/ sábado 24 de marzo de 2018

Ambición: fin de la política

Si los grandes teóricos de la política revivieran, de Aristóteles a Maquiavelo, sin duda preferirían retornar a su sueño inmortal. Sería un choque para ellos, demasiado decepcionante, atestiguar el marasmo de la decadencia política al que hemos llegado, particularmente en México. Un nivel tan bajo y pedestre que ha traspasado toda frontera de lo racional. Solo así puede uno explicarse, por ejemplo, la reacción del hoy vocero del PRI, el ex panista Javier Lozano, a raíz de la denuncia enérgica que presentó el cineasta Gael García Bernal ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra. Denuncia contra la brutal violencia y criminal impunidad que azotan a México, que de 2006 a la fecha ha cobrado la vida de 200 mil personas y la desaparición de 23 mil, y por la que pidió a los gobiernos extranjeros presionar a las autoridades de nuestro país para que termine esta barbarie. En México, señaló, hay “una impunidad rampante, una corrupción lacerante y esto está generando una violencia insostenible”. Se necesita un “mecanismo internacional contra la impunidad que garantice que los crímenes atroces que ocurren actualmente, no volverán a ocurrir más”. “México quiere paz”, concluyó. ¿Cuál fue la respuesta de Lozano? Una de las más desafortunadas, antipolíticas, pero sobre todo insensibles de los tiempos modernos, digna de él, vía twitter: “Y clases de canto”, queriendo hacer ironía sobre la actuación del productor mexicano en la reciente entrega de los Óscares. Sin embargo, con esto solo logró demostrar, desde el micro espacio que detenta en la cúpula del poder, lo que para él –como para ésta- representa y significa en realidad la tragedia por la que atraviesa nuestra Nación.

\u0009Pero no podía haber sido de otra forma. Qué iluso pensarlo. Vivimos en una evidente fase de declive superestructural que nos habla de la profunda decadencia moral, ideológica y, por ende, política en la que estamos hundidos. La izquierda mexicana, si alguna vez la hubo, es hoy un aborto espectral. La lucha por la Justicia social, una utopía atrapada en la historia. Décadas atrás aun latía la esperanza por lograr un cambio que detonara la transformación nacional. Ahora esa esperanza está sepultada bajo la losa del escepticismo, la apatía y la indiferencia, producto del abandono en el que nos hemos instalado como sociedad y así lo comprueba, con toda diafanidad, la contienda electoral en proceso.

\u0009Es tal la ambición, desmedida y desenfrenada, por llegar al poder que ya no importa la ideología ni el partido que se apoye, ni a cuál o cuáles se apoyó en el pasado reciente o remoto de la historia de vida; tampoco el discurso por adoptar ni las condiciones para hacerlo de cara a la sociedad expectante, mucho menos si para ello se corrompen y pervierten hasta las más emblemáticas estructuras institucionales, aun académicas, alguna vez originadas en la mística de la libertad y pluralidad de pensamiento. A nadie de los que hoy buscan el poder importa eso ya, porque llegar a él es lo único que da sentido a su obrar, la única meta a la que aspiran. Para ellos el interés público es solo una expresión hueca, estertor de un pasado “superado”, con el que solo salpican como “mal necesario”, omnipresente, su discurso. Esto es lo que hoy nos ofrece la política actual, que de política verdadera no tiene nada. Su nombre es, pura y llanamente: ambición. Ambición desmedida por el poder, veneno que alimenta a todo aquel que carece de una visión social, humana, de auténtica voluntad de servicio a su colectividad y, sobre todo, de grandeza moral.

Hace 50 años, el 22 de marzo de 1968, previo a la “primavera de mayo”, un grupo de jóvenes en la Universidad de Nantes protestó desde Francia contra el imperialismo norteamericano y el capitalismo y su lucha se extendió a París, donde en La Sorbonne grandes intelectuales de izquierda, hombres de edad avanzada, fueron alma e inspiración viva de sus demandas y a quienes el poder, como acostumbra, acusó de anarquistas. Medio siglo después, el poder hegemónico sigue apuntalado, a pesar de todos los embates, pero el declive y la decadencia de las ideologías se han precipitado. Fukuyama alguna vez habló del fin de la historia y recientemente de la decadencia de la política, haciendo ver que las ideologías son innecesarias frente al imperio de la economía. Y una vez más nuestra realidad nacional así lo comprueba.

La pregunta es: ¿realmente hasta ese punto nos hemos degradado? La esperanza supérstite sería pensar que estamos tocando fondo y que en algún momento volveremos a elevarnos, a recuperar nuestra esencia humana y nuestro espíritu al regresar, dialécticamente, a nuestros orígenes, a la fuente nutricia del pensamiento humano, como nos enseñó la antigüedad clásica. Entonces tal vez volverá a renacer la política, digna, como vía para la convivencia humana, para no volver a ser más, como lo es, el repugnante instrumento por excelencia al servicio de la insaciable y mísera ambición humana. ¿Podremos verlo? En nosotros está.


bettyzanolli@hotmail.com\u0009\u0009\u0009@BettyZanolli

Si los grandes teóricos de la política revivieran, de Aristóteles a Maquiavelo, sin duda preferirían retornar a su sueño inmortal. Sería un choque para ellos, demasiado decepcionante, atestiguar el marasmo de la decadencia política al que hemos llegado, particularmente en México. Un nivel tan bajo y pedestre que ha traspasado toda frontera de lo racional. Solo así puede uno explicarse, por ejemplo, la reacción del hoy vocero del PRI, el ex panista Javier Lozano, a raíz de la denuncia enérgica que presentó el cineasta Gael García Bernal ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra. Denuncia contra la brutal violencia y criminal impunidad que azotan a México, que de 2006 a la fecha ha cobrado la vida de 200 mil personas y la desaparición de 23 mil, y por la que pidió a los gobiernos extranjeros presionar a las autoridades de nuestro país para que termine esta barbarie. En México, señaló, hay “una impunidad rampante, una corrupción lacerante y esto está generando una violencia insostenible”. Se necesita un “mecanismo internacional contra la impunidad que garantice que los crímenes atroces que ocurren actualmente, no volverán a ocurrir más”. “México quiere paz”, concluyó. ¿Cuál fue la respuesta de Lozano? Una de las más desafortunadas, antipolíticas, pero sobre todo insensibles de los tiempos modernos, digna de él, vía twitter: “Y clases de canto”, queriendo hacer ironía sobre la actuación del productor mexicano en la reciente entrega de los Óscares. Sin embargo, con esto solo logró demostrar, desde el micro espacio que detenta en la cúpula del poder, lo que para él –como para ésta- representa y significa en realidad la tragedia por la que atraviesa nuestra Nación.

\u0009Pero no podía haber sido de otra forma. Qué iluso pensarlo. Vivimos en una evidente fase de declive superestructural que nos habla de la profunda decadencia moral, ideológica y, por ende, política en la que estamos hundidos. La izquierda mexicana, si alguna vez la hubo, es hoy un aborto espectral. La lucha por la Justicia social, una utopía atrapada en la historia. Décadas atrás aun latía la esperanza por lograr un cambio que detonara la transformación nacional. Ahora esa esperanza está sepultada bajo la losa del escepticismo, la apatía y la indiferencia, producto del abandono en el que nos hemos instalado como sociedad y así lo comprueba, con toda diafanidad, la contienda electoral en proceso.

\u0009Es tal la ambición, desmedida y desenfrenada, por llegar al poder que ya no importa la ideología ni el partido que se apoye, ni a cuál o cuáles se apoyó en el pasado reciente o remoto de la historia de vida; tampoco el discurso por adoptar ni las condiciones para hacerlo de cara a la sociedad expectante, mucho menos si para ello se corrompen y pervierten hasta las más emblemáticas estructuras institucionales, aun académicas, alguna vez originadas en la mística de la libertad y pluralidad de pensamiento. A nadie de los que hoy buscan el poder importa eso ya, porque llegar a él es lo único que da sentido a su obrar, la única meta a la que aspiran. Para ellos el interés público es solo una expresión hueca, estertor de un pasado “superado”, con el que solo salpican como “mal necesario”, omnipresente, su discurso. Esto es lo que hoy nos ofrece la política actual, que de política verdadera no tiene nada. Su nombre es, pura y llanamente: ambición. Ambición desmedida por el poder, veneno que alimenta a todo aquel que carece de una visión social, humana, de auténtica voluntad de servicio a su colectividad y, sobre todo, de grandeza moral.

Hace 50 años, el 22 de marzo de 1968, previo a la “primavera de mayo”, un grupo de jóvenes en la Universidad de Nantes protestó desde Francia contra el imperialismo norteamericano y el capitalismo y su lucha se extendió a París, donde en La Sorbonne grandes intelectuales de izquierda, hombres de edad avanzada, fueron alma e inspiración viva de sus demandas y a quienes el poder, como acostumbra, acusó de anarquistas. Medio siglo después, el poder hegemónico sigue apuntalado, a pesar de todos los embates, pero el declive y la decadencia de las ideologías se han precipitado. Fukuyama alguna vez habló del fin de la historia y recientemente de la decadencia de la política, haciendo ver que las ideologías son innecesarias frente al imperio de la economía. Y una vez más nuestra realidad nacional así lo comprueba.

La pregunta es: ¿realmente hasta ese punto nos hemos degradado? La esperanza supérstite sería pensar que estamos tocando fondo y que en algún momento volveremos a elevarnos, a recuperar nuestra esencia humana y nuestro espíritu al regresar, dialécticamente, a nuestros orígenes, a la fuente nutricia del pensamiento humano, como nos enseñó la antigüedad clásica. Entonces tal vez volverá a renacer la política, digna, como vía para la convivencia humana, para no volver a ser más, como lo es, el repugnante instrumento por excelencia al servicio de la insaciable y mísera ambición humana. ¿Podremos verlo? En nosotros está.


bettyzanolli@hotmail.com\u0009\u0009\u0009@BettyZanolli