/ viernes 2 de octubre de 2020

"La Insurrecta", fragmento de la novela de Guillermo Barba

El libro anterior de Guillermo Barba, La conspiradora (Planeta, 2019), un thriller político e histórico basado en la vida de la Güera Rodríguez, se convirtió inmediatamente en un éxito entre los lectores

Fragmento del libro La insurrecta, Edit. Martínez Roca, © 2020, Guillermo Barba. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México

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5

EL ZORRO Y SUS ARDIDES

Doña Micaela se desmejoró al escuchar la noticia de los mismos labios de su hijo; un repentino sofoco la invadió y hubo de tumbarse en cama profiriendo quejumbres; por fortuna doña Francisca Garcilaso, comadre suya, le facilitó una habitación en su casa para reposar. Manuela parecía alma en pena: su amado partiría auna aventura a todas luces riesgosa; se arrepintió de haberlo alentado a unirse a la conspiración y de haber confiado en que el planfuncionaría. Un profundo temor se arraigaba en lo más profundo de su alma: su amado podía morir, pero también estaba convencida de que no debía renunciar a la insurrección; el futuro de sufamilia dependía de ello. Al conocer que don Ignacio Aldama permanecería en San Miguel el Grande al frente del gobierno provisional, pensó que podría convencer al cura de que su marido permaneciese en Dolores de manera similar, ajeno a los peligrosde la guerra.

Como el ejército pasaría por Chamacuero, decidió acompañar a su marido so pretexto de organizar un almuerzo para las tropas.«Debo jugar una carta definitiva», había pensado; «el cura requiere dinero para la revolución y quizá con monedas pueda mantener a Mariano a salvo».

Dejó al hijo a cargo de la suegra, indicándole que volvería en la tarde por ellos y solicitándole que rezara a la Virgen de los Dolores.«Si la Virgencita nos concede el favor», explicó guiñando un ojo encomplicidad, «hoy mismo regresaré acompañada de su hijo».

Muy temprano se encaminó junto con Mariano y un piquete de soldados de avanzada. El camino estaba lodoso por las lluvias;no obstante, llegaron en un par de horas, ya que se encontraba a unas cuantas leguas de San Miguel. Al recorrer sus calles, fueron recibidos con algarabía por algunos indios y jornaleros que, conociendo el advenimiento de Hidalgo y su ejército, se habían congregado para enrolarse en el movimiento. A Manuela le llamóla atención que ahora acudían familias enteras, cargando niños acuestas. ¿Por qué los seguirían las esposas y los hijos? ¿Acaso para ayudar en el saqueo y el transporte de lo hurtado?

Fueron directo a la casa del difunto padre de Manuela, habitada ahora por la tía Concepción y su hermano Pedrillo. La amplia casona se ubicaba en la plaza central, donde se levantaba la hermosa parroquia de una sola torre, a un costado de los sólidos muros del convento de San Francisco. Poseía al frente un enormeatrio que funcionaba de explanada para los oficios religiosos de los indios.

Lo primero que hizo fue saludar a su tía y encargarle que, junto a otras mujeres principales, preparasen los alimentos para el ejército, algo sencillo: huevos, chilaquiles y de ser posible guajolote o pollo. Luego, sin notificar a Mariano, fue a prevenir a los gachupines que no habían salido del pueblo para que huyeran. Desgraciadamente, ni el párroco José María Téllez, ni don Blas de la Cuesta, quien consideraba que con algo de dinero libraría la prisión,quisieron escuchar sus advertencias. No obstante, su corazón se inflamó de dicha al ver huir a galope a un tío suyo y a dos amigosde su difunto padre rumbo a Querétaro o Celaya.

A mediodía llegó al improvisado ejército el cura Hidalgo. Vestido con largo abrigo, pantalones, botas negras y sombrero de ala ancha, iba a la cabeza portando la imagen de la Guadalupana; a sus costados iban Allende y Aldama, ahora perfectamente uniformados con sombreros bicornios a la usanza de los ejércitos napoleónicos, seguidos de unos cien soldados del regimiento de dragones de la reina que custodiaban a los prisioneros, y tras ellos una multicolor muchedumbre de más de dos mil hombres, tanto a pie como a caballo. Aquella masa humana estaba conformada por criollos pueblerinos, rancheros, mulatos, negros y sobre todo una gran cantidad de indios, de los cuales muy pocos contaban con armas de fuego. Algunos portaban lanzas y la inmensa mayoría cargaba machetes, cuchillos, hondas, o muy especialmente garrotes, su arma más usada.

El desfile concluyó con las familias de la plebe, un sinnúmero de perros callejeros, carros cargados de legumbres, cerdos y guajolotes, así como gente arriando becerros y chivos para alimentar a la tropa.

Manuela y Mariano recibieron a Hidalgo en la puerta; él lo saludó con gallardía y ella con la más cándida de sus sonrisas. Tan pronto se apeó el cura, ordenó al padre Balleza liberar a quienes estuviesen en la cárcel, apresar a los gachupines y confiscar sus bienes; le recalcó que detuviera especialmente al cura José María Téllez,quien no se había presentado a recibirlo, acción que demostraba suoposición al movimiento. Manuela se enteró con gran pesar de que para ese día ya contaban con más de setenta prisioneros, algunos atrapados en plena fuga, otros en San Miguel y unos cuantos en lospueblos o haciendas colindantes.

La soldadesca se distribuyó en la explanada y los oficiales pasaron a casa de Manuela, donde les tenía preparada una suculentacomida a la sombra de la huerta. La hora de comer transcurrió en un ambiente cordial y festivo, ya que el ánimo de Hidalgo era confiado y alegre, lo cual aseveraba que el éxito de la empresa era a todas luces inminente. Entre plato y plato alababa los guisos sin dejar de bromear sobre los asuntos más insignificantes o alardear de la rapidez con la que aumentaban las tropas libertarias.

—Disfruten esta comida —rio Hidalgo—; no sabemos cuándo habremos de alimentarnos como Dios manda.

—Sería bueno descansar un par de horas antes de proseguir—propuso Allende mientras sorbía un poco de vino que Manuela les había servido.

—¡Nada! No hay tiempo para siestas, que los holgazanes no verán el paraíso —bromeó don Miguel y agregó en latín—: Vitanda est improbasiren desidia; bien lo dijo Horacio: «Permanece atento ante la malvada tentación de la desidia». ¡Haremos la digestión camino a Celaya…!

—¿Celaya? —Ignacio se contrarió; le molestaba que el cura comenzara a tomar decisiones sin consultarlo, adueñándose del poder total de la insurrección y relegándolo deliberadamente. Molesto arengó—: Habíamos acordado dirigirnos a México.

—Cierto, pero hace unos minutos me informaron que ayer estuvo por aquí un piquete de soldados para trasladar cofres con dinero a Celaya —explicó el cura con una sonrisilla en los labios—. Debemos engrosar las arcas.

En eso llegó Nacho Camargo, primo de Manuela, y pidió ser recibido. Manuela misma fue a la puerta a darle la bienvenida, ydescubrió que venía acompañado de un grupo nutrido de jinetes.

—¡Prima, benditos los ojos que te miran! —saludó, caballeroso y guasón, cual era su costumbre—. Vengo a unirme al señor cura para liberar a la patria.

En camino hacia el patio Nacho comentó orgulloso:

—La familia no puede permanecer de brazos cruzados; Mariano, yo y Pedrillo honraremos nuestros apellidos.

—¡Pedrillo quiere unirse al cura! —exclamó sorprendida y aterrada; desde la muerte de su padre su hermano menor estaba bajo su protección y, si bien el muchacho ya había cumplido los diecinueve años, ella aún lo miraba como un niño indefenso—. ¡No me ha dicho nada de eso!

—Ah, pues de seguro no quiere contrariarte. Además, las cosas han sucedido tan precipitadamente que no hay tiempo para consultas, «a río revuelto ganancia de pescadores».

Llegaron a la huerta donde se encontraban Hidalgo y los oficiales.

—Padre Miguel, vengo a poner a sus órdenes mi vida y la de treinta y cinco valientes, todos de a caballo.

—¡Bienvenidos sean! —dijo abrazando al joven; luego se dirigió a Allende—: ¿Ya ves, Ignacio?, te juro que en unos días tendremos un ejército que cuando menos triplicará a todas las fuerzas virreinales.

Todos los presentes levantaron los vasos para brindar y una gran algarabía se apoderó de los presentes. Manuela, aprovechando la ocasión, se acercó al cura con resolución.

—¿Puedo hablar con usted en privado…? Es un asunto de la mayor importancia.

El cura, picado por la curiosidad, condescendió. Ya apartadosde los demás, a la mitad del frondoso huerto, ella comenzó a hablar con la más cándida de sus sonrisas.

—Padre, usted bien sabe…

—Manuela —don Miguel la interrumpió—, de ahora en adelante deberás referirte a mi persona como general; lo dictan las circunstancias.

—General —dijo turbada ante el pronunciamiento, pero dispuesta a no apartarse del plan—, usted bien sabe que Mariano no sirve para las armas; Dios lo ha creado con predisposicióna la misericordia cristiana y no a los embates de la guerra. Para nada le servirá en los ejércitos y, por el contrario, le puede serde gran ayuda si se ocupa de la administración de Dolores en suausencia.

Hidalgo se mantuvo expectante; como buen jugador de naipes sabía esperar a que el contrincante delatase sus intenciones y medirlas fuerzas según la cantidad apostada.

—Mi padre, que mucho me amaba —continuó Manuela—,me dejó por herencia el fruto de sus ahorros para cualquier infortunio. Permítame dos favores: que mi marido permanezca conmigo, al igual que mi hermano, Pedrillo, de tan solo diecinueveaños… —Tragó saliva y continuó—: Acepte mi herencia como donativo para fortalecer sus tropas.

—¿A cuánto ascienden los ahorros? —preguntó el general,inexpresivo.—Son cincuenta y seis mil pesos, que serán suyos si nombra a Mariano como jefe del gobierno de Dolores.

Hidalgo hizo cuentas de inmediato: hasta el momento habían incautado ochenta mil pesos, ya fuesen de los gachupines, las oficinas virreinales o los conventos e iglesias. Lo que ofrecía Manuela significaba aumentar los caudales de manera portentosa, pero, al mismo tiempo, lo que proponía era a todas luces un soborno. Si la gente se enteraba de un acto de tal calaña, seguramente perdería respeto. No obstante, pronto tomó una decisión:

—Con mucho gusto acepto tu oferta, pero no como donativo,que el movimiento que encabezo debe regirse por la justicia y la honestidad. Será en calidad de préstamo y el dinero te será devuelto tan pronto triunfemos.

Don Miguel mandó llamar a Mariano Hidalgo, su hermano,quien se había convertido en el tesorero de los ejércitos, y le ordenó que formalizara el asunto, a lo cual procedió con rapidez. Manuela se tornó dichosa y dio gracias a la Virgen en sus pensamientos; cualquier sacrificio era poco con tal de procurar la seguridad de su amado.

Terminó de almorzar, y aún con el regusto a salsa de tomate y chorizo, Hidalgo ordenó que la tropa se alistase para proseguir y él mismo fue en busca de su caballo. Pero tan pronto se acercó su asistente le ordenó: «El capitán Abasolo deberá marchar a mi lado,sin disculpa ni demora alguna».

Mariano, que no sabía de los planes de su amada por habers eausentado para cumplir un encargo de Allende, recibió la noticia con agrado. Pensaba que marchar a la vera del general significaba una deferencia a su persona. Sin embargo, cuando fue con Manuela, ubicada afuera de la casa, y le notificó con alegría la noticia, ella sintió que le abandonaba el aire y la desolación invadía su pecho. Ella abrazó con todas sus fuerzas a su esposo y prorrumpió en tal llanto que las palabras no se le entendían.

—Todo saldrá bien —susurró Mariano para tranquilizarla, pues él mismo, al constatar la rapidez con la que crecían las tropas,confiaba en un triunfo rápido y pacífico—. No existe un virrey o general, sin importar las medallas que cuelguen de su pecho, que pueda oponerse a un ejército seis o siete veces superior al suyo.

A su lado pasó Hidalgo, ya montado en la bestia.

—Señora —dijo clavando una amable mirada en Manuela—,recordaré siempre sus sacrificios por la libertad de nuestra patria; usted es mujer inteligente y sabrá exonerarme, se lo puedo asegurar. —Giró los ojos verdes hacia Mariano, imprimiendo un gestoadusto y autoritario—. ¡Capitán Abasolo, incorpórese de inmediato a mi contingente!

—¿Qué has hecho? —Mariano preguntó desconcertado tan pronto se alejó el general—. ¿A qué se refiere?

—Le ofrecí la herencia de mi padre para… —soltó entre afligidos sollozos—, pero todo en vano… todo en vano, mi hijito…

—¿Diste tu herencia a Hidalgo? —exclamó aterrado.

Los sollozos le impedían hablar, explicar lo sucedido, decir quelo había hecho por él, para salvarlo de la guerra, para protegerlo, para mantenerlo junto a ella, con su hijo y su madre, donde debí aestar, y que el cura la había timado descaradamente…

—¡Capitán, obedezca! —gritó Hidalgo a lo lejos.

—Perdón, Gatita, debo irme. —Mariano enjugó con los labios las lágrimas de su esposa—. Te amo… y juro por lo que más adoro que muy pronto nos veremos de nuevo.

Manuela lo estrechó con mayor fuerza, tanta que a Mariano le costó trabajo soltarse de sus brazos.

—¡Dale un beso a nuestro hijo! —gritó cuando echaba a correrrumbo a su asistente, que ya le tenía preparada la montura.

—¡Cuídate, hijito… cuídate por amor de Dios! —alcanzó agemir Manuela y se derrumbó en el suelo sintiendo que el cielo asfixiaba su existencia.

La tía Conchita se acercó a reconfortarla. Se hincó a su costado y la abrazó. Cuando el ejército se perdió por la calle que desembocaba a la carretera, se acordó de su hermano.

—¡Pedrillo, Pedrillo! —Manuela comenzó a gritar ansiosa.

—No malgastes tus energías —le dijo su tía, cariñosamente—.

Pedrillo se escapó sin hacer caso a nadie; quería sumarse a las tropas de Nacho y no atendió ni a mis regaños ni a mis súplicas.

Manuela se sintió totalmente abatida; había fracasado y su marido y su hermano se alejaban a la guerra. En medio de la desesperanza comenzó a nacer un profundo odio hacia Hidalgo. Habíaconfiado en él como en un padre y a cambio recibió engaño ytraición; el cura actuaba como un astuto y cruel zorro; no podía confiar en nadie, en nadie… y mucho menos en él.


*Guillermo Barba (Ciudad de México 1951-2020). Realizó estudios multidisciplinarios en Diseño Industrial, Comunicación, Filosofía y Letras, y trabajó en publicidad hasta 2002. A partir de entonces se dedicó a la dirección cinematográfica y la escritura. Es autor de la novela Juan sin sueño (2002), así como coautor de los guiones y director de las películas Amar no es querer (2011) y Casi una gran estafa (2017). Su novela La conspiradora (Planeta, 2019), un thriller político e histórico basado en la vida de la Güera Rodríguez, se convirtió inmediatamente en un éxito entre los lectores. En La insurrecta, narra la vida de Manuela Taboada, la mujer que en el corazón de la insurgencia, fraguó una conspiración para asesinar a Hidalgo.


Fragmento del libro La insurrecta, Edit. Martínez Roca, © 2020, Guillermo Barba. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México

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EL ZORRO Y SUS ARDIDES

Doña Micaela se desmejoró al escuchar la noticia de los mismos labios de su hijo; un repentino sofoco la invadió y hubo de tumbarse en cama profiriendo quejumbres; por fortuna doña Francisca Garcilaso, comadre suya, le facilitó una habitación en su casa para reposar. Manuela parecía alma en pena: su amado partiría auna aventura a todas luces riesgosa; se arrepintió de haberlo alentado a unirse a la conspiración y de haber confiado en que el planfuncionaría. Un profundo temor se arraigaba en lo más profundo de su alma: su amado podía morir, pero también estaba convencida de que no debía renunciar a la insurrección; el futuro de sufamilia dependía de ello. Al conocer que don Ignacio Aldama permanecería en San Miguel el Grande al frente del gobierno provisional, pensó que podría convencer al cura de que su marido permaneciese en Dolores de manera similar, ajeno a los peligrosde la guerra.

Como el ejército pasaría por Chamacuero, decidió acompañar a su marido so pretexto de organizar un almuerzo para las tropas.«Debo jugar una carta definitiva», había pensado; «el cura requiere dinero para la revolución y quizá con monedas pueda mantener a Mariano a salvo».

Dejó al hijo a cargo de la suegra, indicándole que volvería en la tarde por ellos y solicitándole que rezara a la Virgen de los Dolores.«Si la Virgencita nos concede el favor», explicó guiñando un ojo encomplicidad, «hoy mismo regresaré acompañada de su hijo».

Muy temprano se encaminó junto con Mariano y un piquete de soldados de avanzada. El camino estaba lodoso por las lluvias;no obstante, llegaron en un par de horas, ya que se encontraba a unas cuantas leguas de San Miguel. Al recorrer sus calles, fueron recibidos con algarabía por algunos indios y jornaleros que, conociendo el advenimiento de Hidalgo y su ejército, se habían congregado para enrolarse en el movimiento. A Manuela le llamóla atención que ahora acudían familias enteras, cargando niños acuestas. ¿Por qué los seguirían las esposas y los hijos? ¿Acaso para ayudar en el saqueo y el transporte de lo hurtado?

Fueron directo a la casa del difunto padre de Manuela, habitada ahora por la tía Concepción y su hermano Pedrillo. La amplia casona se ubicaba en la plaza central, donde se levantaba la hermosa parroquia de una sola torre, a un costado de los sólidos muros del convento de San Francisco. Poseía al frente un enormeatrio que funcionaba de explanada para los oficios religiosos de los indios.

Lo primero que hizo fue saludar a su tía y encargarle que, junto a otras mujeres principales, preparasen los alimentos para el ejército, algo sencillo: huevos, chilaquiles y de ser posible guajolote o pollo. Luego, sin notificar a Mariano, fue a prevenir a los gachupines que no habían salido del pueblo para que huyeran. Desgraciadamente, ni el párroco José María Téllez, ni don Blas de la Cuesta, quien consideraba que con algo de dinero libraría la prisión,quisieron escuchar sus advertencias. No obstante, su corazón se inflamó de dicha al ver huir a galope a un tío suyo y a dos amigosde su difunto padre rumbo a Querétaro o Celaya.

A mediodía llegó al improvisado ejército el cura Hidalgo. Vestido con largo abrigo, pantalones, botas negras y sombrero de ala ancha, iba a la cabeza portando la imagen de la Guadalupana; a sus costados iban Allende y Aldama, ahora perfectamente uniformados con sombreros bicornios a la usanza de los ejércitos napoleónicos, seguidos de unos cien soldados del regimiento de dragones de la reina que custodiaban a los prisioneros, y tras ellos una multicolor muchedumbre de más de dos mil hombres, tanto a pie como a caballo. Aquella masa humana estaba conformada por criollos pueblerinos, rancheros, mulatos, negros y sobre todo una gran cantidad de indios, de los cuales muy pocos contaban con armas de fuego. Algunos portaban lanzas y la inmensa mayoría cargaba machetes, cuchillos, hondas, o muy especialmente garrotes, su arma más usada.

El desfile concluyó con las familias de la plebe, un sinnúmero de perros callejeros, carros cargados de legumbres, cerdos y guajolotes, así como gente arriando becerros y chivos para alimentar a la tropa.

Manuela y Mariano recibieron a Hidalgo en la puerta; él lo saludó con gallardía y ella con la más cándida de sus sonrisas. Tan pronto se apeó el cura, ordenó al padre Balleza liberar a quienes estuviesen en la cárcel, apresar a los gachupines y confiscar sus bienes; le recalcó que detuviera especialmente al cura José María Téllez,quien no se había presentado a recibirlo, acción que demostraba suoposición al movimiento. Manuela se enteró con gran pesar de que para ese día ya contaban con más de setenta prisioneros, algunos atrapados en plena fuga, otros en San Miguel y unos cuantos en lospueblos o haciendas colindantes.

La soldadesca se distribuyó en la explanada y los oficiales pasaron a casa de Manuela, donde les tenía preparada una suculentacomida a la sombra de la huerta. La hora de comer transcurrió en un ambiente cordial y festivo, ya que el ánimo de Hidalgo era confiado y alegre, lo cual aseveraba que el éxito de la empresa era a todas luces inminente. Entre plato y plato alababa los guisos sin dejar de bromear sobre los asuntos más insignificantes o alardear de la rapidez con la que aumentaban las tropas libertarias.

—Disfruten esta comida —rio Hidalgo—; no sabemos cuándo habremos de alimentarnos como Dios manda.

—Sería bueno descansar un par de horas antes de proseguir—propuso Allende mientras sorbía un poco de vino que Manuela les había servido.

—¡Nada! No hay tiempo para siestas, que los holgazanes no verán el paraíso —bromeó don Miguel y agregó en latín—: Vitanda est improbasiren desidia; bien lo dijo Horacio: «Permanece atento ante la malvada tentación de la desidia». ¡Haremos la digestión camino a Celaya…!

—¿Celaya? —Ignacio se contrarió; le molestaba que el cura comenzara a tomar decisiones sin consultarlo, adueñándose del poder total de la insurrección y relegándolo deliberadamente. Molesto arengó—: Habíamos acordado dirigirnos a México.

—Cierto, pero hace unos minutos me informaron que ayer estuvo por aquí un piquete de soldados para trasladar cofres con dinero a Celaya —explicó el cura con una sonrisilla en los labios—. Debemos engrosar las arcas.

En eso llegó Nacho Camargo, primo de Manuela, y pidió ser recibido. Manuela misma fue a la puerta a darle la bienvenida, ydescubrió que venía acompañado de un grupo nutrido de jinetes.

—¡Prima, benditos los ojos que te miran! —saludó, caballeroso y guasón, cual era su costumbre—. Vengo a unirme al señor cura para liberar a la patria.

En camino hacia el patio Nacho comentó orgulloso:

—La familia no puede permanecer de brazos cruzados; Mariano, yo y Pedrillo honraremos nuestros apellidos.

—¡Pedrillo quiere unirse al cura! —exclamó sorprendida y aterrada; desde la muerte de su padre su hermano menor estaba bajo su protección y, si bien el muchacho ya había cumplido los diecinueve años, ella aún lo miraba como un niño indefenso—. ¡No me ha dicho nada de eso!

—Ah, pues de seguro no quiere contrariarte. Además, las cosas han sucedido tan precipitadamente que no hay tiempo para consultas, «a río revuelto ganancia de pescadores».

Llegaron a la huerta donde se encontraban Hidalgo y los oficiales.

—Padre Miguel, vengo a poner a sus órdenes mi vida y la de treinta y cinco valientes, todos de a caballo.

—¡Bienvenidos sean! —dijo abrazando al joven; luego se dirigió a Allende—: ¿Ya ves, Ignacio?, te juro que en unos días tendremos un ejército que cuando menos triplicará a todas las fuerzas virreinales.

Todos los presentes levantaron los vasos para brindar y una gran algarabía se apoderó de los presentes. Manuela, aprovechando la ocasión, se acercó al cura con resolución.

—¿Puedo hablar con usted en privado…? Es un asunto de la mayor importancia.

El cura, picado por la curiosidad, condescendió. Ya apartadosde los demás, a la mitad del frondoso huerto, ella comenzó a hablar con la más cándida de sus sonrisas.

—Padre, usted bien sabe…

—Manuela —don Miguel la interrumpió—, de ahora en adelante deberás referirte a mi persona como general; lo dictan las circunstancias.

—General —dijo turbada ante el pronunciamiento, pero dispuesta a no apartarse del plan—, usted bien sabe que Mariano no sirve para las armas; Dios lo ha creado con predisposicióna la misericordia cristiana y no a los embates de la guerra. Para nada le servirá en los ejércitos y, por el contrario, le puede serde gran ayuda si se ocupa de la administración de Dolores en suausencia.

Hidalgo se mantuvo expectante; como buen jugador de naipes sabía esperar a que el contrincante delatase sus intenciones y medirlas fuerzas según la cantidad apostada.

—Mi padre, que mucho me amaba —continuó Manuela—,me dejó por herencia el fruto de sus ahorros para cualquier infortunio. Permítame dos favores: que mi marido permanezca conmigo, al igual que mi hermano, Pedrillo, de tan solo diecinueveaños… —Tragó saliva y continuó—: Acepte mi herencia como donativo para fortalecer sus tropas.

—¿A cuánto ascienden los ahorros? —preguntó el general,inexpresivo.—Son cincuenta y seis mil pesos, que serán suyos si nombra a Mariano como jefe del gobierno de Dolores.

Hidalgo hizo cuentas de inmediato: hasta el momento habían incautado ochenta mil pesos, ya fuesen de los gachupines, las oficinas virreinales o los conventos e iglesias. Lo que ofrecía Manuela significaba aumentar los caudales de manera portentosa, pero, al mismo tiempo, lo que proponía era a todas luces un soborno. Si la gente se enteraba de un acto de tal calaña, seguramente perdería respeto. No obstante, pronto tomó una decisión:

—Con mucho gusto acepto tu oferta, pero no como donativo,que el movimiento que encabezo debe regirse por la justicia y la honestidad. Será en calidad de préstamo y el dinero te será devuelto tan pronto triunfemos.

Don Miguel mandó llamar a Mariano Hidalgo, su hermano,quien se había convertido en el tesorero de los ejércitos, y le ordenó que formalizara el asunto, a lo cual procedió con rapidez. Manuela se tornó dichosa y dio gracias a la Virgen en sus pensamientos; cualquier sacrificio era poco con tal de procurar la seguridad de su amado.

Terminó de almorzar, y aún con el regusto a salsa de tomate y chorizo, Hidalgo ordenó que la tropa se alistase para proseguir y él mismo fue en busca de su caballo. Pero tan pronto se acercó su asistente le ordenó: «El capitán Abasolo deberá marchar a mi lado,sin disculpa ni demora alguna».

Mariano, que no sabía de los planes de su amada por habers eausentado para cumplir un encargo de Allende, recibió la noticia con agrado. Pensaba que marchar a la vera del general significaba una deferencia a su persona. Sin embargo, cuando fue con Manuela, ubicada afuera de la casa, y le notificó con alegría la noticia, ella sintió que le abandonaba el aire y la desolación invadía su pecho. Ella abrazó con todas sus fuerzas a su esposo y prorrumpió en tal llanto que las palabras no se le entendían.

—Todo saldrá bien —susurró Mariano para tranquilizarla, pues él mismo, al constatar la rapidez con la que crecían las tropas,confiaba en un triunfo rápido y pacífico—. No existe un virrey o general, sin importar las medallas que cuelguen de su pecho, que pueda oponerse a un ejército seis o siete veces superior al suyo.

A su lado pasó Hidalgo, ya montado en la bestia.

—Señora —dijo clavando una amable mirada en Manuela—,recordaré siempre sus sacrificios por la libertad de nuestra patria; usted es mujer inteligente y sabrá exonerarme, se lo puedo asegurar. —Giró los ojos verdes hacia Mariano, imprimiendo un gestoadusto y autoritario—. ¡Capitán Abasolo, incorpórese de inmediato a mi contingente!

—¿Qué has hecho? —Mariano preguntó desconcertado tan pronto se alejó el general—. ¿A qué se refiere?

—Le ofrecí la herencia de mi padre para… —soltó entre afligidos sollozos—, pero todo en vano… todo en vano, mi hijito…

—¿Diste tu herencia a Hidalgo? —exclamó aterrado.

Los sollozos le impedían hablar, explicar lo sucedido, decir quelo había hecho por él, para salvarlo de la guerra, para protegerlo, para mantenerlo junto a ella, con su hijo y su madre, donde debí aestar, y que el cura la había timado descaradamente…

—¡Capitán, obedezca! —gritó Hidalgo a lo lejos.

—Perdón, Gatita, debo irme. —Mariano enjugó con los labios las lágrimas de su esposa—. Te amo… y juro por lo que más adoro que muy pronto nos veremos de nuevo.

Manuela lo estrechó con mayor fuerza, tanta que a Mariano le costó trabajo soltarse de sus brazos.

—¡Dale un beso a nuestro hijo! —gritó cuando echaba a correrrumbo a su asistente, que ya le tenía preparada la montura.

—¡Cuídate, hijito… cuídate por amor de Dios! —alcanzó agemir Manuela y se derrumbó en el suelo sintiendo que el cielo asfixiaba su existencia.

La tía Conchita se acercó a reconfortarla. Se hincó a su costado y la abrazó. Cuando el ejército se perdió por la calle que desembocaba a la carretera, se acordó de su hermano.

—¡Pedrillo, Pedrillo! —Manuela comenzó a gritar ansiosa.

—No malgastes tus energías —le dijo su tía, cariñosamente—.

Pedrillo se escapó sin hacer caso a nadie; quería sumarse a las tropas de Nacho y no atendió ni a mis regaños ni a mis súplicas.

Manuela se sintió totalmente abatida; había fracasado y su marido y su hermano se alejaban a la guerra. En medio de la desesperanza comenzó a nacer un profundo odio hacia Hidalgo. Habíaconfiado en él como en un padre y a cambio recibió engaño ytraición; el cura actuaba como un astuto y cruel zorro; no podía confiar en nadie, en nadie… y mucho menos en él.


*Guillermo Barba (Ciudad de México 1951-2020). Realizó estudios multidisciplinarios en Diseño Industrial, Comunicación, Filosofía y Letras, y trabajó en publicidad hasta 2002. A partir de entonces se dedicó a la dirección cinematográfica y la escritura. Es autor de la novela Juan sin sueño (2002), así como coautor de los guiones y director de las películas Amar no es querer (2011) y Casi una gran estafa (2017). Su novela La conspiradora (Planeta, 2019), un thriller político e histórico basado en la vida de la Güera Rodríguez, se convirtió inmediatamente en un éxito entre los lectores. En La insurrecta, narra la vida de Manuela Taboada, la mujer que en el corazón de la insurgencia, fraguó una conspiración para asesinar a Hidalgo.


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