/ viernes 24 de abril de 2020

Medicina y Arte | Ceras y caldos de cultivo

No todos los inventos se dieron después de una afanosa investigación, de hecho hubo algunos que fueron completamente circunstanciales, tal es el caso de los guantes quirúrgicos.

La vida imita al arte mucho más que el arte imita a la vida.

O. Wilde

Hace mas de un siglo que el Arte y la Ciencia fueron separadas y comprendidas como áreas de conocimiento ajenas, disciplinas que poco e inclusive nada tenían en común, esta problemática de fronteras y divisiones taxonómicas de los saberes y las prácticas ha devenido en una discusión muy nutrida: libros, seminarios, congresos, etc. Sin embargo, ambas, tanto la Ciencia como el Arte, comparten el corazón de su disciplina y este corazón es la mirada, la mirada que se fija en un fenómeno y que como consecuencia de ese proceso de observación detenida, revela lo que está oculto para la mayoría.

Dado lo anterior, en esta ocasión ponemos en diálogo algunas obras distantes en tiempo y en espacio, obras creadas con intencionalidades e intereses distintos, obras que se consumen de modo completamente diferente por el mote que las clasifica: lo científico y lo artístico. Es en este pequeño ejercicio, que descubriremos cómo es que éstas, tal y como se dijo anteriormente, comparten el corazón, y son motivadas por la mirada. Este corpus de imágenes es de dos corrientes formales completamente distintas: las primeras, son ceras realizadas aproximadamente en 1880 en el Taller de Raymond Vasseur Tramond en París, Francia, y algunas de las cuales se resguardan en el Palacio del Museo de Medicina: y las segundas son experimentaciones artístico-científicas realizadas en 2013, por la artista inglesa Mellisa Fisher.

Hemos de iniciar tratando de responder ¿por qué unir estos dos grupos de imágenes bajo la categoría de lo microbiano? Pues bien, en principio, lo microbiano hace referencia a aquellas formas de vida que no son reconocibles más que a un nivel microscópico, estos pueden ser virus o bacterias que se multiplican y prosperan en ciertos ambientes. En el caso de estos objetos aquí presentados, el motivo de las obras es justamente descubrir qué es eso que está pasando con esos microrganismos.

Iniciemos por las ceras anatómicas, que hoy en día siguen causando tanta admiración y en ocasiones animadversión. Las ceras anatómicas del Taller Vasseur, son el registro de un momento muy importante en la docencia de la práctica médica. Estas ceras servían como una guía para reconocer los padecimientos que podría presentar un paciente. Se tiene registro de que los estudiantes de medicina durante el siglo XIX tenían poco e incluso nulo acceso al estudio en cuerpo humano o en cadáveres, por lo que el uso de materiales didácticos que permitieran enriquecer su proceso formativo era muy importante, tal es el caso de estas ceras anatómicas.

Las ceras podían tener como intención presentar la anatomía del cuerpo, describir el funcionamiento de algún órgano o bien mostrar los signos de las enfermedades, estas últimas generalmente llamada ceras anatómicas de dermatología, fueron las que en 1873, el médico Rafael Lucio, comisionó al taller de Raymond Vasseur Tramond, alumno de la escuela de escultura en cera en Rouen, Francia. El interés del Dr. Lucio, era debido a que él mismo había hecho una profunda investigación en torno a la lepra, descubriendo incluso las diferencias que ésta representaba, hoy en su honor a la lepra manchada se le conoce como Lucio.

Las ceras son particularmente impactantes dado que representan de la forma mas realista posible la figura humana: torsos, extremidades, órganos reproductivos y rostros infestados de pústulas, chancros, abscesos, salpullidos, etc., son la evidencia de la enfermedad. En palabras de Alicia Bazarte, éstas también eran llamadas “carne para sabios” o “carne de cera”, con lo que se comprobaría que el acceso a estas figuras era sólo para algunos cuantos, mostrar la enfermedad y del cuerpo decrepito, no podía estar al alcance de todos, podría generar pánico, horror. En un reciente estudio que se realizó a una de las piezas del taller Vasseur, se descubrió que utilizaban huesos y pelo humano para poder generar más impacto y hacer una justa reproducción del sujeto, también se descubrió que tienen altos índices de mercurio, tal vez previendo que estas ceras, no fueran el caldo de cultivo para una nueva infección. En conclusión, las ceras anatómicas de Vasseur, fueron creadas para observar cómo tomaban lugar los microrganismos: las ceras son el culmen de la enfermedad.

En contraste, a mas de 100 años de distancia, Mellisa Fisher, artista inglesa, colaboradora en ciencia e ilustradora, sintió una enorme curiosidad por reconocer esa vida microbiana, pero entendiendo ésta, como una forma de descubrir la vida y comprender la capacidad de preservarse, de multiplicarse y manifestarse. Para ello, la artista realizó una serie titulada “Microbial me”, en la cual se integran los Retratos Microbiológicos, El Rostro de la Verdad y Visión Amplia. La serie consiste en la reproducción de su rostro en agar, (el agar es el caldo de cultivo) y colocó una serie de células, las cuales se fueron desarrollando de diferente manera, cada tanto la artista registraba el proceso, las modificaciones y las formas que aparecían en su rostro.

Estos rostros estaban acompañados de pequeñas figuras humanas, las cuales también eran invadidas por los microrganismos, las piezas vivas se exponían y la sorpresa es que el visitante no vio nunca la misma pieza, dado que en ocasiones los cambios eran tan dramáticos y disimiles que solo se hacía muestra de la dificultad de entender la vida. Las piezas experimentales resultaron en interesantes formas cromáticas, las cuales en ocasiones invadían los labios, o los ojos, y en ocasiones invadían todo. Así, las piezas de Fisher no son el culmen de la enfermedad como las ceras de Vasseur, estas piezas son el proceso. No obstante, los dos llegaron a resultados formales muy similares, solo basta dar una mirada a las imágenes para quedar sorprendido.

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Omny


La vida imita al arte mucho más que el arte imita a la vida.

O. Wilde

Hace mas de un siglo que el Arte y la Ciencia fueron separadas y comprendidas como áreas de conocimiento ajenas, disciplinas que poco e inclusive nada tenían en común, esta problemática de fronteras y divisiones taxonómicas de los saberes y las prácticas ha devenido en una discusión muy nutrida: libros, seminarios, congresos, etc. Sin embargo, ambas, tanto la Ciencia como el Arte, comparten el corazón de su disciplina y este corazón es la mirada, la mirada que se fija en un fenómeno y que como consecuencia de ese proceso de observación detenida, revela lo que está oculto para la mayoría.

Dado lo anterior, en esta ocasión ponemos en diálogo algunas obras distantes en tiempo y en espacio, obras creadas con intencionalidades e intereses distintos, obras que se consumen de modo completamente diferente por el mote que las clasifica: lo científico y lo artístico. Es en este pequeño ejercicio, que descubriremos cómo es que éstas, tal y como se dijo anteriormente, comparten el corazón, y son motivadas por la mirada. Este corpus de imágenes es de dos corrientes formales completamente distintas: las primeras, son ceras realizadas aproximadamente en 1880 en el Taller de Raymond Vasseur Tramond en París, Francia, y algunas de las cuales se resguardan en el Palacio del Museo de Medicina: y las segundas son experimentaciones artístico-científicas realizadas en 2013, por la artista inglesa Mellisa Fisher.

Hemos de iniciar tratando de responder ¿por qué unir estos dos grupos de imágenes bajo la categoría de lo microbiano? Pues bien, en principio, lo microbiano hace referencia a aquellas formas de vida que no son reconocibles más que a un nivel microscópico, estos pueden ser virus o bacterias que se multiplican y prosperan en ciertos ambientes. En el caso de estos objetos aquí presentados, el motivo de las obras es justamente descubrir qué es eso que está pasando con esos microrganismos.

Iniciemos por las ceras anatómicas, que hoy en día siguen causando tanta admiración y en ocasiones animadversión. Las ceras anatómicas del Taller Vasseur, son el registro de un momento muy importante en la docencia de la práctica médica. Estas ceras servían como una guía para reconocer los padecimientos que podría presentar un paciente. Se tiene registro de que los estudiantes de medicina durante el siglo XIX tenían poco e incluso nulo acceso al estudio en cuerpo humano o en cadáveres, por lo que el uso de materiales didácticos que permitieran enriquecer su proceso formativo era muy importante, tal es el caso de estas ceras anatómicas.

Las ceras podían tener como intención presentar la anatomía del cuerpo, describir el funcionamiento de algún órgano o bien mostrar los signos de las enfermedades, estas últimas generalmente llamada ceras anatómicas de dermatología, fueron las que en 1873, el médico Rafael Lucio, comisionó al taller de Raymond Vasseur Tramond, alumno de la escuela de escultura en cera en Rouen, Francia. El interés del Dr. Lucio, era debido a que él mismo había hecho una profunda investigación en torno a la lepra, descubriendo incluso las diferencias que ésta representaba, hoy en su honor a la lepra manchada se le conoce como Lucio.

Las ceras son particularmente impactantes dado que representan de la forma mas realista posible la figura humana: torsos, extremidades, órganos reproductivos y rostros infestados de pústulas, chancros, abscesos, salpullidos, etc., son la evidencia de la enfermedad. En palabras de Alicia Bazarte, éstas también eran llamadas “carne para sabios” o “carne de cera”, con lo que se comprobaría que el acceso a estas figuras era sólo para algunos cuantos, mostrar la enfermedad y del cuerpo decrepito, no podía estar al alcance de todos, podría generar pánico, horror. En un reciente estudio que se realizó a una de las piezas del taller Vasseur, se descubrió que utilizaban huesos y pelo humano para poder generar más impacto y hacer una justa reproducción del sujeto, también se descubrió que tienen altos índices de mercurio, tal vez previendo que estas ceras, no fueran el caldo de cultivo para una nueva infección. En conclusión, las ceras anatómicas de Vasseur, fueron creadas para observar cómo tomaban lugar los microrganismos: las ceras son el culmen de la enfermedad.

En contraste, a mas de 100 años de distancia, Mellisa Fisher, artista inglesa, colaboradora en ciencia e ilustradora, sintió una enorme curiosidad por reconocer esa vida microbiana, pero entendiendo ésta, como una forma de descubrir la vida y comprender la capacidad de preservarse, de multiplicarse y manifestarse. Para ello, la artista realizó una serie titulada “Microbial me”, en la cual se integran los Retratos Microbiológicos, El Rostro de la Verdad y Visión Amplia. La serie consiste en la reproducción de su rostro en agar, (el agar es el caldo de cultivo) y colocó una serie de células, las cuales se fueron desarrollando de diferente manera, cada tanto la artista registraba el proceso, las modificaciones y las formas que aparecían en su rostro.

Estos rostros estaban acompañados de pequeñas figuras humanas, las cuales también eran invadidas por los microrganismos, las piezas vivas se exponían y la sorpresa es que el visitante no vio nunca la misma pieza, dado que en ocasiones los cambios eran tan dramáticos y disimiles que solo se hacía muestra de la dificultad de entender la vida. Las piezas experimentales resultaron en interesantes formas cromáticas, las cuales en ocasiones invadían los labios, o los ojos, y en ocasiones invadían todo. Así, las piezas de Fisher no son el culmen de la enfermedad como las ceras de Vasseur, estas piezas son el proceso. No obstante, los dos llegaron a resultados formales muy similares, solo basta dar una mirada a las imágenes para quedar sorprendido.

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