/ domingo 8 de septiembre de 2019

Óscar de la Borbolla, el filósofo de las multitudes

El escritor que cumple hoy 70 años recuerda a las personas que influenciaron su camino en las letras

Apenas tenía cinco años cuando Oscar de la Borbolla se preguntó por primera vez ¿por qué? No alcanzaba a comprender las razones por las cuales su madre estaba postrada y enferma. Desde entonces, no ha dejado de hacerse la misma pregunta acerca de todo. Aunque no lo hace en el aislamiento del aula, sino a gran escala: es un rockstar de la filosofía que tiene casi 21 mil seguidores en Twitter .

"Unos dos años después de que mi mamá se enfermó, mi tía abuela monja me preparaba para la Primera Comunión y le leí uno de los poemas de Antonio Plaza que leía para entretener a mi madre: 'Si siempre he de vivir en la desgracia, ¿por qué entonces murió por mi existencia? / si no quiere o no puede hacerme gracia, ¿dónde está su bondad y omnipotencia?'. Ella me soltó una bofetada y fue mi confirmación para seguir preguntando", relata en entrevista el autor de La rebeldía de pensar.

"Normalmente estamos instalados en una especie de coro de nuestra comunidad, donde compartimos más o menos el mismo punto de vista y cuando uno de pronto se pregunta algo, empieza a pensar y puede llegar a conclusiones distintas. Pensar siempre te saca del coro, te vuelve un rebelde frente a lo que los demás piensan. Si suscribes lo que piensa el coro, nunca piensas por ti mismo; el volver a replantear significa que hay una duda de que aquello que uno cree es cierto", acepta.

Reconocer las dudas, dice, es un acto rebelde. Tanto, como descubrir, luego de recorrer un buen número de sistemas filosóficos (de Platón y Aristóteles a Ciorán), que no existe una sola verdad. "Cioran lo enuncia en una frase muy bonita: 'la historia de la filosofía es el desfile de los absolutos fallidos'. Lo que uno adquiere leyendo filosofía, justo porque unos filósofos derrumban a los otros, es una perspectiva crítica y finalmente te quedas con las manos vacías, con un montón de preguntas sin una respuesta suficientemente convincente. El filósofo se mantiene preguntando y por eso la duda es permanente y recalcitrante".

Igual que descubrió su vocación muy temprano, también pronto supo que quería ser famoso, como le hubiera gustado que fuera uno de sus maestros, Eduardo Nicol, a quien consideraba "portador de un mensaje extraordinario". De la Borbolla comenzó a dar clases en una escuela particular, el Instituto Montini, una preparatoria que admitía alumnas expulsadas de otras escuelas. "Tenía 20 años escasos y éstas eran unas canijas, era muy vergonzoso intentar dar clases porque tenía la intención de explicarles las doctrinas filosóficas y ni quien me hiciera caso", recuerda.

Simultáneamente, era alumno de Nicol en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, quien a diferencia de todos sus otros maestros, "pensaba por cuenta propia". Mientras el resto de los profesores "eran marxistas, positivistas o mexicanistas", Nicol escribía libros sobre una filosofía autónoma que había creado. "Me deslumbraba por sus ideas y sobre todo por su independencia, por su valentía de pensar por él mismo y lamentaba mucho que su opinión no saliera del salón de clase". Decidió que no quería ese futuro para su propia carrera. Quería ser famoso.

"En ese momento era como cualquier filósofo, lleno de terminología, de conceptos abstrusos, no me daba a entender, que es lo que le pasa a mis colegas, solamente pueden hablar para los iniciados. Lo que decidí fue hacer un intento de sacar la filosofía a través de la literatura y hablar lo mejor posible, lo mismo por escrito que en vivo y ahí está la clave de que sea un rockstar, que a mí sí me entienden, cuando me suelto en la plancha del Zócalo a plantear una cosa, no me refugio en una terminología que hace que la gente rebote. Soy la peor aberración filosófica que puede haber: un filósofo claro", bromea.

La filosofía es urgente en tiempos en los que, señala, la gente está más confundida que nunca. "El filósofo tiene una mirada que permite si no compartirla, tener un punto de vista frente al cual contrastarse, un referente de firmeza, no es una opinión como cualquier otra, se puede estar en contra o a favor, pero significa un instante de estabilidad. Uno vive sin preguntarse nada, hasta que se da un tropezón terrible. Cuando se muere alguien muy próximo, todo lo que parecía el sentido de la vida se trastoca porque así como esa muerte que nos causa un estrago espantoso, un día moriremos nosotros y el asunto de qué venimos a hacer aquí, brinca, mientras no nos pasa algo que nos sacuda, podemos vivir con el piloto automático, pero hay un instante de conciencia en el que la fiesta se acaba y uno se para en seco y se pregunta por qué".

Este 8 de septiembre cumple 70 años y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura le rinde un homenaje. La fecha es propicia para hacer cuentas. Según sus cálculos, para el día de su cumpleaños habrá vivido 25 mil 567 días y le faltan como 3 mil 500, de acuerdo con la expectativa de vida promedio. "Habiendo vivido ya tanto, 3 mil 500 es una porquería. Hay una inminencia tan contundente de eso que era solamente un silogismo vacío: 'todos los hombres son mortales, yo soy hombre, soy mortal', una diferencia muy grande entre una comprensión formal de la muerte y una comprensión real. Lo decía muy bonito Pablo Neruda en su Testamento de otoño: 'he vivido tanto que quiero vivir otro tanto'. Ahora más que nunca aprecio cada instante, cada minuto, porque sé que son escasos y lo sé no de oídas, lo sé porque me consta".

Apenas tenía cinco años cuando Oscar de la Borbolla se preguntó por primera vez ¿por qué? No alcanzaba a comprender las razones por las cuales su madre estaba postrada y enferma. Desde entonces, no ha dejado de hacerse la misma pregunta acerca de todo. Aunque no lo hace en el aislamiento del aula, sino a gran escala: es un rockstar de la filosofía que tiene casi 21 mil seguidores en Twitter .

"Unos dos años después de que mi mamá se enfermó, mi tía abuela monja me preparaba para la Primera Comunión y le leí uno de los poemas de Antonio Plaza que leía para entretener a mi madre: 'Si siempre he de vivir en la desgracia, ¿por qué entonces murió por mi existencia? / si no quiere o no puede hacerme gracia, ¿dónde está su bondad y omnipotencia?'. Ella me soltó una bofetada y fue mi confirmación para seguir preguntando", relata en entrevista el autor de La rebeldía de pensar.

"Normalmente estamos instalados en una especie de coro de nuestra comunidad, donde compartimos más o menos el mismo punto de vista y cuando uno de pronto se pregunta algo, empieza a pensar y puede llegar a conclusiones distintas. Pensar siempre te saca del coro, te vuelve un rebelde frente a lo que los demás piensan. Si suscribes lo que piensa el coro, nunca piensas por ti mismo; el volver a replantear significa que hay una duda de que aquello que uno cree es cierto", acepta.

Reconocer las dudas, dice, es un acto rebelde. Tanto, como descubrir, luego de recorrer un buen número de sistemas filosóficos (de Platón y Aristóteles a Ciorán), que no existe una sola verdad. "Cioran lo enuncia en una frase muy bonita: 'la historia de la filosofía es el desfile de los absolutos fallidos'. Lo que uno adquiere leyendo filosofía, justo porque unos filósofos derrumban a los otros, es una perspectiva crítica y finalmente te quedas con las manos vacías, con un montón de preguntas sin una respuesta suficientemente convincente. El filósofo se mantiene preguntando y por eso la duda es permanente y recalcitrante".

Igual que descubrió su vocación muy temprano, también pronto supo que quería ser famoso, como le hubiera gustado que fuera uno de sus maestros, Eduardo Nicol, a quien consideraba "portador de un mensaje extraordinario". De la Borbolla comenzó a dar clases en una escuela particular, el Instituto Montini, una preparatoria que admitía alumnas expulsadas de otras escuelas. "Tenía 20 años escasos y éstas eran unas canijas, era muy vergonzoso intentar dar clases porque tenía la intención de explicarles las doctrinas filosóficas y ni quien me hiciera caso", recuerda.

Simultáneamente, era alumno de Nicol en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, quien a diferencia de todos sus otros maestros, "pensaba por cuenta propia". Mientras el resto de los profesores "eran marxistas, positivistas o mexicanistas", Nicol escribía libros sobre una filosofía autónoma que había creado. "Me deslumbraba por sus ideas y sobre todo por su independencia, por su valentía de pensar por él mismo y lamentaba mucho que su opinión no saliera del salón de clase". Decidió que no quería ese futuro para su propia carrera. Quería ser famoso.

"En ese momento era como cualquier filósofo, lleno de terminología, de conceptos abstrusos, no me daba a entender, que es lo que le pasa a mis colegas, solamente pueden hablar para los iniciados. Lo que decidí fue hacer un intento de sacar la filosofía a través de la literatura y hablar lo mejor posible, lo mismo por escrito que en vivo y ahí está la clave de que sea un rockstar, que a mí sí me entienden, cuando me suelto en la plancha del Zócalo a plantear una cosa, no me refugio en una terminología que hace que la gente rebote. Soy la peor aberración filosófica que puede haber: un filósofo claro", bromea.

La filosofía es urgente en tiempos en los que, señala, la gente está más confundida que nunca. "El filósofo tiene una mirada que permite si no compartirla, tener un punto de vista frente al cual contrastarse, un referente de firmeza, no es una opinión como cualquier otra, se puede estar en contra o a favor, pero significa un instante de estabilidad. Uno vive sin preguntarse nada, hasta que se da un tropezón terrible. Cuando se muere alguien muy próximo, todo lo que parecía el sentido de la vida se trastoca porque así como esa muerte que nos causa un estrago espantoso, un día moriremos nosotros y el asunto de qué venimos a hacer aquí, brinca, mientras no nos pasa algo que nos sacuda, podemos vivir con el piloto automático, pero hay un instante de conciencia en el que la fiesta se acaba y uno se para en seco y se pregunta por qué".

Este 8 de septiembre cumple 70 años y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura le rinde un homenaje. La fecha es propicia para hacer cuentas. Según sus cálculos, para el día de su cumpleaños habrá vivido 25 mil 567 días y le faltan como 3 mil 500, de acuerdo con la expectativa de vida promedio. "Habiendo vivido ya tanto, 3 mil 500 es una porquería. Hay una inminencia tan contundente de eso que era solamente un silogismo vacío: 'todos los hombres son mortales, yo soy hombre, soy mortal', una diferencia muy grande entre una comprensión formal de la muerte y una comprensión real. Lo decía muy bonito Pablo Neruda en su Testamento de otoño: 'he vivido tanto que quiero vivir otro tanto'. Ahora más que nunca aprecio cada instante, cada minuto, porque sé que son escasos y lo sé no de oídas, lo sé porque me consta".

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