Su genio, que lo convertía en un “artista total”, hizo de Miguel Cabrera el pintor favorito del arzobispo de México, Manuel José Rubio y Salinas, y de órdenes religiosas como la jesuita. Sin duda, es el pintor más conocido del XVIII de entre quienes dejaron su impronta en las magnas obras eclesiásticas, pero a la luz de nuevos estudios, también brilla el talento de otros artistas, por ejemplo, Juan Patricio Morlete Ruiz o Francisco Antonio Vallejo. “Estas nuevas biografías quizá ocasionen que Cabrera comparta su gloria con sus colegas”, sostuvo el historiador del arte Rogelio Ruiz Gomar.
Durante su participación en el Coloquio Miguel Cabrera, las tramas de la creación, título homónimo de la exposición organizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) permanecerá hasta el domingo 21 de febrero, en el Museo Nacional del Virreinato (MNV), en Tepotzotlán.
Las investigaciones que se han hecho del pintor nacido en Antequera, hoy ciudad de Oaxaca, dan cuenta de que en sus obras incorporó modelos compositivos de otros artistas europeos y novohispanos, “en una época en la que no existía el llamado copyright”.
En su charla en el MNV, el investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM enfatizó que de los 44 cuadros realizados por Miguel Cabrera para el Templo de Santa Prisca, en Taxco, Guerrero, sobresale la serie dedicada a la vida de la Virgen, plasmada en la sacristía, porque presenta elementos comparativos con obras de la misma temática, hechas por Juan Rodríguez Juárez para la Catedral Metropolitana.
En al menos cuatro de estas pinturas, las variantes son mínimas, y el modelo compositivo es prácticamente el mismo. Lo cierto es que el trabajo realizado por Rodríguez Juárez en los retablos ubicados en los muros laterales de la Capilla de los Reyes, datan de 1726, siendo de sus últimas obras (él murió dos años después); mientras que los de Cabrera están firmados en 1758.
Los pintores novohispanos, dijo el experto, lo mismo Cabrera que Juan Correa —por citar algunos ejemplos— encontraron una fuente común de inspiración en los grabados hechos a partir de las obras de grandes artistas barrocos europeos como Pedro Pablo Rubens. “A veces es una sola figura, en otras una serie de ellas, y con esas recomponen y hacen una unidad”.
El maestro Ruiz Gomar anotó que “con esto no quiero decir que Miguel Cabrera careciera de originalidad. Él se sabía un gran pintor y, por tanto, heredero de una larga y rica tradición que engloba lo mismo a los maestros europeos, como Antonio Palomino o Rubens, pero también escoge modelos novohispanos, sugerencias de Juan Rodríguez Juárez o de José de Ibarra. De alguna manera, esto abre una forma de comprender la gran escuela de pintura en la Nueva España.
“Los pintores como Cabrera estaban al tanto de las publicaciones que les proporcionaban modelos muy variados y combinaban, por lo tanto, imágenes de distintas épocas y temas para adaptarlos a sus intereses, que mezclaban con sus propias tradiciones”.
- Cabrera y la creación total en el Templo de San Francisco Javier
En 1753, Miguel Cabrera e Higinio de Chávez firmaron un contrato para construir y dorar los retablos del Templo de San Francisco Javier, Tepotzotlán. La doctora Consuelo Maquívar, investigadora emérita del INAH, refirió que Cabrera fue el pintor consentido de la Compañía de Jesús en el siglo XVIII, así como en el XVII lo había sido Cristóbal de Villalpando.
La buena relación con el entonces rector del Colegio, el padre Pedro Reales —quien estuvo a cargo del programa iconográfico—, representó una mancuerna que llevó a este espacio a su máxima expresión artística.
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