Ver y escuchar en vivo a una leyenda de la música siempre es una especie de ejercicio de make-believe, de creencia, de fanatismo irredento, y una mezcla entre lo que siempre te imaginaste en el mejor de los mundos con dicho personaje… y la más dura realidad.
Siempre que vas a un concierto es una oportunidad para que las cosas fallen, es un volado al aire que se expone en todos los niveles: desde el más rascuache de los intérpretes hasta en la Filarmónica de Berlín.
Y eso sucedió precisamente el pasado 7 de septiembre, cuando el histórico miembro fundador de The Velvet Underground, John Cale, dio un concierto en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, en el centro de este atribulado país que sobrevive precisamente de su necedad fantasiosa.
Con un público ya formado desde las 7 de la noche, me di cuenta que había varios amigos ultrafanaticos del músico sentados en las primeras filas, cuyo precio era de unos $2,200 pesos.
Ya repleto el primer, segundo y gayola, el Teatro era caja de ecos de la tensión de los fans por escuchar a uno de los más experimentales y académicos de los miembros de la familia real del rock.
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Y todo parecía comenzar bien con la salida del Cale y sus tres jóvenes músicos para interpretar “Paris 1919” con gran estamina y espíritu, pero con un terrible sonido que no permitió diferenciar entre la voz, el bajo y la batería, y ni qué decir de los teclados y la guitarra que no aparecían por ningún lado.
Cale se dio cuenta y de inmediato señaló a sus seconds que su teclado no se escuchaba, pero todo fue en vano, pues vimos casi dos horas de un sinfín de errores, como micrófonos caídos, monitores con las letras volteadas hacia el techo y qué decir del terrible boom que se escuchaba desde los monitores colocados en el piso del teatro y que rebotaba sin piedad en los balcones de madera.
Vimos casi dos horas de un sinfín de errores, como micrófonos caídos, monitores con las letras volteadas hacia el techo y el boom de los monitores del piso que rebotaba en los balcones de madera
Sin ninguna esperanza de que el audio mejorara, John Cale interpretó “Night Crawling” (de Mercy); “How We See the Light” y “Company Commander” (de POPtical Illusion), en secuencia interrumpido por los ardientes fans que queríamos disfrutar el concierto a pesar de las múltiples pifias.
Hasta se atrevió a tocar “Guts” junto a su clásico “Cable Hogue” (de Helen of Troy), seguido del nuevo sencillo “Shark-Shark” (de POPtical Illusion) y la tremendamente depresiva “Wasteland” (de Black Acetate).
Para sus seguidores, el recital fue un increíble recorrido por su carrera solista, incluyendo “Do Not Go Gentle Into That Good Night”, del muy elaborado disco Words for the Dying, que remató con una versión multiaplaudida de “I’m Waiting for the Man”, clásico de The Velvet Underground y que nunca pensamos escuchar en la voz de uno de sus fundadores.
Al terminar el decimosegundo tema, sorpresivamente Cale agradeció al público exultante y se fue caminando visiblemente molesto a los camerinos para no regresar, a pesar de más de 20 minutos de aplausos
Sin importar el sonido y los errores, John Cale volvió a sus composiciones más duras sónicamente como “Barracuda” (de Fear) y terminó abruptamente con una versión de “Heartbreak Hotel”, de Elvis Presley.
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Sorpresivamente, al terminar tan solo el decimosegundo tema, Cale agradeció al publico exultante y se fue caminando visiblemente molesto a los camerinos para no regresar, a pesar de más de 20 minutos de aplausos y con la grosería por parte de los organizadores de prender las luces y mandar quitar los instrumentos mientras el público simplemente no creía la forma en que se despediría el famoso músico gales en nuestro país.
La paradoja: una leyenda musical, un recorrido muy bien escogido por su carrera solista y hasta la interpretación de uno de los más legendarios temas en la historia del rock mundial en un escenario repleto de sus más irredentos fans, pero en una envoltura sónica más que mediocre.