/ sábado 2 de septiembre de 2017

Reformas a la Ley de Residuos Sólidos del Distrito Federal

La acumulación de bolsas de plástico en la Ciudad de México es interminable

Es como una pesadilla. Están por todos lados. Nos abruman. Nos cubren. Nos envuelven. Nos llenan de su olor. Nos miran y se ríen. Se burlan. Saben que terminarán por destruirnos. Nos gritan su supervivencia por encima de la nuestra. Vivirán por los siglos de los siglos… ¡Ahí están! Son las bolsas de plástico nuestras de cada día… ¡Ahí están!...

Hubo un tiempo en el que nuestros sagrados alimentos, nuestras viandas, lo nuestro cotidiano, se envolvía en hojas enormes de árbol o plantas, como ocurría en el sureste mexicano, o bien, luego, en ‘cucuruchos’ de papel periódico o de estraza.

Había bolsas de papel color beige en las que se traía el pan, por ejemplo, y se guardaban para el día siguiente, y el día siguiente y el día siguiente hasta que la pobre bolsa era el puro recuerdo. Luego, la bolsa nuestra se transformaba en una bolita que iba a quedar con otras bolitas en el cesto de la basurita, sin hacer ruidito, calladita y dispuesta a su propia transformación en aroma a concha, a cacarizo, a tabique, a chilindrina…

Pero los historiadores de la humanidad sitúan el cambio de aquella forma de vida hacia otra que comenzaba sonriente en 1961.

Era la novedad. Llegó la era de los grandes supermercados que desplazaban a los mercados populares del entonces Distrito Federal. Traían modernidad –decían los dueños–, orden, una forma de vida nueva muy al estilo americano, con pasillos rechinando de limpios y mercancía dispuesta, a la mano… Al final la novedad: todo era puesto en bolsas de plástico, para llevar.

Con el paso del tiempo aquello arrasó. Se desplazó al viejo ‘cucurucho’ y a las bolsas de papel para dejar el imperio de las bolsas de plástico sin saber que tiempo después, esas mismas bolsas de plástico serían una arma mortal en contra de nuestro entorno, en contra de la naturaleza y vida o muerte del muchos animales de tierra o de mar.

Esto lo advierten tanto ambientalistas como los pobladores de las distintas delegaciones en la Ciudad de México: las bolsas de plástico son un peligro para todos…

A saber: las bolsas de plástico fueron ideadas para garantizar el manejo útil de los productos, aislarlos y servir de traslado liviano y práctico. Son bolsas que están hechas de polipropileno y polietileno, que son polímeros obtenidos del petróleo que es, a su vez, una fuente de energía no renovable y por lo mismo, mucho más cara. Además –se dice– a esto le agregan pinturas en su impresión, que contiene plomo y cadmio, ambos metales pesados y altamente tóxicos.

Pero nada importa. Los comerciantes capitalinos, de toda especie –no sólo los supermercados y tiendas de autoservicio– entregan la mercancía en bolsas de plástico. También –ahora– en los mercados, en las tienditas de la colonia, en las panaderías… las bolsas de plástico se usan para toda mercancía: medicinas, aparatos electrónicos, cosméticos, calzado, alimentos chatarra… Todo ahí y han invadido a la Ciudad de México en todas sus delegaciones.

Científicos, académicos, ambientalistas y observadores alertan de la traición de las bolsas de plástico y de una inminente destrucción ambiental porque las famosas bolsas de plástico tardan un promedio de 500 años en biodegradarse, en algunos casos hasta un mil años, dicen, y esto daña el sistema natural e, incluso, si son quemadas, incrementan la contaminación del aire, convirtiéndolo en veneno…

Según Natura-Medioambiente, “para la elaboración de las bolsas plásticas, cada año se liberan miles de toneladas de emisiones atmosféricas que contaminan los cielos y favorecen el efecto invernadero”.

Hasta hace no mucho, según la Secretaría de Medio Ambiente de la capital mexicana, cada día se usan aquí 20 millones de bolsas de plástico, que es decir, bolsas de polietileno de baja densidad. Muchas de estas bolsas o plásticos invaden las alcantarillas y evitan la caída de aguas en tiempos de lluvias –ahora torrenciales– en la capital, provocando graves inundaciones y riesgos extremos de sobrevivencia humana.

En agosto de 2009 y noviembre de 2010 se llevaron a cabo reformas a la Ley de Residuos Sólidos del Distrito Federal. Se dijo que gracias a esta norma se podría reducir la contaminación ambiental en el DF. Y se determinó que los comerciantes, tiendas de autoservicio y más, sustituyeran las bolas de plástico por bolsas ecológicas.

Y se hizo una gran alharaca con esta medida. Y se dijo que ahí estaba la solución. Y se dijo que quien incumpliera esta disposición habría de pagar multas que iban de los 57 mil pesos a 1.2 millones de pesos. Y que en una de esas el consumidor debería pagar por la bolsa de plástico para que se enseñara a cuidar lo que le cuesta pagar y que en adelante todo sería envoltorio ecológico no dañino y tal y tal y tal…

Han pasado 7 años. Ya nadie se acuerda de aquella Ley exigente y de circunstancia. Ya nadie replica cuando le dan bolsas de plástico aquí o allá; las mismas que van a parar a la basura y que en su etapa redentora, el gobierno de la Ciudad de México exige su separación, para transformar esos plásticos en energía para el Metro de la capital mexicana…

Pero hay un frente de defensa de la vida de las bolsas de plástico: los industriales que las fabrican. Así que la Asociación Nacional de Industriales del Plástico (ANIPAC) dice que en el caso de México la industria del plástico está en franco crecimiento. Que tan sólo en 2015 la producción se incrementó 7.7% y para finales de aquel año se esperaba un crecimiento anual superior a 6%. Que México importa 20 mil millones de dólares de resinas y plásticos al año…

Y que prohibir las bolsas de plástico en establecimientos comerciales y mercantiles –decía  la ANIPAC– se pondría en peligro de desaparecer a 270 empresas productoras de dichas bolsas, el empleo de más de 13 mil trabajadores en esta industria y provocar pérdidas estimadas en 1,600 millones de pesos…

Luego de esos 7 años parece que todo quedó en agua de borrajas. Las bolsas de plástico siguen vivitas y coleando. La acumulación de bolsas de plástico en la Ciudad de México es interminable. Los comerciantes prefieren seguir dando estas bolsas porque le significa ahorro en sus costos aunque repercuten el costo de cada bolsa en el precio de los productos…

Nos ahogan. Nos invaden. Nos miran con desprecio. Nos odian. Quieren destruirnos. Ahí están, las mismas bolsas de plástico que se ríen de la famosa Ley de Residuos Sólidos del DF  y que, ésta sí, con apenas unos años, se degradó, se autodestruyó, se convirtió en polvo que no supo vencer a industriales, comerciantes, centros mercantiles que aportan las famosas bolsas ricas de colores de matices seductores del amor las bolsas son…

Es como una pesadilla. Están por todos lados. Nos abruman. Nos cubren. Nos envuelven. Nos llenan de su olor. Nos miran y se ríen. Se burlan. Saben que terminarán por destruirnos. Nos gritan su supervivencia por encima de la nuestra. Vivirán por los siglos de los siglos… ¡Ahí están! Son las bolsas de plástico nuestras de cada día… ¡Ahí están!...

Hubo un tiempo en el que nuestros sagrados alimentos, nuestras viandas, lo nuestro cotidiano, se envolvía en hojas enormes de árbol o plantas, como ocurría en el sureste mexicano, o bien, luego, en ‘cucuruchos’ de papel periódico o de estraza.

Había bolsas de papel color beige en las que se traía el pan, por ejemplo, y se guardaban para el día siguiente, y el día siguiente y el día siguiente hasta que la pobre bolsa era el puro recuerdo. Luego, la bolsa nuestra se transformaba en una bolita que iba a quedar con otras bolitas en el cesto de la basurita, sin hacer ruidito, calladita y dispuesta a su propia transformación en aroma a concha, a cacarizo, a tabique, a chilindrina…

Pero los historiadores de la humanidad sitúan el cambio de aquella forma de vida hacia otra que comenzaba sonriente en 1961.

Era la novedad. Llegó la era de los grandes supermercados que desplazaban a los mercados populares del entonces Distrito Federal. Traían modernidad –decían los dueños–, orden, una forma de vida nueva muy al estilo americano, con pasillos rechinando de limpios y mercancía dispuesta, a la mano… Al final la novedad: todo era puesto en bolsas de plástico, para llevar.

Con el paso del tiempo aquello arrasó. Se desplazó al viejo ‘cucurucho’ y a las bolsas de papel para dejar el imperio de las bolsas de plástico sin saber que tiempo después, esas mismas bolsas de plástico serían una arma mortal en contra de nuestro entorno, en contra de la naturaleza y vida o muerte del muchos animales de tierra o de mar.

Esto lo advierten tanto ambientalistas como los pobladores de las distintas delegaciones en la Ciudad de México: las bolsas de plástico son un peligro para todos…

A saber: las bolsas de plástico fueron ideadas para garantizar el manejo útil de los productos, aislarlos y servir de traslado liviano y práctico. Son bolsas que están hechas de polipropileno y polietileno, que son polímeros obtenidos del petróleo que es, a su vez, una fuente de energía no renovable y por lo mismo, mucho más cara. Además –se dice– a esto le agregan pinturas en su impresión, que contiene plomo y cadmio, ambos metales pesados y altamente tóxicos.

Pero nada importa. Los comerciantes capitalinos, de toda especie –no sólo los supermercados y tiendas de autoservicio– entregan la mercancía en bolsas de plástico. También –ahora– en los mercados, en las tienditas de la colonia, en las panaderías… las bolsas de plástico se usan para toda mercancía: medicinas, aparatos electrónicos, cosméticos, calzado, alimentos chatarra… Todo ahí y han invadido a la Ciudad de México en todas sus delegaciones.

Científicos, académicos, ambientalistas y observadores alertan de la traición de las bolsas de plástico y de una inminente destrucción ambiental porque las famosas bolsas de plástico tardan un promedio de 500 años en biodegradarse, en algunos casos hasta un mil años, dicen, y esto daña el sistema natural e, incluso, si son quemadas, incrementan la contaminación del aire, convirtiéndolo en veneno…

Según Natura-Medioambiente, “para la elaboración de las bolsas plásticas, cada año se liberan miles de toneladas de emisiones atmosféricas que contaminan los cielos y favorecen el efecto invernadero”.

Hasta hace no mucho, según la Secretaría de Medio Ambiente de la capital mexicana, cada día se usan aquí 20 millones de bolsas de plástico, que es decir, bolsas de polietileno de baja densidad. Muchas de estas bolsas o plásticos invaden las alcantarillas y evitan la caída de aguas en tiempos de lluvias –ahora torrenciales– en la capital, provocando graves inundaciones y riesgos extremos de sobrevivencia humana.

En agosto de 2009 y noviembre de 2010 se llevaron a cabo reformas a la Ley de Residuos Sólidos del Distrito Federal. Se dijo que gracias a esta norma se podría reducir la contaminación ambiental en el DF. Y se determinó que los comerciantes, tiendas de autoservicio y más, sustituyeran las bolas de plástico por bolsas ecológicas.

Y se hizo una gran alharaca con esta medida. Y se dijo que ahí estaba la solución. Y se dijo que quien incumpliera esta disposición habría de pagar multas que iban de los 57 mil pesos a 1.2 millones de pesos. Y que en una de esas el consumidor debería pagar por la bolsa de plástico para que se enseñara a cuidar lo que le cuesta pagar y que en adelante todo sería envoltorio ecológico no dañino y tal y tal y tal…

Han pasado 7 años. Ya nadie se acuerda de aquella Ley exigente y de circunstancia. Ya nadie replica cuando le dan bolsas de plástico aquí o allá; las mismas que van a parar a la basura y que en su etapa redentora, el gobierno de la Ciudad de México exige su separación, para transformar esos plásticos en energía para el Metro de la capital mexicana…

Pero hay un frente de defensa de la vida de las bolsas de plástico: los industriales que las fabrican. Así que la Asociación Nacional de Industriales del Plástico (ANIPAC) dice que en el caso de México la industria del plástico está en franco crecimiento. Que tan sólo en 2015 la producción se incrementó 7.7% y para finales de aquel año se esperaba un crecimiento anual superior a 6%. Que México importa 20 mil millones de dólares de resinas y plásticos al año…

Y que prohibir las bolsas de plástico en establecimientos comerciales y mercantiles –decía  la ANIPAC– se pondría en peligro de desaparecer a 270 empresas productoras de dichas bolsas, el empleo de más de 13 mil trabajadores en esta industria y provocar pérdidas estimadas en 1,600 millones de pesos…

Luego de esos 7 años parece que todo quedó en agua de borrajas. Las bolsas de plástico siguen vivitas y coleando. La acumulación de bolsas de plástico en la Ciudad de México es interminable. Los comerciantes prefieren seguir dando estas bolsas porque le significa ahorro en sus costos aunque repercuten el costo de cada bolsa en el precio de los productos…

Nos ahogan. Nos invaden. Nos miran con desprecio. Nos odian. Quieren destruirnos. Ahí están, las mismas bolsas de plástico que se ríen de la famosa Ley de Residuos Sólidos del DF  y que, ésta sí, con apenas unos años, se degradó, se autodestruyó, se convirtió en polvo que no supo vencer a industriales, comerciantes, centros mercantiles que aportan las famosas bolsas ricas de colores de matices seductores del amor las bolsas son…

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