/ sábado 28 de octubre de 2017

Días de muertos en CDMX

Ya están a punto de llegar nuestros muertos. Vienen para la fiesta

Somos la Ciudad de México. Somos el refugio de más de 10 millones de seres humanos que nacen, crecen, se reproducen, viven y un día, como sin pensarlo, como si tan impredecible fuera, se mueren…

… Y se convierten en calaverita de azúcar con ojos de papel de estaño y que miran fijo a uno como si quisieran detenerlo en la memoria eterna; o se transmutan en pan que se baña de azúcar relumbrante, que sabe a anís y que se viste de sus huesitos que saben a gloria y que en la parte central en forma de bola –la más apetecible– está el cerebro de aquel que un día fue vida y que hoy ya vive en el más allá pero que ya regresa para recordarnos que la vida y la muerte, entre los mexicanos que somos, son una sola cosa y es así.

Ya están a punto de llegar nuestros muertos. Vienen para la fiesta. Felicidad grande saber que estarán aquí aunque sea un rato y habrá que traerles lo que más les gustaba comer y disfrutar en la vida; y sus canciones eternas, de amor eterno.

Trabajadores del gobierno de la Ciudad de México recorren pasillos y pasajes: Limpian, sacuden, barren… Aun así hay silencio que estremece. ¿Es el silencio de la paz infinita? ¿Es el silencio del olvido? ¿Es el silencio de los sepulcros?...

Y se recorren esos pasillos y sus secciones y se escuchan los pasos de uno entre hojas, en el cemento caliente y en la tierra misma. Como si se caminara en una bóveda celeste. Como si se recorriera un camino iluminado por los recuerdos de cada uno de los que están ahí y de los que han estado ahí… El silencio estremece y obliga al respeto…

Es el Panteón de Dolores. El Panteón Civil de Dolores, se dice. El más grande de la Ciudad de México. El mismo que guarda a los muertos en la capital del país desde el 13 de diciembre de 1875, cuando el entonces Ayuntamiento de México le dio la concesión a la Sociedad Benfield, Breckner y Compañía para que construyera un cementerio civil en los terrenos que por entonces se llamaban de la Tabla de Dolores y que era parte del rancho Coscacoaco.

Estaba en las goteras de la Ciudad de México y fue construido ahí porque los empresarios eran de origen inglés, y por lo tanto, anglicanos, y por lo tanto, los curas no permitieron que a la muerte de la hija del patriarca Benfield se enterrara en el atrio de alguna iglesia, como se acostumbraba. Así que nace el Panteón Civil, hoy de 240 hectáreas y con unos 700 mil lotes individuales…

El mismo Panteón de Dolores en donde, desde 1876, se encuentra la Rondalla de los Hombres Ilustres… ejem, digo, Rotonda de los hombres ilustres, y que luego de las leyes de Reforma, habría de convertirse en el Panteón por antonomasia de esta Ciudad de México el asiento y que hoy  tiene algo así como 120 panteones y que –según las autoridades– ya están sobresaturados. A ver si en una de esas no piden que se haga

reservación…

Este año la fiesta de Muertos en la Ciudad de México, que es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad desde 2008, según la UNESCO, tiene un doble sentido:

El más triste porque será homenaje a los 192 muertos en CdMx por el sismo del 19 de septiembre de este año y cuyo recuerdo y dolor es para todos los que aquí nos tocó –que dijera Ixca Cienfuegos en “La Región más transparente”–. Para ellos todo el honor y toda la gloria.

Y el tono alegre; porque hay muchos más que también merecen el pasillo de luces y el piso de pétalos de cempaxúchitl. Son los cientos de muertos de hace años y los más recientes: todos tienen espacio para llegar y para sentarse a comer con nosotros y a tomar y a cantar, aunque sólo sea un rato, unas horas… Y tendrán itacate para el camino de regreso.

Las fiestas comenzaron el sábado 28 de octubre en la capital del país. El desfile de muertos en las avenidas emblemáticas de la capital, como Reforma y Avenida Juárez han sido la expectación de todos. Las calacas Catrinas que nos heredaran José Guadalupe Posada y Diego Rivera caminan erguidas-hermosas-distantes-distinguidas-honorables-dignas: es la muerte hecha orgullo. Y ahora los alebrijes de colores frescos y radiantes y que vienen del México profundo… Oaxaca, pues.

Y la capital de México se viste de flores amarillas y moradas. Y cada delegación de las 16 que hay está de fiesta. Porque eso es para nosotros el día de muertos: una fiesta de reconciliación; una fiesta de intensidades ilimitadas y de mil colores: “Viene la muerte luciendo, mil llamativos colores… ¿en qué quedamos pelona, me llevas o no me llevas?...

Esto de celebrar a los muertos en lo que hoy es la Ciudad de México viene de lejos: es prehispánico el asunto y se celebraba en el área mesoamericana que incluía lo que hoy es México y Centroamérica y era para recordar a los que ya “habían levantado su sombra” y que según los mexicas de aquí mismo, tenían tres rutas finales:

El Tlalocan; el Omeyoacán; el Mictlán y el Chichihuacuauhco. Todo dependía cómo se había muerto y qué tipo de vida llevó en vida; hombres, mujeres o niños… Y había cremación y había ofrendas como las de hoy, aunque entonces eran objetos preciados para el muerto y que le serían útiles para el camino de regreso al lugar ‘donde yacen los

descarnados.’

Hoy la cosa es diferente. El sincretismo está a la vista. Las ofrendas tienen que ver con lo lúdico, pero también con el ritual que cada año es una fiesta. Con el bien y el mal. Con el premio o el castigo eterno…  

Y ya se hacen cuentas: dos más dos, igual a cuatro… Según estimaciones de gobierno y empresarios capitalinos, las familias de aquí destinan entre mil y dos mil pesos para la celebración de la festividad.

Los negocios más redituables en la capital del país por estos días son: Las florerías, los bares, cantinas, panaderías, tiendas de alimentos de temporada, dulces típicos, bebidas alcohólicas, disfraces, hoteles… Y por supuesto los mariachis cantaron: son los que entonarán una y mil veces: “Amor eterno… inolvidable”, a modo de memoria… y perdón… Y “la que guste, jefe”…

Don Adrián Sánchez, quien trabaja de vigilante en el Panteón de Dolores dice-que-le-han-dicho que en las noches, por ahí se aparecen “los aparecidos”; que de pronto se ve a una mujer “vestida como de antes” y que se escuchan cantos como de iglesia y de pronto unas flamitas, por aquí o por allá…: ¿Y no le da miedo? – “No, para nada… es que, bueno sí… pero ni modos”.

Sí, hay espacio para la tristeza de nuestros días porque 228 capitalinos ya no están para celebrar a sus muertos. El gobierno capitalino dice que este año las fiestas ‘harán homenaje a las víctimas del sismo del 19 de septiembre’ y a la cultura solidaria de los capitalinos.

Comenzaron el 28 de octubre y terminarán el 4 de noviembre. El punto estelar es la aparición desde la Estela de Luz de los desfiles que terminarán en el Zócalo, en donde está la gran Ofrenda, con papel picado y elementos propios de la tradición; y para el 4 de noviembre el paseo nocturno en bicicleta vestidos de ‘noche de muertos’…

Es fiesta. Sí. Y es tristeza. Sí. Todo junto. Los días no han sido fáciles para los capitalinos en estos 1,499 kilómetros cuadrados sacudidos por la naturaleza. Los que ya no están por esto, pero sí estarán en las fiestas:

Todos ellos son esas calaveritas de azúcar, son ese delicioso pan de muerto, son ese ramo de cempaxúchitl, son los tejocotes y las cañas y las guayabas del ponche, son el mole poblano, son el agua de horchata y el grito de dolor y de alegría que es canción y son nuestros ojos rojos…

Son todos ellos esa cera encendida para el camino. Y son nuestros muertos más queridos y más respetados: los de todos nosotros: los de hoy, para siempre…

“No me llores no, no me llores no, porque si lloras yo peno, en cambio si tú me cantas yo siempre vivo y nunca muero”.

Somos la Ciudad de México. Somos el refugio de más de 10 millones de seres humanos que nacen, crecen, se reproducen, viven y un día, como sin pensarlo, como si tan impredecible fuera, se mueren…

… Y se convierten en calaverita de azúcar con ojos de papel de estaño y que miran fijo a uno como si quisieran detenerlo en la memoria eterna; o se transmutan en pan que se baña de azúcar relumbrante, que sabe a anís y que se viste de sus huesitos que saben a gloria y que en la parte central en forma de bola –la más apetecible– está el cerebro de aquel que un día fue vida y que hoy ya vive en el más allá pero que ya regresa para recordarnos que la vida y la muerte, entre los mexicanos que somos, son una sola cosa y es así.

Ya están a punto de llegar nuestros muertos. Vienen para la fiesta. Felicidad grande saber que estarán aquí aunque sea un rato y habrá que traerles lo que más les gustaba comer y disfrutar en la vida; y sus canciones eternas, de amor eterno.

Trabajadores del gobierno de la Ciudad de México recorren pasillos y pasajes: Limpian, sacuden, barren… Aun así hay silencio que estremece. ¿Es el silencio de la paz infinita? ¿Es el silencio del olvido? ¿Es el silencio de los sepulcros?...

Y se recorren esos pasillos y sus secciones y se escuchan los pasos de uno entre hojas, en el cemento caliente y en la tierra misma. Como si se caminara en una bóveda celeste. Como si se recorriera un camino iluminado por los recuerdos de cada uno de los que están ahí y de los que han estado ahí… El silencio estremece y obliga al respeto…

Es el Panteón de Dolores. El Panteón Civil de Dolores, se dice. El más grande de la Ciudad de México. El mismo que guarda a los muertos en la capital del país desde el 13 de diciembre de 1875, cuando el entonces Ayuntamiento de México le dio la concesión a la Sociedad Benfield, Breckner y Compañía para que construyera un cementerio civil en los terrenos que por entonces se llamaban de la Tabla de Dolores y que era parte del rancho Coscacoaco.

Estaba en las goteras de la Ciudad de México y fue construido ahí porque los empresarios eran de origen inglés, y por lo tanto, anglicanos, y por lo tanto, los curas no permitieron que a la muerte de la hija del patriarca Benfield se enterrara en el atrio de alguna iglesia, como se acostumbraba. Así que nace el Panteón Civil, hoy de 240 hectáreas y con unos 700 mil lotes individuales…

El mismo Panteón de Dolores en donde, desde 1876, se encuentra la Rondalla de los Hombres Ilustres… ejem, digo, Rotonda de los hombres ilustres, y que luego de las leyes de Reforma, habría de convertirse en el Panteón por antonomasia de esta Ciudad de México el asiento y que hoy  tiene algo así como 120 panteones y que –según las autoridades– ya están sobresaturados. A ver si en una de esas no piden que se haga

reservación…

Este año la fiesta de Muertos en la Ciudad de México, que es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad desde 2008, según la UNESCO, tiene un doble sentido:

El más triste porque será homenaje a los 192 muertos en CdMx por el sismo del 19 de septiembre de este año y cuyo recuerdo y dolor es para todos los que aquí nos tocó –que dijera Ixca Cienfuegos en “La Región más transparente”–. Para ellos todo el honor y toda la gloria.

Y el tono alegre; porque hay muchos más que también merecen el pasillo de luces y el piso de pétalos de cempaxúchitl. Son los cientos de muertos de hace años y los más recientes: todos tienen espacio para llegar y para sentarse a comer con nosotros y a tomar y a cantar, aunque sólo sea un rato, unas horas… Y tendrán itacate para el camino de regreso.

Las fiestas comenzaron el sábado 28 de octubre en la capital del país. El desfile de muertos en las avenidas emblemáticas de la capital, como Reforma y Avenida Juárez han sido la expectación de todos. Las calacas Catrinas que nos heredaran José Guadalupe Posada y Diego Rivera caminan erguidas-hermosas-distantes-distinguidas-honorables-dignas: es la muerte hecha orgullo. Y ahora los alebrijes de colores frescos y radiantes y que vienen del México profundo… Oaxaca, pues.

Y la capital de México se viste de flores amarillas y moradas. Y cada delegación de las 16 que hay está de fiesta. Porque eso es para nosotros el día de muertos: una fiesta de reconciliación; una fiesta de intensidades ilimitadas y de mil colores: “Viene la muerte luciendo, mil llamativos colores… ¿en qué quedamos pelona, me llevas o no me llevas?...

Esto de celebrar a los muertos en lo que hoy es la Ciudad de México viene de lejos: es prehispánico el asunto y se celebraba en el área mesoamericana que incluía lo que hoy es México y Centroamérica y era para recordar a los que ya “habían levantado su sombra” y que según los mexicas de aquí mismo, tenían tres rutas finales:

El Tlalocan; el Omeyoacán; el Mictlán y el Chichihuacuauhco. Todo dependía cómo se había muerto y qué tipo de vida llevó en vida; hombres, mujeres o niños… Y había cremación y había ofrendas como las de hoy, aunque entonces eran objetos preciados para el muerto y que le serían útiles para el camino de regreso al lugar ‘donde yacen los

descarnados.’

Hoy la cosa es diferente. El sincretismo está a la vista. Las ofrendas tienen que ver con lo lúdico, pero también con el ritual que cada año es una fiesta. Con el bien y el mal. Con el premio o el castigo eterno…  

Y ya se hacen cuentas: dos más dos, igual a cuatro… Según estimaciones de gobierno y empresarios capitalinos, las familias de aquí destinan entre mil y dos mil pesos para la celebración de la festividad.

Los negocios más redituables en la capital del país por estos días son: Las florerías, los bares, cantinas, panaderías, tiendas de alimentos de temporada, dulces típicos, bebidas alcohólicas, disfraces, hoteles… Y por supuesto los mariachis cantaron: son los que entonarán una y mil veces: “Amor eterno… inolvidable”, a modo de memoria… y perdón… Y “la que guste, jefe”…

Don Adrián Sánchez, quien trabaja de vigilante en el Panteón de Dolores dice-que-le-han-dicho que en las noches, por ahí se aparecen “los aparecidos”; que de pronto se ve a una mujer “vestida como de antes” y que se escuchan cantos como de iglesia y de pronto unas flamitas, por aquí o por allá…: ¿Y no le da miedo? – “No, para nada… es que, bueno sí… pero ni modos”.

Sí, hay espacio para la tristeza de nuestros días porque 228 capitalinos ya no están para celebrar a sus muertos. El gobierno capitalino dice que este año las fiestas ‘harán homenaje a las víctimas del sismo del 19 de septiembre’ y a la cultura solidaria de los capitalinos.

Comenzaron el 28 de octubre y terminarán el 4 de noviembre. El punto estelar es la aparición desde la Estela de Luz de los desfiles que terminarán en el Zócalo, en donde está la gran Ofrenda, con papel picado y elementos propios de la tradición; y para el 4 de noviembre el paseo nocturno en bicicleta vestidos de ‘noche de muertos’…

Es fiesta. Sí. Y es tristeza. Sí. Todo junto. Los días no han sido fáciles para los capitalinos en estos 1,499 kilómetros cuadrados sacudidos por la naturaleza. Los que ya no están por esto, pero sí estarán en las fiestas:

Todos ellos son esas calaveritas de azúcar, son ese delicioso pan de muerto, son ese ramo de cempaxúchitl, son los tejocotes y las cañas y las guayabas del ponche, son el mole poblano, son el agua de horchata y el grito de dolor y de alegría que es canción y son nuestros ojos rojos…

Son todos ellos esa cera encendida para el camino. Y son nuestros muertos más queridos y más respetados: los de todos nosotros: los de hoy, para siempre…

“No me llores no, no me llores no, porque si lloras yo peno, en cambio si tú me cantas yo siempre vivo y nunca muero”.

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