/ sábado 19 de febrero de 2022

Senado reconoce derechos de autor para los traductores

El Senado aprobó por unanimidad reconocer a las traducciones literarias como obras de autor derivadas de obras primigenias 

Para nadie es un secreto que tanto diputados federales como senadores tienen agendas que se subdividen en grados de importancia, en función de coyunturas específicas. En ese sentido, muchos son los temas prioritarios que colman dichas agendas y el de la realidad laboral de los traductores literarios nunca, y aquí hay que ser enfáticos, nunca, había sido digno de brillar en las difíciles arenas parlamentarias del país.

Sin embargo, a principios de febrero, se dio a conocer la noticia: El pleno del Senado aprobó por unanimidad (101 votos a favor) reconocer, salvaguardar y establecer derechos y obligaciones de los traductores literarios en la Ley Federal de Derechos de Autor (LFDD).

¿Cómo traducir esto? Según el propio Senado de la República, de lo que se trata es de reconocer a las traducciones literarias como obras de autor derivadas de obras primigenias. Establecido el objetivo, el Senado ha mandatado que se creé el Capítulo VIII en la LFDD, titulado “Del contrato de traducción literaria”.

En términos prácticos, el escenario en donde la traducción literaria sólo es vista como una mera prestación de servicios tendrá que replantearse. Y es que, para un país tan grande y con una gigantesca diversidad lingüística, con una convivencia de lenguas indígenas además del español y con una dinámica de traducción literaria desde nuestra lengua oficial hacia otras y viceversa, la figura del traductor literario, por fuerza, es también la de un autor.

Comenzar a ver en todas las portadas de las obras de literatura traducida los nombres de las traductoras y los traductores literarios no sólo será un gran avance en cuanto a los derechos patrimoniales de estos trabajadores de la cultura, sino también en cuanto a sus derechos morales y, en ese sentido, a ser más honestos con los lectores, especializados o no. Y este es un evidente guiño hacia los llamados “críticos literarios". La gente tiene derecho a saber que lo que tiene entre sus manos es una obra traducida y no un original. No tiene ningún sentido que el imaginario lector siga pensando que Shakespeare o que Antoine de Saint-Exúpery escribieron sus obras en español mexicano, por ejemplo, y mucho menos, no aceptar que los autores de dichos textos sean, precisamente, sus traductores literarios.

Así, pues, el hecho de que esta iniciativa de ley haya subido al pleno del Senado, luego de dos años de ardua gestión, haya sido votada y aceptada por unanimidad, es un logro histórico para los traductores literarios de México

Colectivo vigila las políticas públicas

Hace unos años, miembros de la Asociación Mexicana de Traductores Literarios (Ametli) entramos en contacto con editores pequeños e independientes cuando impartíamos unos cursos de nuestro Diplomado en las instalaciones de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (Caniem). La Caniem fungía como sede para las reuniones de estos editores. Fue natural terminar asistiendo a esas reuniones, dado que nos unían algunas problemáticas, ciertos retos y teníamos una sede compartida.

En realidad, dichas reuniones eran producto de una gestión más añeja. Luis García Gascón (artista plástico), junto con Miguel Ángel Guzmán (editor), Jorge Triano (difusión cultural) y Elsa Ivonne Jiménez López (gestión cultural) pertenecían al colectivo Coordinación Cultural 4T, cuya conformación tuvo lugar antes de las elecciones presidenciales de 2018. La idea del colectivo era dar seguimiento a las políticas públicas en el ámbito cultural, pero no sólo eso, sino tratar de influir en ellas. En sus reuniones de trabajo, surgió la propuesta de armar una comisión editorial, que terminó por llamarse Trabajadores de la Edición (TE).

Así, dicho colectivo coordinaría, organizaría y propiciaría una serie de reuniones con diferentes actores de ese sector. En las reuniones semanales en la Caniem, por lo mismo, sólo se exponían temas relacionados con los editores pequeños e independientes y los traductores sólo emitíamos nuestra voz ahí en donde era estrictamente necesario hacerlo.

En alguna de las reuniones en la Caniem, Jiménez López anunció que las probabilidades de una reunión con la senadora Gloria Sánchez Hernández eran altas y el trabajo para todos los presentes comenzó a girar en torno a cómo se daría esa reunión, con todo lo que de suyo implicaba.

En ese sentido, los miembros de Ametli empezamos a trabajar en una, por nosotros llamada, Agenda Parlamentaria, en donde expusiéramos de manera muy concreta temas ligados a la vida laboral y profesional de los traductores literarios, sobre todo de aquellos que trabajamos como agentes libres; siendo el Contrato de Traducción Literaria uno de los puntos torales de la propuesta que le presentaríamos a la senadora morenista, para concentrarnos únicamente en una propuesta bien armada, bien fundamentada, mejor trabajada y excelentemente asesorada. Pero, no sólo eso, sino pensada y configurada específicamente para poder ser abordada desde la dinámica del Congreso.

Ametli parlamentaria

El 12 de febrero de 2020, luego de “coordinarnos" con TE, finalmente llegó la cita esperada. “Los retos de la industria editorial y sus profesionales en un contexto de transformación/diagnóstico, perspectivas y propuestas" fue el nombre oficial para una mesa, un encuentro, en principio, abierto al público, convocado por el Senado de la República.

Una vez en el lugar, de inmediato supimos que algo estaba mal. En la mesa estarían la senadora, nueve representantes de la industria editorial, pero no el de Ametli, su presidente, Arturo Vázquez Barrón. Mala señal. De manera deliberada o no, TE nos había llevado al Senado sólo como relleno, para estar entre el público. Tan fue así, que, en su oportunidad, pequeños grupos de paleros y revienta-reuniones que fueron llevados hasta ahí, comenzaron a atiborrar las “participaciones” con peticiones sacadas de contexto: lo mismo apoyo para grupos de estados de la República que pedir dinero. Obviamente, muchas personas que no tenían nada que ver con el mundo editorial.

Ivonne Jiménez moderó oficialmente la mesa y se dejaron escuchar no pocas propuestas en función de las necesidades de los editores ante la adversa realidad del sector en México. De lo que se trataba, y esto se expuso en las reuniones preparatorias, era de tener un amplio abanico representativo, de ahí que en la mesa lo mismo estuviera Carlos Anaya (expresidente de Caniem) que el periodista cultural Humberto Musacchio, pasando por los propios miembros de TE, pero Arturo Vázquez Barrón no fue requerido.

Cada exponente pudo expresar las necesidades de su muy particular sector, los editores independientes, los libreros, los editores a secas... cuestiones de precios, montos, distribución, impuestos, papel del Estado y hasta la defensa de la libertad de expresión fueron temas que se le expusieron a la senadora. Pero, la agenda de los traductores literarios nunca fue expuesta de manera debida, parlamentaria, en la mesa a la cual se nos había “invitado”.

La mesa llegó a su fin. Todo el trabajo que Ametli había realizado específicamente para la agenda parlamentaria había sido formalmente desdeñado, pero no podíamos quedarnos así, pasmados. Decidimos que nuestro presidente alzara la mano en medio de la multitud de manos, poco después que dio comienzo el famoso uso de la palabra por parte del público, para hacer preguntas, sugerencias.

Llegado el momento, todos los miembros del Consejo Directivo de Ametli, incluidos algunos colegas, levantamos la mano y nada. El tiempo seguía escurriéndose. Era como si hubiese consigna para no darnos la palabra.

En la cima de la desesperación, nos indignamos y nos paramos ya no para pedir, para exigir (casi a gritos) que le pasara el micrófono a Vázquez Barrón, que todos los traductores ahí presentes teníamos levantada la mano desde hacía mucho y que nomás no nos había dado voz. El enojo se hizo comunitario y evidente.

La presión fue efectiva. Finalmente, el micrófono caía en manos del presidente de Ametli, quien, por el arduo, fino y paciente trabajo realizado con antelación, pudo expresar y exponer de manera muy puntual, por el poquísimo tiempo que nos otorgaron, la precariedad laboral, las condiciones injustas en las que trabajan y las necesidades de los traductores literarios de México. El evento llegaba así a su fin.

Por lo menos la senadora había escuchado de viva voz no sólo nuestras demandas, sino las propuestas de nuestra Agenda Parlamentaria. Como siempre sucede en estos eventos, de lo que vio o escuchó, el político en turno escoge lo que le parece interesante, viable, conveniente, propicio, etcétera. Y en este caso, para nuestra enorme sorpresa, la senadora le otorgaba a Ametli una audiencia para seguir afinando parte de esa agenda que, finalmente, entre otras más, le interesó.

La iniciativa de Ametli en el terreno parlamentario se tuvo que abrir paso a gritos y a codazos, desde una tribuna que no le correspondía, que nunca le tuvo que haber correspondido. La Historia, pues, fría y sabia a la vez, siempre pondrá a cada quién en su sitio, ese en el que justamente le corresponde. 101 votos a favor. Cero en contra.


Para nadie es un secreto que tanto diputados federales como senadores tienen agendas que se subdividen en grados de importancia, en función de coyunturas específicas. En ese sentido, muchos son los temas prioritarios que colman dichas agendas y el de la realidad laboral de los traductores literarios nunca, y aquí hay que ser enfáticos, nunca, había sido digno de brillar en las difíciles arenas parlamentarias del país.

Sin embargo, a principios de febrero, se dio a conocer la noticia: El pleno del Senado aprobó por unanimidad (101 votos a favor) reconocer, salvaguardar y establecer derechos y obligaciones de los traductores literarios en la Ley Federal de Derechos de Autor (LFDD).

¿Cómo traducir esto? Según el propio Senado de la República, de lo que se trata es de reconocer a las traducciones literarias como obras de autor derivadas de obras primigenias. Establecido el objetivo, el Senado ha mandatado que se creé el Capítulo VIII en la LFDD, titulado “Del contrato de traducción literaria”.

En términos prácticos, el escenario en donde la traducción literaria sólo es vista como una mera prestación de servicios tendrá que replantearse. Y es que, para un país tan grande y con una gigantesca diversidad lingüística, con una convivencia de lenguas indígenas además del español y con una dinámica de traducción literaria desde nuestra lengua oficial hacia otras y viceversa, la figura del traductor literario, por fuerza, es también la de un autor.

Comenzar a ver en todas las portadas de las obras de literatura traducida los nombres de las traductoras y los traductores literarios no sólo será un gran avance en cuanto a los derechos patrimoniales de estos trabajadores de la cultura, sino también en cuanto a sus derechos morales y, en ese sentido, a ser más honestos con los lectores, especializados o no. Y este es un evidente guiño hacia los llamados “críticos literarios". La gente tiene derecho a saber que lo que tiene entre sus manos es una obra traducida y no un original. No tiene ningún sentido que el imaginario lector siga pensando que Shakespeare o que Antoine de Saint-Exúpery escribieron sus obras en español mexicano, por ejemplo, y mucho menos, no aceptar que los autores de dichos textos sean, precisamente, sus traductores literarios.

Así, pues, el hecho de que esta iniciativa de ley haya subido al pleno del Senado, luego de dos años de ardua gestión, haya sido votada y aceptada por unanimidad, es un logro histórico para los traductores literarios de México

Colectivo vigila las políticas públicas

Hace unos años, miembros de la Asociación Mexicana de Traductores Literarios (Ametli) entramos en contacto con editores pequeños e independientes cuando impartíamos unos cursos de nuestro Diplomado en las instalaciones de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (Caniem). La Caniem fungía como sede para las reuniones de estos editores. Fue natural terminar asistiendo a esas reuniones, dado que nos unían algunas problemáticas, ciertos retos y teníamos una sede compartida.

En realidad, dichas reuniones eran producto de una gestión más añeja. Luis García Gascón (artista plástico), junto con Miguel Ángel Guzmán (editor), Jorge Triano (difusión cultural) y Elsa Ivonne Jiménez López (gestión cultural) pertenecían al colectivo Coordinación Cultural 4T, cuya conformación tuvo lugar antes de las elecciones presidenciales de 2018. La idea del colectivo era dar seguimiento a las políticas públicas en el ámbito cultural, pero no sólo eso, sino tratar de influir en ellas. En sus reuniones de trabajo, surgió la propuesta de armar una comisión editorial, que terminó por llamarse Trabajadores de la Edición (TE).

Así, dicho colectivo coordinaría, organizaría y propiciaría una serie de reuniones con diferentes actores de ese sector. En las reuniones semanales en la Caniem, por lo mismo, sólo se exponían temas relacionados con los editores pequeños e independientes y los traductores sólo emitíamos nuestra voz ahí en donde era estrictamente necesario hacerlo.

En alguna de las reuniones en la Caniem, Jiménez López anunció que las probabilidades de una reunión con la senadora Gloria Sánchez Hernández eran altas y el trabajo para todos los presentes comenzó a girar en torno a cómo se daría esa reunión, con todo lo que de suyo implicaba.

En ese sentido, los miembros de Ametli empezamos a trabajar en una, por nosotros llamada, Agenda Parlamentaria, en donde expusiéramos de manera muy concreta temas ligados a la vida laboral y profesional de los traductores literarios, sobre todo de aquellos que trabajamos como agentes libres; siendo el Contrato de Traducción Literaria uno de los puntos torales de la propuesta que le presentaríamos a la senadora morenista, para concentrarnos únicamente en una propuesta bien armada, bien fundamentada, mejor trabajada y excelentemente asesorada. Pero, no sólo eso, sino pensada y configurada específicamente para poder ser abordada desde la dinámica del Congreso.

Ametli parlamentaria

El 12 de febrero de 2020, luego de “coordinarnos" con TE, finalmente llegó la cita esperada. “Los retos de la industria editorial y sus profesionales en un contexto de transformación/diagnóstico, perspectivas y propuestas" fue el nombre oficial para una mesa, un encuentro, en principio, abierto al público, convocado por el Senado de la República.

Una vez en el lugar, de inmediato supimos que algo estaba mal. En la mesa estarían la senadora, nueve representantes de la industria editorial, pero no el de Ametli, su presidente, Arturo Vázquez Barrón. Mala señal. De manera deliberada o no, TE nos había llevado al Senado sólo como relleno, para estar entre el público. Tan fue así, que, en su oportunidad, pequeños grupos de paleros y revienta-reuniones que fueron llevados hasta ahí, comenzaron a atiborrar las “participaciones” con peticiones sacadas de contexto: lo mismo apoyo para grupos de estados de la República que pedir dinero. Obviamente, muchas personas que no tenían nada que ver con el mundo editorial.

Ivonne Jiménez moderó oficialmente la mesa y se dejaron escuchar no pocas propuestas en función de las necesidades de los editores ante la adversa realidad del sector en México. De lo que se trataba, y esto se expuso en las reuniones preparatorias, era de tener un amplio abanico representativo, de ahí que en la mesa lo mismo estuviera Carlos Anaya (expresidente de Caniem) que el periodista cultural Humberto Musacchio, pasando por los propios miembros de TE, pero Arturo Vázquez Barrón no fue requerido.

Cada exponente pudo expresar las necesidades de su muy particular sector, los editores independientes, los libreros, los editores a secas... cuestiones de precios, montos, distribución, impuestos, papel del Estado y hasta la defensa de la libertad de expresión fueron temas que se le expusieron a la senadora. Pero, la agenda de los traductores literarios nunca fue expuesta de manera debida, parlamentaria, en la mesa a la cual se nos había “invitado”.

La mesa llegó a su fin. Todo el trabajo que Ametli había realizado específicamente para la agenda parlamentaria había sido formalmente desdeñado, pero no podíamos quedarnos así, pasmados. Decidimos que nuestro presidente alzara la mano en medio de la multitud de manos, poco después que dio comienzo el famoso uso de la palabra por parte del público, para hacer preguntas, sugerencias.

Llegado el momento, todos los miembros del Consejo Directivo de Ametli, incluidos algunos colegas, levantamos la mano y nada. El tiempo seguía escurriéndose. Era como si hubiese consigna para no darnos la palabra.

En la cima de la desesperación, nos indignamos y nos paramos ya no para pedir, para exigir (casi a gritos) que le pasara el micrófono a Vázquez Barrón, que todos los traductores ahí presentes teníamos levantada la mano desde hacía mucho y que nomás no nos había dado voz. El enojo se hizo comunitario y evidente.

La presión fue efectiva. Finalmente, el micrófono caía en manos del presidente de Ametli, quien, por el arduo, fino y paciente trabajo realizado con antelación, pudo expresar y exponer de manera muy puntual, por el poquísimo tiempo que nos otorgaron, la precariedad laboral, las condiciones injustas en las que trabajan y las necesidades de los traductores literarios de México. El evento llegaba así a su fin.

Por lo menos la senadora había escuchado de viva voz no sólo nuestras demandas, sino las propuestas de nuestra Agenda Parlamentaria. Como siempre sucede en estos eventos, de lo que vio o escuchó, el político en turno escoge lo que le parece interesante, viable, conveniente, propicio, etcétera. Y en este caso, para nuestra enorme sorpresa, la senadora le otorgaba a Ametli una audiencia para seguir afinando parte de esa agenda que, finalmente, entre otras más, le interesó.

La iniciativa de Ametli en el terreno parlamentario se tuvo que abrir paso a gritos y a codazos, desde una tribuna que no le correspondía, que nunca le tuvo que haber correspondido. La Historia, pues, fría y sabia a la vez, siempre pondrá a cada quién en su sitio, ese en el que justamente le corresponde. 101 votos a favor. Cero en contra.


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