/ domingo 6 de septiembre de 2020

José María Arreola musicaliza el desencanto

"Vivimos en un mundo que te obliga a estar feliz todo el tiempo", dice el nieto de Juan José Arreola

A la gente no le gusta la verdad, está bien estar deprimido y a Dios hay que bajarlo del pedestal divino. Las ideas de José María Arreola, ciertamente, no son las más populares. Menos en un mundo que condena el pesimismo y juzga a quienes se dan la libertad de decir: “Estoy mal y el mundo es una mierda”.

Arreola al fin, el músico y ex integrante de La Barranca y San Pascualito Rey está acostumbrado a hablar mucho, quizás demás, sobre los asuntos que atañen las contradicciones de su existencia.

“Hablar de más es un tema que tiene toda la familia Arreola. Crecimos en un ambiente donde debías arrebatar la palabra; si no lo hacías, te condenaban al silencio”, cuenta en entrevista el nieto de Juan José Arreola —uno de los escritores mexicanos más reconocidos del siglo XX—, con motivo del lanzamiento de su más reciente álbum, Hielo (2020).

Este disco—que ya está disponible en Spotify y en la web hielo.site—, se inscribe en lo que Arreola llama “poemas expansivos”. Y habla justamente sobre ese “mundo de mierda” donde la vanidad y el dinero rigen los valores humanos por sobre todas las cosas, explica.

“Hielo es un disco que habla sobre un mundo de distancias absolutas, frialdad y desconexión emocional en el colectivo. Es, también, una denuncia de esa sociedad individualista que tiene una sumisión terrible hacia el like y la aprobación de las redes sociales”, explica el compositor sobre esta producción, en la que también participaron su hermano Alonso Arreola (La Barranca, Monocordio), Alfonso André (Caifanes, Jaguares), Alejandro Otaola (Santa Sabina, La Barranca), Andrés Loewe, Lari Ruiz Velasco, Raúl Vizzi y Jairo Guerrero.

A lo largo de los seis tracks que conforman el álbum, se escuchan versos recitados mientras suceden texturas sonoras que remontan a pasajes oscuros, muy similares a los que, por mera casualidad, vive el mundo en estos momentos debido a la pandemia.

Para este proyecto, Chema Arreola se alejó de su instrumento preferido: la batería. Su idea es realizar un espectáculo unipersonal, de unos 45 minutos, en el que pueda interactuar con el público desde otra perspectiva: la del poeta que canta su obra. Pero si la crisis sanitaria no lo permite, dice, podría materializar su trabajo en una pieza cinematográfica o en una instalación sonora.

Físicamente, habrá una edición especial de 300 piezas firmadas y al cuidado de La Hoja Doblada, editorial comunitaria de Tepoztlán dedicada a la producción de objetos literarios. Así, Hielo se desdoblará en las manos de quien lo compre para convertirse en un póster de 60 X 45 cm.

Profundo creyente de la literatura extendida, Arreola está convencido de que todo libro que se sale de la biblioteca es un acto rebelde. Aunque admite que en su nuevo álbum hay un acto aún más transgresor: desnudarse. “Lo más rebelde que hice en Hielo fue reclamarle a Dios, porque yo intuyo que Dios es una emoción. Entonces lo bajé al suelo, lo encaré y le hablé sobre las cosas que pasan: el consumo de químicos, de pastillas y de teléfonos. Hablé sobre la banalidad de las cosas materiales, la incesante búsqueda de aprobación y la necesidad de estar atados a una realidad virtual que cada vez resulta más aparatosa”.

A esa vorágine de patologías modernas sólo fue posible llegar a través de la verdad, una palabra que, según Arreola, tiene un carácter cada vez más incómodo: “En este momento, la verdad es un acto de rebeldía. No es popular. A la gente no le gusta la verdad; la gente quiere ser un avatar. Y es lógico: es triste la humanidad que hemos construido. Por eso, el acto más rebelde en la actualidad es la búsqueda de la verdad personal. De la colectiva mejor ni hablar: es una quimera”.

Arreola cree que Hielo (2020) es el trabajo que más le ha permitido llegar a su verdad íntima, esa que le hace disfrutar de su familia, del arte y de un buen vino tinto, pero que también le recuerda que la vida diaria no es feliz: “Me siento abatido de ver el futuro que vivirán mis hijos: un mundo cada vez más facho donde los valores se rigen por la vanidad, el narcisismo y el dinero. Un mundo que te obliga a ser feliz todo el tiempo, a sacar créditos, a consumir, a endeudarte y, aun así, a sonreír. Un mundo donde el futuro es angustiante y donde no puedes deprimirte, porque la depresión, dicen, es para los débiles”.


A la gente no le gusta la verdad, está bien estar deprimido y a Dios hay que bajarlo del pedestal divino. Las ideas de José María Arreola, ciertamente, no son las más populares. Menos en un mundo que condena el pesimismo y juzga a quienes se dan la libertad de decir: “Estoy mal y el mundo es una mierda”.

Arreola al fin, el músico y ex integrante de La Barranca y San Pascualito Rey está acostumbrado a hablar mucho, quizás demás, sobre los asuntos que atañen las contradicciones de su existencia.

“Hablar de más es un tema que tiene toda la familia Arreola. Crecimos en un ambiente donde debías arrebatar la palabra; si no lo hacías, te condenaban al silencio”, cuenta en entrevista el nieto de Juan José Arreola —uno de los escritores mexicanos más reconocidos del siglo XX—, con motivo del lanzamiento de su más reciente álbum, Hielo (2020).

Este disco—que ya está disponible en Spotify y en la web hielo.site—, se inscribe en lo que Arreola llama “poemas expansivos”. Y habla justamente sobre ese “mundo de mierda” donde la vanidad y el dinero rigen los valores humanos por sobre todas las cosas, explica.

“Hielo es un disco que habla sobre un mundo de distancias absolutas, frialdad y desconexión emocional en el colectivo. Es, también, una denuncia de esa sociedad individualista que tiene una sumisión terrible hacia el like y la aprobación de las redes sociales”, explica el compositor sobre esta producción, en la que también participaron su hermano Alonso Arreola (La Barranca, Monocordio), Alfonso André (Caifanes, Jaguares), Alejandro Otaola (Santa Sabina, La Barranca), Andrés Loewe, Lari Ruiz Velasco, Raúl Vizzi y Jairo Guerrero.

A lo largo de los seis tracks que conforman el álbum, se escuchan versos recitados mientras suceden texturas sonoras que remontan a pasajes oscuros, muy similares a los que, por mera casualidad, vive el mundo en estos momentos debido a la pandemia.

Para este proyecto, Chema Arreola se alejó de su instrumento preferido: la batería. Su idea es realizar un espectáculo unipersonal, de unos 45 minutos, en el que pueda interactuar con el público desde otra perspectiva: la del poeta que canta su obra. Pero si la crisis sanitaria no lo permite, dice, podría materializar su trabajo en una pieza cinematográfica o en una instalación sonora.

Físicamente, habrá una edición especial de 300 piezas firmadas y al cuidado de La Hoja Doblada, editorial comunitaria de Tepoztlán dedicada a la producción de objetos literarios. Así, Hielo se desdoblará en las manos de quien lo compre para convertirse en un póster de 60 X 45 cm.

Profundo creyente de la literatura extendida, Arreola está convencido de que todo libro que se sale de la biblioteca es un acto rebelde. Aunque admite que en su nuevo álbum hay un acto aún más transgresor: desnudarse. “Lo más rebelde que hice en Hielo fue reclamarle a Dios, porque yo intuyo que Dios es una emoción. Entonces lo bajé al suelo, lo encaré y le hablé sobre las cosas que pasan: el consumo de químicos, de pastillas y de teléfonos. Hablé sobre la banalidad de las cosas materiales, la incesante búsqueda de aprobación y la necesidad de estar atados a una realidad virtual que cada vez resulta más aparatosa”.

A esa vorágine de patologías modernas sólo fue posible llegar a través de la verdad, una palabra que, según Arreola, tiene un carácter cada vez más incómodo: “En este momento, la verdad es un acto de rebeldía. No es popular. A la gente no le gusta la verdad; la gente quiere ser un avatar. Y es lógico: es triste la humanidad que hemos construido. Por eso, el acto más rebelde en la actualidad es la búsqueda de la verdad personal. De la colectiva mejor ni hablar: es una quimera”.

Arreola cree que Hielo (2020) es el trabajo que más le ha permitido llegar a su verdad íntima, esa que le hace disfrutar de su familia, del arte y de un buen vino tinto, pero que también le recuerda que la vida diaria no es feliz: “Me siento abatido de ver el futuro que vivirán mis hijos: un mundo cada vez más facho donde los valores se rigen por la vanidad, el narcisismo y el dinero. Un mundo que te obliga a ser feliz todo el tiempo, a sacar créditos, a consumir, a endeudarte y, aun así, a sonreír. Un mundo donde el futuro es angustiante y donde no puedes deprimirte, porque la depresión, dicen, es para los débiles”.


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