Aquel 17 de octubre todo se descompuso en Culiacán. Las primeras noticias como lo referí aquí mismo la semana pasada, llegaron por Twitter y aunque la mayoría eran de ciudadanos atrapados en el infierno; el primer periodista que alcanzó a subir un video fue Ernesto Martínez, que por horas quedó atrapado en la primer balacera en la zona de Tres Ríos.
Es curioso, pero Culiacán es en general una ciudad “segura”, prácticamente no hay denuncias por robo, ni secuestro y menos reporte de cobros por “derecho de piso” como le llaman los delincuentes. Es obvio que de alguna manera está “protegida” por el Cártel de Sinaloa, lo que mantiene a la ciudad y a su gente en calma; es por ello que lo desencadenado por el operativo contra Ovidio Guzmán fue tan sorpresivo y desconcertante para sus habitantes.
Así las cosas, en medio del tsunami informativo de aquel día, los fotógrafos locales tardaron en reaccionar y entre el miedo, el deber y las dificultades para moverse en una ciudad sitiada con autos quemados por todos lados, durante las primeras no veíamos nada de los colegas locales.
Resulta que la foto que hoy les presento es de Enrique Rashide Serrato Frías, chilango avecindado en Culiacán desde hace unos 20 años. Allá vive y ahí arrancó su carrera como fotoperiodista. Empezó en 2008 en el Noroeste de Culiacán, donde trabajó cinco años, para luego convertirse en corresponsal de Cuartoscuro por otros cinco años.
Actualmente es freelance y acaba de ganar la beca Jóvenes Creadores del Fonca. A Enrique lo conocí en un taller de storytelling que fui a dar hace años a Culiacán y desde entonces ya mostraba un talento natural para la composición y las cualidades para este trabajo.
Aquella tarde, él estaba comiendo con su familia en un restaurante chino cuando comenzaron las balaceras; obvio se asustaron, pero además no traía su equipo, cuando encontró la oportunidad de llegar hasta su casa en medio ya de una ciudad fantasma con el sonido de la metralla de fondo, decidió salir con su cámara a ver que veía.
Por primera vez se encontraba en una ciudad desolada, y en riesgo total de sufrir en carne propia algún daño personal, sin embargo, se enfiló hacía la zona de Tres Ríos sobre las 5 de la tarde hora local y aunque reconoce que “sentía miedo” el instinto periodístico lo llevó hasta el punto de la primer balacera.
Caía la tarde y circular por aquellas calles era lento y laberíntico, los miembros del cártel tenían cerrados los accesos y era imposible cruzar por donde ellos estuvieran, además, los pistoleros no son especialmente amables con una persona que carga equipo profesional y que se identifica como periodista.
Al final, eso no lo detuvo, pero sí lo retraso, fue así como llegó a esa calle donde había un par de presuntos sicarios muertos y en medio de ese caos, el registra este detalle. Balas ensangrentadas sobre el asfalto. Aunque obviamente hizo más fotos, esta me parece que sintetiza muy bien el epílogo de aquella tarde de terror.
La imagen reúne varios atributos semánticos que un “usuario de Twitter” nunca vería. Tiene foco selectivo sobre los casquillos, está tomada a ras de piso; aprovecha la textura líquida de la sangre mezclada con gasolina. Expone correctamente y consigue un ambiente lúgubre gracias a las luces de fondo que rebotan sobre el asfalto. Tiene valores denotativos que resumen la violencia de ese día. Es una imagen fuerte que nos permite contemplar el nivel de violencia y descomposición social que tiene sumido a nuestro país en un cementerio. No se necesita más.
Sobran los muertos. Los vemos sin verlos.
Rashide siguió haciendo foto y envió parte de su material a la Agencia Francesa de Prensa (AFP); trabajó hasta tarde y regresó a su casa temblando aún. La “guerra” le había tocado en su ciudad, como a Natchwey en 2001 cuando atacaron las Torres Gemelas en “su” ciudad y no dudó en tomar su cámara y registrar el horror.
Al amanecer, Enrique salió de nuevo de su casa para ver el saldo del desastre, autos quemados, trincheras improvisadas, charcos de sangre, una ciudad sin escuelas, comercios cerrados, sin transporte y que apenas se recuperaba de lo sucedido unas horas antes.
Así las cosas, este es un botón de muestra de lo que un profesional puede hacer en medio del caos. Enrique Rashide apenas cumplió 35 años, así que tiene todo para desarrollar su trabajo en la próxima década, afinando la mirada y evolucionando hacia trabajos visuales de largo aliento.
No le pierdan la pista.