/ jueves 26 de mayo de 2022

Andrew Fletcher, el profano de Depeche Mode

Fletcher formaba parte del colectivo cristiano Boy’s Brigade. Allí conoció a Martin Gore y Vince Clarke, los otros fundadores de Depeche Mode

Pasó un buen tiempo para que la gente se tomara en serio a Depeche Mode. Cuando comenzaron, eran vistos como los chicos lindos que pretendían hacer música oscura. Su música, invariablemente, hacía mover los pies, pero ellos querían otra cosa: sacudir las mentes.

Andrew Fletcher —fallecido este jueves 26 de mayo— fue quien dijo basta. Basta de beats bailables. Basta de que las letras de su amigo Martin Gore fueran un mero trasfondo cuando, en realidad, eran provocaciones al lado más turbio de la condición humana.

Fue en el álbum Music for the masses (1987) —vaya ironía del título— cuando Fletcher puso a consideración de sus compañeros cambiar el sonido de la banda. Al final, todos en Depeche Mode creían fervientemente en algo que había dicho Martin Gore meses atrás en una entrevista con la prensa británica: “De forma sutil, corrompemos al mundo. Siendo una banda pop, te puedes permitir muchas cosas”.

Y así lo hicieron, según se cuenta en la biografía de Depeche Mode que escribió Steve Malins. Behind the Wheel, su próximo éxito, inundó las discotecas del mundo con un mensaje muy claro: la depresión también se puede bailar. Y eso sólo fue posible porque Fletcher cambió sus sintetizadores por otros con los que jamás había experimentado. Violar la zona de confort de los grandes éxitos siempre requiere de un profano. Ese fue Fletcher, quien durante su infancia y parte de su adolescencia se dedicaba a convertir al cristianismo a sus vecinos de Basildon.

De hecho, Fletcher formaba parte del colectivo cristiano Boy’s Brigade. Allí conoció a Martin Gore y Vince Clarke, los otros fundadores de Depeche Mode. Con el tiempo, sus misiones religiosas se volvieron obsoletas: ni siquiera la fe llenaba los vacíos que había dejado el desempleo y las incipientes privatizaciones de Margaret Tatcher. Fue entonces cuando dejaron la Biblia y tomaron el rimel. Fletcher fue el primero en hacerlo. Como tantos otros, él y sus amigos querían formar una banda como The Cure o Joy Division. Allí nació la herejía de Depeche Mode.

Fletcher, el hombre sintetizador, era uno de los responsables del sonido de la banda. En Behind the Wheel, sus beats oscuros —que simulan ser las fábricas nocturnas de Essex— acompañan a una letra que deja claro el rumbo que tomaría la banda en los próximos años: “Conduce a cualquier lugar, haz lo que quieras: no me importa”. Y luego, remata: “Hay momentos en los que siento que no quiero ser el que está detrás del volante”.

Aquella renuncia — ¿a la industria, al baile, a la vida?— marcó un punto de quiebre para Depeche Mode: jamás volvieron a ser el grupo de chicos lindos queriendo ser oscuros. Por el contrario: su rebeldía alcanzó una cumbre estética con Violator (1990), el disco donde otra canción profana se abre paso, Personal Jesus, una clara alusión al pasado cristiano de la banda.

Con un Jesús a modo, dispuesto a complacer las pasiones más bajas, Depeche Mode llevó buena parte del underground a las firmas de autógrafos, los hoteles de lujo y las giras internacionales. Y la letra, por fin, tuvo el peso que deseaban. En una entrevista con el diario Clarín en 2018, Fletcher dijo: “Siempre escribimos canciones políticas, sólo que usamos analogías sexuales o religiosas”. Y luego reconoció: “No éramos una banda muy ambiciosa. No éramos como U2, que quería ser la banda más grande del mundo”.

Ahora que Fletcher ya no está aquí, Depeche Mode seguirá corrompiendo mentes desde la pista de baile, porque como dijo Martin Gore: “Siendo una banda pop, te puedes permitir muchas cosas”.

Pasó un buen tiempo para que la gente se tomara en serio a Depeche Mode. Cuando comenzaron, eran vistos como los chicos lindos que pretendían hacer música oscura. Su música, invariablemente, hacía mover los pies, pero ellos querían otra cosa: sacudir las mentes.

Andrew Fletcher —fallecido este jueves 26 de mayo— fue quien dijo basta. Basta de beats bailables. Basta de que las letras de su amigo Martin Gore fueran un mero trasfondo cuando, en realidad, eran provocaciones al lado más turbio de la condición humana.

Fue en el álbum Music for the masses (1987) —vaya ironía del título— cuando Fletcher puso a consideración de sus compañeros cambiar el sonido de la banda. Al final, todos en Depeche Mode creían fervientemente en algo que había dicho Martin Gore meses atrás en una entrevista con la prensa británica: “De forma sutil, corrompemos al mundo. Siendo una banda pop, te puedes permitir muchas cosas”.

Y así lo hicieron, según se cuenta en la biografía de Depeche Mode que escribió Steve Malins. Behind the Wheel, su próximo éxito, inundó las discotecas del mundo con un mensaje muy claro: la depresión también se puede bailar. Y eso sólo fue posible porque Fletcher cambió sus sintetizadores por otros con los que jamás había experimentado. Violar la zona de confort de los grandes éxitos siempre requiere de un profano. Ese fue Fletcher, quien durante su infancia y parte de su adolescencia se dedicaba a convertir al cristianismo a sus vecinos de Basildon.

De hecho, Fletcher formaba parte del colectivo cristiano Boy’s Brigade. Allí conoció a Martin Gore y Vince Clarke, los otros fundadores de Depeche Mode. Con el tiempo, sus misiones religiosas se volvieron obsoletas: ni siquiera la fe llenaba los vacíos que había dejado el desempleo y las incipientes privatizaciones de Margaret Tatcher. Fue entonces cuando dejaron la Biblia y tomaron el rimel. Fletcher fue el primero en hacerlo. Como tantos otros, él y sus amigos querían formar una banda como The Cure o Joy Division. Allí nació la herejía de Depeche Mode.

Fletcher, el hombre sintetizador, era uno de los responsables del sonido de la banda. En Behind the Wheel, sus beats oscuros —que simulan ser las fábricas nocturnas de Essex— acompañan a una letra que deja claro el rumbo que tomaría la banda en los próximos años: “Conduce a cualquier lugar, haz lo que quieras: no me importa”. Y luego, remata: “Hay momentos en los que siento que no quiero ser el que está detrás del volante”.

Aquella renuncia — ¿a la industria, al baile, a la vida?— marcó un punto de quiebre para Depeche Mode: jamás volvieron a ser el grupo de chicos lindos queriendo ser oscuros. Por el contrario: su rebeldía alcanzó una cumbre estética con Violator (1990), el disco donde otra canción profana se abre paso, Personal Jesus, una clara alusión al pasado cristiano de la banda.

Con un Jesús a modo, dispuesto a complacer las pasiones más bajas, Depeche Mode llevó buena parte del underground a las firmas de autógrafos, los hoteles de lujo y las giras internacionales. Y la letra, por fin, tuvo el peso que deseaban. En una entrevista con el diario Clarín en 2018, Fletcher dijo: “Siempre escribimos canciones políticas, sólo que usamos analogías sexuales o religiosas”. Y luego reconoció: “No éramos una banda muy ambiciosa. No éramos como U2, que quería ser la banda más grande del mundo”.

Ahora que Fletcher ya no está aquí, Depeche Mode seguirá corrompiendo mentes desde la pista de baile, porque como dijo Martin Gore: “Siendo una banda pop, te puedes permitir muchas cosas”.

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