/ martes 17 de noviembre de 2020

Biden: desintoxicación y esperanza

La victoria de Joe Biden es un signo de esperanza: una oportunidad de dar vuelta a la página a la política del populismo y la polarización, para buscar una reconciliación y el sostenimiento de un accionar de gobierno más institucional que de improvisación. Esto es positivo para el mundo y para México.

Además, la agenda del gobierno entrante, por las prioridades delineadas y las acciones que desplegará a partir del 20 de enero, apunta con realismo y contundencia a la complicada situación presente por la pandemia y la recesión, algo que ha faltado en Estados Unidos y en la comunidad internacional. Todo eso se complementa con una visión integral y de largo plazo sobre los grandes desafíos de este país y del mundo.

México debe comenzar cuanto antes a trabajar con el próximo Presidente en la agenda común y en lo que sin duda puede ser relación bilateral reparadora y prometedora para ambas naciones. Empecemos con el pie derecho, a favor de la democracia y de un cambio en Estados Unidos que conviene a ellos y a nosotros en muchos sentidos.

Biden gana con un margen holgado en votos electorales –los que cuentan para fines prácticos– así como amplio en los populares –que cuentan mucho en términos de legitimidad democrática–.

En votos populares, el ex Vicepresidente demócrata sumaba al corte más de 5 millones 200 mil por encima del Presidente republicano. Queda un país profundamente dividido, pero el desenlace es contundente para fines de claridad del mandato de Biden y su premisa de sanar la polarización, objetivo central en su campaña y discurso.

Podemos vislumbrar un panorama de gobierno dividido: alternancia en la Casa Blanca, control demócrata en la Cámara de Representantes y republicano en la de Senadores. Esto significa cierta contención y mantenimiento de los pesos y contrapesos, lo cual es favorable para una nación que por lo pronto seguirá dividida.

Con Biden, Estados Unidos tendrá a un Presidente mesurado y que buscará restablecer la preminencia de las instituciones por sobre el “estilo personal de gobernar” de liderazgo carismático, las estridencias, la confrontación permanente o las “verdades alternas”. Sobre todo, un gobierno más responsable.

Ya ha delineado algunas de las prioridades de arranque: control de la pandemia, recuperación económica, equidad racial, cambio climático. La prioridad número uno, al arranque, junto con la desintoxicación política, será poner bajo control al Covid-19, algo que también pasa por la despolitización en cuestiones tan sencillas pero tan fundamentales como el uso de la mascarilla y la coordinación con los estados en lugar de pelearse con ellos.

En cuanto a la economía, el gobierno dividido sería una especie de vacuna contra una agenda radical demócrata en temas como el fiscal, la cual podría ser muy inoportuna para la recuperación. Habría continuidad en ejes fundamentales, pero con un liderazgo menos errático y con un proyecto de mucho mayor alcance sobre los grandes retos de Estados Unidos y el mundo.

Se sentirá un cambio muy importante, desde el primer día, en la vinculación de Estados Unidos con el mundo. Biden buscará reconstruir las relaciones con aliados, principalmente la Unión Europea. Esto puede tener un gran efecto regenerativo, pues es necesario restablecer la capacidad de acción y de influencia de los organismos multilaterales, indispensables ante retos globales: crisis de salud como la que vivimos y las futuras, migración o comercio. No desaparecerán las tensiones geopolíticas con China, pero sí pueden tenderse puentes para dar cauce a la vía del diálogo y la negociación seria, en lugar de la amenaza.

El nuevo Presidente buscará que Estados Unidos recuperé liderazgo internacional e involucramiento en asuntos torales como el cambio climático. Su ambicioso plan de infraestructura de 2 billones de dólares pone ahí el foco, con objetivos como modernizar la infraestructura de la red eléctrica a partir de fuentes renovables limpias, para lograr un sector de energía libre de contaminación por carbono para 2035.

Para México, es primordial captar hacia dónde van los vientos. Nuestra política energética debería alinearse a las tendencias globales y a la racionalidad energética, económica y ambiental; ahora esto hace aun más sentido, por las prioridades estratégicas de nuestros vecinos, que no dudarán en usar al TMEC para defender sus intereses y procurar su agenda.

A fin de cuentas, todo esto puede favorecernos, como país, si actuamos con realismo y visión, tales como los que que muestra la agenda Biden, y que, en principio, es lo que podría esperarse de su política hacia México. Más institucionalidad; menos diplomacia personalista y de improvisaciones como la que se dio en los últimos cuatro años, en los que por momentos llegó a centrarse en los tuits de Trump o en la intervención de su yerno.

Las relaciones entre nuestros países son intensas, estratégicas, complejas y diversificadas. De interdependencia real. Hay que construir sobre ese camino entre nuestros gobiernos –Federal, estatal, local– y a nivel de sociedades. De eso se trata: concentrarse en lo importante para ambos países y su gente, por encima de los proyectos políticos de los gobiernos en turno. Un enfoque de integral y de largo plazo.

Empresario

La victoria de Joe Biden es un signo de esperanza: una oportunidad de dar vuelta a la página a la política del populismo y la polarización, para buscar una reconciliación y el sostenimiento de un accionar de gobierno más institucional que de improvisación. Esto es positivo para el mundo y para México.

Además, la agenda del gobierno entrante, por las prioridades delineadas y las acciones que desplegará a partir del 20 de enero, apunta con realismo y contundencia a la complicada situación presente por la pandemia y la recesión, algo que ha faltado en Estados Unidos y en la comunidad internacional. Todo eso se complementa con una visión integral y de largo plazo sobre los grandes desafíos de este país y del mundo.

México debe comenzar cuanto antes a trabajar con el próximo Presidente en la agenda común y en lo que sin duda puede ser relación bilateral reparadora y prometedora para ambas naciones. Empecemos con el pie derecho, a favor de la democracia y de un cambio en Estados Unidos que conviene a ellos y a nosotros en muchos sentidos.

Biden gana con un margen holgado en votos electorales –los que cuentan para fines prácticos– así como amplio en los populares –que cuentan mucho en términos de legitimidad democrática–.

En votos populares, el ex Vicepresidente demócrata sumaba al corte más de 5 millones 200 mil por encima del Presidente republicano. Queda un país profundamente dividido, pero el desenlace es contundente para fines de claridad del mandato de Biden y su premisa de sanar la polarización, objetivo central en su campaña y discurso.

Podemos vislumbrar un panorama de gobierno dividido: alternancia en la Casa Blanca, control demócrata en la Cámara de Representantes y republicano en la de Senadores. Esto significa cierta contención y mantenimiento de los pesos y contrapesos, lo cual es favorable para una nación que por lo pronto seguirá dividida.

Con Biden, Estados Unidos tendrá a un Presidente mesurado y que buscará restablecer la preminencia de las instituciones por sobre el “estilo personal de gobernar” de liderazgo carismático, las estridencias, la confrontación permanente o las “verdades alternas”. Sobre todo, un gobierno más responsable.

Ya ha delineado algunas de las prioridades de arranque: control de la pandemia, recuperación económica, equidad racial, cambio climático. La prioridad número uno, al arranque, junto con la desintoxicación política, será poner bajo control al Covid-19, algo que también pasa por la despolitización en cuestiones tan sencillas pero tan fundamentales como el uso de la mascarilla y la coordinación con los estados en lugar de pelearse con ellos.

En cuanto a la economía, el gobierno dividido sería una especie de vacuna contra una agenda radical demócrata en temas como el fiscal, la cual podría ser muy inoportuna para la recuperación. Habría continuidad en ejes fundamentales, pero con un liderazgo menos errático y con un proyecto de mucho mayor alcance sobre los grandes retos de Estados Unidos y el mundo.

Se sentirá un cambio muy importante, desde el primer día, en la vinculación de Estados Unidos con el mundo. Biden buscará reconstruir las relaciones con aliados, principalmente la Unión Europea. Esto puede tener un gran efecto regenerativo, pues es necesario restablecer la capacidad de acción y de influencia de los organismos multilaterales, indispensables ante retos globales: crisis de salud como la que vivimos y las futuras, migración o comercio. No desaparecerán las tensiones geopolíticas con China, pero sí pueden tenderse puentes para dar cauce a la vía del diálogo y la negociación seria, en lugar de la amenaza.

El nuevo Presidente buscará que Estados Unidos recuperé liderazgo internacional e involucramiento en asuntos torales como el cambio climático. Su ambicioso plan de infraestructura de 2 billones de dólares pone ahí el foco, con objetivos como modernizar la infraestructura de la red eléctrica a partir de fuentes renovables limpias, para lograr un sector de energía libre de contaminación por carbono para 2035.

Para México, es primordial captar hacia dónde van los vientos. Nuestra política energética debería alinearse a las tendencias globales y a la racionalidad energética, económica y ambiental; ahora esto hace aun más sentido, por las prioridades estratégicas de nuestros vecinos, que no dudarán en usar al TMEC para defender sus intereses y procurar su agenda.

A fin de cuentas, todo esto puede favorecernos, como país, si actuamos con realismo y visión, tales como los que que muestra la agenda Biden, y que, en principio, es lo que podría esperarse de su política hacia México. Más institucionalidad; menos diplomacia personalista y de improvisaciones como la que se dio en los últimos cuatro años, en los que por momentos llegó a centrarse en los tuits de Trump o en la intervención de su yerno.

Las relaciones entre nuestros países son intensas, estratégicas, complejas y diversificadas. De interdependencia real. Hay que construir sobre ese camino entre nuestros gobiernos –Federal, estatal, local– y a nivel de sociedades. De eso se trata: concentrarse en lo importante para ambos países y su gente, por encima de los proyectos políticos de los gobiernos en turno. Un enfoque de integral y de largo plazo.

Empresario