/ miércoles 15 de marzo de 2023

La poesía también salva los bosques

Varios autores le han dedicado sus versos a los llamados "pulmones del planeta", como una clara forma de apreciar su trascendencia vital y espiritual, y de rechazar su desaparición

Los bosques se asemejan a los pulmones del planeta, porque absorben grandes cantidades de dióxido de carbono y producen oxígeno, por lo que son una pieza clave para la sostenibilidad y la lucha contra el cambio climático, pero estos inmensos espacios verdes se encuentran en peligro a causa de los incendios y la tala de árboles.

Más poesía... Sergio Arau: “Todo cabe en una clásica, sabiéndolo acomodar”

Por ello, acercarse a la poesía de tantos autores que les han dedicado sus versos es una forma de apreciar su trascendencia vital.

Ignacio Abella, naturalista, investigador y escritor, cuyos más de 65 libros publicados ha dedicado a los árboles y las plantas, ha vivido y crecido entre los hayedos de Urbasa y las montañas de Somiedo, en Navarra, al norte de España, y, desde ese lugar privilegiado para contemplar los bosques de una de las zonas más ricas en biodiversidad de España, ha escrito y publicado La poesía de los árboles.

Un compendio de poemas que, para Abella, son de gran relevancia porque “nos estremecen”, no sólo “por la calidad de sus versos, sino también por la simbiosis cultural de estos y estas poetas con los árboles, algunos de ellos arraigados en etnias, de mundos diferentes, como la poetisa ecuatoriana Yana Lucia Lema que, en su idioma original, ‘kichwa’, y en español, defiende a través de sus poemas las identidades indígenas, la naturaleza y la propia tradición”.

Acercarse a la poesía de los autores que le han dedicado sus versos al bosque es una forma de apreciar su trascendencia

El idioma que da la vida

La mexicana Irma Pineda, también defensora de las tradiciones, la lengua y el paisaje tradicional, y quien escribe poesía en diidxazá, dice que no quiere “olvidar el idioma que le da la vida”.

Chabuca Granda, quien fue más conocida como cantante y compositora que como poetisa, tiene, entre otras, la canción “La flor de la canela”, conocida en todo el mundo hispanoamericano. El investigador señala que “el protagonista de este poema es un gran cedro, que continúa viviendo en Miraflores gracias a la intervención de Chabuca”.

“Se cuenta que la mañana del 3 de septiembre de 1977, la cantautora que tenía su ventana frente al árbol, vio a los trabajadores del ayuntamiento dispuesto a talarlo. Bajó corriendo las escaleras y se interpuso abrazando el tronco y gritando ‘primero me mutilan a mí, antes que al árbol’”.

La leyenda del árbol no es el árbol nada más, es el tiempo inmemorial

Como dejó escrito la escritora paraguaya María Luisa Artecona: “La leyenda del árbol no es el árbol nada más, es el tiempo inmemorial”.

Y entre los poetas masculinos, autores como Hamid Tibouchi, Joan Miró o Wang Wei, quienes dedicaron bellos poemas a los bosques, fueron pintores antes que poetas, y como dijo el escritor y pintor británico John Berger: “El dibujo de un árbol no muestra un árbol sin más, sino un árbol que está siendo contemplado”.

La desaparición de una especie

Para Ignacio Abella, sin embargo, la situación actual de los bosques es aberrante, “porque se están tomado muchas iniciativas y hay implicada mucha gente en la defensa, en la restauración de los bosques, pero grandes compañías siguen devorando el mundo, como se puede ver en la Amazonía”, denuncia.

El escritor subraya que “hay daños irreversibles clarísimos y cuando desaparece una especie no está desapareciendo una especie sino miles de especies, porque resulta una hecatombe para todo el ecosistema que lo rodea y eso es irreparable a escala humana y para las generaciones siguientes”.

“El ser humano puede seguir talando los bosques y arrasar todo el paisaje, pero no es consciente de toda la cultura y la vitalidad que deja a su paso. Con la tala del bosque desaparecen viejas tradiciones y culturas que nos mantenían unidos, conectados con la naturaleza y, en el fondo, con nosotros mismos, porque nosotros somos parte de ese hábitat”.

Pero, aunque la humanidad destruya el bosque, al final, éste siempre retornará, quizás en cuestión de muchas generaciones, en algunos casos los botánicos hablan de alrededor de 800 años para recuperar una selva virgen. Porque, como explica Abella, “pensamos que el bosque son los árboles, pero además de éstos, aunque son su columna vertebral, hay muchas piezas en ese puzle que son igual de importantes, como los hongos, los líquenes o todos los invertebrados”.

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“Todo lo que vive en una selva tiene una función y la recuperación de todo ello puede ser muy costosa, pero incluso aunque desapareciera del planeta la especie humana, la selva reaparecería con fuerza al cabo del tiempo”, subraya el naturalista.


Los bosques se asemejan a los pulmones del planeta, porque absorben grandes cantidades de dióxido de carbono y producen oxígeno, por lo que son una pieza clave para la sostenibilidad y la lucha contra el cambio climático, pero estos inmensos espacios verdes se encuentran en peligro a causa de los incendios y la tala de árboles.

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Por ello, acercarse a la poesía de tantos autores que les han dedicado sus versos es una forma de apreciar su trascendencia vital.

Ignacio Abella, naturalista, investigador y escritor, cuyos más de 65 libros publicados ha dedicado a los árboles y las plantas, ha vivido y crecido entre los hayedos de Urbasa y las montañas de Somiedo, en Navarra, al norte de España, y, desde ese lugar privilegiado para contemplar los bosques de una de las zonas más ricas en biodiversidad de España, ha escrito y publicado La poesía de los árboles.

Un compendio de poemas que, para Abella, son de gran relevancia porque “nos estremecen”, no sólo “por la calidad de sus versos, sino también por la simbiosis cultural de estos y estas poetas con los árboles, algunos de ellos arraigados en etnias, de mundos diferentes, como la poetisa ecuatoriana Yana Lucia Lema que, en su idioma original, ‘kichwa’, y en español, defiende a través de sus poemas las identidades indígenas, la naturaleza y la propia tradición”.

Acercarse a la poesía de los autores que le han dedicado sus versos al bosque es una forma de apreciar su trascendencia

El idioma que da la vida

La mexicana Irma Pineda, también defensora de las tradiciones, la lengua y el paisaje tradicional, y quien escribe poesía en diidxazá, dice que no quiere “olvidar el idioma que le da la vida”.

Chabuca Granda, quien fue más conocida como cantante y compositora que como poetisa, tiene, entre otras, la canción “La flor de la canela”, conocida en todo el mundo hispanoamericano. El investigador señala que “el protagonista de este poema es un gran cedro, que continúa viviendo en Miraflores gracias a la intervención de Chabuca”.

“Se cuenta que la mañana del 3 de septiembre de 1977, la cantautora que tenía su ventana frente al árbol, vio a los trabajadores del ayuntamiento dispuesto a talarlo. Bajó corriendo las escaleras y se interpuso abrazando el tronco y gritando ‘primero me mutilan a mí, antes que al árbol’”.

La leyenda del árbol no es el árbol nada más, es el tiempo inmemorial

Como dejó escrito la escritora paraguaya María Luisa Artecona: “La leyenda del árbol no es el árbol nada más, es el tiempo inmemorial”.

Y entre los poetas masculinos, autores como Hamid Tibouchi, Joan Miró o Wang Wei, quienes dedicaron bellos poemas a los bosques, fueron pintores antes que poetas, y como dijo el escritor y pintor británico John Berger: “El dibujo de un árbol no muestra un árbol sin más, sino un árbol que está siendo contemplado”.

La desaparición de una especie

Para Ignacio Abella, sin embargo, la situación actual de los bosques es aberrante, “porque se están tomado muchas iniciativas y hay implicada mucha gente en la defensa, en la restauración de los bosques, pero grandes compañías siguen devorando el mundo, como se puede ver en la Amazonía”, denuncia.

El escritor subraya que “hay daños irreversibles clarísimos y cuando desaparece una especie no está desapareciendo una especie sino miles de especies, porque resulta una hecatombe para todo el ecosistema que lo rodea y eso es irreparable a escala humana y para las generaciones siguientes”.

“El ser humano puede seguir talando los bosques y arrasar todo el paisaje, pero no es consciente de toda la cultura y la vitalidad que deja a su paso. Con la tala del bosque desaparecen viejas tradiciones y culturas que nos mantenían unidos, conectados con la naturaleza y, en el fondo, con nosotros mismos, porque nosotros somos parte de ese hábitat”.

Pero, aunque la humanidad destruya el bosque, al final, éste siempre retornará, quizás en cuestión de muchas generaciones, en algunos casos los botánicos hablan de alrededor de 800 años para recuperar una selva virgen. Porque, como explica Abella, “pensamos que el bosque son los árboles, pero además de éstos, aunque son su columna vertebral, hay muchas piezas en ese puzle que son igual de importantes, como los hongos, los líquenes o todos los invertebrados”.

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“Todo lo que vive en una selva tiene una función y la recuperación de todo ello puede ser muy costosa, pero incluso aunque desapareciera del planeta la especie humana, la selva reaparecería con fuerza al cabo del tiempo”, subraya el naturalista.


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