/ viernes 1 de julio de 2022

Pedro Ángel Palou: CDMX vive un futuro que muchos otros lugares ya quisieran

Con su libro "México. La Novela", publicado por editorial Planeta, pretende condensar cinco siglos de la historia de nuestro país y más concretamente de la capital

Nacido en Puebla en 1966, el escritor Pedro Ángel Palou ha sido vendedor de ropa, árbitro de futbol, chef, funcionario público, administrador de educación superior y conductor de televisión. Actualmente vive cerca de Boston. Escribe y enseña literatura de tiempo completo en Tufts University, donde es jefe del Departamento de Lenguas Romances. Forma parte del Sistema Nacional de Creadores. Sus obras gozan de gran éxito entre los lectores y la crítica y se han traducido al francés, italiano, portugués, inglés y coreano.

Ha sido ganador del Premio Xavier Villaurrutia y finalista del Rómulo Gallegos y del Planeta Casamérica, este último con su novela El dinero del diablo. Su trilogía histórica sobre Zapata, Morelos y Cuauhtémoc y sus novelas sobre Porfirio Díaz, Pobre Patria mía, Pancho Villa, No me dejen morir así, y Lázaro Cárdenas, Tierra Roja, forman ya parte sustancial del renacimiento de la novela histórica mexicana. Recientemente se publicaron sus novelas cortas reunidas con el título de Mar fantasma (Seix Barral), una reedición de En la alcoba de un mundo (Seix Barral), sobre el poeta Xavier Villaurrutia, y la versión definitiva de Paraíso clausurado (Seix Barral), al que la crítica ha calificado como un clásico.

Ahora presenta su libro México. La Novela, publicado por editorial Planeta. Se trata de una novela histórica que pretende condensar cinco siglos de la historia de nuestro país y más concretamente de la Ciudad de México, a partir de cuatro familias que habrían vivido aquí.

¿Cómo se le hace para bajar la historia de bronce al devenir cotidiano del hombre común? Uno está acostumbrado a leer textos históricos con personajes perfectamente malos o perfectamente buenos

Por un lado fue una satisfacción muy grande de investigación ver cómo fue evolucionando la Ciudad, tanto a nivel arquitectónico como en la sensibilidad de la gente. No fue lo mismo ser un mestizo a ser un afrodescendiente en la época de la Colonia, que serlo en el siglo XIX o en el XX, y ver cómo van evolucionando las maneras de convivir y de compaginar de personas de distintas clases sociales y estamentos económicos.

Por eso era muy importante hacer una investigación muy exhaustiva, que duró más o menos tres años y medio, para luego trasladarlo a la vida cotidiana de cuatro familias. Una proveniente del grupo prehispánico, que se apellida Cuautle, a quienes les permiten conservar el apellido porque provienen de la nobleza y porque el padre pinta códices, por lo que ha sido también requerido por los monjes, por los frailes.

Otra familia muy adinerada es la de los Santoveña, también está una familia de panaderos muy tradicional española navarra, los Landeros, y finalmente una familia judía que llega a la ciudad de México después de la liberación de las religiones con Maximiliano en la época de Porfirio Díaz.

Ellos nos sirven para comparar como vivía una ciudad lacustre, en las que, por ejemplo, todas las casas tenían dos entradas: una por tierra y otra por agua. Lo que significaba estar en el siglo XIX y que por el canal de La Viga pasara un barco de vapor como en el Mississippi, donde podían comer comida francesa exquisita.

Esto, a los lectores actuales tal vez les parezca extraño, porque si bien saben que viven en una ciudad lacustre, una ciudad ladeada, una ciudad que se está hundiendo, no hay una conciencia real de lo que significa haber vivido en el agua o saber a qué olía una ciudad en la cual la gente tiraba sus excrementos a la calle dentro del agua.

Veo que no entraste al debate de que si lo que hubo en México fue una Conquista salvaje o un suave encuentro de dos mundos.

No me interesaba, porque siguiendo las últimas investigaciones, incluso arqueológicas, como las de Barbara E. Mundy, en su libro fundamental La muerte de Tenochtitlán, la vida de México, ella demuestra que los primeros 60 o 70 años de vida colonial son muy distintos a los posteriores. Es decir, hubo muchísima convivencia con gobernadores indígenas. Era imposible pensar que un puñado de españoles, incluso los que llegaron después a reforzar a Hernán Cortes, que cuando mucho llegaron a sumar 3 mil, podían someter a un pueblo con gobernadores indígenas, con gobernadores que son lo que ahora llamamos los barrios se llamaban parcialidades. Así estuvieron los primeros cuatro años mientras vivió Cuauhtémoc.

La arqueóloga Barbara E. Mundy ha demostrado que alrededor del Templo Mayor, en una de la calles más importantes, vivieron muchos nobles mexicas y mujeres nobles mexicas casadas con españoles. Si bien no entra en la polémica, se cree que fueron obligadas a casarse con españoles, como mi personaje Manuel Cuautle Marmolejo, que tiene estos primeros hijos mestizos, importantísimos para mi novela.

Ya después de 60 años de Colonia empieza a haber una serie de reformas: se impide que los indígenas se ordenen sacerdotes, cosa que sí ocurría antes, y entonces empieza a haber ya una división mucho más tajante con la llegada de nuevos españoles posteriores a Cortés. Con el primer virrey, Antonio de Mendoza, empiezan a cambiar las realidades pero la idea de que “cayó Tenochtitlán” es la más cómoda para los propios españoles, porque en realidad esta es una ciudad que nunca ha dejado de estar poblada, nunca cayó, siempre ha estado viva, siempre se ha levantado de todos los problemas.

Por eso yo digo que la Ciudad de México es un ave fénix que se levanta de las cenizas una y otra vez: de inundaciones, temblores, pestes, pandemias y la ciudad sigue viva porque sus personajes siguen vivos.

Veo en tu libro un respeto por la ciudad. No hay un momento en que digas pues esta era la ciudad imperial de los aztecas y después se impuso la ciudad colonial y después se echó a perder y se volvió la actual ciudad caótica con humo.

Nunca hay que pensar que un tiempo pasado fue mejor. Esta es una ciudad que ha sido complejísima desde siempre, llena de migraciones internas y externas. A lo largo de la historia ha crecido siempre y ha sido gigantesca. Cuando llegan los españoles ya era una urbe, algunos piensan que de más de un millón de habitantes en toda la zona conurbada. Comparando, Madrid tenía 5 mil habitantes en 1521.

El verdadero personaje de la novela es la Ciudad de México, entonces no sólo es que le tenga respeto a la ciudad, sino que la concibo como un ser vivo, cambiante, contradictorio, complejo. Obviamente la gente que vive en la Ciudad de México, la ama y la odia. Pero la ama tanto que finalmente no se va, a pesar de lo caótico, a pesar del smog, a pesar de que sólo puedes hacer una actividad al día y te tardas 3 horas en el tráfico.

Finalmente es una ciudad muy cosmopolita, que siempre fue muy moderna, con unas obras de ingeniería mexica muy avanzadas, aun antes de que llegaran los españoles, quienes quedaron asombrados. Antes de su llegada, los mexicas eran capaces de cortar el agua del lago de Texcoco con exclusa y permitir la llegada del agua dulce de Chapultepec mediante un gran acueducto que les permitía cosechar en las famosas chinampas desde entonces.

Es una ciudad comercial, es una ciudad pujante, es una ciudad llena de innovaciones y lo es a lo largo de cinco siglos. Entonces sí es para asombrarse, porque no hay otra ciudad en América Latina que tenga esta pujanza permanente, ni Buenos Aires ni Río de Janeiro ni Santiago ni Bogotá.

Ilustración: Daniel Rey

¿Por qué te quedas en 1985, después de eso vinieron tiempos interesantes para la Ciudad, la alternancia política, por ejemplo?

Y será bueno contarlos, pero a mí me pareció que era un buen momento para cerrar e incluso desde el punto de vista de las ruinas. Es una ciudad que empezó en las ruinas de la destrucción española, y que cae en ruinas, de alguna manera, por el terremoto de ese año.

De esa manera mi personaje Cuatle, arqueólogo, podía reflexionar finalmente que lo que importan no son las piedras sino las personas, que son los seres humanos. Todos los que vivimos el terremoto del 85 sabemos que ahí se fraguó, de manera natural, todo lo que hemos vivido después: el nacimiento de la democracia dentro de las instituciones, como el Instituto Federal Electoral, que ahora es el INE; el nacimiento de la incipiente sociedad civil; de la participación activa de los medios de comunicación en la construcción de un país distinto.

Todo eso pasó en 85 porque de alguna manera fue un gran despertar de la ciudadanía de la capital de la República. No del país entero, pero sí de la ciudad de México; de la capacidad de organización de la sociedad que superaba por mucho a la ya añeja corrupción y a las prácticas políticas priistas, al autoritarismo.

Y sí, 85 nos da el 88 del fraude electoral, pero también nos da a Cuauhtémoc Cárdenas, como el primer jefe de la Ciudad de México de la alternancia y a partir de ese momento ha sido una ciudad gobernada por la izquierda. Una ciudad con un perfil muy liberal, donde las libertades civiles están viviendo desde hace muchos años en el futuro, no en el presente.

Hoy en día, por ejemplo, las leyes transgénero de la CdMx son muy superiores a muchas ciudades del mundo. Es decir, vive en el futuro, la ciudad sigue viva sigue pujante y está incluso viviendo un futuro que muchos ciudadanos en otros lugares del mundo ya quisieran poder vivir.

Centras tu relato de los años 70 en la represión sexual, en que la gente homosexual tenía que ocultarse. Yo hubiera escogido otro eje para esa década, como la guerrilla, por ejemplo. ¿Por qué elegiste ese tema?

Sí, claro que hubo una guerrilla urbana importante en la Ciudad de México, pero yo había tocado de alguna manera eso con el capítulo dedicado al año del 68. Me interesaba más bien esta revolución sexual que no tiene nada que ver con la libertad de pareja, sino sobre cómo la ciudad, a nivel autoridad, se había quedado detrás de la sociedad, y cómo ya había una sociedad pujante, esa de la Zona Rosa o de los lugares que yo cuento, que está muy por encima de la redadas, de Uruchurtu y de la represión.

Finalmente va cambiando la sensibilidad completa de la Ciudad de México. Están el famoso Bar Nueve, o el restaurante bar de Ernesto Alonso. Cuento de alguna manera toda esa sensibilidad novedosísima en la que empieza a haber una serie de libertades de vanguardia que pasan obviamente por la libertad sexual.

Estaba muy por encima incluso de la provincia, incluso provincias tan cercanas como la mía, de Puebla, que en los años setentas estaba gobernada y controlada por una iglesia católica añeja, que es la misma de Canoa o del Frente Comunitario Anticomunista. En Guadalajara estaba la ultraderecha de los Tecos, y en Puebla, El Yunque.

En cambio, esta juventud pujante y libre de la Ciudad de México venía a estudiar a la UNAM, a donde llegaban jóvenes del todo el país a estudiar y a formarse, pero que también empiezan a vivir las calles de la ciudad, los bares, la vida nocturna de una manera distinta, lo que desde entonces.

Si se me permite la comparación, aunque sé que es grosera, nosotros vivimos la Movida en México, mucho antes que la española después de la caída de Franco. Éramos mucho más avanzados en la Ciudad de México que en el Madrid post franquista, que tuvo que tardar 10 años con Almodóvar en los ochentas con la Movida.

Supongo que quienes como tú hacen novela histórica se enfrentan a los puristas que dicen que tal cosa es imposible o que eso otro haya pasado, o que no hablaban así. ¿Cómo te has enfrentado a esos señalamientos?

Me cuido de ser muy cuidadoso en la documentación histórica. Sé que la literatura, a diferencia de la historia, maneja un discurso artificial. En una novela como ésta tienes que encontrar un tono lo suficientemente neutro como para contar 500 años. Yo me voy adaptando a ese tono aparentemente neutro en cada pedazo del país, porque no van hablar igual los personajes de la Colonia que los actuales.

Entonces lo que hago en la novela es hacer muchos homenajes. Los lectores muy cuidadosos o muy literarios van a encontrar en mis líneas a los grandes movimientos literarios. Por ejemplo, hay personajes de la ‘Literatura de la Onda’, que no hablan como las personas de los 70, necesariamente, pero, por ejemplo, busqué una amalgama entre Los Caifanes, la película de Juan Ibáñez, con el guión de Fuentes o la Literatura de la Onda.

A finales del siglo 19 mis personajes forman parte del movimiento decadentista y los ateneístas hablan como hablan los personajes de Couto Castillo o de Julio Torres e incluso de Heriberto Frías en Los Triates del Boulevard.

Un poco antes juego mucho con ese género, porque es pseudonómico por naturaleza, que inventaron Riva Palacio y Prieto. Ellos fueron los primeros que leyeron los archivos inquisitoriales. Con esas historias empezaron a contar Martin Garatuza, Sara Virgen, todas estas novelas coloniales de capa y espada a las que les hago también un homenaje

Hago una novela colonial con la famosa escena de la supuesta estrangulación de la Marcáida, la esposa de Cortés, que llega de Cuba y eso le va dando mucha dinámica lingüística a la novela, sin que se pierda tono, por un lado narrativo en tercera persona neutro.

Busco también que una novela de este tipo sea muy hospitalaria para quien la lea, que no encuentre el rebuscamiento lingüístico de esa época y diga ‘Dios mío, no puedo seguir leyendo esto porque necesito un diccionario para entender el español del XVI o del XVII’.

¿Crees que textos como el tuyo puedan ayudar a que se entienda mejor la historia de México?

Por supuesto. De hecho yo he tenido la oportunidad a lo largo de estos años de participar en muchos clubs de lectura y precisamente de Historia, de nivel preparatoria. Se les dan a leer las novelas junto con su reflexión histórica. Y se tiene ahí a un grupo de jóvenes que a lo mejor odiarían la historia y de pronto dicen ‘¡Ah caray!, Zapata es una persona, también sufre, también llora, también ama, y me interesa ese lado como lector’.

Me ha pasado muchas veces que asistiendo a ferias de libro, a círculos de lectura, se acercan lectores muy jóvenes que me dan las gracias que en mis libros, que al final son novelas históricas, siempre pongo una bibliografía, que se siguen leyendo y resulta que luego son amantes de un grupo de análisis de la Revolución mexicana y de los héroes revolucionarios.

No hay mejor elogio para un novelista histórico que un libro tuyo le abra los ojos al lector y le deje el gusanito histórico y que quiera seguir leyendo y que quiera seguir la literatura de la historia, en particular de la historia de México, que es una historia que todavía tiene muchos problemas que resolver.

Yo creo que los novelistas históricos, en buena medida, los buenos, escriben desde el presente y hacen preguntas de pendientes que no se han resuelto y que nadie ha podido resolver, y ése es el presente que me interesa en la perfección histórica.

Nacido en Puebla en 1966, el escritor Pedro Ángel Palou ha sido vendedor de ropa, árbitro de futbol, chef, funcionario público, administrador de educación superior y conductor de televisión. Actualmente vive cerca de Boston. Escribe y enseña literatura de tiempo completo en Tufts University, donde es jefe del Departamento de Lenguas Romances. Forma parte del Sistema Nacional de Creadores. Sus obras gozan de gran éxito entre los lectores y la crítica y se han traducido al francés, italiano, portugués, inglés y coreano.

Ha sido ganador del Premio Xavier Villaurrutia y finalista del Rómulo Gallegos y del Planeta Casamérica, este último con su novela El dinero del diablo. Su trilogía histórica sobre Zapata, Morelos y Cuauhtémoc y sus novelas sobre Porfirio Díaz, Pobre Patria mía, Pancho Villa, No me dejen morir así, y Lázaro Cárdenas, Tierra Roja, forman ya parte sustancial del renacimiento de la novela histórica mexicana. Recientemente se publicaron sus novelas cortas reunidas con el título de Mar fantasma (Seix Barral), una reedición de En la alcoba de un mundo (Seix Barral), sobre el poeta Xavier Villaurrutia, y la versión definitiva de Paraíso clausurado (Seix Barral), al que la crítica ha calificado como un clásico.

Ahora presenta su libro México. La Novela, publicado por editorial Planeta. Se trata de una novela histórica que pretende condensar cinco siglos de la historia de nuestro país y más concretamente de la Ciudad de México, a partir de cuatro familias que habrían vivido aquí.

¿Cómo se le hace para bajar la historia de bronce al devenir cotidiano del hombre común? Uno está acostumbrado a leer textos históricos con personajes perfectamente malos o perfectamente buenos

Por un lado fue una satisfacción muy grande de investigación ver cómo fue evolucionando la Ciudad, tanto a nivel arquitectónico como en la sensibilidad de la gente. No fue lo mismo ser un mestizo a ser un afrodescendiente en la época de la Colonia, que serlo en el siglo XIX o en el XX, y ver cómo van evolucionando las maneras de convivir y de compaginar de personas de distintas clases sociales y estamentos económicos.

Por eso era muy importante hacer una investigación muy exhaustiva, que duró más o menos tres años y medio, para luego trasladarlo a la vida cotidiana de cuatro familias. Una proveniente del grupo prehispánico, que se apellida Cuautle, a quienes les permiten conservar el apellido porque provienen de la nobleza y porque el padre pinta códices, por lo que ha sido también requerido por los monjes, por los frailes.

Otra familia muy adinerada es la de los Santoveña, también está una familia de panaderos muy tradicional española navarra, los Landeros, y finalmente una familia judía que llega a la ciudad de México después de la liberación de las religiones con Maximiliano en la época de Porfirio Díaz.

Ellos nos sirven para comparar como vivía una ciudad lacustre, en las que, por ejemplo, todas las casas tenían dos entradas: una por tierra y otra por agua. Lo que significaba estar en el siglo XIX y que por el canal de La Viga pasara un barco de vapor como en el Mississippi, donde podían comer comida francesa exquisita.

Esto, a los lectores actuales tal vez les parezca extraño, porque si bien saben que viven en una ciudad lacustre, una ciudad ladeada, una ciudad que se está hundiendo, no hay una conciencia real de lo que significa haber vivido en el agua o saber a qué olía una ciudad en la cual la gente tiraba sus excrementos a la calle dentro del agua.

Veo que no entraste al debate de que si lo que hubo en México fue una Conquista salvaje o un suave encuentro de dos mundos.

No me interesaba, porque siguiendo las últimas investigaciones, incluso arqueológicas, como las de Barbara E. Mundy, en su libro fundamental La muerte de Tenochtitlán, la vida de México, ella demuestra que los primeros 60 o 70 años de vida colonial son muy distintos a los posteriores. Es decir, hubo muchísima convivencia con gobernadores indígenas. Era imposible pensar que un puñado de españoles, incluso los que llegaron después a reforzar a Hernán Cortes, que cuando mucho llegaron a sumar 3 mil, podían someter a un pueblo con gobernadores indígenas, con gobernadores que son lo que ahora llamamos los barrios se llamaban parcialidades. Así estuvieron los primeros cuatro años mientras vivió Cuauhtémoc.

La arqueóloga Barbara E. Mundy ha demostrado que alrededor del Templo Mayor, en una de la calles más importantes, vivieron muchos nobles mexicas y mujeres nobles mexicas casadas con españoles. Si bien no entra en la polémica, se cree que fueron obligadas a casarse con españoles, como mi personaje Manuel Cuautle Marmolejo, que tiene estos primeros hijos mestizos, importantísimos para mi novela.

Ya después de 60 años de Colonia empieza a haber una serie de reformas: se impide que los indígenas se ordenen sacerdotes, cosa que sí ocurría antes, y entonces empieza a haber ya una división mucho más tajante con la llegada de nuevos españoles posteriores a Cortés. Con el primer virrey, Antonio de Mendoza, empiezan a cambiar las realidades pero la idea de que “cayó Tenochtitlán” es la más cómoda para los propios españoles, porque en realidad esta es una ciudad que nunca ha dejado de estar poblada, nunca cayó, siempre ha estado viva, siempre se ha levantado de todos los problemas.

Por eso yo digo que la Ciudad de México es un ave fénix que se levanta de las cenizas una y otra vez: de inundaciones, temblores, pestes, pandemias y la ciudad sigue viva porque sus personajes siguen vivos.

Veo en tu libro un respeto por la ciudad. No hay un momento en que digas pues esta era la ciudad imperial de los aztecas y después se impuso la ciudad colonial y después se echó a perder y se volvió la actual ciudad caótica con humo.

Nunca hay que pensar que un tiempo pasado fue mejor. Esta es una ciudad que ha sido complejísima desde siempre, llena de migraciones internas y externas. A lo largo de la historia ha crecido siempre y ha sido gigantesca. Cuando llegan los españoles ya era una urbe, algunos piensan que de más de un millón de habitantes en toda la zona conurbada. Comparando, Madrid tenía 5 mil habitantes en 1521.

El verdadero personaje de la novela es la Ciudad de México, entonces no sólo es que le tenga respeto a la ciudad, sino que la concibo como un ser vivo, cambiante, contradictorio, complejo. Obviamente la gente que vive en la Ciudad de México, la ama y la odia. Pero la ama tanto que finalmente no se va, a pesar de lo caótico, a pesar del smog, a pesar de que sólo puedes hacer una actividad al día y te tardas 3 horas en el tráfico.

Finalmente es una ciudad muy cosmopolita, que siempre fue muy moderna, con unas obras de ingeniería mexica muy avanzadas, aun antes de que llegaran los españoles, quienes quedaron asombrados. Antes de su llegada, los mexicas eran capaces de cortar el agua del lago de Texcoco con exclusa y permitir la llegada del agua dulce de Chapultepec mediante un gran acueducto que les permitía cosechar en las famosas chinampas desde entonces.

Es una ciudad comercial, es una ciudad pujante, es una ciudad llena de innovaciones y lo es a lo largo de cinco siglos. Entonces sí es para asombrarse, porque no hay otra ciudad en América Latina que tenga esta pujanza permanente, ni Buenos Aires ni Río de Janeiro ni Santiago ni Bogotá.

Ilustración: Daniel Rey

¿Por qué te quedas en 1985, después de eso vinieron tiempos interesantes para la Ciudad, la alternancia política, por ejemplo?

Y será bueno contarlos, pero a mí me pareció que era un buen momento para cerrar e incluso desde el punto de vista de las ruinas. Es una ciudad que empezó en las ruinas de la destrucción española, y que cae en ruinas, de alguna manera, por el terremoto de ese año.

De esa manera mi personaje Cuatle, arqueólogo, podía reflexionar finalmente que lo que importan no son las piedras sino las personas, que son los seres humanos. Todos los que vivimos el terremoto del 85 sabemos que ahí se fraguó, de manera natural, todo lo que hemos vivido después: el nacimiento de la democracia dentro de las instituciones, como el Instituto Federal Electoral, que ahora es el INE; el nacimiento de la incipiente sociedad civil; de la participación activa de los medios de comunicación en la construcción de un país distinto.

Todo eso pasó en 85 porque de alguna manera fue un gran despertar de la ciudadanía de la capital de la República. No del país entero, pero sí de la ciudad de México; de la capacidad de organización de la sociedad que superaba por mucho a la ya añeja corrupción y a las prácticas políticas priistas, al autoritarismo.

Y sí, 85 nos da el 88 del fraude electoral, pero también nos da a Cuauhtémoc Cárdenas, como el primer jefe de la Ciudad de México de la alternancia y a partir de ese momento ha sido una ciudad gobernada por la izquierda. Una ciudad con un perfil muy liberal, donde las libertades civiles están viviendo desde hace muchos años en el futuro, no en el presente.

Hoy en día, por ejemplo, las leyes transgénero de la CdMx son muy superiores a muchas ciudades del mundo. Es decir, vive en el futuro, la ciudad sigue viva sigue pujante y está incluso viviendo un futuro que muchos ciudadanos en otros lugares del mundo ya quisieran poder vivir.

Centras tu relato de los años 70 en la represión sexual, en que la gente homosexual tenía que ocultarse. Yo hubiera escogido otro eje para esa década, como la guerrilla, por ejemplo. ¿Por qué elegiste ese tema?

Sí, claro que hubo una guerrilla urbana importante en la Ciudad de México, pero yo había tocado de alguna manera eso con el capítulo dedicado al año del 68. Me interesaba más bien esta revolución sexual que no tiene nada que ver con la libertad de pareja, sino sobre cómo la ciudad, a nivel autoridad, se había quedado detrás de la sociedad, y cómo ya había una sociedad pujante, esa de la Zona Rosa o de los lugares que yo cuento, que está muy por encima de la redadas, de Uruchurtu y de la represión.

Finalmente va cambiando la sensibilidad completa de la Ciudad de México. Están el famoso Bar Nueve, o el restaurante bar de Ernesto Alonso. Cuento de alguna manera toda esa sensibilidad novedosísima en la que empieza a haber una serie de libertades de vanguardia que pasan obviamente por la libertad sexual.

Estaba muy por encima incluso de la provincia, incluso provincias tan cercanas como la mía, de Puebla, que en los años setentas estaba gobernada y controlada por una iglesia católica añeja, que es la misma de Canoa o del Frente Comunitario Anticomunista. En Guadalajara estaba la ultraderecha de los Tecos, y en Puebla, El Yunque.

En cambio, esta juventud pujante y libre de la Ciudad de México venía a estudiar a la UNAM, a donde llegaban jóvenes del todo el país a estudiar y a formarse, pero que también empiezan a vivir las calles de la ciudad, los bares, la vida nocturna de una manera distinta, lo que desde entonces.

Si se me permite la comparación, aunque sé que es grosera, nosotros vivimos la Movida en México, mucho antes que la española después de la caída de Franco. Éramos mucho más avanzados en la Ciudad de México que en el Madrid post franquista, que tuvo que tardar 10 años con Almodóvar en los ochentas con la Movida.

Supongo que quienes como tú hacen novela histórica se enfrentan a los puristas que dicen que tal cosa es imposible o que eso otro haya pasado, o que no hablaban así. ¿Cómo te has enfrentado a esos señalamientos?

Me cuido de ser muy cuidadoso en la documentación histórica. Sé que la literatura, a diferencia de la historia, maneja un discurso artificial. En una novela como ésta tienes que encontrar un tono lo suficientemente neutro como para contar 500 años. Yo me voy adaptando a ese tono aparentemente neutro en cada pedazo del país, porque no van hablar igual los personajes de la Colonia que los actuales.

Entonces lo que hago en la novela es hacer muchos homenajes. Los lectores muy cuidadosos o muy literarios van a encontrar en mis líneas a los grandes movimientos literarios. Por ejemplo, hay personajes de la ‘Literatura de la Onda’, que no hablan como las personas de los 70, necesariamente, pero, por ejemplo, busqué una amalgama entre Los Caifanes, la película de Juan Ibáñez, con el guión de Fuentes o la Literatura de la Onda.

A finales del siglo 19 mis personajes forman parte del movimiento decadentista y los ateneístas hablan como hablan los personajes de Couto Castillo o de Julio Torres e incluso de Heriberto Frías en Los Triates del Boulevard.

Un poco antes juego mucho con ese género, porque es pseudonómico por naturaleza, que inventaron Riva Palacio y Prieto. Ellos fueron los primeros que leyeron los archivos inquisitoriales. Con esas historias empezaron a contar Martin Garatuza, Sara Virgen, todas estas novelas coloniales de capa y espada a las que les hago también un homenaje

Hago una novela colonial con la famosa escena de la supuesta estrangulación de la Marcáida, la esposa de Cortés, que llega de Cuba y eso le va dando mucha dinámica lingüística a la novela, sin que se pierda tono, por un lado narrativo en tercera persona neutro.

Busco también que una novela de este tipo sea muy hospitalaria para quien la lea, que no encuentre el rebuscamiento lingüístico de esa época y diga ‘Dios mío, no puedo seguir leyendo esto porque necesito un diccionario para entender el español del XVI o del XVII’.

¿Crees que textos como el tuyo puedan ayudar a que se entienda mejor la historia de México?

Por supuesto. De hecho yo he tenido la oportunidad a lo largo de estos años de participar en muchos clubs de lectura y precisamente de Historia, de nivel preparatoria. Se les dan a leer las novelas junto con su reflexión histórica. Y se tiene ahí a un grupo de jóvenes que a lo mejor odiarían la historia y de pronto dicen ‘¡Ah caray!, Zapata es una persona, también sufre, también llora, también ama, y me interesa ese lado como lector’.

Me ha pasado muchas veces que asistiendo a ferias de libro, a círculos de lectura, se acercan lectores muy jóvenes que me dan las gracias que en mis libros, que al final son novelas históricas, siempre pongo una bibliografía, que se siguen leyendo y resulta que luego son amantes de un grupo de análisis de la Revolución mexicana y de los héroes revolucionarios.

No hay mejor elogio para un novelista histórico que un libro tuyo le abra los ojos al lector y le deje el gusanito histórico y que quiera seguir leyendo y que quiera seguir la literatura de la historia, en particular de la historia de México, que es una historia que todavía tiene muchos problemas que resolver.

Yo creo que los novelistas históricos, en buena medida, los buenos, escriben desde el presente y hacen preguntas de pendientes que no se han resuelto y que nadie ha podido resolver, y ése es el presente que me interesa en la perfección histórica.

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