/ sábado 21 de abril de 2018

Mankell y Wallander: memoria sin olvido | Hojas de papel volando

“En lugar de prepararme para lo que me espera al día siguiente, me pongo a pensar en cuál ha sido el instante de mi vida en el que he sentido la mayor alegría.

“¿Existe un instante así? ¿O es imposible decidirse por uno? El nacimiento de un hijo, el alivio cuando se pasa un dolor intenso, un ataque del que salgo ileso, la sensación de que el trabajo con un libro ha superado las expectativas… Enseguida me doy cuenta de que es absurdo. Los instantes no pueden compararse ni clasificarse. Una alegría no se parece a las otras

“Pero, ante todo, vivo con la esperanza de nuevos instantes de paz. En los que nadie me arrebata la alegría de crear o de contemplar las creaciones de otros

“Instantes que vendrán. Que tienen que venir, si es que la vida ha de tener algún valor para mí”

Arenas movedizas

Henning Mankell



Así concluía su vida y su obra el escritor que nos regaló a uno de los personajes más queridos de la literatura negra mundial; al triste, solitario, melancólico, sagaz y abandonado a sí mismo Kurt Wallander.

Son doce tomos que uno lee con intensidad y se releen con el mismo interés del primer momento porque el secreto se esconde en cada una de sus páginas, a las que hay que desmenuzar porque Wallander pide ahí nuestra compañía y no es bueno dejar solos a quienes se quiere.

El 16 de diciembre de 2013, Henning Mankell manejaba su automóvil en una carretera. Al intentar rebasar a un camión pesado su carro rodó sobre aceite derramado. Derrapó y chocó. El vehículo quedó hecho añicos. Él salió ileso.

Unos días después, ya en Antibes, comenzó a sentir un fuerte dolor en el cuello. Pensó que era tortícolis. No obstante su esposa, Eva, la hija del director sueco de cine Ingmar Bergman, lo convenció de ir al médico. En la revisión le fue detectado un tumor en el pulmón izquierdo: era cáncer, con metástasis en la nuca. La noticia la recibió el 8 de enero de 2014.

Pronto Mankell tomó conciencia de la gravedad de la enfermedad. Luego diría que aquella noticia lo sumió en una profunda depresión que duró diez días en los que no quería alimentos ni quería hablar, apenas dormía.

Se sometió a los tratamientos. Se disciplinó al tiempo que buscó la forma de desahogar esa nueva experiencia, pero, ¿en dónde encontrar la respuesta?

En el pasado. Como aquella mañana de 1957, cuando apenas tenía nueve años e hizo el gran descubrimiento, su gran verdad y el secreto que marcaría toda su vida: “Yo soy yo y ningún otro. Yo soy yo. No pueden sustituirme por nadie…” Entonces –diría muchos años después-- la vida comenzó a volverse una cosa sería.

“Ignoro cuánto tiempo me quedé así, en medio de aquel frío y en aquella oscuridad, con aquella certeza tan desconcertante. Lo único que recuerdo es que llegué tarde a la escuela (…) Luego me senté en mi pupitre. Miré alrededor. Nadie había descubierto el gran secreto que yo llevaba tan dentro desde aquella mañana de 1957.”

Henning Mankell nació en Estocolmo, Suecia en 1948. Su padre fue un abogado que dejó aquella ciudad para trasladarse como juez en Sveg, una pequeña comunidad de frente al mar Báltico, que es donde sucede la vida de su personaje Wallander con el nombre de Ystad.

Su madre fue Ingrid, una mujer que abandonó a su esposo y a sus hijos. Henning tenía apenas un año y la conoció hasta los quince. En sus memorias se reconcilia: “Acaso hoy la puedo comprender un poco, se dio cuenta de que esa no era su vida. Quería ser libre y tuvo el coraje para hacerlo”.

Su padre, con tres hijos pequeños, se estableció en Sveg. Se instalaron para vivir en los tribunales en donde habilitaron una casa para el juez y su familia. Ahí Mankell aprendió a leer con su abuela: “No tengo recuerdos de haber pensado en hacer otra cosa que contar historias. No sabía qué era un escritor, pero sabía qué era contar una historia y hacer que la gente la escuchara”.

A los 15 años Henning decidió dejar la escuela. Lo habló con su padre y éste le apoyó. Luego, siguiendo el ejemplo de Joseph Conrad, a los 16 años salió de Sveg para enrolarse en un barco como mozo, así llegó a París. Ya de 19 años regresó a Suecia y se instala en Estocolmo para ganarse la vida en trabajitos.

En una de esas es auxiliar de tramoyista y es cuando escribe su primera obra, una pieza de teatro llamada Feria Popular, con la que arranca su carrera como escritor al que le interesaba lo mismo el teatro como la narrativa. De ahí en adelante adquirió un gran prestigio como escritor, pero también como un hombre preocupado por los asuntos de la política.

Es en 1991 cuando Mankell publica el primer tomo sobre un policía-investigador cuyo nombre obtuvo del directorio telefónico: Wallander.

Kurt Wallander es un personaje que tiene mucho de Mankell: preocupado por los cambios que no entiende bien a bien, aunque se asume en ellos; solitario casi siempre.

Es un policía al que su padre le reprocha siempre haber decidido ser policía y con el que mantiene una relación de afecto-confrontación. Un padre que es pintor y que lo único que produce durante toda su vida es el mismo paisaje en infinidad de cuadros, con la variante, de tiempo en tiempo, de urogallos –un ave– en algunas de las obras que vende a precio bajo.

Es un policía reflexivo. Casi siempre dialogando consigo. Con dificultades para relacionarse con los demás, por lo que es excluido. No consiguió mantener su propio matrimonio, del que nació su hija Linda, a la que adora y de la que se detiene en las caídas.

Su solución en días de descanso es caminar por el muelle de Ystad, comer algún bocadillo en cualquier lugar del puerto frío y solitario, en una mesa asimismo en solitario, un buen whisky y luego escuchar música clásica mientras lee, porque es un lector voraz.

Wallander vive solo en un lugar solitario y a quien todos reconocen lo mismo por su inteligencia como por su sagacidad y disposición al peligro. Siempre sale de los casos con el dolor en el alma porque incorpora a su vida las tragedias humanas; las de ver el dolor ajeno y el saber que poco puede hacer para cambiar la naturaleza del hombre cuando se convierte en enemigo de sí.

Son doce tomos de la saga Wallander. Infaltables para quienes buscan penetrar no sólo en la experiencia policiaca, como también en la vida de un hombre como cada uno de nosotros.

Ahí está, también, la Suecia infalible a la vez que descarnada, y contradictoria. Enemiga de la migración. Escurridiza en los grandes conflictos del mundo. Con altos niveles de vida, pero al mismo tiempo con grandes contradicciones políticas, sociales y humanas.

Mankell era un hombre de izquierda que desliza en su obra sus grandes preocupaciones. Sobre todo en Wallander, con por lo menos 40 millones de lectores. En cada tomo hay una doble vía de recorrido: los misterios criminales y la presencia de Kurt Wallander: dos ámbitos diferentes pero que están siempre juntos.

El autor fue un activo participante para alertar al mundo sobre las minas terrestres que son sembradas y que aún permanecen en zonas de conflicto. Fue un gran defensor de la causa Palestina. Escribe Gabriela Esquivada: “En 2010, se le dio por muerto durante unas horas, cuando las tropas israelíes abordaron la embarcación de ayuda que iba de camino a Gaza, donde él se encontraba. Sólo fue detenido”.

Y él mismo relataba: “Viví tan cerca y trabajé tanto contra el apartheid en Sudáfrica, y estuve tan feliz de verlo desaparecer. Y de pronto, veo un nuevo apartheid que crece en Israel”.

Y aquí otro de sus grandes intereses: Mankell se comenzó a apasionar por África desde los 20 años. Al principio se orientó hacia Guinea-Bissau, luego pasó a Zambia y finalmente se quedó a vivir la mitad del año en Mozambique y la otra mitad en Suecia.

Luego de la independencia de Mozambique de Portugal, Mankell llegó a Maputo en donde la directora del Teatro Avenida le invitó a dirigirlo. Así que se instaló en un pequeño departamento para seguir la vida ahí. “Al principio llegué cuando la gente andaba sin zapatos, ahora ya usa zapatos”, dijo.

Con más de cuarenta obras, el autor sueco se consolidó como uno de los escritores más populares de su país. Novela, cuento, teatro, con esta sola aportación literaria bastaría para ser un autor indispensable, pero está en su camino la serie Wallander, en la que se prueba que la novela negra también puede ser arte, como es este caso.

Así que cada vez que uno concluye uno de sus tomos, quiere regresar para estar y seguir con Kurt, para no dejarlo solo, porque a fin de cuentas es un hombre sagaz, inteligente, siempre atento a los detalles mínimos de sus investigaciones que resuelve a pesar de la incompetencia del sistema judicial y policial de Suecia, porque a pesar de todo eso es un hombre vulnerable e imperfecto.

Es un policía triste e introspectivo capaz de tomarse una botella de whisky en solitario y que está en La pirámide, en El retorno del profesor de baile, La leona blanca, Huesos en el jardín, El hombre inquieto y más. Concluye Mankell con Arenas movedizas, la más personal porque ya enfermo y condenado a morir pronto, relata la tragedia de su enfermedad y la despedida en 2015.

Y como Wallander, quien, al final, víctima de Alzheimer se despide:

“La sombra se había acentuado. Y muy despacio, Kurt Wallander fue desapareciendo en una oscuridad que, unos años después, lo sumió en ese universo de vacío que llamamos Alzheimer. Y después nada (…) Los años que le quedan por vivir, diez o quizás algunos más, le pertenecen a él, a él, y a Linda, a él y a Klara. Y a nadie más”

“Yo soy yo y ningún otro. Yo soy yo. No pueden sustituirme por nadie…”

Como siempre, el arte nos redime, y el arte nos dice que la vida es cosa seria… Ahora vamos a caminar un poco por los parajes solitarios, interminables bosques fríos y húmedos de Ystad, con Kurt Wallander, quien tiene mucho que decirnos, en silencio.


jhsantiago@prodigy.net.mx

“En lugar de prepararme para lo que me espera al día siguiente, me pongo a pensar en cuál ha sido el instante de mi vida en el que he sentido la mayor alegría.

“¿Existe un instante así? ¿O es imposible decidirse por uno? El nacimiento de un hijo, el alivio cuando se pasa un dolor intenso, un ataque del que salgo ileso, la sensación de que el trabajo con un libro ha superado las expectativas… Enseguida me doy cuenta de que es absurdo. Los instantes no pueden compararse ni clasificarse. Una alegría no se parece a las otras

“Pero, ante todo, vivo con la esperanza de nuevos instantes de paz. En los que nadie me arrebata la alegría de crear o de contemplar las creaciones de otros

“Instantes que vendrán. Que tienen que venir, si es que la vida ha de tener algún valor para mí”

Arenas movedizas

Henning Mankell



Así concluía su vida y su obra el escritor que nos regaló a uno de los personajes más queridos de la literatura negra mundial; al triste, solitario, melancólico, sagaz y abandonado a sí mismo Kurt Wallander.

Son doce tomos que uno lee con intensidad y se releen con el mismo interés del primer momento porque el secreto se esconde en cada una de sus páginas, a las que hay que desmenuzar porque Wallander pide ahí nuestra compañía y no es bueno dejar solos a quienes se quiere.

El 16 de diciembre de 2013, Henning Mankell manejaba su automóvil en una carretera. Al intentar rebasar a un camión pesado su carro rodó sobre aceite derramado. Derrapó y chocó. El vehículo quedó hecho añicos. Él salió ileso.

Unos días después, ya en Antibes, comenzó a sentir un fuerte dolor en el cuello. Pensó que era tortícolis. No obstante su esposa, Eva, la hija del director sueco de cine Ingmar Bergman, lo convenció de ir al médico. En la revisión le fue detectado un tumor en el pulmón izquierdo: era cáncer, con metástasis en la nuca. La noticia la recibió el 8 de enero de 2014.

Pronto Mankell tomó conciencia de la gravedad de la enfermedad. Luego diría que aquella noticia lo sumió en una profunda depresión que duró diez días en los que no quería alimentos ni quería hablar, apenas dormía.

Se sometió a los tratamientos. Se disciplinó al tiempo que buscó la forma de desahogar esa nueva experiencia, pero, ¿en dónde encontrar la respuesta?

En el pasado. Como aquella mañana de 1957, cuando apenas tenía nueve años e hizo el gran descubrimiento, su gran verdad y el secreto que marcaría toda su vida: “Yo soy yo y ningún otro. Yo soy yo. No pueden sustituirme por nadie…” Entonces –diría muchos años después-- la vida comenzó a volverse una cosa sería.

“Ignoro cuánto tiempo me quedé así, en medio de aquel frío y en aquella oscuridad, con aquella certeza tan desconcertante. Lo único que recuerdo es que llegué tarde a la escuela (…) Luego me senté en mi pupitre. Miré alrededor. Nadie había descubierto el gran secreto que yo llevaba tan dentro desde aquella mañana de 1957.”

Henning Mankell nació en Estocolmo, Suecia en 1948. Su padre fue un abogado que dejó aquella ciudad para trasladarse como juez en Sveg, una pequeña comunidad de frente al mar Báltico, que es donde sucede la vida de su personaje Wallander con el nombre de Ystad.

Su madre fue Ingrid, una mujer que abandonó a su esposo y a sus hijos. Henning tenía apenas un año y la conoció hasta los quince. En sus memorias se reconcilia: “Acaso hoy la puedo comprender un poco, se dio cuenta de que esa no era su vida. Quería ser libre y tuvo el coraje para hacerlo”.

Su padre, con tres hijos pequeños, se estableció en Sveg. Se instalaron para vivir en los tribunales en donde habilitaron una casa para el juez y su familia. Ahí Mankell aprendió a leer con su abuela: “No tengo recuerdos de haber pensado en hacer otra cosa que contar historias. No sabía qué era un escritor, pero sabía qué era contar una historia y hacer que la gente la escuchara”.

A los 15 años Henning decidió dejar la escuela. Lo habló con su padre y éste le apoyó. Luego, siguiendo el ejemplo de Joseph Conrad, a los 16 años salió de Sveg para enrolarse en un barco como mozo, así llegó a París. Ya de 19 años regresó a Suecia y se instala en Estocolmo para ganarse la vida en trabajitos.

En una de esas es auxiliar de tramoyista y es cuando escribe su primera obra, una pieza de teatro llamada Feria Popular, con la que arranca su carrera como escritor al que le interesaba lo mismo el teatro como la narrativa. De ahí en adelante adquirió un gran prestigio como escritor, pero también como un hombre preocupado por los asuntos de la política.

Es en 1991 cuando Mankell publica el primer tomo sobre un policía-investigador cuyo nombre obtuvo del directorio telefónico: Wallander.

Kurt Wallander es un personaje que tiene mucho de Mankell: preocupado por los cambios que no entiende bien a bien, aunque se asume en ellos; solitario casi siempre.

Es un policía al que su padre le reprocha siempre haber decidido ser policía y con el que mantiene una relación de afecto-confrontación. Un padre que es pintor y que lo único que produce durante toda su vida es el mismo paisaje en infinidad de cuadros, con la variante, de tiempo en tiempo, de urogallos –un ave– en algunas de las obras que vende a precio bajo.

Es un policía reflexivo. Casi siempre dialogando consigo. Con dificultades para relacionarse con los demás, por lo que es excluido. No consiguió mantener su propio matrimonio, del que nació su hija Linda, a la que adora y de la que se detiene en las caídas.

Su solución en días de descanso es caminar por el muelle de Ystad, comer algún bocadillo en cualquier lugar del puerto frío y solitario, en una mesa asimismo en solitario, un buen whisky y luego escuchar música clásica mientras lee, porque es un lector voraz.

Wallander vive solo en un lugar solitario y a quien todos reconocen lo mismo por su inteligencia como por su sagacidad y disposición al peligro. Siempre sale de los casos con el dolor en el alma porque incorpora a su vida las tragedias humanas; las de ver el dolor ajeno y el saber que poco puede hacer para cambiar la naturaleza del hombre cuando se convierte en enemigo de sí.

Son doce tomos de la saga Wallander. Infaltables para quienes buscan penetrar no sólo en la experiencia policiaca, como también en la vida de un hombre como cada uno de nosotros.

Ahí está, también, la Suecia infalible a la vez que descarnada, y contradictoria. Enemiga de la migración. Escurridiza en los grandes conflictos del mundo. Con altos niveles de vida, pero al mismo tiempo con grandes contradicciones políticas, sociales y humanas.

Mankell era un hombre de izquierda que desliza en su obra sus grandes preocupaciones. Sobre todo en Wallander, con por lo menos 40 millones de lectores. En cada tomo hay una doble vía de recorrido: los misterios criminales y la presencia de Kurt Wallander: dos ámbitos diferentes pero que están siempre juntos.

El autor fue un activo participante para alertar al mundo sobre las minas terrestres que son sembradas y que aún permanecen en zonas de conflicto. Fue un gran defensor de la causa Palestina. Escribe Gabriela Esquivada: “En 2010, se le dio por muerto durante unas horas, cuando las tropas israelíes abordaron la embarcación de ayuda que iba de camino a Gaza, donde él se encontraba. Sólo fue detenido”.

Y él mismo relataba: “Viví tan cerca y trabajé tanto contra el apartheid en Sudáfrica, y estuve tan feliz de verlo desaparecer. Y de pronto, veo un nuevo apartheid que crece en Israel”.

Y aquí otro de sus grandes intereses: Mankell se comenzó a apasionar por África desde los 20 años. Al principio se orientó hacia Guinea-Bissau, luego pasó a Zambia y finalmente se quedó a vivir la mitad del año en Mozambique y la otra mitad en Suecia.

Luego de la independencia de Mozambique de Portugal, Mankell llegó a Maputo en donde la directora del Teatro Avenida le invitó a dirigirlo. Así que se instaló en un pequeño departamento para seguir la vida ahí. “Al principio llegué cuando la gente andaba sin zapatos, ahora ya usa zapatos”, dijo.

Con más de cuarenta obras, el autor sueco se consolidó como uno de los escritores más populares de su país. Novela, cuento, teatro, con esta sola aportación literaria bastaría para ser un autor indispensable, pero está en su camino la serie Wallander, en la que se prueba que la novela negra también puede ser arte, como es este caso.

Así que cada vez que uno concluye uno de sus tomos, quiere regresar para estar y seguir con Kurt, para no dejarlo solo, porque a fin de cuentas es un hombre sagaz, inteligente, siempre atento a los detalles mínimos de sus investigaciones que resuelve a pesar de la incompetencia del sistema judicial y policial de Suecia, porque a pesar de todo eso es un hombre vulnerable e imperfecto.

Es un policía triste e introspectivo capaz de tomarse una botella de whisky en solitario y que está en La pirámide, en El retorno del profesor de baile, La leona blanca, Huesos en el jardín, El hombre inquieto y más. Concluye Mankell con Arenas movedizas, la más personal porque ya enfermo y condenado a morir pronto, relata la tragedia de su enfermedad y la despedida en 2015.

Y como Wallander, quien, al final, víctima de Alzheimer se despide:

“La sombra se había acentuado. Y muy despacio, Kurt Wallander fue desapareciendo en una oscuridad que, unos años después, lo sumió en ese universo de vacío que llamamos Alzheimer. Y después nada (…) Los años que le quedan por vivir, diez o quizás algunos más, le pertenecen a él, a él, y a Linda, a él y a Klara. Y a nadie más”

“Yo soy yo y ningún otro. Yo soy yo. No pueden sustituirme por nadie…”

Como siempre, el arte nos redime, y el arte nos dice que la vida es cosa seria… Ahora vamos a caminar un poco por los parajes solitarios, interminables bosques fríos y húmedos de Ystad, con Kurt Wallander, quien tiene mucho que decirnos, en silencio.


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