/ viernes 17 de abril de 2020

Pasión y sentimiento: A 101 años del nacimiento de Chavela Vargas

Chavela Vargas decía que "los mexicanos nacemos donde nos da la gana", y así como eligió su nacionalidad, hizo de sí misma un personaje que con su poncho y guitarra en mano defendió la canción mexicana

Chavela Vargas nació hace 101 años. Le llamaban La Macorina. “En Costa Rica -decía-, ahí me tocó nacer; pero en México, ahí escogí vivir”. Y se hizo mexicana. Era admirada por artistas y políticos desde Frida Kahlo y Miguel Alemán, hasta Pedro Almodóvar en tiempos más actuales, a quien le rechazó una oferta de cine porque no le gustaba que “la mandaran”, “por eso nunca me atrajo la actuación”.

En efecto, Chavela volaba libremente por los escenarios de la vida sin mayores “ataduras” que su canto y la música, a quienes se había consagrado. Ni sus preferencias sexuales le prohibían disfrutar a su libre albedrío su andar por este mundo, hasta que la muerte se ensañó con ella el 5 de agosto de 2012 en Cuernavaca, Morelos.

Y en México, también, decidió enamorarse de la música ranchera –digámoslo así, generalizando--, lo mismo de compositores como José Alfredo Jiménez, Cuco Sánchez o Agustín Lara, cuyas obras ayudaron a inmortalizarla a ella.

INFANCIA EN SOLEDAD

Pero, bueno, es momento de recordarla en el centenario de su natalicio, y retroceder en el tiempo hasta ubicarnos en San Joaquín de Flores, provincia de Heredia, donde María Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano vino al mundo el 17 de abril de 1919; su infancia, sin embargo, fue muy sufrida, pues sus padres se divorciaron, se desentendieron de ella y la dejaron al cuidado de unos tíos. Por eso relata en el libro de María Cortina, Las verdades de Chavela (Océano, 2009), que “nació cantando una canción que cuenta la historia de una niña triste que nació cantando”.


Entonces, le dolía recordar su infancia, pero a pesar de la soledad y la marginación de su niñez, Chavela logró conquistar la fama, la gloria, los privilegios y los amigos en un “mundo raro” como la canción de José Alfredo que tanto le gustaba.

Fue ese estilo bohemio del cantautor guanajuatense el que dio línea a la intérprete, quien le aportó un poco más de aguardiente y dramatismo a las obras del creador de El rey, acompañándose apenas con una guitarra. Pero es que, así era Chavela Vargas: sentía y transmitía cada una de sus interpretaciones. Y entonces el público le llenaba los teatros y las grandes salas de conciertos, desde su México querido o su natal Costa Rica hasta Madrid y Latinoamérica entera.

DE UNA PIEZA

Auténtica como ella sola y con aquella libertad que la caracterizaba, Chavela proyectó su personalidad vistiendo como hombre y fumando cigarrillos, uno detrás de otro, haciéndose pronto gran amiga del tequila y un poncho rojo que, igual, la distinguía. Fue hasta los 81 años de edad cuando habló por primera vez de su lesbianismo, haciéndolo en una entrevista para la televisión colombiana.

Era, pues, todo un personaje arriba y abajo del escenario. Se enamoró de Frida Kahlo y obtuvo importantes enseñanzas de Diego Rivera. Su fama empezó a circular a fines de los años 50, en el siglo pasado, y hasta cantó en la boda de Elizabeth Taylor y Mike Todd, en Acapulco. Publicó su primer álbum discográfico en 1961.

Sin embargo, luego de una etapa de gran éxito, el alcohol y la soledad la obligaron a retirarse del medio, hasta que regresó a la escena entre las décadas de los 70 y 80, impulsada por sus colegas Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe.

Todavía hace una década, con motivo de su cumpleaños número 90, recibió un cálido homenaje en el Teatro de la Ciudad de México al que asistieron amigos entrañables como Carlos Monsiváis, y donde el entonces jefe de Gobierno Marcelo Ebrard le colgó la medalla de Ciudadana Ilustre.

“Parecía estar convencida de no llegar al homenaje”, escribió María Cortina en su libro. “Se me están acabando las fuerzas”, decía la cantante. “Ya no estoy para esas andadas”. Entonces, señaló que ya había hecho todo cuanto quiso hacer en la vida, y que ya nada más le tocaba esperar.

Así fue: se apartó de este mundo a los 93 años de edad, no sin antes dejarnos interpretaciones memorables a Paloma negra, Volver volver y La Macorina, entre muchas otras, y ser honrada por la Academia de la Grabación con el Premio a la Excelencia Musical.

EN EL CINE

Aunque “no había nacido alguien que la mandara”, el alemán Werner Herzog le dio un papel en la cinta Grito de piedra (1991) y el propio Almodóvar incluyó interpretaciones de ella en filmes como Tacones lejanos (1991); Julie Taymor la insertó en Frida (Salma Hayek, 2002) interpretando La llorona y Alejandro González Iñárritu hizo lo mismo en Babel (2006) con el bolero Tú me acostumbraste.


Chavela Vargas nació hace 101 años. Le llamaban La Macorina. “En Costa Rica -decía-, ahí me tocó nacer; pero en México, ahí escogí vivir”. Y se hizo mexicana. Era admirada por artistas y políticos desde Frida Kahlo y Miguel Alemán, hasta Pedro Almodóvar en tiempos más actuales, a quien le rechazó una oferta de cine porque no le gustaba que “la mandaran”, “por eso nunca me atrajo la actuación”.

En efecto, Chavela volaba libremente por los escenarios de la vida sin mayores “ataduras” que su canto y la música, a quienes se había consagrado. Ni sus preferencias sexuales le prohibían disfrutar a su libre albedrío su andar por este mundo, hasta que la muerte se ensañó con ella el 5 de agosto de 2012 en Cuernavaca, Morelos.

Y en México, también, decidió enamorarse de la música ranchera –digámoslo así, generalizando--, lo mismo de compositores como José Alfredo Jiménez, Cuco Sánchez o Agustín Lara, cuyas obras ayudaron a inmortalizarla a ella.

INFANCIA EN SOLEDAD

Pero, bueno, es momento de recordarla en el centenario de su natalicio, y retroceder en el tiempo hasta ubicarnos en San Joaquín de Flores, provincia de Heredia, donde María Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano vino al mundo el 17 de abril de 1919; su infancia, sin embargo, fue muy sufrida, pues sus padres se divorciaron, se desentendieron de ella y la dejaron al cuidado de unos tíos. Por eso relata en el libro de María Cortina, Las verdades de Chavela (Océano, 2009), que “nació cantando una canción que cuenta la historia de una niña triste que nació cantando”.


Entonces, le dolía recordar su infancia, pero a pesar de la soledad y la marginación de su niñez, Chavela logró conquistar la fama, la gloria, los privilegios y los amigos en un “mundo raro” como la canción de José Alfredo que tanto le gustaba.

Fue ese estilo bohemio del cantautor guanajuatense el que dio línea a la intérprete, quien le aportó un poco más de aguardiente y dramatismo a las obras del creador de El rey, acompañándose apenas con una guitarra. Pero es que, así era Chavela Vargas: sentía y transmitía cada una de sus interpretaciones. Y entonces el público le llenaba los teatros y las grandes salas de conciertos, desde su México querido o su natal Costa Rica hasta Madrid y Latinoamérica entera.

DE UNA PIEZA

Auténtica como ella sola y con aquella libertad que la caracterizaba, Chavela proyectó su personalidad vistiendo como hombre y fumando cigarrillos, uno detrás de otro, haciéndose pronto gran amiga del tequila y un poncho rojo que, igual, la distinguía. Fue hasta los 81 años de edad cuando habló por primera vez de su lesbianismo, haciéndolo en una entrevista para la televisión colombiana.

Era, pues, todo un personaje arriba y abajo del escenario. Se enamoró de Frida Kahlo y obtuvo importantes enseñanzas de Diego Rivera. Su fama empezó a circular a fines de los años 50, en el siglo pasado, y hasta cantó en la boda de Elizabeth Taylor y Mike Todd, en Acapulco. Publicó su primer álbum discográfico en 1961.

Sin embargo, luego de una etapa de gran éxito, el alcohol y la soledad la obligaron a retirarse del medio, hasta que regresó a la escena entre las décadas de los 70 y 80, impulsada por sus colegas Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe.

Todavía hace una década, con motivo de su cumpleaños número 90, recibió un cálido homenaje en el Teatro de la Ciudad de México al que asistieron amigos entrañables como Carlos Monsiváis, y donde el entonces jefe de Gobierno Marcelo Ebrard le colgó la medalla de Ciudadana Ilustre.

“Parecía estar convencida de no llegar al homenaje”, escribió María Cortina en su libro. “Se me están acabando las fuerzas”, decía la cantante. “Ya no estoy para esas andadas”. Entonces, señaló que ya había hecho todo cuanto quiso hacer en la vida, y que ya nada más le tocaba esperar.

Así fue: se apartó de este mundo a los 93 años de edad, no sin antes dejarnos interpretaciones memorables a Paloma negra, Volver volver y La Macorina, entre muchas otras, y ser honrada por la Academia de la Grabación con el Premio a la Excelencia Musical.

EN EL CINE

Aunque “no había nacido alguien que la mandara”, el alemán Werner Herzog le dio un papel en la cinta Grito de piedra (1991) y el propio Almodóvar incluyó interpretaciones de ella en filmes como Tacones lejanos (1991); Julie Taymor la insertó en Frida (Salma Hayek, 2002) interpretando La llorona y Alejandro González Iñárritu hizo lo mismo en Babel (2006) con el bolero Tú me acostumbraste.


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