La Zona Rosa tiene su álter ego. El pequeño Seúl o simplemente el barrio coreano. Dicho sobrenombre lo debe a las familias coreanas que radican en esta parte de la colonia Juárez y que con el tiempo han consolidado su vida y negocios como consultorios médicos, servicios jurídicos, restaurantes, karaokes o hasta un par de periódicos locales: Hanin Sinmun y El Coreano. La Secretaría de Desarrollo Económico estima que hay 36 negocios coreanos en esta parte de la capital, pero podrían ser más. Es imposible caminar por estas calles sin cruzarse con una persona coreana… pero ¿cómo y cuándo llegaron aquí?
La experta del Círculo Mexicano de Estudios Coreanos, Diana Poox Martínez, explica la Organización Editorial Mexicana que la presencia de coreanos en México data de 1905, cuando mil 33 personas llegaron del puerto de Incheon a Veracruz, traídos por sus empleadores directamente del entonces reino del Imperio Coreano, y quienes posteriormente los trasladaron a Yucatán para trabajar en haciendas de henequén de la península. Sin embargo, el barrio coreano como hoy lo conocemos es más joven. Tendrá poco más de 20 años, tiempo en el cual han logrado arraigarse en la Zona Rosa al nivel de hacer su vida aquí en la Ciudad de México.
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Los primeros asentamientos de familias coreanas en la Zona Rosa empezaron a finales de la década de los 90 y principios de los 2000. Con el aterrizaje de empresas coreanas en México como Posco, LG o Hyundai llegaron profesionistas de ese país que fueron ubicados en sitios cercanos a sus centros de trabajo. De esta manera se asentaron en colonias como Juárez, Cuauhtémoc o Polanco, que además les daban cierto nivel de calidad de vida.
“A los profesionistas los colocan en zonas cercanas a la empresa por las que fueron traídos, por eso tenemos también una gran comunidad en Monterrey. Como vienen capacitados y tienen puestos altos, van a tener un poder adquisitivo medio alto y alto, no así aquellos que llegan por cuenta propia o como emigrantes, que suelen ser pequeños inversionistas que se dedican al comercio o industrias de importación, aunque algunos de los que llegan por cuenta propia también tienen un poder adquisitivo medio alto”, cuenta Poox Martínez cuya tesis de maestría en el Instituto Nacional de Antropología e Historia la dedicó al Pequeño Seúl en México.
Muchos de los que arribaron por cuenta propia llegaron desde Corea, pero también de otros países de Latinoamérica como Brasil, Argentina o Chile, donde las economías padecían un mal momento. Algunos tenían la intención de llegar a Estados Unidos en busca de mejores condiciones de vida, pero otros buscaban asentarse en México y así lo hicieron integrándose al comercio local, principalmente en el Centro Histórico de la Ciudad de México y la colonia Guerrero.
Entre los vecinos de la colonia Juárez los coreanos son vistos como reticentes, con poca disposición a integrarse a la comunidad vecinal. “No son muy integrados ni participativos con el resto”, comenta una vecina que administra una cuenta que aborda temas de esta colonia. Poox Martínez explica que esto se debe en parte a la barrera idiomática, pero no siempre pasa eso, pues muchos coreanos que llegaron solos al país se casaron con mujeres mexicanas y sus hijos e hijas nacieron como mexicanos.
Con la pandemia, la comunidad de la Zona Rosa pensó en ver disminuida la población coreana, sin embargo no fue así. Muchos locales resistieron el impacto del parón económico que generó la crisis sanitaria. Aunque la cafetería Coffee Kkot, ubicada en Hamburgo y Florencia y adoptada como punto de reunión por los fanáticos del K-pop –música pop coreana- no logró sortear la crisis sanitaria y cerró sus puertas desde marzo, pero el barrio coreano sigue vivo.
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