/ domingo 4 de agosto de 2019

Un pedazo del sol naciente en el corazón de Sudamérica

A quienes no conocen Bolivia les resulta difícil imaginar que en el país sudamericano se alza un pequeño enclave japonés: la colonia Okinawa I que prosperó gracias a la voluntad inquebrantable de unos inmigrantes que pasaron un sinfín de penurias

A 80 kilómetros al noreste de la ciudad boliviana de Santa Cruz se ubica la colonia Okinawa I, próxima a cumplir 65 años, así llamada por sus fundadores en recuerdo a la isla japonesa de sus orígenes.

Muchos de los pioneros que aún viven hablan solo japonés o el dialecto okinawense, como el presidente de la Asociación Boliviana Japonesa de Okinawa, Yukifumi Nakamura, que conversó con Efe a través del secretario general de esa entidad, Satoshi Higa.

"Nos sentimos agradecidos con el Estado boliviano por permitirnos establecernos aquí como migrantes", afirmó Nakamura, quien recordó que la llegada de los okinawenses a Bolivia fue posible gracias a las primeras migraciones niponas muchos años antes.

Hace 120 años, una efemérides que celebraron con la visita de la princesa Mako de Japón.

Imagen del 2 de julio del 2019, de la colonia Okinawa I. / Foto: EFE | Martín Alipaz

Ciento veinte años atrás

El aniversario se empezó a conmemorar en enero con una exposición en La Paz, que explicaba que el proceso migratorio se divide en una etapa previa y una posterior a la Segunda Guerra Mundial.

En la etapa previa, que comenzó en 1899, los primeros inmigrantes llegaron a Perú para trabajar en plantaciones de azúcar, pero muchos las abandonaron al no poder soportar las condiciones laborales precarias.

Ese año, 91 nipones decidieron trasladarse a Bolivia para dedicarse a la siringa o extracción de caucho en el norte del departamento de La Paz.

Como las condiciones tampoco eran las mejores, muchos regresaron a Perú o se trasladaron a otras regiones en el norte boliviano, pero sin poder volver a su país.

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El periodo de la Segunda Guerra Mundial no fue sencillo para los japoneses afincados en Bolivia, ya que las relaciones entre ambos países se rompieron en 1942 y su embajada estuvo cerrada hasta 1955.

Tras la guerra, las relaciones se restablecieron y se abrió una nueva etapa de inmigración en la que el destino fue la región oriental de Santa Cruz, hoy la más próspera de Bolivia.

Un decreto de junio de 1953 del entonces presidente boliviano Víctor Paz Estenssoro abrió "las puertas a la inmigración japonesa", según reseña una placa conmemorativa colocada junto a un monumento del político en la plaza central de Okinawa.

Paz Estenssoro, fallecido en 2001, fue llamado por ello el "padre" de la colonia, que recuerda con cariño que el exmandatario "acostumbraba decir que el acontecimiento más notable de sus cuatro gestiones como presidente era el haber recibido a los inmigrantes japoneses en Bolivia".

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Una travesía difícil

Ninguna migración es sencilla y ésta no fue la excepción, pues la travesía de los okinawenses comenzó en el puerto de Naha, desde donde se trasladaron en buques que bordearon Asia y África, para luego atravesar el Atlántico y llegar finalmente al puerto brasileño de Santos.

Luego emprendieron viaje a Bolivia en tren, según refleja un mapa del Museo Histórico Okinawa Bolivia.

Nakamura recordó que los primeros inmigrantes se establecieron en un lugar al que llamaron Uruma, a unos 40 kilómetros al este del actual enclave, cerca del río Grande cruceño.

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“La tragedia sobrevino a los dos meses de su llegada por una enfermedad febril similar al hantavirus”, relató por su parte Higa.

La epidemia fue tan dura que en menos de diez meses murieron quince personas, lo que, junto a los desbordamientos del río Grande, motivó al traslado a un lugar llamado Palometillas, hacia el oeste.

El problema, explicó Nakamura, fue que allí "no había la opción de aumentar más tierras para producir", por lo que tuvieron que volver a trasladarse hacia el este, a su actual territorio.

Los traslados supusieron dos años perdidos en los que los inmigrantes “sufrieron mucho”, pero gracias al "esfuerzo mancomunado de todos" pudieron establecerse, destacó el dirigente.

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Subsistencia complicada

Nakamura tenía 22 años en 1963, cuando llegó a Bolivia, y actualmente tiene 78, está casado y tiene seis hijos.

Este hombre lleva más de 50 años trabajando como representante agrícola o municipal de su comunidad, un lugar que "es como un paraíso, es lo mejor".

Pero no siempre fue así, pues confesó que si hubiera estado "económicamente mejor" cuando llegó, “lo más probable es que me habría mudado a Brasil o Japón. Por estar pobre es que me he quedado por acá", sentenció.

En sus tiempos no había ni caminos y debían abrir sendas con hacha y otras herramientas para el paso de los carretones.

Cada cierto tiempo debía viajar a la ciudad de Santa Cruz, que "tampoco era tan desarrollada como ahora", por lo que era complicado conseguir alimentos como arroz, harina de trigo o manteca, rememoró Nakamura.

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Otro problema fue el clima, pues "cuando necesitábamos agua, no teníamos, y cuando no la requeríamos, teníamos inundaciones y riadas", según Higa, que es nikkei o hijo de japoneses nacido en Bolivia.

Eso motivó a que muchos colonos emigraran a Argentina o Brasil, que se mudaran a Santa Cruz o que retornaran a Japón.

Se calcula que en la primera década de la colonia llegaron más de 3.300 japoneses en distintos periodos, de los que quedan alrededor de 300 y otros 600 son su descendencia, según Nakamura.

La vocación agricultora

“Los colonos tenían claro que se dedicarían a la agricultura y empezaron con la producción de maíz, pero por entonces no tenían mercado”, narró Nakamura.

Por ello, cambiaron al arroz de secano, algo que también fue complicado pues sembrar este tipo de cereal "donde no llueve, en su desarrollo, es una cosa muy triste", manifestó el dirigente.

Durante un tiempo produjeron algodón aprovechando su auge, aunque su devaluación les obligó a cambiar nuevamente de producto.

Así empezaron a sembrar soya y, sobre todo, trigo, su producto estrella hoy, que les ha valido el título de "capital triguera" de Bolivia.

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Las condiciones para los agricultores han mejorado, pues si en un principio la falta de lluvia por diez días estropeaba la cosecha, ahora "tienen alternativas" si sufren un mes de sequía, además de contar con una agricultura mecanizada.

Entre las estructuras más imponentes de Okinawa I están los silos y la fábrica de fideos hechos con harina de trigo producido en la colonia.

“Establecida en 2011, la fábrica tiene una capacidad para procesar a diario unas 24 toneladas de harina”, indicó Higa.

Mediante las gestiones de la Asociación Boliviana Japonesa de Okinawa en 1998 se empezaron a construir muros defensivos en el río Grande para protegerse de las riadas, según Nakamura.

Estos sistemas defensivos, que alcanzan unos 60 kilómetros, permitieron mejorar la producción de soya y trigo, y la ganadería, por lo que los colonos consideran que Okinawa I "es un modelo piloto de la producción agrícola en Bolivia", agregó.

Vestigios de sufrimiento

Cuando la colonia cumplió medio siglo, los pioneros vieron necesario "dejar algo que marcara en la historia la llegada a esta tierra”, lo que dio lugar a la creación del museo, señaló Higa.

A pedido de la asociación, empezaron a donar todo tipo de artefactos en desuso pero que fueran significativos en "la historia de la conformación de la colonia Okinawa", según Higa.

Las dificultades de los primeros años se evidencian en centenares de fotografías en blanco y negro, o herramientas de agricultura y carpintería, entre otros objetos.

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“También está una campana, obsequiada por Paz Estenssoro a los primeros colonos, que se usó inicialmente para convocar a fiestas o reuniones, pero luego se convirtió en un sonido agorero que avisaba sobre las muertes causadas por la epidemia”, relató Higa.

El día a día en la colonia se muestra en otros objetos como molinos, lámparas de aceite, monturas, billetes antiguos, máquinas de escribir, un viejo carretón de madera, ropa, valijas e incluso electrodomésticos traídos desde Japón.

El Sol naciente tras la tormenta

La colonia, convertida actualmente en un municipio cruceño, aún tiene carencias, sobre todo de infraestructura vial para facilitar la agricultura, pero la vida ya no es tan difícil.

Ahora conviven con gente de Santa Cruz y de otras regiones bolivianas que les superan en número, pero los japoneses y nikkeis se esmeran por conservar su cultura y tradiciones.

En el pueblo se ven muy pocas casas con estilo asiático y algún letrero por ahí escrito en español y japonés, si bien en los edificios construidos por la asociación predomina el idioma nipón.

“En el colegio particular las clases son en español y por la tarde los estudiantes realizan actividades culturales japonesas”, dijo Higa.

Una de las muestras culturales más potentes es el Festival de la Buena Cosecha, que se celebra cada año en agosto, en el que los más jóvenes hacen demostraciones de bailes tradicionales nipones como el eisa, que se ejecuta con tambores.

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Los ancianos, muy respetados en la comunidad, se mantienen bien conservados físicamente con actividades como la práctica del "gateball", un deporte popular en Japón inspirado en el críquet.

Sakae Atta, de 71 años, es parte del grupo que se reúne sin falta todas las tardes para jugar "gateball".

"Aquí, cuando tienen edad, los ancianos salen a jugar para tener ese encuentro entre amistades. La mayoría son de más de 60 años", explicó Atta a Efe en un perfecto español.

El hombre se siente "como si fuera boliviano", pues llegó con apenas 7 años y casi no tiene recuerdos de Japón.

“Los pioneros sienten que su tiempo ya está pasando, por lo que esperan que sus descendientes se encarguen de gestionar nuevos proyectos para mejorar la comunidad”, afirmó Nakamura.

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"Mi deseo es que se consolide una comunidad de paz y armonía y que podamos tener una de las mejores comunidades aquí en Bolivia", concluyó.

La princesa Mako de Akishino visitó en julio Bolivia, en conmemoración del 120 aniversario de la llegada de los japoneses a Bolivia, donde recordó con los supervivientes de Okinawa I esta historia.

A 80 kilómetros al noreste de la ciudad boliviana de Santa Cruz se ubica la colonia Okinawa I, próxima a cumplir 65 años, así llamada por sus fundadores en recuerdo a la isla japonesa de sus orígenes.

Muchos de los pioneros que aún viven hablan solo japonés o el dialecto okinawense, como el presidente de la Asociación Boliviana Japonesa de Okinawa, Yukifumi Nakamura, que conversó con Efe a través del secretario general de esa entidad, Satoshi Higa.

"Nos sentimos agradecidos con el Estado boliviano por permitirnos establecernos aquí como migrantes", afirmó Nakamura, quien recordó que la llegada de los okinawenses a Bolivia fue posible gracias a las primeras migraciones niponas muchos años antes.

Hace 120 años, una efemérides que celebraron con la visita de la princesa Mako de Japón.

Imagen del 2 de julio del 2019, de la colonia Okinawa I. / Foto: EFE | Martín Alipaz

Ciento veinte años atrás

El aniversario se empezó a conmemorar en enero con una exposición en La Paz, que explicaba que el proceso migratorio se divide en una etapa previa y una posterior a la Segunda Guerra Mundial.

En la etapa previa, que comenzó en 1899, los primeros inmigrantes llegaron a Perú para trabajar en plantaciones de azúcar, pero muchos las abandonaron al no poder soportar las condiciones laborales precarias.

Ese año, 91 nipones decidieron trasladarse a Bolivia para dedicarse a la siringa o extracción de caucho en el norte del departamento de La Paz.

Como las condiciones tampoco eran las mejores, muchos regresaron a Perú o se trasladaron a otras regiones en el norte boliviano, pero sin poder volver a su país.

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El periodo de la Segunda Guerra Mundial no fue sencillo para los japoneses afincados en Bolivia, ya que las relaciones entre ambos países se rompieron en 1942 y su embajada estuvo cerrada hasta 1955.

Tras la guerra, las relaciones se restablecieron y se abrió una nueva etapa de inmigración en la que el destino fue la región oriental de Santa Cruz, hoy la más próspera de Bolivia.

Un decreto de junio de 1953 del entonces presidente boliviano Víctor Paz Estenssoro abrió "las puertas a la inmigración japonesa", según reseña una placa conmemorativa colocada junto a un monumento del político en la plaza central de Okinawa.

Paz Estenssoro, fallecido en 2001, fue llamado por ello el "padre" de la colonia, que recuerda con cariño que el exmandatario "acostumbraba decir que el acontecimiento más notable de sus cuatro gestiones como presidente era el haber recibido a los inmigrantes japoneses en Bolivia".

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Una travesía difícil

Ninguna migración es sencilla y ésta no fue la excepción, pues la travesía de los okinawenses comenzó en el puerto de Naha, desde donde se trasladaron en buques que bordearon Asia y África, para luego atravesar el Atlántico y llegar finalmente al puerto brasileño de Santos.

Luego emprendieron viaje a Bolivia en tren, según refleja un mapa del Museo Histórico Okinawa Bolivia.

Nakamura recordó que los primeros inmigrantes se establecieron en un lugar al que llamaron Uruma, a unos 40 kilómetros al este del actual enclave, cerca del río Grande cruceño.

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“La tragedia sobrevino a los dos meses de su llegada por una enfermedad febril similar al hantavirus”, relató por su parte Higa.

La epidemia fue tan dura que en menos de diez meses murieron quince personas, lo que, junto a los desbordamientos del río Grande, motivó al traslado a un lugar llamado Palometillas, hacia el oeste.

El problema, explicó Nakamura, fue que allí "no había la opción de aumentar más tierras para producir", por lo que tuvieron que volver a trasladarse hacia el este, a su actual territorio.

Los traslados supusieron dos años perdidos en los que los inmigrantes “sufrieron mucho”, pero gracias al "esfuerzo mancomunado de todos" pudieron establecerse, destacó el dirigente.

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Subsistencia complicada

Nakamura tenía 22 años en 1963, cuando llegó a Bolivia, y actualmente tiene 78, está casado y tiene seis hijos.

Este hombre lleva más de 50 años trabajando como representante agrícola o municipal de su comunidad, un lugar que "es como un paraíso, es lo mejor".

Pero no siempre fue así, pues confesó que si hubiera estado "económicamente mejor" cuando llegó, “lo más probable es que me habría mudado a Brasil o Japón. Por estar pobre es que me he quedado por acá", sentenció.

En sus tiempos no había ni caminos y debían abrir sendas con hacha y otras herramientas para el paso de los carretones.

Cada cierto tiempo debía viajar a la ciudad de Santa Cruz, que "tampoco era tan desarrollada como ahora", por lo que era complicado conseguir alimentos como arroz, harina de trigo o manteca, rememoró Nakamura.

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Otro problema fue el clima, pues "cuando necesitábamos agua, no teníamos, y cuando no la requeríamos, teníamos inundaciones y riadas", según Higa, que es nikkei o hijo de japoneses nacido en Bolivia.

Eso motivó a que muchos colonos emigraran a Argentina o Brasil, que se mudaran a Santa Cruz o que retornaran a Japón.

Se calcula que en la primera década de la colonia llegaron más de 3.300 japoneses en distintos periodos, de los que quedan alrededor de 300 y otros 600 son su descendencia, según Nakamura.

La vocación agricultora

“Los colonos tenían claro que se dedicarían a la agricultura y empezaron con la producción de maíz, pero por entonces no tenían mercado”, narró Nakamura.

Por ello, cambiaron al arroz de secano, algo que también fue complicado pues sembrar este tipo de cereal "donde no llueve, en su desarrollo, es una cosa muy triste", manifestó el dirigente.

Durante un tiempo produjeron algodón aprovechando su auge, aunque su devaluación les obligó a cambiar nuevamente de producto.

Así empezaron a sembrar soya y, sobre todo, trigo, su producto estrella hoy, que les ha valido el título de "capital triguera" de Bolivia.

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Las condiciones para los agricultores han mejorado, pues si en un principio la falta de lluvia por diez días estropeaba la cosecha, ahora "tienen alternativas" si sufren un mes de sequía, además de contar con una agricultura mecanizada.

Entre las estructuras más imponentes de Okinawa I están los silos y la fábrica de fideos hechos con harina de trigo producido en la colonia.

“Establecida en 2011, la fábrica tiene una capacidad para procesar a diario unas 24 toneladas de harina”, indicó Higa.

Mediante las gestiones de la Asociación Boliviana Japonesa de Okinawa en 1998 se empezaron a construir muros defensivos en el río Grande para protegerse de las riadas, según Nakamura.

Estos sistemas defensivos, que alcanzan unos 60 kilómetros, permitieron mejorar la producción de soya y trigo, y la ganadería, por lo que los colonos consideran que Okinawa I "es un modelo piloto de la producción agrícola en Bolivia", agregó.

Vestigios de sufrimiento

Cuando la colonia cumplió medio siglo, los pioneros vieron necesario "dejar algo que marcara en la historia la llegada a esta tierra”, lo que dio lugar a la creación del museo, señaló Higa.

A pedido de la asociación, empezaron a donar todo tipo de artefactos en desuso pero que fueran significativos en "la historia de la conformación de la colonia Okinawa", según Higa.

Las dificultades de los primeros años se evidencian en centenares de fotografías en blanco y negro, o herramientas de agricultura y carpintería, entre otros objetos.

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“También está una campana, obsequiada por Paz Estenssoro a los primeros colonos, que se usó inicialmente para convocar a fiestas o reuniones, pero luego se convirtió en un sonido agorero que avisaba sobre las muertes causadas por la epidemia”, relató Higa.

El día a día en la colonia se muestra en otros objetos como molinos, lámparas de aceite, monturas, billetes antiguos, máquinas de escribir, un viejo carretón de madera, ropa, valijas e incluso electrodomésticos traídos desde Japón.

El Sol naciente tras la tormenta

La colonia, convertida actualmente en un municipio cruceño, aún tiene carencias, sobre todo de infraestructura vial para facilitar la agricultura, pero la vida ya no es tan difícil.

Ahora conviven con gente de Santa Cruz y de otras regiones bolivianas que les superan en número, pero los japoneses y nikkeis se esmeran por conservar su cultura y tradiciones.

En el pueblo se ven muy pocas casas con estilo asiático y algún letrero por ahí escrito en español y japonés, si bien en los edificios construidos por la asociación predomina el idioma nipón.

“En el colegio particular las clases son en español y por la tarde los estudiantes realizan actividades culturales japonesas”, dijo Higa.

Una de las muestras culturales más potentes es el Festival de la Buena Cosecha, que se celebra cada año en agosto, en el que los más jóvenes hacen demostraciones de bailes tradicionales nipones como el eisa, que se ejecuta con tambores.

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Los ancianos, muy respetados en la comunidad, se mantienen bien conservados físicamente con actividades como la práctica del "gateball", un deporte popular en Japón inspirado en el críquet.

Sakae Atta, de 71 años, es parte del grupo que se reúne sin falta todas las tardes para jugar "gateball".

"Aquí, cuando tienen edad, los ancianos salen a jugar para tener ese encuentro entre amistades. La mayoría son de más de 60 años", explicó Atta a Efe en un perfecto español.

El hombre se siente "como si fuera boliviano", pues llegó con apenas 7 años y casi no tiene recuerdos de Japón.

“Los pioneros sienten que su tiempo ya está pasando, por lo que esperan que sus descendientes se encarguen de gestionar nuevos proyectos para mejorar la comunidad”, afirmó Nakamura.

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"Mi deseo es que se consolide una comunidad de paz y armonía y que podamos tener una de las mejores comunidades aquí en Bolivia", concluyó.

La princesa Mako de Akishino visitó en julio Bolivia, en conmemoración del 120 aniversario de la llegada de los japoneses a Bolivia, donde recordó con los supervivientes de Okinawa I esta historia.

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