El aterrizaje el próximo viernes de la sonda Rosetta en elcometa “Chury” pone fin a una misión de más de una décadaque la Agencia Espacial Europea (ESA) ve como un éxito científicoy de público que le allana el camino hacia futuros horizontes.
Bautizada en honor a la famosa piedra que permitió descifrarlos jeroglíficos egipcios, este proyecto, el primero diseñadopara orbitar y aterrizar sobre un cometa, y centrado en el estudiode esos astros, llega a su ocaso natural con la mochila cargada dedatos pendientes de estudio.
“Durante la misión los científicos están inmersosconduciéndola y planificándola. Ahora van a estar ocupadosdurante años”, explica en una entrevista con EFE el jefe de laoficina de coordinación de la ESA, Fabio Favata.
La información que durante su descenso recogerá la sonda sobreel gas, el polvo y el plasma a muy corta distancia, y que debeenviar a la Tierra antes del impacto, son el broche a un largotrabajo de investigación, cuya herencia se anuncia extensa.
“Con Rosetta se hicieron por primera vez operaciones lejos delSol con paneles solares. Hubo desafíos técnicos que han sidocontrolados y que permitirán misiones futuras”, añade elexperto italiano.
Favata prefiere no calificarla de misión histórica, pero síla reconoce como “una de las grandes” de su organismo, que haintentado esclarecer con ella la formación y evolución delSistema Solar y entender cómo era en el momento en que se originóla Tierra.
Terminado públicamente uno de los proyectos que másvisibilidad ciudadana les ha dado, la ESA no se queda pese a todohuérfana de proyectos tanto o más interesantes.
Según el representante de la agencia, 2018 se presentaespecialmente ocupado. Es el año, entre otros ejemplos, en queserá lanzada BepiColombo, una misión conjunta a Mercurio de laESA y de la agencia espacial japonesa JAXA. Es también la fechaprevista de lanzamiento de la misión Solar Orbiter, concebida encolaboración con la estadunidense NASA, que se acercará más queninguna otra al Sol para indagar sobre el magnetismo solar, suactividad explosiva y los efectos inmediatos en la vecindad de laestrella.
Y es el momento en que, a bordo de un Ariane 5, se lanzarájunto con la NASA y su homóloga canadiense el telescopio espacialJames Webb, que aspira a realizar observaciones infrarrojas deluniverso y a detectar las primeras galaxias o presenciar elnacimiento de nuevas estrellas.
Más adelante, aparece en la agenda la nave JUICE, queaprovechará la tecnología desarrollada para Rosetta y, cuando selance en 2022, será la primera misión europea con destino alplaneta Júpiter, para estudiar la aparición de mundos habitablesen torno a sus gigantes gaseosos. “Europa tiene derecho a estarsatisfecha de sus éxitos”, subraya Favata, que admite que lacooperación con otros organismos no es casual, sino“esencial”.
Entre las bazas del bloque europeo, destaca, se encuentran elprivilegio de poder planificar a largo plazo por la coordinaciónde los recursos económicos de sus socios, y de “juntar acerebros de todos los países miembros, lo que da acceso a nivelesexcepcionales”.
Una unión de fuerzas cuyo objetivo casi excede el ámbitomeramente científico.
“Una de las cuestiones científicas más antiguas es si laTierra es única o hay otras formas de vida. A menudo hemosimaginado que no estamos solos, pero no se ha dado una respuestacientífica, sino filosófica”, explica.
Ahora, concluye Favata, “es bastante interesante vivir en unaépoca en que se puede empezar a dar una respuesta científica, conel privilegio además de que podemos comenzar a vislumbrar lacuestión”.