/ martes 19 de octubre de 2021

Una historia alternativa de la conquista

Nieto dice que El escritor mexicano Omar Nieto publicó hace unas semanas El juego secreto de Moctezuma

El escritor mexicano Omar Nieto publicó hace unas semanas El juego secreto de Moctezuma. O de cómo los españoles perdieron la guerra contra los aztecas, una novela que plantea lo que la editorial HarperCollins llama “la historia fabulosa de lo que pudo haber sido”.

Se trata de una especie de historia alternativa de la guerra entre Hernán Cortés y Moctezuma en la que, con pleno conocimiento de los hechos ocurridos durante la Conquista de México, el autor traza una ficción en la que los protagonistas cambian sus roles de vencedores y vencidos.

“Omar Nieto parte de la idea fatal de que todo está predestinado, y busca un hueco en la historia que ya conocemos, para trazar un horizonte de credibilidad narrativa, donde los indígenas ganan la guerra, y donde hay personajes esenciales como Gonzalo Guerrero, el español que se convirtió en maya, y desempeña un papel militar esencial”, destaca el sello editorial sobre esta publicación, a todas luces provocadora.

“Como nosotros fuimos el pueblo vencido y nunca tuvimos un canto épico o una epopeya, a pesar de que procedemos de pueblos guerreros cien por ciento, yo tenía el deseo de hacer una novela, sobre todo ahora que fueron los quinientos años de la Conquista, aunque me atrevería a decir que esta es una antinovela histórica de la Conquista, no apta para los historiadores”, comparte el autor en entrevista con El Sol de México.

De alguna manera, esta novela forma parte de una tendencia que hay en la cultura contemporánea por reescribir ciertos capítulos de la historia:

“Ya en la literatura mexicana hay un antecedente, en 1985 aparece La Crónica del gran reformador, de Héctor Chavarría; un cuento donde se plantea esta posibilidad e incluso se habla de un sacrificio de españoles en el Popocatépetl, y no se diga El hombre del castillo, la serie de Filmaffinity, y una novela que acaba de salir, sobre qué habría pasado si los Incas le hubieran planteado guerra a los españoles y Pizarro hubiera sido vencido”, comenta Nieto.

Para el autor, quien es doctor en Letras Latinoamericanas por la UNAM, era importante llevar a cabo una revisión historiográfica fue muy ardua y manejar mucha documentación, para encontrar un hueco en la historia que hiciera verosímil a la novela y que no terminara siendo sólo una ocurrencia, y que además pudiera ser una historia que cuestionara la historia oficial de la Conquista.

También comenta que era importante abordar este tema desde los ojos de los indígenas y de una forma vívida para trasladar al lector a ese tiempo de guerra, porque, asegura, “a veces no se entiende que hace quinientos años el mundo era una guerra permanente y no existía eso que ahora llamamos civilización”.

Ya entrando en materia, Omar Nieto subraya que revisando la historia con minuciosidad y alejándose de las fuentes cortesianas es posible ver que sí hubiera sido posible ganar esa guerra, ya que “Cuitláhuac intentó urdir una alianza con el otro gran imperio, que eran los TarascoPurépechas, y de haberlo logrado, hoy estaríamos hablando de otra cosa”.

Has dicho que “en la literatura, el hubiera sí existe”. ¿No es también es un síntoma que tenemos como país y que se traslada hasta nuestros días, incluso en escenarios tan banales como el fútbol?

Bueno, revisando la historia de la Conquista también te das cuenta de que pareciera que ahí están todos nuestros males como nación: el divisionismo absoluto, el ver a nuestro vecino como enemigo, el racismo... Y ya que planteas lo del fútbol, que a mí me gusta mucho, si revisas esa historia de los juegos que pudieron haber llevado al quinto partido y de más, es que siempre hubo la división, nunca se vio el objetivo común, y es una historia que todo el tiempo está girando, de manera que no llegaremos muy lejos hasta que entendamos que somos una nación muy poderosa culturalmente.

A nosotros como vencidos nos encanta la posibilidad de “voltear los papeles”, pero sería interesante ver qué opinan los españoles de esta historia alternativa.

Yo tengo miedo de su reacción, te soy sincero, porque parte de la esencia de la novela es mirar a los españoles como “los otros”, es decir: los bárbaros, y esto no lo estoy inventando, porque en las crónicas indígenas todos se refieren a ellos así, como personas con un sentido del honor muy bajo, y como contendientes totalmente prácticos, sádicos y letales, mientras que los aztecas tenían todo un rito y un código de honor…

Pero seguramente habrá mentes más abiertas, incluso del otro lado del charco, que puedan abrirse a la posibilidad que planteas.

Aunque en este momento las polarizaciones ideológicas del franquismo, por ejemplo, están a flor de piel. Yo todavía en este ruido de la Conquista, estoy viendo, por un lado a quien exige un perdón y por el otro, a quien pide que le agradezcan que nos hayan traído la “civilización” y la religión cristiana. Entonces hay una polarización que no permite la reflexión y eso aleja toda serenidad con respecto al tema… Además de que es un absurdo y una necedad, porque después de quinientos años ni tú, ni yo somos indígenas. Pocos mexicanos pueden llamarse puros, incluidas las comunidades indígenas... ¿Qué país es puro en este momento? Todo eso me parece un planteamiento más político que social.

Quería preguntarte qué opinas de cómo se ha tratado este tema en la 4T, pero creo ya me contestaste.

A mí me parece buena idea el revisionismo histórico, pero en lo que no estoy de acuerdo es en el reduccionismo histórico, ¿verdad? Que por cambiar una estatua vamos a negar nuestra propia historia, ¡eso no sirve de nada... Y voy a decir una cosa más: Cualquier revisionismo histórico sin presupuesto pues es demagogia, porque mientras no haya dinero para revitalizar las zonas arqueológicas o para crear mayor investigación alrededor de nuevos códices, pues todo se queda en un discurso mañanero.

¿Debería leer este libro un niño que esté aprendiendo historia?

Sí… Nada más quiero advertir que, aunque la lectura es fluida, sí está llena de la complejidad propia del mundo azteca. Creo que lo ideal sería que lo leyera un adolescente, para por fin tener la posibilidad de leer algo distinto a lo que te dicen en la escuela… Eso sería bastante revolucionario, para que dentro de veinte años, los jóvenes que hayan leído esta historia ya no se quieran creer el discurso civilizatorio cortesiano blanco. Pero es una historia abierta a todo el mundo… Me gusta decir que es un libro para todos, menos para los historiadores.

Como cortesía para los lectores de El Sol de México y la Organización Editorial Mexicana, el autor y la editorial HarperCollins México, nos comparten un adelanto de El juego secreto de Moctezuma… que es su primer capítulo, acerca del cual Omar Nieto puntualiza:

“¿Qué hubiera pasado si los Aztecas hubieran llegado a las costas de España, como se plantea desde el primer capítulo, donde Cuitláhuac llega con la cabeza decapitada de Hernán Cortes y la arroja a las playas de Cádiz? Es algo que sólo se puede trabajar desde la literatura, pero esa es una de las grandes bondades del arte: plantearnos y replantearnos el pasado, para luego plantearnos mejor el futuro, ¿no?”

CAPÍTULO 1 Mayo de 1527

Y estaréis advertido de no consentir que por ninguna manera persona alguna escriba cosas que toquen a supersticiones y manera de vivir que estos indios tenían, en ninguna lengua, porque así conviene al servicio de Dios Nuestro Señor.

Real Cédula de Felipe II, 22 de abril de 1577, queja a la aparición de Historia general de las cosas de la Nueva España de fray Bernardino de Sahagún

El décimo tlatoani ordenó bajar el tzompantli apenas la canoa encalló en la arena. Contenía trece cráneos humanos cubiertos con oro de varios capitanes castellanos capturados en Las Hibueras y en otras guerras ganadas, entre ellos los del llamado Tona- tiuh, Pedro de Alvarado, Gil González de Ávila, Gonzalo de San- doval, Diego de Mazariegos, Cristóbal de Olid, Alonso de Estra- da, Diego Velázquez, Nuño de Guzmán y otros que no merecen memoria. A las orillas había dos cráneos de los grandes venados llevados a México-Tenochtitlan y dos de terribles perros cuyas fauces mataron a tantos mexicanos del otro lado del océano.

Ordenó poner el tzompantli reflejando el sol en la arena con aquellos cráneos cubiertos de fino oro, del coztic teocuitlatl, un metal que no tenía tanto valor entre los mexicanos excepto si su ornamento manifestaba a los dioses, pero que animó el yóllotl, el corazón, y el rostro de los invasores.

Ya no se percibía débil. Por el contrario, se sentía fuerte y claro de mente desde el último día de las mortales fiebres en las que el dios Tezcatlipoca, el espejo que enseña todas las cosas, le mostró durante nueve días los ríos del Mictlán y durante otros nueve los niveles del cielo en los que pudo ver bien cómo, ante el dominio español, sucumbirían todas las naciones nahuas y no nahuas, pero sobre todo la gran MéxicoTenochtitlan, a pesar de la férrea defensa que de forma heroica emprendería su primo Cuauhtémoc.

El tlatoani se sentía vigoroso, agradecido, valiente y rabio- so, a pesar de mostrar su rostro apenas reconocible por el teo- zahuatl, o grano de los dioses, de esas marcas de la viruela lle- vada a México desde estas tierras europeas, también conocida como cocoliztli.

—Con que éste es el reino de donde vienes, ésta es la tierra de tu rey don Carlos, el que afirmas que te mandó en busca de oro y gloria...

Y pronunciando esta frase entre gritos de miles de mexica- nos, quienes luego de detonar los cañones bajaban de los mismos bergantines que los castellanos usaron para atravesar el océano y descendiendo igual número de indígenas de otras naciones en esas playas que los prisioneros reconocieron como Santa María del Mar de Cádiz, el tlatoani apartó de aquel tzompantli el crá- neo cubierto de oro de Hernán Cortés, lo tiró sobre la arena y se puso encima la piel desollada del conquistador español, a la manera de una capa que lo envolviera a la perfección como en el rito del dios Xipe Tótec y como lo había hecho el sacerdote fundador de la vieja Tenochtitlan con el cuero de la hija del rey de Culhuacán.

—Aquí está el oro que tanto ansías, tlatoani don Carlos —dijo, con la traducción de Gonzalo Guerrero, el español convertido en maya, con hijos y esposa de esa estirpe, quien lo acompañaría durante toda la travesía llevando tatuada la cara con los colores turquesa del Caribe.

Dado el peso del metal, el cráneo dorado de Hernán Cortés fue enterrado en la playa cercana a la villa de Palos, al igual que su armadura, su espada y su yelmo, también teñidos de oro, ob- jetos que, de haber sobrevivido, sin duda Hernán habría traído a España para mostrarle más de aquel metal al rey don Carlos.

Cuitláhuac no había muerto. Nunca lo estuvo. Él era el mayor secreto que su hermano se reservó antes de ser asesinado a cuchi- lladas por la mano del propio Cortés en aquella noche triste en la que más de mil tlaxcaltecas y ochocientos sesenta y dos soldados españoles fueron abatidos, sacrificados y comidos por mexicas, tepanecas y tlatelolcas, algunos de esos castellanos sucumbiendo en los canales que alimentaban la laguna al tratar de llevarse a como diera lugar el oro mexicano.

Era ese mismo oro el que cubría el cráneo de Cortés, arrojado ahora a las costas de la Bahía de Cádiz por el valiente Cuitláhuac, sobreviviente de la peste que mataría a miles de nahuas en los lagos calientes de Chalco, TexcocoAcolhuacan, México y Xochi- milco, nahuas que desembarcaban junto a otros miles de mayas, cihuatlancas, purépechas, yaquis, mayos, sinaloas, yopes, tecos, tlahuicas, malinalcas, huastecos, mixtecas, zapotecas, otomíes, chichimecas y de otras naciones indígenas confederadas con los mexicas para derrotar a los invasores y arribar extasiados, fran- cos, vengativos y brutales, a las también doradas, tranquilas y sorprendidas arenas del puerto de Santa María en la Vieja España.



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El escritor mexicano Omar Nieto publicó hace unas semanas El juego secreto de Moctezuma. O de cómo los españoles perdieron la guerra contra los aztecas, una novela que plantea lo que la editorial HarperCollins llama “la historia fabulosa de lo que pudo haber sido”.

Se trata de una especie de historia alternativa de la guerra entre Hernán Cortés y Moctezuma en la que, con pleno conocimiento de los hechos ocurridos durante la Conquista de México, el autor traza una ficción en la que los protagonistas cambian sus roles de vencedores y vencidos.

“Omar Nieto parte de la idea fatal de que todo está predestinado, y busca un hueco en la historia que ya conocemos, para trazar un horizonte de credibilidad narrativa, donde los indígenas ganan la guerra, y donde hay personajes esenciales como Gonzalo Guerrero, el español que se convirtió en maya, y desempeña un papel militar esencial”, destaca el sello editorial sobre esta publicación, a todas luces provocadora.

“Como nosotros fuimos el pueblo vencido y nunca tuvimos un canto épico o una epopeya, a pesar de que procedemos de pueblos guerreros cien por ciento, yo tenía el deseo de hacer una novela, sobre todo ahora que fueron los quinientos años de la Conquista, aunque me atrevería a decir que esta es una antinovela histórica de la Conquista, no apta para los historiadores”, comparte el autor en entrevista con El Sol de México.

De alguna manera, esta novela forma parte de una tendencia que hay en la cultura contemporánea por reescribir ciertos capítulos de la historia:

“Ya en la literatura mexicana hay un antecedente, en 1985 aparece La Crónica del gran reformador, de Héctor Chavarría; un cuento donde se plantea esta posibilidad e incluso se habla de un sacrificio de españoles en el Popocatépetl, y no se diga El hombre del castillo, la serie de Filmaffinity, y una novela que acaba de salir, sobre qué habría pasado si los Incas le hubieran planteado guerra a los españoles y Pizarro hubiera sido vencido”, comenta Nieto.

Para el autor, quien es doctor en Letras Latinoamericanas por la UNAM, era importante llevar a cabo una revisión historiográfica fue muy ardua y manejar mucha documentación, para encontrar un hueco en la historia que hiciera verosímil a la novela y que no terminara siendo sólo una ocurrencia, y que además pudiera ser una historia que cuestionara la historia oficial de la Conquista.

También comenta que era importante abordar este tema desde los ojos de los indígenas y de una forma vívida para trasladar al lector a ese tiempo de guerra, porque, asegura, “a veces no se entiende que hace quinientos años el mundo era una guerra permanente y no existía eso que ahora llamamos civilización”.

Ya entrando en materia, Omar Nieto subraya que revisando la historia con minuciosidad y alejándose de las fuentes cortesianas es posible ver que sí hubiera sido posible ganar esa guerra, ya que “Cuitláhuac intentó urdir una alianza con el otro gran imperio, que eran los TarascoPurépechas, y de haberlo logrado, hoy estaríamos hablando de otra cosa”.

Has dicho que “en la literatura, el hubiera sí existe”. ¿No es también es un síntoma que tenemos como país y que se traslada hasta nuestros días, incluso en escenarios tan banales como el fútbol?

Bueno, revisando la historia de la Conquista también te das cuenta de que pareciera que ahí están todos nuestros males como nación: el divisionismo absoluto, el ver a nuestro vecino como enemigo, el racismo... Y ya que planteas lo del fútbol, que a mí me gusta mucho, si revisas esa historia de los juegos que pudieron haber llevado al quinto partido y de más, es que siempre hubo la división, nunca se vio el objetivo común, y es una historia que todo el tiempo está girando, de manera que no llegaremos muy lejos hasta que entendamos que somos una nación muy poderosa culturalmente.

A nosotros como vencidos nos encanta la posibilidad de “voltear los papeles”, pero sería interesante ver qué opinan los españoles de esta historia alternativa.

Yo tengo miedo de su reacción, te soy sincero, porque parte de la esencia de la novela es mirar a los españoles como “los otros”, es decir: los bárbaros, y esto no lo estoy inventando, porque en las crónicas indígenas todos se refieren a ellos así, como personas con un sentido del honor muy bajo, y como contendientes totalmente prácticos, sádicos y letales, mientras que los aztecas tenían todo un rito y un código de honor…

Pero seguramente habrá mentes más abiertas, incluso del otro lado del charco, que puedan abrirse a la posibilidad que planteas.

Aunque en este momento las polarizaciones ideológicas del franquismo, por ejemplo, están a flor de piel. Yo todavía en este ruido de la Conquista, estoy viendo, por un lado a quien exige un perdón y por el otro, a quien pide que le agradezcan que nos hayan traído la “civilización” y la religión cristiana. Entonces hay una polarización que no permite la reflexión y eso aleja toda serenidad con respecto al tema… Además de que es un absurdo y una necedad, porque después de quinientos años ni tú, ni yo somos indígenas. Pocos mexicanos pueden llamarse puros, incluidas las comunidades indígenas... ¿Qué país es puro en este momento? Todo eso me parece un planteamiento más político que social.

Quería preguntarte qué opinas de cómo se ha tratado este tema en la 4T, pero creo ya me contestaste.

A mí me parece buena idea el revisionismo histórico, pero en lo que no estoy de acuerdo es en el reduccionismo histórico, ¿verdad? Que por cambiar una estatua vamos a negar nuestra propia historia, ¡eso no sirve de nada... Y voy a decir una cosa más: Cualquier revisionismo histórico sin presupuesto pues es demagogia, porque mientras no haya dinero para revitalizar las zonas arqueológicas o para crear mayor investigación alrededor de nuevos códices, pues todo se queda en un discurso mañanero.

¿Debería leer este libro un niño que esté aprendiendo historia?

Sí… Nada más quiero advertir que, aunque la lectura es fluida, sí está llena de la complejidad propia del mundo azteca. Creo que lo ideal sería que lo leyera un adolescente, para por fin tener la posibilidad de leer algo distinto a lo que te dicen en la escuela… Eso sería bastante revolucionario, para que dentro de veinte años, los jóvenes que hayan leído esta historia ya no se quieran creer el discurso civilizatorio cortesiano blanco. Pero es una historia abierta a todo el mundo… Me gusta decir que es un libro para todos, menos para los historiadores.

Como cortesía para los lectores de El Sol de México y la Organización Editorial Mexicana, el autor y la editorial HarperCollins México, nos comparten un adelanto de El juego secreto de Moctezuma… que es su primer capítulo, acerca del cual Omar Nieto puntualiza:

“¿Qué hubiera pasado si los Aztecas hubieran llegado a las costas de España, como se plantea desde el primer capítulo, donde Cuitláhuac llega con la cabeza decapitada de Hernán Cortes y la arroja a las playas de Cádiz? Es algo que sólo se puede trabajar desde la literatura, pero esa es una de las grandes bondades del arte: plantearnos y replantearnos el pasado, para luego plantearnos mejor el futuro, ¿no?”

CAPÍTULO 1 Mayo de 1527

Y estaréis advertido de no consentir que por ninguna manera persona alguna escriba cosas que toquen a supersticiones y manera de vivir que estos indios tenían, en ninguna lengua, porque así conviene al servicio de Dios Nuestro Señor.

Real Cédula de Felipe II, 22 de abril de 1577, queja a la aparición de Historia general de las cosas de la Nueva España de fray Bernardino de Sahagún

El décimo tlatoani ordenó bajar el tzompantli apenas la canoa encalló en la arena. Contenía trece cráneos humanos cubiertos con oro de varios capitanes castellanos capturados en Las Hibueras y en otras guerras ganadas, entre ellos los del llamado Tona- tiuh, Pedro de Alvarado, Gil González de Ávila, Gonzalo de San- doval, Diego de Mazariegos, Cristóbal de Olid, Alonso de Estra- da, Diego Velázquez, Nuño de Guzmán y otros que no merecen memoria. A las orillas había dos cráneos de los grandes venados llevados a México-Tenochtitlan y dos de terribles perros cuyas fauces mataron a tantos mexicanos del otro lado del océano.

Ordenó poner el tzompantli reflejando el sol en la arena con aquellos cráneos cubiertos de fino oro, del coztic teocuitlatl, un metal que no tenía tanto valor entre los mexicanos excepto si su ornamento manifestaba a los dioses, pero que animó el yóllotl, el corazón, y el rostro de los invasores.

Ya no se percibía débil. Por el contrario, se sentía fuerte y claro de mente desde el último día de las mortales fiebres en las que el dios Tezcatlipoca, el espejo que enseña todas las cosas, le mostró durante nueve días los ríos del Mictlán y durante otros nueve los niveles del cielo en los que pudo ver bien cómo, ante el dominio español, sucumbirían todas las naciones nahuas y no nahuas, pero sobre todo la gran MéxicoTenochtitlan, a pesar de la férrea defensa que de forma heroica emprendería su primo Cuauhtémoc.

El tlatoani se sentía vigoroso, agradecido, valiente y rabio- so, a pesar de mostrar su rostro apenas reconocible por el teo- zahuatl, o grano de los dioses, de esas marcas de la viruela lle- vada a México desde estas tierras europeas, también conocida como cocoliztli.

—Con que éste es el reino de donde vienes, ésta es la tierra de tu rey don Carlos, el que afirmas que te mandó en busca de oro y gloria...

Y pronunciando esta frase entre gritos de miles de mexica- nos, quienes luego de detonar los cañones bajaban de los mismos bergantines que los castellanos usaron para atravesar el océano y descendiendo igual número de indígenas de otras naciones en esas playas que los prisioneros reconocieron como Santa María del Mar de Cádiz, el tlatoani apartó de aquel tzompantli el crá- neo cubierto de oro de Hernán Cortés, lo tiró sobre la arena y se puso encima la piel desollada del conquistador español, a la manera de una capa que lo envolviera a la perfección como en el rito del dios Xipe Tótec y como lo había hecho el sacerdote fundador de la vieja Tenochtitlan con el cuero de la hija del rey de Culhuacán.

—Aquí está el oro que tanto ansías, tlatoani don Carlos —dijo, con la traducción de Gonzalo Guerrero, el español convertido en maya, con hijos y esposa de esa estirpe, quien lo acompañaría durante toda la travesía llevando tatuada la cara con los colores turquesa del Caribe.

Dado el peso del metal, el cráneo dorado de Hernán Cortés fue enterrado en la playa cercana a la villa de Palos, al igual que su armadura, su espada y su yelmo, también teñidos de oro, ob- jetos que, de haber sobrevivido, sin duda Hernán habría traído a España para mostrarle más de aquel metal al rey don Carlos.

Cuitláhuac no había muerto. Nunca lo estuvo. Él era el mayor secreto que su hermano se reservó antes de ser asesinado a cuchi- lladas por la mano del propio Cortés en aquella noche triste en la que más de mil tlaxcaltecas y ochocientos sesenta y dos soldados españoles fueron abatidos, sacrificados y comidos por mexicas, tepanecas y tlatelolcas, algunos de esos castellanos sucumbiendo en los canales que alimentaban la laguna al tratar de llevarse a como diera lugar el oro mexicano.

Era ese mismo oro el que cubría el cráneo de Cortés, arrojado ahora a las costas de la Bahía de Cádiz por el valiente Cuitláhuac, sobreviviente de la peste que mataría a miles de nahuas en los lagos calientes de Chalco, TexcocoAcolhuacan, México y Xochi- milco, nahuas que desembarcaban junto a otros miles de mayas, cihuatlancas, purépechas, yaquis, mayos, sinaloas, yopes, tecos, tlahuicas, malinalcas, huastecos, mixtecas, zapotecas, otomíes, chichimecas y de otras naciones indígenas confederadas con los mexicas para derrotar a los invasores y arribar extasiados, fran- cos, vengativos y brutales, a las también doradas, tranquilas y sorprendidas arenas del puerto de Santa María en la Vieja España.



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