/ lunes 4 de abril de 2022

Pachita, la chamana mexicana que hacía trasplantes milagrosos y asombró al mismísimo Grinberg

Bárbara Guerrero, mejor conocida como Pachita, despertó la curiosidad del científico Jacobo Grinberg, que se dedicaba a estudiar la conexión entre el misticismo y la ciencia

El ambiente está enrarecido, afuera esperan los pacientes que pondrán sus vidas en manos de Pachita, algunos llegan ahí porque no encuentran solución en otro lado, otros, simplemente porque no pueden pagar un doctor y confían en la chamana para su sanación.

Adentro, Pachita, llama a su guía y armada simplemente con un cuchillo de cocina o sus manos, abre al paciente, extrae órganos, acomoda lo que se deba y tranquilamente les deja ir luego, nadie grita, no hay dolor, aunque tampoco anestesia.

Este es el caso de Pachita, la chamana mexicana que sorprendió a la ciencia de su época que nunca pudo dar una explicación ante los sorprendes casos que ocurrían en el “consultorio” de la mujer.

Uno de los científicos que siguió de cerca el trabajo de Pachita, Jacobo Grinberg, es actualmente otro misterio, pues simplemente, desapareció, hay quienes dicen que como resultado por su trabajo con las energías, otros que por ser incómodo al sistema. El científico mexicano estuvo entre los estudiosos que se asombraron ante las dotes de la curandera.

"¡Hermanos queridos, doy gracias al Padre por permitirme estar de nuevo con ustedes! ¡Tráiganme al primer enfermo!", eran las palabras que se escuchaban con un sonido gutural, entonces, comenzaba el ritual de curación.

El quirófano no era más que un catre en el que el paciente se recostaba, dejando su vida en manos de Bárbara Guerrero, quien nació en el año 1900 en el Parral, Chihuahua. Aunque fue abandonada por sus padres, Pachita, fue criada por Charles, un africano quien le enseño los procesos de curación, manejo energético, visiones de las estrellas y obtención de información oracular.

Según se cuenta, Pachita se inició cuando al acudir a un circo, vio a un elefante enfermo, sin dudarlo se acercó a él y lo sanó, a partir de ahí, comenzó a dar ayuda como curandera, hasta que se decidió a realizar las operaciones que hizo siempre con el mismo cuchillo sin filo que tenía cinta en el mango y un indio grabado en la cuchilla, afirmaba que las curaciones no las realizaba ella, sino su “hermanito”, el tlatoani Cuauhtémoc.

La misma curandera fue investigada por diversos personajes como el psicólogo estadounidense Stanley Krippner, el antropólogo médico Alberto Villoldo, el investigador paranormal español Salvador Freixedo, el neurofísico mexicano Jacobo Grinberg-Zylberbaum, el escritor chileno Alejandro Jodorowsky el cual le dedicó numerosas páginas en sus textos y el estudioso del nahualismo tradicional mesoamericano el peruano Carlos Castaneda, todos ellos encontraron fascinante el fenómeno que ocurría alrededor de la menuda mujer cuya única explicación es que las curaciones las hacía el espíritu que la poseía quien afirmaba, se trata de Cuauhtémoc, el último caudillo azteca y no ella en realidad.

Operaciones de corazón, hígado, y cualquier otro órgano, eran realizadas sin temor cada viernes, por la chamana quien pedía a sus pacientes traer una una sábana, un litro de alcohol, un paquete de algodón y seis rollos de vendas, materiales que servirían para su operación y recuperación.

Nunca usó anestesia en sus operaciones, únicamente vendaba a los pacientes al concluir la cirugía, indicaba que se cuidaran con reposo tres días y les daba distintas indicaciones de acuerdo con las creencias de cada quien.

Para algunos eran jarabes e infusiones de hierbas, a otros, les encomendaba tomar medicinas, a los creyentes les indicaba algunos rezos mientras que a otros les pedía reconectar con la Madre Tierra.

Sea cual fuere el método de cuidado postoperatorio, la indicación, eso sí, era seguirlo al pie de la letra, tras de los cual, al cuarto día, sus pacientes podían retomar sus actividades normales como si nada.

Aunque científicamente no fue posible comprobar que creara órganos de la nada, excepto una teoría de Grinberg, acerca del manejo de energía, tampoco se pudo comprobar lo contrario y no hubo un solo paciente que se quejara tras la operación recibida.

Pachita vivió siempre con lo indispensable y sin lujos, falleciendo en la Ciudad de México un 29 de abril de 1979.

Publicado originalmente en Diario del Sur

El ambiente está enrarecido, afuera esperan los pacientes que pondrán sus vidas en manos de Pachita, algunos llegan ahí porque no encuentran solución en otro lado, otros, simplemente porque no pueden pagar un doctor y confían en la chamana para su sanación.

Adentro, Pachita, llama a su guía y armada simplemente con un cuchillo de cocina o sus manos, abre al paciente, extrae órganos, acomoda lo que se deba y tranquilamente les deja ir luego, nadie grita, no hay dolor, aunque tampoco anestesia.

Este es el caso de Pachita, la chamana mexicana que sorprendió a la ciencia de su época que nunca pudo dar una explicación ante los sorprendes casos que ocurrían en el “consultorio” de la mujer.

Uno de los científicos que siguió de cerca el trabajo de Pachita, Jacobo Grinberg, es actualmente otro misterio, pues simplemente, desapareció, hay quienes dicen que como resultado por su trabajo con las energías, otros que por ser incómodo al sistema. El científico mexicano estuvo entre los estudiosos que se asombraron ante las dotes de la curandera.

"¡Hermanos queridos, doy gracias al Padre por permitirme estar de nuevo con ustedes! ¡Tráiganme al primer enfermo!", eran las palabras que se escuchaban con un sonido gutural, entonces, comenzaba el ritual de curación.

El quirófano no era más que un catre en el que el paciente se recostaba, dejando su vida en manos de Bárbara Guerrero, quien nació en el año 1900 en el Parral, Chihuahua. Aunque fue abandonada por sus padres, Pachita, fue criada por Charles, un africano quien le enseño los procesos de curación, manejo energético, visiones de las estrellas y obtención de información oracular.

Según se cuenta, Pachita se inició cuando al acudir a un circo, vio a un elefante enfermo, sin dudarlo se acercó a él y lo sanó, a partir de ahí, comenzó a dar ayuda como curandera, hasta que se decidió a realizar las operaciones que hizo siempre con el mismo cuchillo sin filo que tenía cinta en el mango y un indio grabado en la cuchilla, afirmaba que las curaciones no las realizaba ella, sino su “hermanito”, el tlatoani Cuauhtémoc.

La misma curandera fue investigada por diversos personajes como el psicólogo estadounidense Stanley Krippner, el antropólogo médico Alberto Villoldo, el investigador paranormal español Salvador Freixedo, el neurofísico mexicano Jacobo Grinberg-Zylberbaum, el escritor chileno Alejandro Jodorowsky el cual le dedicó numerosas páginas en sus textos y el estudioso del nahualismo tradicional mesoamericano el peruano Carlos Castaneda, todos ellos encontraron fascinante el fenómeno que ocurría alrededor de la menuda mujer cuya única explicación es que las curaciones las hacía el espíritu que la poseía quien afirmaba, se trata de Cuauhtémoc, el último caudillo azteca y no ella en realidad.

Operaciones de corazón, hígado, y cualquier otro órgano, eran realizadas sin temor cada viernes, por la chamana quien pedía a sus pacientes traer una una sábana, un litro de alcohol, un paquete de algodón y seis rollos de vendas, materiales que servirían para su operación y recuperación.

Nunca usó anestesia en sus operaciones, únicamente vendaba a los pacientes al concluir la cirugía, indicaba que se cuidaran con reposo tres días y les daba distintas indicaciones de acuerdo con las creencias de cada quien.

Para algunos eran jarabes e infusiones de hierbas, a otros, les encomendaba tomar medicinas, a los creyentes les indicaba algunos rezos mientras que a otros les pedía reconectar con la Madre Tierra.

Sea cual fuere el método de cuidado postoperatorio, la indicación, eso sí, era seguirlo al pie de la letra, tras de los cual, al cuarto día, sus pacientes podían retomar sus actividades normales como si nada.

Aunque científicamente no fue posible comprobar que creara órganos de la nada, excepto una teoría de Grinberg, acerca del manejo de energía, tampoco se pudo comprobar lo contrario y no hubo un solo paciente que se quejara tras la operación recibida.

Pachita vivió siempre con lo indispensable y sin lujos, falleciendo en la Ciudad de México un 29 de abril de 1979.

Publicado originalmente en Diario del Sur

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