/ miércoles 10 de enero de 2018

A 50 años de la medalla olímpica de Felipe el “Tibio” Muñoz

Felipe el “Tibio” Muñoz tiene muy presente aquel momento histórico, su medalla olímpica en México 68

Detrás de sus ojos resurgen imágenes,

Se levanta temprano, está destinado a cumplirle al destino.

Felipe Muñoz llega con una sonrisa a la Alberca Olímpica Francisco Márquez.

Entonces los nervios lo invaden. Pero está seguro de su entrenamiento, del trabajo que hizo durante años. De esa mentalidad ganadora que se forjó desde niño cuando quiso ser nadador.

Observa la invasión de gentes que van entrando por la avenida Río Churubusco hacia la alberca.

Un letrero sobre la avenida lo devuelve nuevamente a la realidad: “Juegos Olímpicos de México 68”.

Recuerda los consejos de su equipo multidisciplinario. Sabe que debe responder por la nación y el deporte. Con la mente puesta en el Himno Nacional para que se se escuche en todo el país.

Aunque sus rivales también son temidos: Vladimir Kosinsky, poseedor de la marca mundial en los 200 metros estilo pecho. Los rusos Nickolay Pankin y Eugeny Mikhailov, el norteamericano Job Brian y el alemán Egon Henninger, todos medallistas mundiales, pero Muñoz Kapamas no se intimida. Los saluda con respeto y espera el turno para competir.

La gente en las gradas comienzan a gritar “Tibio”, “Tibio”, apodo que le pusieron porque su padre Felipe era de Aguascalientes y su madre Areti de Río Frío. En sus venas corría sangre tibia, pero su mente estaba fría, atenta a cualquier circunstancia.

Así se presentó y ganó la competencia haciendo enloquecer al respetable. Con lágrimas de orgullo y satisfacción cantó el Himno justo cuando se izaba la bandera mexicana en todo lo alto del mástil.

Fue un logro que al pasar de  los años ha sido difícil superar en los siguientes Olímpicos.

Ahora, a 50 años de esa increíble respuesta a la natación, Felipe sigue disfrutando esos momentos que compartió con sus padres, con los dirigentes deportivos, con el pueblo que lo conocía solamente como “El Tibio” y que lloró de alegría por esa conquista.

Así, un martes 22 de octubre del año 1968, un chiquillo de 17 años hacía vibrar a todo México de emoción y esperanzas deportivas.

“Lo importante fue que demostramos que México podía hacer este tipo de eventos, porque muchos se preguntaban si lo lograríamos”.

 

RAMA DE OLIVO

Son cinco décadas en que la rama de olivo no se ha secado.

Y “El Tibio” se encuentra con el pasado. Con añoranzas.

Carga a su tercera nieta y sus ojos brillan.

Está conviviendo con su familia, sus hijos y su esposa.

Los ve y sonríe. Está satisfecho con lo que ha logrado en su vida.

“Mi padre tiene poco que murió y mi madre hace dos años. Tengo tristeza pero también satisfacción porque me vieron seguir creciendo, tal como me lo inculcaron cuando iba a entrenar. Siempre me decían que luchara por lo que deseaba, que no me detuviera ante nada. Muchos recuerdos guardo y la verdad que los sigo disfrutando. Ahora al lado de mis nietos, quienes algún día sabrán lo que hice y que todo un país aplaudió”.

 

MÉXICO 68

Los Juegos Olímpicos abrieron al mundo lo que sucedía en el país con el deporte.

Se mostró que estaba abierto a las nuevas tendencias como la televisión y la música.

Felipe escuchaba a The Beatles, The Rolling Stones y a Santana, un orgullo nacional.

“Entramos a la era moderna. Y mostramos al mundo lo que queríamos como nación, hacer unos juegos mejores. Además de ser hospitalarios, que ofrecimos a los extranjeros las tradiciones, la cultura. Crecieron medios de comunicación, se innovó en varias cosas, como ser los primeros en tener una mascota representativa. Fue un jaguar que no tenía nombre, pero como símbolo mostraba que teníamos garra y mucha fuerza para competir”.

Así, con su logro nació un nuevo conquistador del deporte, un héroe nacional del que su nombre traspasó las fronteras.

El sueño se había cumplido en la natación, luego de haber probado en deportes como futbol, béisbol, básquet, canicas y tochito. La ciudad pronunciaba su apodo sin conocerlo en persona. Alguien tocaba un claxon y sabía que era por él. Miles de banderas ondeando en cada sitio en que pasaba al lado de sus padres y familiares.

Hoy, en 2017 vuelve a suceder lo mismo cuando pasa por la Alberca Olímpica Francisco Márquez. Los sentimientos rejuvenecen su fisonomía. Recorre los pasillos y añora el instante en que se puso su traje de baño para competir.

Camina en silencio y su mente evoca la algarabía de diez mil personas coreando su apodo en las gradas y calles.

Los ecos del pasado lo hacen soltar una lágrima de satisfacción. De haber cumplido los consejos de sus padres, quienes lo impulsaron a lograr ese sueño. “Muchas veces en el deporte pierdes más de lo que ganas”.

Detrás de sus ojos resurgen imágenes,

Se levanta temprano, está destinado a cumplirle al destino.

Felipe Muñoz llega con una sonrisa a la Alberca Olímpica Francisco Márquez.

Entonces los nervios lo invaden. Pero está seguro de su entrenamiento, del trabajo que hizo durante años. De esa mentalidad ganadora que se forjó desde niño cuando quiso ser nadador.

Observa la invasión de gentes que van entrando por la avenida Río Churubusco hacia la alberca.

Un letrero sobre la avenida lo devuelve nuevamente a la realidad: “Juegos Olímpicos de México 68”.

Recuerda los consejos de su equipo multidisciplinario. Sabe que debe responder por la nación y el deporte. Con la mente puesta en el Himno Nacional para que se se escuche en todo el país.

Aunque sus rivales también son temidos: Vladimir Kosinsky, poseedor de la marca mundial en los 200 metros estilo pecho. Los rusos Nickolay Pankin y Eugeny Mikhailov, el norteamericano Job Brian y el alemán Egon Henninger, todos medallistas mundiales, pero Muñoz Kapamas no se intimida. Los saluda con respeto y espera el turno para competir.

La gente en las gradas comienzan a gritar “Tibio”, “Tibio”, apodo que le pusieron porque su padre Felipe era de Aguascalientes y su madre Areti de Río Frío. En sus venas corría sangre tibia, pero su mente estaba fría, atenta a cualquier circunstancia.

Así se presentó y ganó la competencia haciendo enloquecer al respetable. Con lágrimas de orgullo y satisfacción cantó el Himno justo cuando se izaba la bandera mexicana en todo lo alto del mástil.

Fue un logro que al pasar de  los años ha sido difícil superar en los siguientes Olímpicos.

Ahora, a 50 años de esa increíble respuesta a la natación, Felipe sigue disfrutando esos momentos que compartió con sus padres, con los dirigentes deportivos, con el pueblo que lo conocía solamente como “El Tibio” y que lloró de alegría por esa conquista.

Así, un martes 22 de octubre del año 1968, un chiquillo de 17 años hacía vibrar a todo México de emoción y esperanzas deportivas.

“Lo importante fue que demostramos que México podía hacer este tipo de eventos, porque muchos se preguntaban si lo lograríamos”.

 

RAMA DE OLIVO

Son cinco décadas en que la rama de olivo no se ha secado.

Y “El Tibio” se encuentra con el pasado. Con añoranzas.

Carga a su tercera nieta y sus ojos brillan.

Está conviviendo con su familia, sus hijos y su esposa.

Los ve y sonríe. Está satisfecho con lo que ha logrado en su vida.

“Mi padre tiene poco que murió y mi madre hace dos años. Tengo tristeza pero también satisfacción porque me vieron seguir creciendo, tal como me lo inculcaron cuando iba a entrenar. Siempre me decían que luchara por lo que deseaba, que no me detuviera ante nada. Muchos recuerdos guardo y la verdad que los sigo disfrutando. Ahora al lado de mis nietos, quienes algún día sabrán lo que hice y que todo un país aplaudió”.

 

MÉXICO 68

Los Juegos Olímpicos abrieron al mundo lo que sucedía en el país con el deporte.

Se mostró que estaba abierto a las nuevas tendencias como la televisión y la música.

Felipe escuchaba a The Beatles, The Rolling Stones y a Santana, un orgullo nacional.

“Entramos a la era moderna. Y mostramos al mundo lo que queríamos como nación, hacer unos juegos mejores. Además de ser hospitalarios, que ofrecimos a los extranjeros las tradiciones, la cultura. Crecieron medios de comunicación, se innovó en varias cosas, como ser los primeros en tener una mascota representativa. Fue un jaguar que no tenía nombre, pero como símbolo mostraba que teníamos garra y mucha fuerza para competir”.

Así, con su logro nació un nuevo conquistador del deporte, un héroe nacional del que su nombre traspasó las fronteras.

El sueño se había cumplido en la natación, luego de haber probado en deportes como futbol, béisbol, básquet, canicas y tochito. La ciudad pronunciaba su apodo sin conocerlo en persona. Alguien tocaba un claxon y sabía que era por él. Miles de banderas ondeando en cada sitio en que pasaba al lado de sus padres y familiares.

Hoy, en 2017 vuelve a suceder lo mismo cuando pasa por la Alberca Olímpica Francisco Márquez. Los sentimientos rejuvenecen su fisonomía. Recorre los pasillos y añora el instante en que se puso su traje de baño para competir.

Camina en silencio y su mente evoca la algarabía de diez mil personas coreando su apodo en las gradas y calles.

Los ecos del pasado lo hacen soltar una lágrima de satisfacción. De haber cumplido los consejos de sus padres, quienes lo impulsaron a lograr ese sueño. “Muchas veces en el deporte pierdes más de lo que ganas”.

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