de sus cómplices Miguel Ángel Félix Gallardo y Ernesto Fonseca Carrillo, tres de los principales traficantes de marihuana y cocaína de su tiempo.

Entre una docena de implicados de alto perfil, la investigación –que duró de manera oficial hasta 1995- vinculó al asesinato de Camarena a Manuel Ibarra Herrera, en ese momento director de la Policía Judicial Federal (PJF); a José Antonio Zorrilla, director de la Dirección Federal de Seguridad (DFS); así como a Migue Aldana Ibarra, representante mexicano ante interpol y primer comandante de la PJF. Es decir, la plana mayor de los servicios de seguridad e inteligencia del Estado mexicano. Según declaraciones de testigos protegidos, el exsecretario de la Defensa Nacional, Juan Arévalo Gardoqui, habrían estado igualmente involucrados. Por si fuera poco, se probó que la tortura de Camarena tuvo lugar en una casa que habría sido propiedad de Rubén Zuno Arce, el cuñado del expresidente de México, Luis Echeverría.

Los motivos del asesinato del agente siguen sin esclarecerse en su totalidad. Según la historia oficial, enojado por varias confiscaciones de marihuana, de las cuales aparentemente Camarena era responsable, Caro Quintero se habría propuesto eliminarlo. Muy fresco estaba en su memoria en gran decomiso de marihuana sucedido en noviembre de 1984 en la colonia agrícola El Búfalo en el estado de Chihuahua. En ese lugar, en una extensión de cientos de hectáreas, por lo menos cuatro mil jornaleros, en condiciones de semiesclavitud, sembraban marihuana para Caro Quintero y sus aliados.

Esta versión, aceptada como válida durante décadas, y reproducida ad nauseam, ha empezado a ser cuestionada por nuevos trabajos periodísticos y académicos. Según sabemos hoy, ni Camarena dirigió el decomiso de drogas de El Búfalo (tarea que correspondió casi por entero a la oficina de la DEA en Hermosillo, y no a la de Guadalajara, a la que Camarena estaba asignado) ni era el único o principal responsable de la masiva operación de intercepción de llamadas telefónicas que llevó a la incautación de millones de dólares a Caro Quintero y sus socios entre finales de 1984 y principios de 1985.

Una versión alternativa, sostenida desde hace años por tres exagentes de federales de Estados Unidos, y compatible con otras declaraciones de testigos protegidos, señala que Camarena fue asesinado por órdenes de la Agencia Central de Inteligencia (Central Intelligence Agency, CIA) a través del agente cubano Félix Ismael Rodríguez Mendigutia, el gato o Maz Gómez, una de las figuras más importantes de la CIA en la segunda mitad del siglo XX.

Según esta narrativa, que difiere completamente de la historia oficial, la CIA, con la complicidad de la DFS –en ese entonces la principal agencia de inteligencia del gobierno de México- y de algunos traficantes como Caro Qintero, mercaba drogas a Estados Unidos para financiar, con las ganancias, las armas de las guerrillas contrarrevolucionarias en su lucha contra el régimen sandinista en Nicaragua. De ser cierta esta versión, en lo esencial, se asimilaría al esquema de la Operación Irán-Contra en la que oficiales de la administración del presidente Ronald Reagan vendieron armas a Irán entre 1985 y 1986, a pesar del embargo armamentístico que pesaba sobre el país persa, con el fin de destinar los dividendos de esas operaciones a Nicaragua. El caso –plenamente documentado por una investigación del Congreso de Estados Unidos- estuvo a punto de costarle a Reagan la presidencia.

Según esta versión, Camarena habría –y aquí subrayo el condicional- descubierto la operación de la CIA en México, ante lo cual Rodríguez Mendigutia ordenó a Caro Quintero secuestrar al agente y averiguar cuánto sabía Camarena de la participación de la CIA en el tráfico de drogas. En una sucesión de eventos desafortunados, el agente estadounidense habría muerto tras varios intentos por parte de sus captores de “mantenerlo despierto”.

¿Qué pasó? ¿Cuál es la verdadera historia? ¿Por dónde comenzar a contar un relato intrincado? El historiador inglés Benjamin Smith –quizás el tipo que más sabe sobre las drogas en México- me dijo una tarde, después de mucho reflexionar sobre el punto, que el caso Camarena se parecía mucho al de John F. Kennedy. Su historia genera fascinación pues tiene todos los componentes básicos del thriller político: un héroe, un cadáver, varios sospechosos, testigos protegidos, un cuñado incómodo, millones de dólares rondando por todos lados, una agencia de inteligencia que trafica droga y muchísimos policías corruptos. Y luego te sumerges en archivos y en grabaciones durante meses, incluso años, y al final del día no puedes sino dudar de todos los involucrados, demasiadas mentiras de un lado y del otro que te llevan a donde comenzaste. Carlos Monsiváis bien atinó al etiquetar el caso Camarena como “el juego de las apariencias”. Conviene, entonces, alejar la lupa y empezar a mirar el bosque en lugar de concentrarnos en el árbol.

Camarena no fue el primer agente antinarcóticos de Estados Unidos en México ni era, en su momento, el más importante. Su muerte, sin embargo, funcionó como aditivo para solidificar una identidad compartida entre todos los agentes estadounidenses que luchaban la guerra contra las drogas en todo el globo. Desde su muerte se han construido docenas de memoriales, bibliotecas y estatuas en su nombre; hasta el día de hoy, al entrar al edificio central de la DEA en Virginia, el visitante se encontrará con una pared dedicada a la memoria del agente.

El caso de Camarena atrajo la atención de periodistas de todo el mundo. La revista Time le dedicó una de sus portadas y el New York Times envío a México a sus mejores reporteros para seguir los pormenores de la investigación. Se filmaron series de televisión y se escribieron libros enteros alrededor de Camarena. Todavía, hasta el día de hoy, el caso sigue dando qué hablar al punto de que Narcos, la famosa serie de Netflix, dedicó toda una temporada a recrear la vida y muerte del exagente de la DEA.

En México tampoco fue menor la atención dedicada al caso. Los principales periódicos del país y el semanario Proceso siguieron paso a paso la investigación. El foco, como era natural, se centraba en Camarena y sus presuntos captores. Sin embargo, poco a poco comenzaron a surgir preguntas sobre la naturaleza del trabajo que realizaba Camarena en México. ¿Cuál era su estatus legal? ¿Estaba acreditado como funcionario consular de Estados Unidos? ¿Llevaba pistola? Y si sí, ¿con qué permisos? ¿Sabía la Secretaría de Relaciones Exteriores (SER) de su presencia en el país? ¿Cuántos otros agentes de la DEA trabajaban aquí? ¿Quiénes eran los informantes de la DEA? ¿Cuál era el tipo de relaciones que establecían los agentes con las diferentes esferas del gobierno mexicano? Y, en un plano más abstracto, ¿qué tipo de facultades ejercía un agente policial de otro país en nuestro territorio?

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Esas preguntas, que solo fueron respondidas de manera parcial en su momento, continúan siendo relevantes a la luz de un hecho incontrovertido: hasta el día de hoy los agentes de la DEA siguen operando en México. Camarena es el caso más emblemático, pero claramente la historia de los agentes antinarcóticos de Estados Unidos en nuestro país ni empieza ni acaba con él. Este libro es muestra de ello.

*Este extracto es publicado con el permiso de la Editorial Debate

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