/ sábado 21 de agosto de 2021

México sobrevivió a otras pandemias antes del Covid: de la peste a la influenza

La humanidad actual prácticamente nunca había vivido una pandemia, pues la última fue la influenza de 1918

Las epidemias se han presentado de manera recurrente desde que existe el ser humano y se les llama pandemias cuando alcanzan a varios países, incluso al mundo entero, como el Covid-19. La humanidad actual prácticamente nunca había vivido una pandemia, pues la última fue la influenza de 1918. Por ello, por nuestra inexperiencia al respecto, conviene tener presente que el Covid-19 no es ni remotamente la peor pandemia de la historia.

Peste negra, más mortífera que Covid-19

Estiman los demógrafos que la peste negra del siglo XIV mató cerca de 85 millones de personas en el Viejo Continente (frente a menos de 4 y medio millones por la actual pandemia en todo el mundo). En México, una epidemia de 1544 acabó con 800 mil personas y otra, en 1576, con dos millones, según estimaciones de la época, y la influenza de hace un siglo dejó una mortandad de medio millón de mexicanos (frente a un cuarto de millón por el Covid1-9, cuando ahora tenemos ocho veces más habitantes).

➡️ La vacuna contra el Covid se creó en muy poco tiempo, ¿cómo lo lograron?

En México, una epidemia de 1544 acabó con 800 mil personas. Foto: Cuartoscuro

Considerando el porcentaje de la población fallecida, la peste negra fue 200 veces más mortífera que el Covid-19 y en México, la influenza de 1918 lo fue 15 veces más. Las cifras ahora mucho menores que en siglos anteriores se explican por los avances de la ciencia médica en materia de prevención (higiene extrema, cubrebocas, sana distancia) y al desarrollo de vacunas. La ausencia de pandemias durante más de un siglo se debe precisamente a las vacunas.

Entre el siglo XVI y el XIX se cuenta casi un centenar de epidemias en México, o sea que a una persona generalmente le tocaban en su vida varias de estas peligrosas experiencias, si tenía suerte de subsistir a ellas.

En épocas primitivas, la impotencia de la gente ante las epidemias hacía que buscaran alivio y curación en la magia, y posteriormente en la religión. Pero sucedió la paradoja de que, a la vez, al pueblo se le decía que la epidemia era un castigo divino; escuchemos a fray Gerónimo de Mendieta, a mediados del siglo XVI: "Habiéndoles Nuestro Señor enviado, por sus secretos juicios, tantas pestes como han padecido después que se convirtieron a su santa fe, recibiendo este azote y visita del Señor con increíble paciencia, confiesan y dicen (como nosotros se lo predicamos) que este castigo les viene por sus pecados”. Increíble que en pleno 2020, un prelado haya hecho lo mismo.

Viruela, la primera epidemia en México

Aunque desde el siglo IX es probable que varias ciudades mayas hayan sido abandonadas en la plenitud de su desarrollo científico, arquitectónico y artístico por el azote de epidemias, en el México prehispánico son muy posteriores las que están documentadas en códices. La primera epidemia “posthispánica” es la viruela de 1520, precisamente traída por los españoles, que incluso mató a Cuitláhuac, el penúltimo emperador azteca.

➡️ ¿Por qué llamamos a las variantes del Covid-19 como letras griegas?

Motivo de estudio por especialistas de varios países ha sido la disminución de la población indígena de México durante el siglo XVI. En los años de la Conquista (1519-1521) se estima que había alrededor de 20 millones y a finales de esa centuria eran solo dos millones. Muchos indígenas murieron por las guerras impuestas por los españoles y muchos también por la explotación en minas y plantaciones, pero sin duda que la gran mayoría murió por epidemias.

Se apelaba a la astrología para explicar las epidemias o pestes, incluso por médicos y otros profesionistas. El connotado ingeniero alemán Heinrich Martin (Henrico Martínez), autor de las obras hidráulicas para vaciar los lagos del Valle de México (hoy lo calificaríamos de ecocida), sostenía en el siglo XVII: “En las pestilencias ocurre la influencia del cielo como causa universal. Todos conceden que, con permisión divina, las pestilencias generales provienen de la destemplanza y la corrupción del aire, y la corrupción del aire ordinariamente se causa del concurso y ayuntamiento de planetas y estrellas que tienen la virtud de influir”.

A finales de ese siglo en 1695 moriría sor Juana Inés de la Cruz víctima de una epidemia que asoló el convento capitalino de San Jerónimo.

La primera epidemia “posthispánica” fue la viruela de 1520. Foto: Cuartoscuro

La primera vacuna del mundo

Ya en el siglo XVIII, a finales, un británico desarrolló la primera vacuna del mundo: la de la viruela, a partir de una especie de pus cultivado en el pecho de las vacas. Por eso se llamó vacuna, por el ganado vacuno.

A México la trajo en 1803 el médico español Francisco Xavier de Balmis, conservándola durante la larga travesía de La Coruña a Veracruz por medio de veinte niños huérfanos, inoculándolos esas semanas de brazo a brazo, como relevos, para preservar el precioso fluido. Balmis vacunó en muchos lugares de nuestro país y luego siguió su campaña desde Acapulco a las Filipinas, con el mismo procedimiento de los niños.

El Año del Cólera

1833 fue conocido como el “Año del Cólera” por la enorme mortandad que produjo en todo el país. Sólo se tiene noticia de un poblado mexicano que no tuvo decesos: Bolonchén, en Campeche. Ello se debió a que su alcalde “cerró” el pueblo; la fuerza pública impidió la entrada a cualquier persona y quien saliera ya no podía regresar. Provocó un enorme disgusto entre la población y fue objeto del mayor repudio… pero no hubo un solo muerto.

➡️ Vacunas de frontera: la técnica que nos salvará del Covid

Esto lleva a destacar que los gobernantes (de México y de cualquier parte del mundo) están entre la espada y la pared: tienen que establecer controles sanitarios y éstos son más efectivos mientras más obligatorios son, pero su obligatoriedad irrita a los habitantes, sobre todo porque paraliza la economía. El semáforo que más protege nuestra salud es el rojo, pero es el que más perjudica el bolsillo de las personas. El semáforo que reactiva la economía es el verde, pero nos desprotege y repunta la epidemia. Empresas quebradas versus fallecimientos. Desde luego, en este tema es mucho más fácil criticar y condenar que tomar las decisiones.

Desde el siglo XVI y hasta iniciado el siglo XX, el puerto de Veracruz era temido por los fuereños debido a la terrible fiebre amarilla -también llamada vómito negro- que con frecuencia asolaba la región. Los extranjeros llegaban al puerto y de inmediato procuraban subir a zonas más saludables, como Xalapa u Orizaba; y los mexicanos que debían viajar igualmente se quedaban en esas ciudades a esperar el aviso de la llegada de su navío, para entonces bajar al puerto y rápido embarcar. El litoral del Pacífico también sufría esas epidemias, aunque menos frecuentes. Una fue en 1883 en Mazatlán, cuando murió, entre muchos sinaloenses, la mitad de una compañía de ópera italiana, incluida nuestra diva Ángela Peralta, “el ruiseñor mexicano”.

La politización de las epidemias es un fenómeno perverso, pero no es nuevo. En el “Año del Cólera”, el clero aprovechó la contingencia para atacar al gobierno de Valentín Gómez Farías, comprometido en una serie de reformas liberales. La prensa conservadora incitó al pueblo. La enfermedad, aseguraban, “era una manifestación de la ira divina por los proyectos de reforma que afectaban a la Iglesia. Los desastres de la epidemia eran justo castigo por el desprecio en que se tiene a la religión y sus ministros”. En la epidemia de tifus de 1915 en la ciudad de México, periódicos afines a Carranza culparon a los zapatistas de haber llevado esa peste a la capital. Y tres años después, ante los efectos mortíferos de la influenza en el estado de Morelos, esa misma prensa celebraba la “obra pacificadora” de la epidemia entre los zapatistas.

➡️ Científica del IPN desarrolla biofármaco para tratamiento contra Covid-19

Los antivacunas

Otro problema grave es la irresponsabilidad. En la influenza de 1918, un pastor de la Iglesia Metodista de Puebla predicó a sus fieles acerca de la protección que les daba su fe en contra de la epidemia y los invitó a no faltar a los servicios religiosos. Por desgracia, se equivocó y la mortalidad arrasó a la grey. Recién iniciado el Covid-19, un comunicador televisivo se atrevió a sugerir una especie de desobediencia civil contra las medidas sanitarias gubernamentales. ¿Cuántos muertos habrán sido sus televidentes?

Asunto del mayor interés es la vacunación. No sorprende que en el siglo XIX hayan surgido “ligas antivacunación” en Inglaterra ante la obligatoriedad de la vacuna contra la viruela, pero sí sorprende, y mucho, que en pleno siglo XXI haya personas que rechacen las vacunas para el Covid-19. Atrás de estas vacunas no hay un año de estudios apresurados, sino décadas de investigación de las principales universidades e institutos del mundo acerca del sistema inmune y la compleja red de células, tejidos y órganos involucrados en él. A nivel mundial se está comenzando a replantear la vacunación no como una decisión individual independiente, sino como un compromiso social.

➡️ Movimiento antivacunas, la pandemia que siempre ha existido

Hace un par de décadas, en Inglaterra tuvo lugar la publicación irresponsable de un médico que, equivocadamente, asociaba la vacuna de sarampión con el autismo infantil. El escándalo provocó que se le retirara su licencia profesional y, asimismo, que los casos de sarampión aumentaran diez veces durante unos años.

Todos los países del mundo, en la medida de sus posibilidades, están empeñados en combatir al Covid-19, pero no parecen esforzarse en atacar su origen. Esta enfermedad es una zoonosis, es decir que tiene un origen animal (como la gripe aviar, la gripe porcina, las vacas locas, el SARS, el AH1N1 y el ébola) y reiteradamente ha advertido la Organización Mundial de la Salud (OMS) que las enfermedades zoonóticas han proliferado en las últimas décadas. La depredación del medio ambiente sería la explicación más probable, pues en la medida que violentamos el hábitat de los animales (y sus virus), ellos buscan la manera de subsistir, reacomodándose. Los países más industrializados están contaminando la atmósfera, las aguas y la tierra, y las naciones menos desarrolladas contribuyen al desastre, sobre todo con la deforestación y mal manejo de basura. Bienvenidas son las vacunas y medicinas, pero más trascendentes a largo plazo serán mejores prácticas para preservar el medio ambiente.


* De su libro Historia de las epidemias en México, Grijalbo, 2020. Disponible en papel y e-book.


Las epidemias se han presentado de manera recurrente desde que existe el ser humano y se les llama pandemias cuando alcanzan a varios países, incluso al mundo entero, como el Covid-19. La humanidad actual prácticamente nunca había vivido una pandemia, pues la última fue la influenza de 1918. Por ello, por nuestra inexperiencia al respecto, conviene tener presente que el Covid-19 no es ni remotamente la peor pandemia de la historia.

Peste negra, más mortífera que Covid-19

Estiman los demógrafos que la peste negra del siglo XIV mató cerca de 85 millones de personas en el Viejo Continente (frente a menos de 4 y medio millones por la actual pandemia en todo el mundo). En México, una epidemia de 1544 acabó con 800 mil personas y otra, en 1576, con dos millones, según estimaciones de la época, y la influenza de hace un siglo dejó una mortandad de medio millón de mexicanos (frente a un cuarto de millón por el Covid1-9, cuando ahora tenemos ocho veces más habitantes).

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En México, una epidemia de 1544 acabó con 800 mil personas. Foto: Cuartoscuro

Considerando el porcentaje de la población fallecida, la peste negra fue 200 veces más mortífera que el Covid-19 y en México, la influenza de 1918 lo fue 15 veces más. Las cifras ahora mucho menores que en siglos anteriores se explican por los avances de la ciencia médica en materia de prevención (higiene extrema, cubrebocas, sana distancia) y al desarrollo de vacunas. La ausencia de pandemias durante más de un siglo se debe precisamente a las vacunas.

Entre el siglo XVI y el XIX se cuenta casi un centenar de epidemias en México, o sea que a una persona generalmente le tocaban en su vida varias de estas peligrosas experiencias, si tenía suerte de subsistir a ellas.

En épocas primitivas, la impotencia de la gente ante las epidemias hacía que buscaran alivio y curación en la magia, y posteriormente en la religión. Pero sucedió la paradoja de que, a la vez, al pueblo se le decía que la epidemia era un castigo divino; escuchemos a fray Gerónimo de Mendieta, a mediados del siglo XVI: "Habiéndoles Nuestro Señor enviado, por sus secretos juicios, tantas pestes como han padecido después que se convirtieron a su santa fe, recibiendo este azote y visita del Señor con increíble paciencia, confiesan y dicen (como nosotros se lo predicamos) que este castigo les viene por sus pecados”. Increíble que en pleno 2020, un prelado haya hecho lo mismo.

Viruela, la primera epidemia en México

Aunque desde el siglo IX es probable que varias ciudades mayas hayan sido abandonadas en la plenitud de su desarrollo científico, arquitectónico y artístico por el azote de epidemias, en el México prehispánico son muy posteriores las que están documentadas en códices. La primera epidemia “posthispánica” es la viruela de 1520, precisamente traída por los españoles, que incluso mató a Cuitláhuac, el penúltimo emperador azteca.

➡️ ¿Por qué llamamos a las variantes del Covid-19 como letras griegas?

Motivo de estudio por especialistas de varios países ha sido la disminución de la población indígena de México durante el siglo XVI. En los años de la Conquista (1519-1521) se estima que había alrededor de 20 millones y a finales de esa centuria eran solo dos millones. Muchos indígenas murieron por las guerras impuestas por los españoles y muchos también por la explotación en minas y plantaciones, pero sin duda que la gran mayoría murió por epidemias.

Se apelaba a la astrología para explicar las epidemias o pestes, incluso por médicos y otros profesionistas. El connotado ingeniero alemán Heinrich Martin (Henrico Martínez), autor de las obras hidráulicas para vaciar los lagos del Valle de México (hoy lo calificaríamos de ecocida), sostenía en el siglo XVII: “En las pestilencias ocurre la influencia del cielo como causa universal. Todos conceden que, con permisión divina, las pestilencias generales provienen de la destemplanza y la corrupción del aire, y la corrupción del aire ordinariamente se causa del concurso y ayuntamiento de planetas y estrellas que tienen la virtud de influir”.

A finales de ese siglo en 1695 moriría sor Juana Inés de la Cruz víctima de una epidemia que asoló el convento capitalino de San Jerónimo.

La primera epidemia “posthispánica” fue la viruela de 1520. Foto: Cuartoscuro

La primera vacuna del mundo

Ya en el siglo XVIII, a finales, un británico desarrolló la primera vacuna del mundo: la de la viruela, a partir de una especie de pus cultivado en el pecho de las vacas. Por eso se llamó vacuna, por el ganado vacuno.

A México la trajo en 1803 el médico español Francisco Xavier de Balmis, conservándola durante la larga travesía de La Coruña a Veracruz por medio de veinte niños huérfanos, inoculándolos esas semanas de brazo a brazo, como relevos, para preservar el precioso fluido. Balmis vacunó en muchos lugares de nuestro país y luego siguió su campaña desde Acapulco a las Filipinas, con el mismo procedimiento de los niños.

El Año del Cólera

1833 fue conocido como el “Año del Cólera” por la enorme mortandad que produjo en todo el país. Sólo se tiene noticia de un poblado mexicano que no tuvo decesos: Bolonchén, en Campeche. Ello se debió a que su alcalde “cerró” el pueblo; la fuerza pública impidió la entrada a cualquier persona y quien saliera ya no podía regresar. Provocó un enorme disgusto entre la población y fue objeto del mayor repudio… pero no hubo un solo muerto.

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Esto lleva a destacar que los gobernantes (de México y de cualquier parte del mundo) están entre la espada y la pared: tienen que establecer controles sanitarios y éstos son más efectivos mientras más obligatorios son, pero su obligatoriedad irrita a los habitantes, sobre todo porque paraliza la economía. El semáforo que más protege nuestra salud es el rojo, pero es el que más perjudica el bolsillo de las personas. El semáforo que reactiva la economía es el verde, pero nos desprotege y repunta la epidemia. Empresas quebradas versus fallecimientos. Desde luego, en este tema es mucho más fácil criticar y condenar que tomar las decisiones.

Desde el siglo XVI y hasta iniciado el siglo XX, el puerto de Veracruz era temido por los fuereños debido a la terrible fiebre amarilla -también llamada vómito negro- que con frecuencia asolaba la región. Los extranjeros llegaban al puerto y de inmediato procuraban subir a zonas más saludables, como Xalapa u Orizaba; y los mexicanos que debían viajar igualmente se quedaban en esas ciudades a esperar el aviso de la llegada de su navío, para entonces bajar al puerto y rápido embarcar. El litoral del Pacífico también sufría esas epidemias, aunque menos frecuentes. Una fue en 1883 en Mazatlán, cuando murió, entre muchos sinaloenses, la mitad de una compañía de ópera italiana, incluida nuestra diva Ángela Peralta, “el ruiseñor mexicano”.

La politización de las epidemias es un fenómeno perverso, pero no es nuevo. En el “Año del Cólera”, el clero aprovechó la contingencia para atacar al gobierno de Valentín Gómez Farías, comprometido en una serie de reformas liberales. La prensa conservadora incitó al pueblo. La enfermedad, aseguraban, “era una manifestación de la ira divina por los proyectos de reforma que afectaban a la Iglesia. Los desastres de la epidemia eran justo castigo por el desprecio en que se tiene a la religión y sus ministros”. En la epidemia de tifus de 1915 en la ciudad de México, periódicos afines a Carranza culparon a los zapatistas de haber llevado esa peste a la capital. Y tres años después, ante los efectos mortíferos de la influenza en el estado de Morelos, esa misma prensa celebraba la “obra pacificadora” de la epidemia entre los zapatistas.

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Los antivacunas

Otro problema grave es la irresponsabilidad. En la influenza de 1918, un pastor de la Iglesia Metodista de Puebla predicó a sus fieles acerca de la protección que les daba su fe en contra de la epidemia y los invitó a no faltar a los servicios religiosos. Por desgracia, se equivocó y la mortalidad arrasó a la grey. Recién iniciado el Covid-19, un comunicador televisivo se atrevió a sugerir una especie de desobediencia civil contra las medidas sanitarias gubernamentales. ¿Cuántos muertos habrán sido sus televidentes?

Asunto del mayor interés es la vacunación. No sorprende que en el siglo XIX hayan surgido “ligas antivacunación” en Inglaterra ante la obligatoriedad de la vacuna contra la viruela, pero sí sorprende, y mucho, que en pleno siglo XXI haya personas que rechacen las vacunas para el Covid-19. Atrás de estas vacunas no hay un año de estudios apresurados, sino décadas de investigación de las principales universidades e institutos del mundo acerca del sistema inmune y la compleja red de células, tejidos y órganos involucrados en él. A nivel mundial se está comenzando a replantear la vacunación no como una decisión individual independiente, sino como un compromiso social.

➡️ Movimiento antivacunas, la pandemia que siempre ha existido

Hace un par de décadas, en Inglaterra tuvo lugar la publicación irresponsable de un médico que, equivocadamente, asociaba la vacuna de sarampión con el autismo infantil. El escándalo provocó que se le retirara su licencia profesional y, asimismo, que los casos de sarampión aumentaran diez veces durante unos años.

Todos los países del mundo, en la medida de sus posibilidades, están empeñados en combatir al Covid-19, pero no parecen esforzarse en atacar su origen. Esta enfermedad es una zoonosis, es decir que tiene un origen animal (como la gripe aviar, la gripe porcina, las vacas locas, el SARS, el AH1N1 y el ébola) y reiteradamente ha advertido la Organización Mundial de la Salud (OMS) que las enfermedades zoonóticas han proliferado en las últimas décadas. La depredación del medio ambiente sería la explicación más probable, pues en la medida que violentamos el hábitat de los animales (y sus virus), ellos buscan la manera de subsistir, reacomodándose. Los países más industrializados están contaminando la atmósfera, las aguas y la tierra, y las naciones menos desarrolladas contribuyen al desastre, sobre todo con la deforestación y mal manejo de basura. Bienvenidas son las vacunas y medicinas, pero más trascendentes a largo plazo serán mejores prácticas para preservar el medio ambiente.


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