||Por Pako Moreno||
Quise visitar el país sin planearlo, descubrirlo y que mesorprendiera. El vuelo desde México aCosta Rica fue muy relajado junto a la ventana delavión, iba maravillándome de lo diminutos que podemos ser ante latierra y sus maravillas naturales.
Las verdes montañas me daban la bienvenida y los hilos de aguaa través de los prados que se extienden kilómetros hasta dondetus ojos alcanzan a ver, me estaban avisando que algo increíble meaguardaba en ese país.
En San José, nuestros amigos nos recibieroncon un almuerzo típico del país: El Casado, unplatillo a base de plátano, arroz, frijol rojo, ensalada y unaproteína (pollo o res); fue una delicia que me sorprendió por lacombinación de sabores agridulces y salados. No podía faltar unatípica taza de café, producto de excelencia del cual me declarofanático, su sabor delicado provoca siempre pedir una taza más yotra más. Cartago es otrodestino custodiado por el Volcán Irazú,imponente testigo de nuestro recorrido, en sus calles se respirapaz; ahí pude admirar las nubes que tocan las cumbres accidentadasde la sierra. Uno de los sitios mejor recomendados es elVolcán Poás, cuyo cráter es el más grande delmundo. La experiencia no pudo ser mejor, caminar entre un bosquehúmedo con musgos, hongos, aves e insectos me puso la piel chinitade la emoción; era como estar en una película de fantasía.
El Valle de Orosi, un terreno extenso en dondeadmiré la naturaleza en su máximo esplendor: ganado pastando enlos prados, coloridas flores, ríos que cruzan los cerros, nubesbajas y casas con chimeneas humeantes que me recuerdan latranquilidad de la provincia.
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Jamás se terminaron las sorpresas, estuvieron presentes encualquier rincón de este país; hoy puedo decir que he conocido eljardín del mundo, Costa Rica. No sé si te hapasado pero estos momentos se registraron en mi mente y regresaráncuando me tome una buena taza de café.
Este artículo está escrito en colaboración con El Sol deMéxico
/amg