/ martes 7 de septiembre de 2021

Silvio Rodríguez desvela joya que permaneció guardada tres décadas

En 1991 el cubano grabó un disco con el prestigioso grupo de jazz-rock fusión Diákara, el cual permaneció inédito durante todos estos años

Silvio Rodríguez atesora joyas inéditas en su archivo musical, donde se guardan verdaderas maravillas. Tal es el caso de las que Silvio nos entrega en el disco con Diákara, realizadas originalmente en México, en 1991.

Quienes asistieron a su concierto con el grupo Diákara en aquel año, en su primera formación, saben que fue uno de los más importantes de esa década, en medio de un trabajo colaborativo durante varios años, que debió rematarse con el disco que nunca había salido a la luz de manera oficial.

La imagen de Silvio junto a aquel grupo de jazz-rock-fusión de raíces afrocubanas, liderado por Oscarito Valdés es parte de un mito viviente en el imaginario musical cubano. Es posible pensar que con Diákara, Silvio cerraba una especie de ciclo, que se truncó al quedar inédito el disco que grabaran juntos.

Y finalmente esa grabación estará disponible para el mundo entero en un disco oficial que verá la luz este 1 de octubre. ¿Pero por qué Diákara y por qué ahora, 30 años después? Habla el propio músico:

“Es un disco que pasó por muchos avatares. Son 10 canciones que pudimos grabar en unas tres o cuatro sesiones mañaneras, después de una gira por México, locos por volver a Cuba. Puse 8 de las 10 voces en una sola mañana, el día antes del regreso. En nuestra tierra no había Dolby, y como yo estaba ahorrando para convencer al Estado de que construyera estudios nuevos, usé parte de ese dinero para comprarlo y una multipista de 24 canales, que estuvo usando la EGREM hasta que pudimos tener el estudio Ojalá, años después. Siempre aparecía una nueva dificultad. Tantas, que llegué a pensar que el disco tenía una maldición o algo así. En 2020 pude haberlo terminado, pero preferimos esperar a 2021 para redondear la fecha y que fueran 30”, asegura.

Y por si fuera poco, aquí hay un record: No hay trovador, ni cantante, ni cantautor que haya decidido ser acompañado por los tres grupos leyendas de los ochenta y los noventa en Cuba, los que más trabajaron la fusión de los elementos más avanzados del jazz y el rock, con la percusión afrocubana y nuestros géneros autóctonos: Afrocuba, Irakere y Diákara.

¿Cuándo te percataste de que, a pesar de la fuerza de tu sonido e imagen como trovador solitario, querías explorar otros caminos?

En ninguno de esos casos fue una decisión tipo de “cambio táctico”. Fue Afrocuba quien me pidió que colaborara con ellos. Lo de Irakere fue circunstancial, porque Afrocuba se había disuelto y, después del SÍ que sacó a Pinochet, apareció la oportunidad de hacer el concierto en el Estadio Nacional. Lo de Diákara fue una petición de Oscarito.

Aquel era un grupo de vanguardia, precursor de otros que vinieron después. Martín en los arreglos y la guitarra eléctrica (la otra la tocaba Eduardo Ramos); Carlos del Puerto en el bajo eléctrico; Enrique Pla en la batería y José Luis Quintana, Changuito, en las tumbadoras. Obviamente ya había una búsqueda de nuevas sonoridades que un par de años después empezaron a cuajar en el GES, la Orquesta Cubana de Música Moderna y su apéndice: el Quinteto de Jazz de Chucho, de donde salió Irakere y, por supuesto, en la vertiente más bailable los Van-Van.

¿Cómo definirías a Oscarito Valdés y qué te hizo empatizar con él?

Lo conocí cuando empecé a colaborar con Afrocuba; él era el baterista de ese grupo y ahí trabajamos juntos hasta 1988, cuando fuimos a Londres a grabar el disco Oh Melancolía. Era muy estudioso. Pasabas por su cuarto a cualquier hora y sentías las baquetas pegando en un pequeño artefacto que se había construido con gomas de carro sobre un trozo de madera. Después él salió de Afrocuba. Un año después del concierto de 1990 en Chile, Oscarito cayó en mi casa una mañana, con Diego su hermano, y me pidió que le ayudara a armar un grupo. A esas alturas yo estaba un poco saturado de grandes bandas, periplo que había comenzado a fines de 1984, con Afrocuba. Tenía muchos deseos de tocar la guitarra, pero decidí ayudar a Oscarito. Eso me comprometió a trabajar un tiempo con ellos y fueron en total unos dos años, hasta mediados de 1993.

Silvio y Diákara llegaron al estudio en 1991, tras una intensa gira por España y México, y en la grabación es evidente el excelente empaste que habían logrado. Pero, lo más asombroso es la enorme actualidad que hoy tienen los arreglos. Hay una línea de coherencia en ellos, una riqueza tímbrica y sonora, con un excelente despliegue de elementos rítmicos en un disco muy rítmico, como en “Emilia”, “Canción del pasado”, “El güije”, y sonoridades más rockeras, como “Flores nocturnas”, “Acerca de los padres”, “El necio”, o más líricas, como en “Mira”. Hay guiños a géneros diversos como a la habanera, la contradanza y el danzón en “El güije”, o la samba en “Canción del pasado”; en otros un mayor lirismo.

¿Cómo fue el trabajo en los arreglos? ¿Cómo lograron esa coherencia y ese sello tan singular?

En Diákara hay tres arreglistas: Oscarito, Diego Valdés y Emilio Vega. Pero ojo: como en todos mis trabajos con grupos, siempre estuve muy al tanto de los procesos arreglísticos y por supuesto de los ensayos, donde se suelen quitar y poner elementos. Diákara fue un grupo de grandes músicos. Como es costumbre en ese tipo de ensambles, absolutamente todos aportaron ideas en los montajes. Hay canciones que suenan prácticamente como yo las hacía con la guitarra, como “Variaciones sobre un viejo tema” o “El Güije”. Hay otras donde tiene más peso lo arreglístico como “Acerca de los Padres” o “De la Ausencia y de ti, Velia”, por los bellos interludios que escribió Diego Valdés. No puedo dejar de mencionar que el último y tremendo arreglo de “Venga la Esperanza”, es de Chucho Valdés, donde él además toca el piano.

En las diez canciones del disco destacan ciertas temáticas, a las que Silvio se anticipó varias décadas, como la relectura de las masculinidades, la sexualidad y la relación identitaria padres-hijos, que aborda directamente en “Acerca de los padres”, una de las más contundentes en esta selección, o el tratamiento de la prostitución en La Habana, un tema de especial actualidad por aquellos años y asociado a ciertas aperturas en Cuba, en “Flores nocturnas”.

Este disco da continuidad a tu coherencia como cronista e intérprete poético de las realidades de tu tiempo. ¿Sientes hoy la necesidad de continuar siéndolo?

Desde el punto de vista de darle un seguimiento escénico a la obra, francamente no. Dentro de unos meses cumpliré 75 años y es obvio que no soy Mick Jagger ni lo pretendo (dicho con mucho respeto). Sin embargo, todas, o casi todas las canciones que he compuesto en los últimos años, hablan de problemas de diferente índole, dan opiniones, a veces hacen alguna que otra propuesta. Es decir, sigo atento a lo que ocurre en mi país y en el mundo, aunque últimamente estoy más concentrado en lo nuestro. No es algo que yo me proponga, no es una directriz. Es el reflejo de lo que más me llama la atención, que es la experiencia colectiva.

“Canción del pasado” parece tener una sentencia premonitoria escalofriante: El pasado es el espectro de un bufón con triple cara: fue de ayer, es de este día y será de otra mañana. ¿Esa reflexión sobre el pasado es hoy oportuna o cómo percibes el pasado ahora?

Debe ser la edad, pero hoy el futuro me parece más insurrecto que el pasado. Aunque siempre arrastramos cosas indeseables del ayer. Las grabaciones con Diákara se produjeron justo cuando comenzaba en Cuba el llamado Período Especial, que muchos creemos no ha visto aún su fin. La canción “El necio”, en su esencia es una declaración de intenciones y sobre todo, de principios, pero su música y arreglo en el disco Con Diákara subvierte todo precedente en este tipo de canciones que pudiéramos llamar “épicas”.

El arreglo con Diákara difiere significativamente del que poco después diste a conocer en 1992 en tu CD Silvio, donde vuelves a ser el trovador solitario, dejando atrás la “irreverencia rockera” de metales, percusiones y teclados. Más allá del estilo minimalista que elegiste para ese CD, ¿alguna causa específica motivó tal cambio en el arreglo?

Mi versión a guitarra de “El necio” ya estaba hecha y grabada cuando le propuse a Oscarito que la arreglara para Diákara. Le di libertad, no quise que se ajustara estrictamente a lo que yo hacía, porque es un tema de muchas posibilidades. Resultó ser la primera versión instrumental de ese tema, que desde entonces he hecho con muy diversas agrupaciones.

¿Qué canciones no tuvieron tu voz en la grabación original de México y las grabaste más recientemente?

Pensaba ponérselo de adivinanza a la gente, pero ya que lo preguntas… Los dos temas que grabé 20 años después, en (el estudio) Ojalá, fueron: “Acerca de los Padres” y “El Necio”.

Para cualquier conocedor de la música cubana es muy revelador constatar los músicos que integraban Diákara al momento de la grabación y que hoy son referentes en sus respectivos instrumentos: Ramón Valle en el piano; Roberto Vizcaíno en la percusión afrocubana; Ahmed Barroso en la guitarra; Diego Valdés, en el bajo eléctrico y Oscar Valdés Moreno, baterista y líder genial de la banda. En las notas al disco, Silvio comenta la decisión de remezclar aquellas grabaciones de hace treinta años y “humanizar” los sonidos que entonces se hicieron con teclados.

Después de todo esto, ¿valoras este disco como “material de archivo” o sientes que se identifica con tu voluntad creativa actual? Si tuvieras la posibilidad de grabar con aquel Diákara de 1991, harías hoy lo mismo?

Hoy soy el resultado de muchas cosas, entre ellas de esta experiencia. Prácticamente desde que empecé, tuve la suerte de conocer y trabajar con músicos extraordinarios. Este disco fue casi un accidente, una idea que surgió en México, no lo teníamos planificado. Y, como bien dices, la cohesión que muestra fue posible por el trabajo que veníamos haciendo por aquellos días: el final de una gira es muy buen momento para grabar. Creo que hoy sería imposible hacer lo mismo. Por otra parte, también ha sido algo muy madurado por el tiempo; tuvimos incluso la oportunidad de humanizar sonoridades, sustituyendo algunos teclados.

Para Silvio, este álbum con Diákara ocupa un lugar de excelencia dentro de su discografía, tanto como los músicos que lo hicieron posible. Pero la última palabra la tendrán quienes puedan escucharlo completo, a partir de este 1 de octubre.

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Quienes asistieron a su concierto con el grupo Diákara en aquel año, en su primera formación, saben que fue uno de los más importantes de esa década, en medio de un trabajo colaborativo durante varios años, que debió rematarse con el disco que nunca había salido a la luz de manera oficial.

La imagen de Silvio junto a aquel grupo de jazz-rock-fusión de raíces afrocubanas, liderado por Oscarito Valdés es parte de un mito viviente en el imaginario musical cubano. Es posible pensar que con Diákara, Silvio cerraba una especie de ciclo, que se truncó al quedar inédito el disco que grabaran juntos.

Y finalmente esa grabación estará disponible para el mundo entero en un disco oficial que verá la luz este 1 de octubre. ¿Pero por qué Diákara y por qué ahora, 30 años después? Habla el propio músico:

“Es un disco que pasó por muchos avatares. Son 10 canciones que pudimos grabar en unas tres o cuatro sesiones mañaneras, después de una gira por México, locos por volver a Cuba. Puse 8 de las 10 voces en una sola mañana, el día antes del regreso. En nuestra tierra no había Dolby, y como yo estaba ahorrando para convencer al Estado de que construyera estudios nuevos, usé parte de ese dinero para comprarlo y una multipista de 24 canales, que estuvo usando la EGREM hasta que pudimos tener el estudio Ojalá, años después. Siempre aparecía una nueva dificultad. Tantas, que llegué a pensar que el disco tenía una maldición o algo así. En 2020 pude haberlo terminado, pero preferimos esperar a 2021 para redondear la fecha y que fueran 30”, asegura.

Y por si fuera poco, aquí hay un record: No hay trovador, ni cantante, ni cantautor que haya decidido ser acompañado por los tres grupos leyendas de los ochenta y los noventa en Cuba, los que más trabajaron la fusión de los elementos más avanzados del jazz y el rock, con la percusión afrocubana y nuestros géneros autóctonos: Afrocuba, Irakere y Diákara.

¿Cuándo te percataste de que, a pesar de la fuerza de tu sonido e imagen como trovador solitario, querías explorar otros caminos?

En ninguno de esos casos fue una decisión tipo de “cambio táctico”. Fue Afrocuba quien me pidió que colaborara con ellos. Lo de Irakere fue circunstancial, porque Afrocuba se había disuelto y, después del SÍ que sacó a Pinochet, apareció la oportunidad de hacer el concierto en el Estadio Nacional. Lo de Diákara fue una petición de Oscarito.

Aquel era un grupo de vanguardia, precursor de otros que vinieron después. Martín en los arreglos y la guitarra eléctrica (la otra la tocaba Eduardo Ramos); Carlos del Puerto en el bajo eléctrico; Enrique Pla en la batería y José Luis Quintana, Changuito, en las tumbadoras. Obviamente ya había una búsqueda de nuevas sonoridades que un par de años después empezaron a cuajar en el GES, la Orquesta Cubana de Música Moderna y su apéndice: el Quinteto de Jazz de Chucho, de donde salió Irakere y, por supuesto, en la vertiente más bailable los Van-Van.

¿Cómo definirías a Oscarito Valdés y qué te hizo empatizar con él?

Lo conocí cuando empecé a colaborar con Afrocuba; él era el baterista de ese grupo y ahí trabajamos juntos hasta 1988, cuando fuimos a Londres a grabar el disco Oh Melancolía. Era muy estudioso. Pasabas por su cuarto a cualquier hora y sentías las baquetas pegando en un pequeño artefacto que se había construido con gomas de carro sobre un trozo de madera. Después él salió de Afrocuba. Un año después del concierto de 1990 en Chile, Oscarito cayó en mi casa una mañana, con Diego su hermano, y me pidió que le ayudara a armar un grupo. A esas alturas yo estaba un poco saturado de grandes bandas, periplo que había comenzado a fines de 1984, con Afrocuba. Tenía muchos deseos de tocar la guitarra, pero decidí ayudar a Oscarito. Eso me comprometió a trabajar un tiempo con ellos y fueron en total unos dos años, hasta mediados de 1993.

Silvio y Diákara llegaron al estudio en 1991, tras una intensa gira por España y México, y en la grabación es evidente el excelente empaste que habían logrado. Pero, lo más asombroso es la enorme actualidad que hoy tienen los arreglos. Hay una línea de coherencia en ellos, una riqueza tímbrica y sonora, con un excelente despliegue de elementos rítmicos en un disco muy rítmico, como en “Emilia”, “Canción del pasado”, “El güije”, y sonoridades más rockeras, como “Flores nocturnas”, “Acerca de los padres”, “El necio”, o más líricas, como en “Mira”. Hay guiños a géneros diversos como a la habanera, la contradanza y el danzón en “El güije”, o la samba en “Canción del pasado”; en otros un mayor lirismo.

¿Cómo fue el trabajo en los arreglos? ¿Cómo lograron esa coherencia y ese sello tan singular?

En Diákara hay tres arreglistas: Oscarito, Diego Valdés y Emilio Vega. Pero ojo: como en todos mis trabajos con grupos, siempre estuve muy al tanto de los procesos arreglísticos y por supuesto de los ensayos, donde se suelen quitar y poner elementos. Diákara fue un grupo de grandes músicos. Como es costumbre en ese tipo de ensambles, absolutamente todos aportaron ideas en los montajes. Hay canciones que suenan prácticamente como yo las hacía con la guitarra, como “Variaciones sobre un viejo tema” o “El Güije”. Hay otras donde tiene más peso lo arreglístico como “Acerca de los Padres” o “De la Ausencia y de ti, Velia”, por los bellos interludios que escribió Diego Valdés. No puedo dejar de mencionar que el último y tremendo arreglo de “Venga la Esperanza”, es de Chucho Valdés, donde él además toca el piano.

En las diez canciones del disco destacan ciertas temáticas, a las que Silvio se anticipó varias décadas, como la relectura de las masculinidades, la sexualidad y la relación identitaria padres-hijos, que aborda directamente en “Acerca de los padres”, una de las más contundentes en esta selección, o el tratamiento de la prostitución en La Habana, un tema de especial actualidad por aquellos años y asociado a ciertas aperturas en Cuba, en “Flores nocturnas”.

Este disco da continuidad a tu coherencia como cronista e intérprete poético de las realidades de tu tiempo. ¿Sientes hoy la necesidad de continuar siéndolo?

Desde el punto de vista de darle un seguimiento escénico a la obra, francamente no. Dentro de unos meses cumpliré 75 años y es obvio que no soy Mick Jagger ni lo pretendo (dicho con mucho respeto). Sin embargo, todas, o casi todas las canciones que he compuesto en los últimos años, hablan de problemas de diferente índole, dan opiniones, a veces hacen alguna que otra propuesta. Es decir, sigo atento a lo que ocurre en mi país y en el mundo, aunque últimamente estoy más concentrado en lo nuestro. No es algo que yo me proponga, no es una directriz. Es el reflejo de lo que más me llama la atención, que es la experiencia colectiva.

“Canción del pasado” parece tener una sentencia premonitoria escalofriante: El pasado es el espectro de un bufón con triple cara: fue de ayer, es de este día y será de otra mañana. ¿Esa reflexión sobre el pasado es hoy oportuna o cómo percibes el pasado ahora?

Debe ser la edad, pero hoy el futuro me parece más insurrecto que el pasado. Aunque siempre arrastramos cosas indeseables del ayer. Las grabaciones con Diákara se produjeron justo cuando comenzaba en Cuba el llamado Período Especial, que muchos creemos no ha visto aún su fin. La canción “El necio”, en su esencia es una declaración de intenciones y sobre todo, de principios, pero su música y arreglo en el disco Con Diákara subvierte todo precedente en este tipo de canciones que pudiéramos llamar “épicas”.

El arreglo con Diákara difiere significativamente del que poco después diste a conocer en 1992 en tu CD Silvio, donde vuelves a ser el trovador solitario, dejando atrás la “irreverencia rockera” de metales, percusiones y teclados. Más allá del estilo minimalista que elegiste para ese CD, ¿alguna causa específica motivó tal cambio en el arreglo?

Mi versión a guitarra de “El necio” ya estaba hecha y grabada cuando le propuse a Oscarito que la arreglara para Diákara. Le di libertad, no quise que se ajustara estrictamente a lo que yo hacía, porque es un tema de muchas posibilidades. Resultó ser la primera versión instrumental de ese tema, que desde entonces he hecho con muy diversas agrupaciones.

¿Qué canciones no tuvieron tu voz en la grabación original de México y las grabaste más recientemente?

Pensaba ponérselo de adivinanza a la gente, pero ya que lo preguntas… Los dos temas que grabé 20 años después, en (el estudio) Ojalá, fueron: “Acerca de los Padres” y “El Necio”.

Para cualquier conocedor de la música cubana es muy revelador constatar los músicos que integraban Diákara al momento de la grabación y que hoy son referentes en sus respectivos instrumentos: Ramón Valle en el piano; Roberto Vizcaíno en la percusión afrocubana; Ahmed Barroso en la guitarra; Diego Valdés, en el bajo eléctrico y Oscar Valdés Moreno, baterista y líder genial de la banda. En las notas al disco, Silvio comenta la decisión de remezclar aquellas grabaciones de hace treinta años y “humanizar” los sonidos que entonces se hicieron con teclados.

Después de todo esto, ¿valoras este disco como “material de archivo” o sientes que se identifica con tu voluntad creativa actual? Si tuvieras la posibilidad de grabar con aquel Diákara de 1991, harías hoy lo mismo?

Hoy soy el resultado de muchas cosas, entre ellas de esta experiencia. Prácticamente desde que empecé, tuve la suerte de conocer y trabajar con músicos extraordinarios. Este disco fue casi un accidente, una idea que surgió en México, no lo teníamos planificado. Y, como bien dices, la cohesión que muestra fue posible por el trabajo que veníamos haciendo por aquellos días: el final de una gira es muy buen momento para grabar. Creo que hoy sería imposible hacer lo mismo. Por otra parte, también ha sido algo muy madurado por el tiempo; tuvimos incluso la oportunidad de humanizar sonoridades, sustituyendo algunos teclados.

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