/ jueves 14 de septiembre de 2017

Música para gritar ¡Viva México!

Imprescindible escuchar el “Huapango de Moncayo” en estas fiestas patrias

Imprescindible escuchar el “Huapango de Moncayo” en estas fiestas patrias. La obra ha sido interpretada por las grandes orquestas sinfónicas del mundo y su belleza lo mismo ha sonado en Londres que en Moscú, en París y Berlín, con singular éxito. Es emblema de la música mexicana, pero a la vez símbolo de nuestro nacionalismo, por eso en septiembre, cada año, la genial creación del compositor jalisciense cobra especial relevancia.

José Pablo Moncayo García (Guadalajara, 29 de junio de 1912), compuso su célebre huapango como una obra maestra que expresa de manera puntual las aspiraciones nacionales, de ahí su amplia difusión durante estos días de festejo tricolor por un aniversario más de nuestra Independencia nacional.

Ciertamente, la música ha sido fundamental en la historia de nuestro país y con ella celebramos acontecimientos tan importantes como la gesta libertaria que inició el cura Hidalgo en el pueblo de Dolores, Guanajuato. Con canciones propias de nuestra idiosincrasia se nos inflama el corazón y gritamos ¡Viva México! Es la música tricolor que nos identifica y nos hermana en septiembre bajo un sombrero ancho en la cabeza y llevando al hombro un sarape de Saltillo.

El mariachi está presente en estas festividades tradicionales, pero más allá de este colectivo musical multi-rítmico que nos representa en el mundo, hay otra historia que parte del jarabe como un baile mexicano de origen popular, derivado de formas españolas que se asentaron en nuestra tierra durante el virreinato.

Gabriel Pareyón en su Diccionario de Música en México (Conaculta, Secretaría de Cultura de Jalisco, 1995), describe entre esas “formas españolas” la seguidilla, la zambra y el fandango, entre otras. Refiere que en un principio el jarabe, que se bailaba en grupo, era llamado sarao pero que, con el transcurrir del tiempo, por ahí a mediados del siglo XVIII adoptó el nombre definitivo.

Pareyón nos cuenta también que las influencias que sufrió la forma inicial del movimiento musical fueron múltiples, entre ellas bailes indios como el “comezón”. Tiempo después el jarabe se convirtió en típico de la región, tomándolo los insurgentes como “canción de guerra”.

Imprescindible escuchar el “Huapango de Moncayo” en estas fiestas patrias. La obra ha sido interpretada por las grandes orquestas sinfónicas del mundo y su belleza lo mismo ha sonado en Londres que en Moscú, en París y Berlín, con singular éxito. Es emblema de la música mexicana, pero a la vez símbolo de nuestro nacionalismo, por eso en septiembre, cada año, la genial creación del compositor jalisciense cobra especial relevancia.

José Pablo Moncayo García (Guadalajara, 29 de junio de 1912), compuso su célebre huapango como una obra maestra que expresa de manera puntual las aspiraciones nacionales, de ahí su amplia difusión durante estos días de festejo tricolor por un aniversario más de nuestra Independencia nacional.

Ciertamente, la música ha sido fundamental en la historia de nuestro país y con ella celebramos acontecimientos tan importantes como la gesta libertaria que inició el cura Hidalgo en el pueblo de Dolores, Guanajuato. Con canciones propias de nuestra idiosincrasia se nos inflama el corazón y gritamos ¡Viva México! Es la música tricolor que nos identifica y nos hermana en septiembre bajo un sombrero ancho en la cabeza y llevando al hombro un sarape de Saltillo.

El mariachi está presente en estas festividades tradicionales, pero más allá de este colectivo musical multi-rítmico que nos representa en el mundo, hay otra historia que parte del jarabe como un baile mexicano de origen popular, derivado de formas españolas que se asentaron en nuestra tierra durante el virreinato.

Gabriel Pareyón en su Diccionario de Música en México (Conaculta, Secretaría de Cultura de Jalisco, 1995), describe entre esas “formas españolas” la seguidilla, la zambra y el fandango, entre otras. Refiere que en un principio el jarabe, que se bailaba en grupo, era llamado sarao pero que, con el transcurrir del tiempo, por ahí a mediados del siglo XVIII adoptó el nombre definitivo.

Pareyón nos cuenta también que las influencias que sufrió la forma inicial del movimiento musical fueron múltiples, entre ellas bailes indios como el “comezón”. Tiempo después el jarabe se convirtió en típico de la región, tomándolo los insurgentes como “canción de guerra”.

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