/ martes 11 de octubre de 2016

¿Qué se pierde en el metro de la Ciudad de México?

El tiempo que Donovan Alvarado pasa en el metro de Ciudad deMéxico para ir de su casa al trabajo, lo pone "quisquilloso": sabeque hay gente tan distraída que es capaz de olvidar hasta unaurna, como las dos con cenizas que guarda en su oficina.

Al final de un pasillo gris del metro Candelaria de Ciudad deMéxico, por el que a diario pasan 5,5 millones de personas, hayuna lúgubre oficina en la que se usan teléfonos de la década de1980 para localizar a los dueños de los dos millares de objetosque se olvidan en promedio por año en los vagones.

Pero el ambiente no deprime a Donovan Alvarado, que lleva seisaños trabajando en el departamento de Objetos Perdidos del metro-el único en el laberinto subterráneo de 195 estaciones- y casiuno y medio dirigiéndolo.

"La satisfacción que nos da a nosotros como área el poderregresar un objeto a su dueño, no se paga con nada, eseagradecimiento de la gente que viene con lágrimas en los ojos(...) no tiene precio, de verdad, es una oficina tan noble",comenta remarcando cada una de esas palabras.

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- El joven y la niña - 

Vestido con una impecable camisa blanca, saco azul marino con ellogotipo anaranjado del metro y unabrillante corbata roja, este hombre atlético de 40 años, de másde 1,80 metros de altura, muestra con orgullo la polvorienta bodegaque apenas tiene luz.

Aquí, bajo llave, guarda muchas muletas, una veintena debicicletas, un número altísimo de zapatos, mochilas, decenas decredenciales, celulares, ropa, carriolas, juguetes y un largoetcétera.

Para él, entre todos esos olvidos, los que tienen más valorson lo que están en lo alto de uno de los anaqueles grises demetal: dos urnas con cenizas y que llegaron a la bodega entrediciembre y enero pasados tras ser encontradas en los vagones.

Las pequeñas placas plateadas que cada una tiene indican aquién corresponden.

Una guardaría los restos de la bebé Rebeca Menes Pérez, quenació el 14 de septiembre de 2010 y murió el 8 de marzo de2014.

Su urna, de madera oscura y barnizada, está adornada con doscalcomanías de plástico de corazones rojos con puntos blancos quefueron pegadas a los costados de un pequeño ángel de metal, alque le sobresalen las alas.

La otra, del mismo material y con las esquinas algo quemadas,guardaría los restos de Gustavo Guerra Orduña (1973-2000), segúndice la inscripción.

Donovan, un exreportero y extrabajador de Comunicación Socialdel gobierno de Ciudad de México, ha colocado una imagen de Jesúsdetrás de las urnas porque "somos católicos (...) para que susalmas estén tranquilas".

En la misma repisa hay otras dos urnas, que llegaron a laoficina de Donovan vacías, tal vez porque "nunca fueron usadaspara guardar restos".

Recurriendo a Facebook y a los viejos directorios telefónicosde Ciudad de México -que dejaron de imprimirse años atrás-,Donovan y sus dos asistentes han tratado de localizar a losfamiliares del joven y la niña.

Cree hace poco haber dado con los familiares de Rebeca yGustavo, y acudió al Registro Civil, pero le negaron más pistasdebido a la Ley de Protección de Datos Personales.

No te pierdas: 

El caso del tumor cerebral - 

También está empeñado en localizar al dueño de un pasaporteestadounidense que exhibe con emoción ante el número de sellosque tiene, y a una pareja que conoce sólo por la enorme foto deldía de su boda que olvidaron en algún vagón.

Entre los fracasos para localizar a los olvidadizos, recuerdavarios casos exitosos, como el de un señor que olvidó unexpediente médico que indicaba que padecía un tumor cerebral yque requería una operación urgente.

"¡Tenía hasta la orden de hospitalización! Así que lobusqué. El señor vivía en Baja California Norte (noroeste) ydespués de varias llamadas logré ubicar a uno de sus familiaresque le notificó que su expediente estaba aquí. El señor vino ycon lágrimas en los ojos me bendijo veinte mil veces", narraemocionado.

El tiempo que Donovan Alvarado pasa en el metro de Ciudad deMéxico para ir de su casa al trabajo, lo pone "quisquilloso": sabeque hay gente tan distraída que es capaz de olvidar hasta unaurna, como las dos con cenizas que guarda en su oficina.

Al final de un pasillo gris del metro Candelaria de Ciudad deMéxico, por el que a diario pasan 5,5 millones de personas, hayuna lúgubre oficina en la que se usan teléfonos de la década de1980 para localizar a los dueños de los dos millares de objetosque se olvidan en promedio por año en los vagones.

Pero el ambiente no deprime a Donovan Alvarado, que lleva seisaños trabajando en el departamento de Objetos Perdidos del metro-el único en el laberinto subterráneo de 195 estaciones- y casiuno y medio dirigiéndolo.

"La satisfacción que nos da a nosotros como área el poderregresar un objeto a su dueño, no se paga con nada, eseagradecimiento de la gente que viene con lágrimas en los ojos(...) no tiene precio, de verdad, es una oficina tan noble",comenta remarcando cada una de esas palabras.

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Vestido con una impecable camisa blanca, saco azul marino con ellogotipo anaranjado del metro y unabrillante corbata roja, este hombre atlético de 40 años, de másde 1,80 metros de altura, muestra con orgullo la polvorienta bodegaque apenas tiene luz.

Aquí, bajo llave, guarda muchas muletas, una veintena debicicletas, un número altísimo de zapatos, mochilas, decenas decredenciales, celulares, ropa, carriolas, juguetes y un largoetcétera.

Para él, entre todos esos olvidos, los que tienen más valorson lo que están en lo alto de uno de los anaqueles grises demetal: dos urnas con cenizas y que llegaron a la bodega entrediciembre y enero pasados tras ser encontradas en los vagones.

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Una guardaría los restos de la bebé Rebeca Menes Pérez, quenació el 14 de septiembre de 2010 y murió el 8 de marzo de2014.

Su urna, de madera oscura y barnizada, está adornada con doscalcomanías de plástico de corazones rojos con puntos blancos quefueron pegadas a los costados de un pequeño ángel de metal, alque le sobresalen las alas.

La otra, del mismo material y con las esquinas algo quemadas,guardaría los restos de Gustavo Guerra Orduña (1973-2000), segúndice la inscripción.

Donovan, un exreportero y extrabajador de Comunicación Socialdel gobierno de Ciudad de México, ha colocado una imagen de Jesúsdetrás de las urnas porque "somos católicos (...) para que susalmas estén tranquilas".

En la misma repisa hay otras dos urnas, que llegaron a laoficina de Donovan vacías, tal vez porque "nunca fueron usadaspara guardar restos".

Recurriendo a Facebook y a los viejos directorios telefónicosde Ciudad de México -que dejaron de imprimirse años atrás-,Donovan y sus dos asistentes han tratado de localizar a losfamiliares del joven y la niña.

Cree hace poco haber dado con los familiares de Rebeca yGustavo, y acudió al Registro Civil, pero le negaron más pistasdebido a la Ley de Protección de Datos Personales.

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Entre los fracasos para localizar a los olvidadizos, recuerdavarios casos exitosos, como el de un señor que olvidó unexpediente médico que indicaba que padecía un tumor cerebral yque requería una operación urgente.

"¡Tenía hasta la orden de hospitalización! Así que lobusqué. El señor vivía en Baja California Norte (noroeste) ydespués de varias llamadas logré ubicar a uno de sus familiaresque le notificó que su expediente estaba aquí. El señor vino ycon lágrimas en los ojos me bendijo veinte mil veces", narraemocionado.

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