La televisión lleva décadas cumpliendo un papel central en la familia mexicana: educar e informar.
De acuerdo con Encuesta Nacional de Consumo de Contenidos Audiovisuales 2016 realizada por el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT), 96% de los encuestados dijo tener al menos un televisor en casa.
Partiendo de la óptica millennial, la televisión ha sido un acompañamiento para la población que hoy tiene 30 años o más. Muchos padres de familia, que hoy lidian con el consumo de contenidos televisivos hacia sus hijos pequeños, fueron ávidos espectadores de las caricaturas y programas de sistema abierto que dominaron los años 90.
Los comerciales que resultaban más ingeniosos y pegajosos eran conversación de escuela al día siguiente. El nuevo capítulo de la caricatura de moda -o la que estuviera en horario estelar- daba para horas de discusión y teorías.
Hoy ya no hablamos de comerciales, capítulos de estreno, Chabelo u Otro Rollo.
Al corte de septiembre de 2019, Netflix sumaba seis millones 783 mil cuentas activas en México, según información de la consultora Dataxis.
En su más reciente análisis detalló que hay 10 millones 200 mil cuentas de suscripción pagadas a cualquier servicio de streaming, que significa un millón de cuentas más que en 2018, un incremento del 15.17%.
Estas plataformas han colocado un universo prácticamente infinito de opciones, complicando la supervisión que los padres pueden tener hacia sus hijos, como sucede con el internet. Antes no podías elegir tu programación, hoy tienes forma de controlarlo, pero abres tu hogar a un catálogo diverso que puede traspasar los límites del mensaje que quieres transmitir como padre.
Considerando que -según la consultora Nielsen- 91.5 por ciento de los hogares en México prenden la televisión diariamente y la dejan encendida 8 horas y 23 minutos en promedio, la estrategia no debe ser evitar, sino analizar, acompañar y propiciar el buen criterio.
Umberto Eco describía el surgimiento de la neotelevisión en 1983, cuando detectaba un formato que arrasaba con la oposición entre lo informativo y el entretenimiento, anulando las diferencias culturales para sumergir al espectador en un flujo acompañante, que requería mínima atención al tiempo que generaba dependencia. ¿Les suena familiar?
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