/ domingo 2 de septiembre de 2018

Rafael Segovia... ¿Quo vadis?

En 1980 llegaba cada tarde a la cita. Como a las seis, cuando el fragor de la batalla periodística estaba en su punto y mientras se escuchaban a todo lo alto los regaños y las precisiones y exigencias de Samuel I. del Villar que por entones dirigía la revista Razones, que él mismo fundó y para lo que pidió el auxilio de gente noble y valiente: Miguel Ángel Granados Chapa, Hero Rodríguez Toro, Fernando Rosenzweig y claro, don Rafael Segovia, el profesor Segovia, que era una especie de alter ego del director de la publicación.

Siempre impecable, vestido en tono muy formal y muy europeo y, lloviera o tronara, siempre con su gabardina beige en el brazo. Llegaba a nuestro tapanco de Avenida Coyoacán y saludaba a todos, el hombre aquel que hablaba con acento español aunque había vivido casi toda su vida en México; era su cordón umbilical; era su tabla de salvación y era una forma de decir al mundo de dónde venía y por qué…

Llega el profesor Segovia y se ubicaba en un lugar discreto de la redacción para escuchar cómo iban las cosas, para leer y hasta para platicar un poco con la concurrencia:.. Que éramos los periodistas a los que ya había reclutado Samuel, como también con Beatriz Campos, que era nuestra Jefa de Redacción, y con Luis Téllez, María del Carmen Pardo, Jorge Chabat, Ángel O’Doherty, Blanca Torres, Fernando Silva Nieto, Marco Antonio Bernal y muchos más que principalmente venían de El Colegio de México y con quienes convivíamos a gusto en la talacha periodística urgente, porque para Samuel, todo era urgente-preciso-exacto-firme-con calidad: su regla de oro…

Por entonces don Rafael ya venía precedido de una fama importante: había escrito su obra emblemática: “La politización del niño mexicano” y era un profesor muy reconocido y muy querido por sus alumnos de El Colegio de México, también querido y a veces mal entendido por sus colegas profesores-investigadores de El Colmex, porque la vida en la academia también tiene sus ángeles y sus demonios, claro que sí.

Y por entonces nos hicimos grandes “cuates”. Me veía como el alumno que no era su alumno y me rescataba del torrente Del Villar para invitarme a comer cada viernes –qué privilegio, ahora lo sé- a un restaurante español que estaba en Insurgentes Sur, a unos pasos de la fuente de la Plaza de Toros… Así que: Llegó a México en 1940, cuando tenía apenas once años y una vida ya azarosa. Había recorrido España, Francia y Marruecos Casa Blanca, para ser precisos- de donde sale a México huyendo de la Guerra, con su familia: “De España nos corrieron” diría luego.

En México ya estaba su papá, don Jacinto Segovia, médico cirujano y quien al principio se empeñó en que Rafael fuera doctor, como él, y al que siendo niño lo llevaba para ver las operaciones para irlo induciendo. Hijo, también, de doña Josefa Canosa, de la que él mismo hablaba poco y de quien se sabe que fue una muy buena jugadora de pelota vasca –Pelotari-.

Ya aquí, a Rafael no le fue tan mal. Ya estaba creado el ambiente para los refugiados españoles, con los que se relacionó pronto, con los que establecieron lazos de amistad y familiares.

Por su parte él ya tenía una buena formación básica, había estudiado en el Liceo Francés de Madrid y dominaba este idioma como si fuera su lengua natal.

En México hizo los estudios básicos en el Liceo Francés y la Academia Hispano Mexicana, de cuya experiencia escribió más tarde un ensayo recordando la llegada de los refugiados a México: “La difícil nacionalización del exilio”. Luego pasó a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM pero aun sin titularse algunos amigos franceses le impulsaron a irse a Francia, para hacer estudios de… ¿de qué?

Y se fue a Francia para estudiar lo que se pudiera. El dilema del estudio lo llevo a involucrarse en estudios de historia y política.

Conoció allá al profesor Jean Baptista Dorouselle que tuvo una gran influencia en sus aspiraciones académicas y, sobre todo, fue allá donde se definió la ruta, la de la historia política y la ciencia política, y muy particularmente en esa primera etapa la de lo electoral… Ya de regreso en México busca titularse de manera formal e ingresa a la Facultad de Filosofía y Letras para estudiar historia en donde tuvo como maestros a Pablo Martínez del Río, Edmundo O’Gorman, Francisco de la Mata, Wenceslao Roces, Weckman…

Y conoció ahí a quien sería su esposa Paule y madre de sus hijas e hijo. En una larga y excelente entrevista que le hizo Jorge Medina Viedas en 2017 relata la forma como llegó a la institución que le daría abrigo y a la que él –junto con muchos otros—aportaría excelencia académica: El Colegio de México.

Fue a invitación de don Daniel Cosío Villegas en 1962 para que diera clases de historia, aunque esto fue derivando al tema de la ciencia política: “Así que empecé a trabajar en El Colegio de México, y no he trabajado en otro sitio que no sea este”…

“Un politólogo es alguien que se preocupa de la política, pero que no es político, y yo no me considero un político sino un hombre que estudia la política pero no voy más allá; no pertenezco ni he pertenecido a ningún partido ni pretendo influir en la política…

“Tengo muchos amigos políticos, como todo politólogo; y además de que son buenos amigos, están en casi todos los partidos. Esto es: La política se aprende de los políticos. Sí se aprende en los libros, pero fundamentalmente de la conversación con los políticos…”

“Hoy las buenas, las malas y las regulares cabezas están enfocadas al problema de México porque la política no es un bien exclusivo de las buenas cabezas, sino que todo mundo tiene derecho a pensar en política y todo el mundo, en el fondo, es político…” Así que lo mismo fue amigo de Manuel Bartlett que de don Jesús Reyes Heroles y muchos más…

En vísperas de las elecciones contestó: “[Enrique Peña Nieto] es un hombre sin carácter, basta leer los periódicos, no se ve como un hombre muy decidido ni con poder para dejar la política en manos de alguien (…) El grupo gobernante en el sentido más amplio, ha perdido mucha fuerza… Los intelectuales tienen muy poco poder ahora… ¿de quién podemos decir que es un intelectual en el poder? No lo encontramos… El poder ha seducido a los intelectuales, les ha ofrecido canonjías, dinero, han sido muy cuidados por el gobierno, por un lado, pero por otro, los intelectuales no quieren estar demasiado cerca porque les da miedo…”

Don Rafael Segovia era un hombre de buen trato, muy serio con quien no conocía pero se explayaba con gente con la que se estaba a gusto. Era de charla intensa, cargada de referencias políticas y culturales, con un gran sentido de la ironía y del contraste.

Le gustaba la buena mesa, el vino sagrado y los whiskys –con agua natural-. Pero sobre todo le gustaba la buena charla. La idea misma de que era una eminencia en su materia, uno de los intelectuales más relevantes del país lo hacía ruborizarse como también sabía que su opinión era importante para entender el gran problema nacional de la política y sus operarios.

Se nacionalizó mexicano porque se sentía mexicano, sin abjurar de su origen español y siempre con la cultura francesa como vela de su barca vital. Fue siempre muy respetado por su obra: “La politización del niño mexicano”; “El gran teatro de la política”; “La política como espectáculo”… Muchos ensayos, conferencias y una innumerable cantidad de artículos periodísticos en los que desgranaba sabiduría frente a la política cotidiana…

Fue maestro de muchas generaciones de estudiantes de ciencia política y asuntos internacionales, fue coordinador general académico de El Colegio de México y en 1995 lo hicieron Profesor Emérito de la institución.

Alan Riding, el gran periodista brasileño y por muchos años corresponsal en distintos países del periódico estadounidense The New York Times fue amigo del profesor Segovia. El autor de “Vecinos distantes” contesta: “Rafael fue para mí un guía sabio y siempre generoso a las entrañas del sistema político mexicano. Lo conocía como “insider” pero lo veía con la objetivad de un “outsider” quien por cierto nunca perdió su acento de España. Fue un gran intelectual e historiador y durante décadas un pilar de El Colegio de México, pero conociéndole también socialmente, yo apreciaba bastante su sentido de humor y las risas que lo acompañaba. Su deceso es una pérdida para todos que buscan un México mejor.”

Fernando Escalante Gonzalbo al hacer la Semblanza dijo: “Le debemos a Rafael Segovia los primeros estudios empíricos sobre la vida política en México; los primeros estudios sobre la socialización, sobre los comportamientos electorales, sobre la educación y la formación de la cultura política. Los temas que hoy en día forman parte del sentido común de cualquier analista político, pero que hace veinte y treinta años eran sólo preocupación de Rafael Segovia…” Todo esto y más fue don Rafael –como yo le decía-. Y con todo y esto también me quedo con el personaje con el que viernes a viernes o a veces fuera de tiempo comíamos, platicábamos de todo, de él, de mi de lo que pasaba y lo que ocurre: sí a él le importaba como a mí me resultaba un gran maestro y amigo…

Tengo en la mente al Rafael Segovia sabio que me enseñó a respetar el tema político y al periodismo, y al que al mismo tiempo amaba la zarzuela, amaba el tango, que sentía gusto al escuchar a Lucha Reyes, que reía a carcajadas en tiempos alegres y que regañaba a Samuel I. del Villar con el afecto fraterno que siempre le tuvo.

Él ya se fue… ¿Quo vadis Rafael?... A lo mejor porque ya era tiempo y este domingo 26 de agosto a los 90 años decidió encontrarse en la tertulia de los lunes con sus grandes amigos para seguir la buena platica… “Mi jaca galopa y corta el viento cuando pasa por el puerto caminito de Jerez”. ¿Se acuerda don Rafael?

jhsantiago@prodigy.net.mx


En 1980 llegaba cada tarde a la cita. Como a las seis, cuando el fragor de la batalla periodística estaba en su punto y mientras se escuchaban a todo lo alto los regaños y las precisiones y exigencias de Samuel I. del Villar que por entones dirigía la revista Razones, que él mismo fundó y para lo que pidió el auxilio de gente noble y valiente: Miguel Ángel Granados Chapa, Hero Rodríguez Toro, Fernando Rosenzweig y claro, don Rafael Segovia, el profesor Segovia, que era una especie de alter ego del director de la publicación.

Siempre impecable, vestido en tono muy formal y muy europeo y, lloviera o tronara, siempre con su gabardina beige en el brazo. Llegaba a nuestro tapanco de Avenida Coyoacán y saludaba a todos, el hombre aquel que hablaba con acento español aunque había vivido casi toda su vida en México; era su cordón umbilical; era su tabla de salvación y era una forma de decir al mundo de dónde venía y por qué…

Llega el profesor Segovia y se ubicaba en un lugar discreto de la redacción para escuchar cómo iban las cosas, para leer y hasta para platicar un poco con la concurrencia:.. Que éramos los periodistas a los que ya había reclutado Samuel, como también con Beatriz Campos, que era nuestra Jefa de Redacción, y con Luis Téllez, María del Carmen Pardo, Jorge Chabat, Ángel O’Doherty, Blanca Torres, Fernando Silva Nieto, Marco Antonio Bernal y muchos más que principalmente venían de El Colegio de México y con quienes convivíamos a gusto en la talacha periodística urgente, porque para Samuel, todo era urgente-preciso-exacto-firme-con calidad: su regla de oro…

Por entonces don Rafael ya venía precedido de una fama importante: había escrito su obra emblemática: “La politización del niño mexicano” y era un profesor muy reconocido y muy querido por sus alumnos de El Colegio de México, también querido y a veces mal entendido por sus colegas profesores-investigadores de El Colmex, porque la vida en la academia también tiene sus ángeles y sus demonios, claro que sí.

Y por entonces nos hicimos grandes “cuates”. Me veía como el alumno que no era su alumno y me rescataba del torrente Del Villar para invitarme a comer cada viernes –qué privilegio, ahora lo sé- a un restaurante español que estaba en Insurgentes Sur, a unos pasos de la fuente de la Plaza de Toros… Así que: Llegó a México en 1940, cuando tenía apenas once años y una vida ya azarosa. Había recorrido España, Francia y Marruecos Casa Blanca, para ser precisos- de donde sale a México huyendo de la Guerra, con su familia: “De España nos corrieron” diría luego.

En México ya estaba su papá, don Jacinto Segovia, médico cirujano y quien al principio se empeñó en que Rafael fuera doctor, como él, y al que siendo niño lo llevaba para ver las operaciones para irlo induciendo. Hijo, también, de doña Josefa Canosa, de la que él mismo hablaba poco y de quien se sabe que fue una muy buena jugadora de pelota vasca –Pelotari-.

Ya aquí, a Rafael no le fue tan mal. Ya estaba creado el ambiente para los refugiados españoles, con los que se relacionó pronto, con los que establecieron lazos de amistad y familiares.

Por su parte él ya tenía una buena formación básica, había estudiado en el Liceo Francés de Madrid y dominaba este idioma como si fuera su lengua natal.

En México hizo los estudios básicos en el Liceo Francés y la Academia Hispano Mexicana, de cuya experiencia escribió más tarde un ensayo recordando la llegada de los refugiados a México: “La difícil nacionalización del exilio”. Luego pasó a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM pero aun sin titularse algunos amigos franceses le impulsaron a irse a Francia, para hacer estudios de… ¿de qué?

Y se fue a Francia para estudiar lo que se pudiera. El dilema del estudio lo llevo a involucrarse en estudios de historia y política.

Conoció allá al profesor Jean Baptista Dorouselle que tuvo una gran influencia en sus aspiraciones académicas y, sobre todo, fue allá donde se definió la ruta, la de la historia política y la ciencia política, y muy particularmente en esa primera etapa la de lo electoral… Ya de regreso en México busca titularse de manera formal e ingresa a la Facultad de Filosofía y Letras para estudiar historia en donde tuvo como maestros a Pablo Martínez del Río, Edmundo O’Gorman, Francisco de la Mata, Wenceslao Roces, Weckman…

Y conoció ahí a quien sería su esposa Paule y madre de sus hijas e hijo. En una larga y excelente entrevista que le hizo Jorge Medina Viedas en 2017 relata la forma como llegó a la institución que le daría abrigo y a la que él –junto con muchos otros—aportaría excelencia académica: El Colegio de México.

Fue a invitación de don Daniel Cosío Villegas en 1962 para que diera clases de historia, aunque esto fue derivando al tema de la ciencia política: “Así que empecé a trabajar en El Colegio de México, y no he trabajado en otro sitio que no sea este”…

“Un politólogo es alguien que se preocupa de la política, pero que no es político, y yo no me considero un político sino un hombre que estudia la política pero no voy más allá; no pertenezco ni he pertenecido a ningún partido ni pretendo influir en la política…

“Tengo muchos amigos políticos, como todo politólogo; y además de que son buenos amigos, están en casi todos los partidos. Esto es: La política se aprende de los políticos. Sí se aprende en los libros, pero fundamentalmente de la conversación con los políticos…”

“Hoy las buenas, las malas y las regulares cabezas están enfocadas al problema de México porque la política no es un bien exclusivo de las buenas cabezas, sino que todo mundo tiene derecho a pensar en política y todo el mundo, en el fondo, es político…” Así que lo mismo fue amigo de Manuel Bartlett que de don Jesús Reyes Heroles y muchos más…

En vísperas de las elecciones contestó: “[Enrique Peña Nieto] es un hombre sin carácter, basta leer los periódicos, no se ve como un hombre muy decidido ni con poder para dejar la política en manos de alguien (…) El grupo gobernante en el sentido más amplio, ha perdido mucha fuerza… Los intelectuales tienen muy poco poder ahora… ¿de quién podemos decir que es un intelectual en el poder? No lo encontramos… El poder ha seducido a los intelectuales, les ha ofrecido canonjías, dinero, han sido muy cuidados por el gobierno, por un lado, pero por otro, los intelectuales no quieren estar demasiado cerca porque les da miedo…”

Don Rafael Segovia era un hombre de buen trato, muy serio con quien no conocía pero se explayaba con gente con la que se estaba a gusto. Era de charla intensa, cargada de referencias políticas y culturales, con un gran sentido de la ironía y del contraste.

Le gustaba la buena mesa, el vino sagrado y los whiskys –con agua natural-. Pero sobre todo le gustaba la buena charla. La idea misma de que era una eminencia en su materia, uno de los intelectuales más relevantes del país lo hacía ruborizarse como también sabía que su opinión era importante para entender el gran problema nacional de la política y sus operarios.

Se nacionalizó mexicano porque se sentía mexicano, sin abjurar de su origen español y siempre con la cultura francesa como vela de su barca vital. Fue siempre muy respetado por su obra: “La politización del niño mexicano”; “El gran teatro de la política”; “La política como espectáculo”… Muchos ensayos, conferencias y una innumerable cantidad de artículos periodísticos en los que desgranaba sabiduría frente a la política cotidiana…

Fue maestro de muchas generaciones de estudiantes de ciencia política y asuntos internacionales, fue coordinador general académico de El Colegio de México y en 1995 lo hicieron Profesor Emérito de la institución.

Alan Riding, el gran periodista brasileño y por muchos años corresponsal en distintos países del periódico estadounidense The New York Times fue amigo del profesor Segovia. El autor de “Vecinos distantes” contesta: “Rafael fue para mí un guía sabio y siempre generoso a las entrañas del sistema político mexicano. Lo conocía como “insider” pero lo veía con la objetivad de un “outsider” quien por cierto nunca perdió su acento de España. Fue un gran intelectual e historiador y durante décadas un pilar de El Colegio de México, pero conociéndole también socialmente, yo apreciaba bastante su sentido de humor y las risas que lo acompañaba. Su deceso es una pérdida para todos que buscan un México mejor.”

Fernando Escalante Gonzalbo al hacer la Semblanza dijo: “Le debemos a Rafael Segovia los primeros estudios empíricos sobre la vida política en México; los primeros estudios sobre la socialización, sobre los comportamientos electorales, sobre la educación y la formación de la cultura política. Los temas que hoy en día forman parte del sentido común de cualquier analista político, pero que hace veinte y treinta años eran sólo preocupación de Rafael Segovia…” Todo esto y más fue don Rafael –como yo le decía-. Y con todo y esto también me quedo con el personaje con el que viernes a viernes o a veces fuera de tiempo comíamos, platicábamos de todo, de él, de mi de lo que pasaba y lo que ocurre: sí a él le importaba como a mí me resultaba un gran maestro y amigo…

Tengo en la mente al Rafael Segovia sabio que me enseñó a respetar el tema político y al periodismo, y al que al mismo tiempo amaba la zarzuela, amaba el tango, que sentía gusto al escuchar a Lucha Reyes, que reía a carcajadas en tiempos alegres y que regañaba a Samuel I. del Villar con el afecto fraterno que siempre le tuvo.

Él ya se fue… ¿Quo vadis Rafael?... A lo mejor porque ya era tiempo y este domingo 26 de agosto a los 90 años decidió encontrarse en la tertulia de los lunes con sus grandes amigos para seguir la buena platica… “Mi jaca galopa y corta el viento cuando pasa por el puerto caminito de Jerez”. ¿Se acuerda don Rafael?

jhsantiago@prodigy.net.mx


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