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Michael Jordan es el mayor ícono del deporte de finales del Siglo XX. El alcance que tuvo su juego internacionalizó la NBA al grado que en la actualidad el 26% de sus jugadores provienen de otros países, el MVP de la liga es griego, el mejor defensa es francés, el jugador con mayor desarrollo fue un camerunés, y la futura estrella es de Eslovenia.
Michael Jordan siempre ha sido un ganador, y el documental mismo es muestra de ello. Cuando los medios de comunicación comenzaron a especular en 2016 si existía un paralelismo entre él y Lebron James, Jordan decidió dar el visto bueno para que se produjera un documental que nos recordara que no existe tal debate.
En esta era que fomenta el revisionismo histórico, el documental permitió tener una mejor versión de las historias detrás del ídolo, lo que siempre se pensó o escribió, pero nunca se corroboró. Y en este sentido es que se muestra al Jordan impasible que en la mente sólo tenía el objetivo de ser el mejor.
Sus compañeros señalan que más allá de lo cuestionable que eran sus métodos, al final su fórmula prosperó.
Diego y Carlos hablan de cómo en la actualidad esa actitud probablemente sería perseguida por los medios, y cómo el documental explora la necesidad de una figura paterna que la mayoría de las veces, evidentemente, la encontramos en nuestro papá, pero que a falta de él se puede desarrollar en un guardaespaldas o un entrenador.