/ viernes 10 de diciembre de 2021

Te presentamos un adelanto del libro Línea 12. Crónica de una tragedia anunciada

Desde 2013, Icela Lagunas, investiga los manejos del Metro de la CdMx y ahora presenta este libro del que, por una cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México, presentamos un fragmento

Icela Lagunas

La reconocida periodista, especializada en periodismo de investigación, sobre todo acerca de la Ciudad de México, ha destacado por su labor en temas relacionados con la corrupción. Desde 2013 investiga los manejos del Metro de la CdMx y ahora presenta este libro del que, por una cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México, presentamos un fragmento.

III. Mancera: borrachera de poder

Ahí estaba, codo a codo con Carlos Slim, uno de los hombres más ricos del planeta. ¿Qué podía salir mal? El futuro pintaba de maravilla para Miguel Ángel Mancera Espinosa el 30 de octubre de 2012, cuando se inauguró la Línea Dorada, acompañado de la crema y nata de la política mexicana en su calidad de jefe de gobierno electo de la Ciudad de México para el periodo 2012-2018.

Era el gran día; el exprocurador acudió como invitado de Marcelo Ebrard, su exjefe y padre político. Mancera sonreía mucho, sus ojos brillaban de felicidad, incrédulo, como quien no sabe cómo pasó todo, cómo llegó hasta ahí; pero a la vez se le veía consciente de que había que disfrutar el momento.

Mancera quedó flanqueado por Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y Carlos Slim Helú, este último uno de los empresarios constructores de la gran obra. Con la mano derecha preparaba las tijeras, y con la izquierda sostenía el listón inaugural que todos querían cortar.

La cita fue temprano en la estación Parque de los Venados de la Línea 12. Eran los últimos días de Ebrard como mandatario de la capital mexicana y, para esa fecha, Mancera ya había recibido la constancia de mayoría por haber ganado las elecciones del 2 julio de 2012 para la jefatura de gobierno de la Ciudad de México. La victoria la había obtenido con récord histórico de votación, noqueando a sus contendientes más cercanos: la priísta Beatriz Gutiérrez Rangel, quien había quedado en segundo lugar de la contienda, y la activista Isabel Miranda de Wallace, quien ocupó el tercer lugar.

Con una votación alta, de más de 60% de popularidad, el exprocurador de justicia del entonces Distrito Federal había refrendado la primacía del PRD en la capital de la República.

Así que había muchos motivos para sonreír durante la inauguración. Mancera compartió la primera fila con los políticos y empresarios más importantes de la escena mexicana e internacional. Ebrard había invitado a los embajadores en México de Estados Unidos, Anthony Wayne, y de Francia, Élisabeth Beton.

En esa foto histórica, en la que todos querían aparecer, está en primer lugar, de derecha a izquierda, el anfitrión Marcelo Ebrard (espejuelos, corbata amarilla, en una mano el micrófono, en la otra las tijeras); le siguen su entonces esposa Rosalinda Bueso, Jesús Zambrano, Anthony Wayne, Bernardo Quintana, Carlos Slim, Miguel Ángel Mancera y Cuauhtémoc Cárdenas. En segundo plano, Alejandra Barrales, Armando Ríos Piter, Armando Quintero y Mario Delgado. Todos apretujados, en puntas de pie, para verse más altos, vitoreaban el momento.

La turbulencia política de aquellos días había obligado a Marcelo Ebrard a cuidar los protocolos y a realizar dos actos para que los perredistas no se sintieran ofendidos por la presencia de un invitado incómodo. Por esa razón, primero convocó a muchos de los políticos del PRD en la estación Calle 11 de Iztapalapa para cortar el listón inaugural. En el segundo acto, en la estación Parque de los Venados, sumó a Felipe Calderón Hinojosa, quien era señalado por muchos de la izquierda como el “presidente espurio” que había robado la Presidencia de la República al candidato de la Coalición Por el Bien de Todos, Andrés Manuel López Obrador, en las elecciones de 2006.

Es ampliamente recordado aquel momento en el que, pasada la elección de 2006, en un acto político multitudinario, el tabasqueño se autonombró “presidente legítimo” de México. Desde esa fecha sus seguidores habían trazado un plan para boicotear cada acto en el que se hiciera presente Felipe Calderón Hinojosa.

Ese encono que vivía el país obligó a Marcelo Ebrard —quien había asumido en 2006 la jefatura de gobierno— a mantener una relación distante con la Presidencia de la República durante todo su sexenio. Por órdenes de Andrés Manuel López Obrador él debía desconocerlo. A causa de ello, Ebrard rehusó estrechar públicamente la mano del presidente panista.

Varios episodios durante el sexenio evidenciaron esa relación incómoda entre Ebrard y Calderón. Durante la epidemia de influenza en 2009, Marcelo tuvo que acudir a una reunión en Los Pinos, con cubrebocas, y evitó cruzar miradas con el presidente. Además, según el testimonio de varios políticos, en cada Consejo Nacional de Seguridad Pública, reunión que agrupaba a los gobernadores de todos los estados y al jefe de gobierno con el presidente de la República, Marcelo Ebrard procuraba llegar minutos después de que Felipe Calderón saludara a cada uno de los mandatarios estatales. Con ese retraso evitaba el saludo indeseable. Así, Marcelo evitó por años el apretón de manos que muchos fotógrafos buscaban captar.

La Línea 12 era una obra nacional que había recibido dinero del gobierno federal; por ello, pese a aquellos antecedentes políticos, Ebrard invitó a Calderón a la inauguración. No fue el único que olvidó la promesa que le habían hecho al tabasqueño, muchos lo hicieron y no perdieron la oportunidad de dejarse ver en aquel evento.

Pero no todos los políticos de izquierda asistieron; uno de ellos, Alejandro Encinas Rodríguez, entonces senador del PRD y actual subsecretario de Derechos Humanos en Gobernación en el gobierno de López Obrador, agradeció públicamente a Ebrard la invitación a la inauguración, pero le escribió en las redes sociales: «No puedo acompañarte teniendo de por medio a Felipe Calderón. Felicidades». Otros perredistas se organizaron para que algunos manifestantes gritaran consignas a Felipe Calderón a su llegada a la estación Parque de los Venados.

Calderón y Ebrard hicieron su entrada juntos. Encabezaron una larga pasarela de besos y apretones de manos en la que se mezclaban perredistas, priístas y panistas, sin distinción; funcionarios entrantes, salientes, aspirantes a algún cargo, empresarios, amigos, miembros del gabinete y aplaudidores. En primera fila estuvieron Edgar Elías Azar, Héctor Serrano, José Antonio Meade, Alejandro Poiré, Francisco Bojórquez, Carlos Slim, Jesús Zambrano y el ya mencionado Miguel Ángel Mancera.

Se proyectó un video en el que se justificaba la construcción de la Línea Dorada: la oportunidad de proveer con transporte público, limpio y digno a una zona en la que vivían miles de ciudadanos de bajos ingresos, con lo que se beneficiaría a los habitantes de las delegaciones Tláhuac, Iztapalapa, Coyoacán, Benito Juárez, Xochimilco, Milpa Alta y Álvaro Obregón. La Línea Dorada del Bicentenario ayudaría, se dijo, a disminuir la brecha de desigualdad que había en la capital.

Marcelo fue vitoreado y aplaudido. Fue el primero en hacer uso de la palabra. Aprovechó la ocasión para recordar que había tomado la decisión de construir esa obra en 2007, a partir de los resultados de la consulta en la que más de un millón de personas respaldaron la construcción de la Línea 12 del Metro.

Ante la expectativa de muchos, Ebrard agradeció a Calderón el hecho de haber autorizado 2000 millones de pesos de recursos federales para completar la megaobra de 24000 millones de pesos.

—Son los responsables de esta obra —dijo Ebrard, señalando entre risas a Bernardo Quintana, directivo de la constructora ICA, y a su equipo de ingenieros.

Cuando mencionó la participación de Carso, se dirigió al magnate Slim con mucha familiaridad: «Gracias, Carlos». Y tampoco faltaron en la lista de agradecimientos los franceses de Alstom. Los señaló con la mano izquierda, y dijo en tono de broma y riéndose: «Se van a quedar hasta el 5 de mayo esta vez». Diez personajes respondieron al agradecimiento levantándose de su lugar. Ebrard bromeaba, reía, lucía feliz.

Ya casi para terminar, agradeció a Miguel Ángel Mancera, en su calidad de jefe de gobierno electo: «Muchas gracias, doctor». El aludido agradeció sonrojado. ¿Qué podía salir mal? Desde ya, Mancera había empezado a fantasear con la idea de ocupar la Presidencia de México. En su turno, Felipe Calderón le corrigió la plana a Ebrard. Aclaró que 7500 millones de pesos habían salido de la secretaría de Comunicaciones y Transportes, y que otros 5000 provenían del Fondo Metropolitano (Fonden).

Al terminar las formalidades, se subieron al tren y realizaron un breve recorrido a bordo de los vagones de la Línea 12. Ahí están las fotografías de todos ellos, apretujados, sonrientes, comentándose detalles al oído, rodeados de escoltas que observan nerviosos a cada uno de los que se acercan a saludar a sus jefes. Personal del Estado Mayor Presidencial intentaba flanquear en todo momento a Calderón y no perderlo de vista.

Fotógrafos y camarógrafos se apretujaban para obtener la mejor imagen del momento: Ebrard y Calderón conversando, Slim viajando en el Metro, tomado del mismo pasamanos que Mancera.

Quién diría que después de ese evento Mancera regresaría muchas veces a esa línea. Daría la cara cuando las fallas, que parecían una bomba de tiempo, le estallaron en las manos, obligándolo a cerrar el tramo elevado. Y esa decisión hizo pedazos la supuesta relación amistosa que mantenía con Marcelo Ebrard, su mentor.

Un mes después de la inauguración, Miguel Ángel Mancera asumió la jefatura de gobierno, el 5 de diciembre de 2012. Envió desde la Asamblea Legislativa un mensaje nítido de lo que sería su gobierno: una mezcla amorfa de poderes que desdibujaría la fuerza de Andrés Manuel López Obrador. El día que Mancera tomó protesta al cargo, Marcelo Ebrard bajó por las escalinatas del recinto de Donceles de la mano de Rosalinda Bueso. Dejaba a sus espaldas a un político inexperto, deslumbrado por el poder de la jefatura de gobierno de la capital de la República. Todos apostaban por que el inexperto abogado sería canibalizado por las furiosas tribus del PRD que controlaban y se disputaban el partido, entonces el más poderoso de la capital. Decían que sería un títere cuyos hilos movería Ebrard, su creador político. No imaginaban que terminarían peleándose por un motivo: el cierre de la Línea 12.

La situación parecía indica que la luna de miel entre Ebrard, Mancera y López Obrador seguiría todo el sexenio. Ese sabor de éxito arrasador en las urnas permanecía cuando Mancera fue invitado a jugar béisbol con Andrés Manuel López Obrador, deporte que, se sabe, es el favorito del actual presidente. Ambos lucían playeras blancas con la leyenda «Amigos».

El abogado, delgado, de estatura baja y cabello platinado, lucía nervioso frente al tabasqueño, quien le ordenaba tomarse fotos con los integrantes de la Liga de Veteranos. Ambos reían y comentaban algunos temas en corto. López lo abrazaba mientras le deseaba que le fuera bien como jefe de gobierno de la que él llamaba «la Ciudad de la Esperanza». Ante los medios se construía la imagen de un político prometedor, sin mucho trasfondo a su pasado. Miguel Ángel Mancera Espinosa es abogado en derecho penal por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Lo vi por primera vez cuando trabajaba para el equipo de asesores de Marcelo Ebrard, cuando éste era secretario de Seguridad Pública de la capital, y Andrés Manuel jefe de gobierno.

Mancera tenía un viejo escritorio de madera en una oficina que compartía con otros funcionarios en el edificio de la policía preventiva, en la calle Liverpool, en la Zona Rosa. Entraba y salía con un pequeño portafolio negro; vestía traje y ostentaba pulseras de cuero en la mano. Por aquellos años, 2002 a 2004, Marcelo le había encomendado la Dirección de Investigaciones y Procedimientos.

En ese cargo realizó operativos nocturnos para revisar que en los bares y las discotecas de la capital no se permitiera la entrada a menores de edad ni se les vendiera alcohol. Tras esto, tuvo el cargo de directorde Seguimiento de Policías Complementarias.

Pero Marcelo fue destituido en 2004 por el entonces presidente de la República, Vicente Fox, luego de que una turba de Tláhuac quemara vivos a policías federales que presuntamente realizaban una investigación contra el narcomenudeo. Para cobijar a Marcelo y no desampararlo tras la decisión de Fox, el jefe de gobierno de la Ciudad de México lo designó secretario de Desarrollo Social, y él a su vez nombró a Mancera director jurídico de esa dependencia.

En 2006, cuando Ebrard ganó la jefatura de gobierno, eligió a Mancera como subprocurador de Procesos. Al frente de la Procuraduría de Justicia puso a Rodolfo Félix Cárdenas, con quien Mancera no tenía buena relación.

Una tarde de sábado de 2007, siendo subprocurador de Procesos, Mancera, acompañado de su familia, circulaba en Periférico Sur a bordo de un BMW gris. De pronto, unos hombres armados intentaron robarle su reloj. Su escolta, que viajaba metros atrás en otro vehículo, les disparó. Uno de los delincuentes quedó muerto sobre el pavimento.

Fue en ese año, cuando ocupaba el cargo en la Procuraduría de Justicia local, que Mancera comenzó a realizar pequeños movimientos políticos, que parecían insignificantes.

A la larga esos movimientos le fueron abriendo puertas y le permitieron escalar peldaños con rapidez en el escenario chilango.

Fui testigo de uno de esos pequeños movimientos. Cierto día que tomé el elevador para bajar del quinto piso de la Procuraduría, ingresó a éste un joven robusto, con chamarra café, cuyo rostro me pareció familiar.

—Eres uno de los hijos de López Obrador, el exjefe de gobierno, ¿cierto?

Contestó con un monosílabo. Se puso evidentemente nervioso y quiso bajar de inmediato del elevador.

—¿Trabajas aquí en la Procuraduría? —cuestioné.

Salió a toda prisa, como buscando que nadie más lo reconociera.

Durante los días siguientes pregunté a algunos funcionarios de esa dependencia si Mancera había invitado a trabajar con él a José Ramón López Beltrán, hijo mayor de Andrés Manuel López Obrador, lo cual me confirmaron. El joven, de unos 25 años, ocupaba un cargo menor dentro de la Subprocuraduría. Este gesto fue visto con buenos ojos por el exjefe de gobierno, que por aquellos años se había autonombrado «presidente legítimo de México», tras perder la elección de 2006.

El ascenso de Mancera continuaba. De subprocurador de Procesos se convirtió en titular de la entonces Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF). La vacante del puesto se abrió cuando Marcelo removió a Rodolfo Félix, de la PGJDF, y a Joel Ortega Cuevas, de la Secretaría de Seguridad Pública, luego de la tragedia en la discoteca News Divine, en la que varios jóvenes perdieron la vida durante un operativo.

La popularidad de Mancera subió como la espuma. Pero no sucedió lo mismo con Mario Delgado, de quien se sabía que era el delfín de Marcelo y a quien apoyaba y empujaba para sucederlo en el cargo. Delgado había pasado de ser secretario de Finanzas a la Secretaría de Educación, como parte de una maniobra mediática que pretendía hacerlo más visible en actos públicos. El objetivo era procurar que tuviera contacto con la gente de la capital, darle un rostro amable y, sobre todo, que empezara a ser conocido. La estrategia no funcionó.

El PRD comenzó a levantar encuestas para saber quién podría ser su carta más fuerte en los comicios de julio de 2012. Mario Delgado no aparecía entre las preferencias de los capitalinos. Probaron de todo para que subiera su popularidad: le quitaron los gruesos lentes que exaltaban sus enormes ojos y que le habían ganado el apodo de el Sapo Delgado. Incluso hizo una campaña antibullying con la cantante grupera Ninel Conde, «el bombón asesino», con la intención de llegar a otros sectores de la capital. Nada funcionó y el delfín de Marcelo terminó por hundirse.

A Ebrard no le quedó otra opción que voltear hacia Mancera, quien sumaba puntos ante los capitalinos. Cual héroe sin capa, negoció la liberación de tres empleados que habían sido tomados como rehenes por asaltantes durante un intento de robo de una casa de empeño en la alcaldía Gustavo A. Madero.

Pequeños grupos de «espontáneos» comenzaron a irrumpir en eventos públicos gritando el nombre del procurador, postulándolo como candidato de la izquierda a la jefatura de la capital. Un sonriente y carismático Mancera se colocó como la carta más fuerte del PRD, partido del que nunca fue militante. Ganó la encuesta interna como candidato a la Jefatura de Gobierno, por encima de Alejandra Barrales, Gerardo Fernández Noroña, Martí Batres y Joel Ortega Cuevas.

Con la idea de sumar esfuerzos, Mancera incorporó a su equipo de campaña a algunos de los políticos que habían perdido en la encuesta interna del PRD, entre ellos a Joel Ortega Cuevas. Lo nombró coordinador general de la estrategia en busca del voto.

Ortega, exsecretario de Seguridad Pública, había regresado de las penumbras a la vida pública, y dejaba así en el pasado la desgracia del News Divine. Sin embargo, siempre fue visto con recelo en el equipo de campaña de Mancera. Se rumoraba que éste no había podido negarse a sumarlo al equipo, y que la petición de incluirlo había provenido de Manuel Camacho Solís, exregente de la ciudad. Ya en campaña, Ortega no tuvo control total de la agenda; dos personajes cercanos del candidato, los hermanos Julio y Luis Serna, le ocultaban la realización de algunos encuentros del candidato con personajes importantes, con la excusa de que se trataba de invitaciones privadas o personales hechas directamente a Mancera.

Finalmente, Miguel Ángel Mancera ganó la Jefatura de Gobierno. Fue una votación histórica en la capital, con una anticipación de más de 60% de los votantes, y desde aquel año, 2012, comenzó a mencionársele como uno de los presidenciables para las elecciones de 2018.

El 5 de diciembre de 2012 Mancera tomó protesta como Jefe de Gobierno de la capital, considerada la joya de la corona para la izquierda del país. Ese día, Andrés Manuel López Obrador, cuyo peso político es innegable en la ciudad, no dejó pasar la oportunidad para felicitar al nuevo gobernante: «Saludo a Miguel Ángel Mancera, hombre recto y capaz que estará a la altura de la gente informada, progresista y fraterna de esta gran Ciudad de México», escribió en las redes sociales.

Con la felicidad de quien emprende un viaje a un lugar prometedor, Mancera presentó a los integrantes de su gabinete: muchos de los abogados que lo habían acompañado en su paso por la Procuraduría de Justicia, algunas herencias del gobierno de Marcelo Ebrard y cuotas políticas que cubrió para mantener en calma a las tribus del PRD.

Días después, como intentando que pasaran inadvertidos, salieron a relucir los nombres de otros integrantes de su gabinete ampliado, entre ellos el de Joel Ortega Cuevas, a quien le fue asignado el cargo de director general del Sistema de Transporte Colectivo Metro.


Fragmento del libro Línea 12. Crónica de una tragedia anunciada (Planeta), © 2021, Icela Lagunas. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México




ESCUCHA MÁS SOBRE ESTE TEMA EN EL PODCAST ⬇️

Disponible en: Acast, Spotify, Apple Podcasts, Google Podcasts, Deezer, Amazon Music

Icela Lagunas

La reconocida periodista, especializada en periodismo de investigación, sobre todo acerca de la Ciudad de México, ha destacado por su labor en temas relacionados con la corrupción. Desde 2013 investiga los manejos del Metro de la CdMx y ahora presenta este libro del que, por una cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México, presentamos un fragmento.

III. Mancera: borrachera de poder

Ahí estaba, codo a codo con Carlos Slim, uno de los hombres más ricos del planeta. ¿Qué podía salir mal? El futuro pintaba de maravilla para Miguel Ángel Mancera Espinosa el 30 de octubre de 2012, cuando se inauguró la Línea Dorada, acompañado de la crema y nata de la política mexicana en su calidad de jefe de gobierno electo de la Ciudad de México para el periodo 2012-2018.

Era el gran día; el exprocurador acudió como invitado de Marcelo Ebrard, su exjefe y padre político. Mancera sonreía mucho, sus ojos brillaban de felicidad, incrédulo, como quien no sabe cómo pasó todo, cómo llegó hasta ahí; pero a la vez se le veía consciente de que había que disfrutar el momento.

Mancera quedó flanqueado por Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y Carlos Slim Helú, este último uno de los empresarios constructores de la gran obra. Con la mano derecha preparaba las tijeras, y con la izquierda sostenía el listón inaugural que todos querían cortar.

La cita fue temprano en la estación Parque de los Venados de la Línea 12. Eran los últimos días de Ebrard como mandatario de la capital mexicana y, para esa fecha, Mancera ya había recibido la constancia de mayoría por haber ganado las elecciones del 2 julio de 2012 para la jefatura de gobierno de la Ciudad de México. La victoria la había obtenido con récord histórico de votación, noqueando a sus contendientes más cercanos: la priísta Beatriz Gutiérrez Rangel, quien había quedado en segundo lugar de la contienda, y la activista Isabel Miranda de Wallace, quien ocupó el tercer lugar.

Con una votación alta, de más de 60% de popularidad, el exprocurador de justicia del entonces Distrito Federal había refrendado la primacía del PRD en la capital de la República.

Así que había muchos motivos para sonreír durante la inauguración. Mancera compartió la primera fila con los políticos y empresarios más importantes de la escena mexicana e internacional. Ebrard había invitado a los embajadores en México de Estados Unidos, Anthony Wayne, y de Francia, Élisabeth Beton.

En esa foto histórica, en la que todos querían aparecer, está en primer lugar, de derecha a izquierda, el anfitrión Marcelo Ebrard (espejuelos, corbata amarilla, en una mano el micrófono, en la otra las tijeras); le siguen su entonces esposa Rosalinda Bueso, Jesús Zambrano, Anthony Wayne, Bernardo Quintana, Carlos Slim, Miguel Ángel Mancera y Cuauhtémoc Cárdenas. En segundo plano, Alejandra Barrales, Armando Ríos Piter, Armando Quintero y Mario Delgado. Todos apretujados, en puntas de pie, para verse más altos, vitoreaban el momento.

La turbulencia política de aquellos días había obligado a Marcelo Ebrard a cuidar los protocolos y a realizar dos actos para que los perredistas no se sintieran ofendidos por la presencia de un invitado incómodo. Por esa razón, primero convocó a muchos de los políticos del PRD en la estación Calle 11 de Iztapalapa para cortar el listón inaugural. En el segundo acto, en la estación Parque de los Venados, sumó a Felipe Calderón Hinojosa, quien era señalado por muchos de la izquierda como el “presidente espurio” que había robado la Presidencia de la República al candidato de la Coalición Por el Bien de Todos, Andrés Manuel López Obrador, en las elecciones de 2006.

Es ampliamente recordado aquel momento en el que, pasada la elección de 2006, en un acto político multitudinario, el tabasqueño se autonombró “presidente legítimo” de México. Desde esa fecha sus seguidores habían trazado un plan para boicotear cada acto en el que se hiciera presente Felipe Calderón Hinojosa.

Ese encono que vivía el país obligó a Marcelo Ebrard —quien había asumido en 2006 la jefatura de gobierno— a mantener una relación distante con la Presidencia de la República durante todo su sexenio. Por órdenes de Andrés Manuel López Obrador él debía desconocerlo. A causa de ello, Ebrard rehusó estrechar públicamente la mano del presidente panista.

Varios episodios durante el sexenio evidenciaron esa relación incómoda entre Ebrard y Calderón. Durante la epidemia de influenza en 2009, Marcelo tuvo que acudir a una reunión en Los Pinos, con cubrebocas, y evitó cruzar miradas con el presidente. Además, según el testimonio de varios políticos, en cada Consejo Nacional de Seguridad Pública, reunión que agrupaba a los gobernadores de todos los estados y al jefe de gobierno con el presidente de la República, Marcelo Ebrard procuraba llegar minutos después de que Felipe Calderón saludara a cada uno de los mandatarios estatales. Con ese retraso evitaba el saludo indeseable. Así, Marcelo evitó por años el apretón de manos que muchos fotógrafos buscaban captar.

La Línea 12 era una obra nacional que había recibido dinero del gobierno federal; por ello, pese a aquellos antecedentes políticos, Ebrard invitó a Calderón a la inauguración. No fue el único que olvidó la promesa que le habían hecho al tabasqueño, muchos lo hicieron y no perdieron la oportunidad de dejarse ver en aquel evento.

Pero no todos los políticos de izquierda asistieron; uno de ellos, Alejandro Encinas Rodríguez, entonces senador del PRD y actual subsecretario de Derechos Humanos en Gobernación en el gobierno de López Obrador, agradeció públicamente a Ebrard la invitación a la inauguración, pero le escribió en las redes sociales: «No puedo acompañarte teniendo de por medio a Felipe Calderón. Felicidades». Otros perredistas se organizaron para que algunos manifestantes gritaran consignas a Felipe Calderón a su llegada a la estación Parque de los Venados.

Calderón y Ebrard hicieron su entrada juntos. Encabezaron una larga pasarela de besos y apretones de manos en la que se mezclaban perredistas, priístas y panistas, sin distinción; funcionarios entrantes, salientes, aspirantes a algún cargo, empresarios, amigos, miembros del gabinete y aplaudidores. En primera fila estuvieron Edgar Elías Azar, Héctor Serrano, José Antonio Meade, Alejandro Poiré, Francisco Bojórquez, Carlos Slim, Jesús Zambrano y el ya mencionado Miguel Ángel Mancera.

Se proyectó un video en el que se justificaba la construcción de la Línea Dorada: la oportunidad de proveer con transporte público, limpio y digno a una zona en la que vivían miles de ciudadanos de bajos ingresos, con lo que se beneficiaría a los habitantes de las delegaciones Tláhuac, Iztapalapa, Coyoacán, Benito Juárez, Xochimilco, Milpa Alta y Álvaro Obregón. La Línea Dorada del Bicentenario ayudaría, se dijo, a disminuir la brecha de desigualdad que había en la capital.

Marcelo fue vitoreado y aplaudido. Fue el primero en hacer uso de la palabra. Aprovechó la ocasión para recordar que había tomado la decisión de construir esa obra en 2007, a partir de los resultados de la consulta en la que más de un millón de personas respaldaron la construcción de la Línea 12 del Metro.

Ante la expectativa de muchos, Ebrard agradeció a Calderón el hecho de haber autorizado 2000 millones de pesos de recursos federales para completar la megaobra de 24000 millones de pesos.

—Son los responsables de esta obra —dijo Ebrard, señalando entre risas a Bernardo Quintana, directivo de la constructora ICA, y a su equipo de ingenieros.

Cuando mencionó la participación de Carso, se dirigió al magnate Slim con mucha familiaridad: «Gracias, Carlos». Y tampoco faltaron en la lista de agradecimientos los franceses de Alstom. Los señaló con la mano izquierda, y dijo en tono de broma y riéndose: «Se van a quedar hasta el 5 de mayo esta vez». Diez personajes respondieron al agradecimiento levantándose de su lugar. Ebrard bromeaba, reía, lucía feliz.

Ya casi para terminar, agradeció a Miguel Ángel Mancera, en su calidad de jefe de gobierno electo: «Muchas gracias, doctor». El aludido agradeció sonrojado. ¿Qué podía salir mal? Desde ya, Mancera había empezado a fantasear con la idea de ocupar la Presidencia de México. En su turno, Felipe Calderón le corrigió la plana a Ebrard. Aclaró que 7500 millones de pesos habían salido de la secretaría de Comunicaciones y Transportes, y que otros 5000 provenían del Fondo Metropolitano (Fonden).

Al terminar las formalidades, se subieron al tren y realizaron un breve recorrido a bordo de los vagones de la Línea 12. Ahí están las fotografías de todos ellos, apretujados, sonrientes, comentándose detalles al oído, rodeados de escoltas que observan nerviosos a cada uno de los que se acercan a saludar a sus jefes. Personal del Estado Mayor Presidencial intentaba flanquear en todo momento a Calderón y no perderlo de vista.

Fotógrafos y camarógrafos se apretujaban para obtener la mejor imagen del momento: Ebrard y Calderón conversando, Slim viajando en el Metro, tomado del mismo pasamanos que Mancera.

Quién diría que después de ese evento Mancera regresaría muchas veces a esa línea. Daría la cara cuando las fallas, que parecían una bomba de tiempo, le estallaron en las manos, obligándolo a cerrar el tramo elevado. Y esa decisión hizo pedazos la supuesta relación amistosa que mantenía con Marcelo Ebrard, su mentor.

Un mes después de la inauguración, Miguel Ángel Mancera asumió la jefatura de gobierno, el 5 de diciembre de 2012. Envió desde la Asamblea Legislativa un mensaje nítido de lo que sería su gobierno: una mezcla amorfa de poderes que desdibujaría la fuerza de Andrés Manuel López Obrador. El día que Mancera tomó protesta al cargo, Marcelo Ebrard bajó por las escalinatas del recinto de Donceles de la mano de Rosalinda Bueso. Dejaba a sus espaldas a un político inexperto, deslumbrado por el poder de la jefatura de gobierno de la capital de la República. Todos apostaban por que el inexperto abogado sería canibalizado por las furiosas tribus del PRD que controlaban y se disputaban el partido, entonces el más poderoso de la capital. Decían que sería un títere cuyos hilos movería Ebrard, su creador político. No imaginaban que terminarían peleándose por un motivo: el cierre de la Línea 12.

La situación parecía indica que la luna de miel entre Ebrard, Mancera y López Obrador seguiría todo el sexenio. Ese sabor de éxito arrasador en las urnas permanecía cuando Mancera fue invitado a jugar béisbol con Andrés Manuel López Obrador, deporte que, se sabe, es el favorito del actual presidente. Ambos lucían playeras blancas con la leyenda «Amigos».

El abogado, delgado, de estatura baja y cabello platinado, lucía nervioso frente al tabasqueño, quien le ordenaba tomarse fotos con los integrantes de la Liga de Veteranos. Ambos reían y comentaban algunos temas en corto. López lo abrazaba mientras le deseaba que le fuera bien como jefe de gobierno de la que él llamaba «la Ciudad de la Esperanza». Ante los medios se construía la imagen de un político prometedor, sin mucho trasfondo a su pasado. Miguel Ángel Mancera Espinosa es abogado en derecho penal por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Lo vi por primera vez cuando trabajaba para el equipo de asesores de Marcelo Ebrard, cuando éste era secretario de Seguridad Pública de la capital, y Andrés Manuel jefe de gobierno.

Mancera tenía un viejo escritorio de madera en una oficina que compartía con otros funcionarios en el edificio de la policía preventiva, en la calle Liverpool, en la Zona Rosa. Entraba y salía con un pequeño portafolio negro; vestía traje y ostentaba pulseras de cuero en la mano. Por aquellos años, 2002 a 2004, Marcelo le había encomendado la Dirección de Investigaciones y Procedimientos.

En ese cargo realizó operativos nocturnos para revisar que en los bares y las discotecas de la capital no se permitiera la entrada a menores de edad ni se les vendiera alcohol. Tras esto, tuvo el cargo de directorde Seguimiento de Policías Complementarias.

Pero Marcelo fue destituido en 2004 por el entonces presidente de la República, Vicente Fox, luego de que una turba de Tláhuac quemara vivos a policías federales que presuntamente realizaban una investigación contra el narcomenudeo. Para cobijar a Marcelo y no desampararlo tras la decisión de Fox, el jefe de gobierno de la Ciudad de México lo designó secretario de Desarrollo Social, y él a su vez nombró a Mancera director jurídico de esa dependencia.

En 2006, cuando Ebrard ganó la jefatura de gobierno, eligió a Mancera como subprocurador de Procesos. Al frente de la Procuraduría de Justicia puso a Rodolfo Félix Cárdenas, con quien Mancera no tenía buena relación.

Una tarde de sábado de 2007, siendo subprocurador de Procesos, Mancera, acompañado de su familia, circulaba en Periférico Sur a bordo de un BMW gris. De pronto, unos hombres armados intentaron robarle su reloj. Su escolta, que viajaba metros atrás en otro vehículo, les disparó. Uno de los delincuentes quedó muerto sobre el pavimento.

Fue en ese año, cuando ocupaba el cargo en la Procuraduría de Justicia local, que Mancera comenzó a realizar pequeños movimientos políticos, que parecían insignificantes.

A la larga esos movimientos le fueron abriendo puertas y le permitieron escalar peldaños con rapidez en el escenario chilango.

Fui testigo de uno de esos pequeños movimientos. Cierto día que tomé el elevador para bajar del quinto piso de la Procuraduría, ingresó a éste un joven robusto, con chamarra café, cuyo rostro me pareció familiar.

—Eres uno de los hijos de López Obrador, el exjefe de gobierno, ¿cierto?

Contestó con un monosílabo. Se puso evidentemente nervioso y quiso bajar de inmediato del elevador.

—¿Trabajas aquí en la Procuraduría? —cuestioné.

Salió a toda prisa, como buscando que nadie más lo reconociera.

Durante los días siguientes pregunté a algunos funcionarios de esa dependencia si Mancera había invitado a trabajar con él a José Ramón López Beltrán, hijo mayor de Andrés Manuel López Obrador, lo cual me confirmaron. El joven, de unos 25 años, ocupaba un cargo menor dentro de la Subprocuraduría. Este gesto fue visto con buenos ojos por el exjefe de gobierno, que por aquellos años se había autonombrado «presidente legítimo de México», tras perder la elección de 2006.

El ascenso de Mancera continuaba. De subprocurador de Procesos se convirtió en titular de la entonces Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF). La vacante del puesto se abrió cuando Marcelo removió a Rodolfo Félix, de la PGJDF, y a Joel Ortega Cuevas, de la Secretaría de Seguridad Pública, luego de la tragedia en la discoteca News Divine, en la que varios jóvenes perdieron la vida durante un operativo.

La popularidad de Mancera subió como la espuma. Pero no sucedió lo mismo con Mario Delgado, de quien se sabía que era el delfín de Marcelo y a quien apoyaba y empujaba para sucederlo en el cargo. Delgado había pasado de ser secretario de Finanzas a la Secretaría de Educación, como parte de una maniobra mediática que pretendía hacerlo más visible en actos públicos. El objetivo era procurar que tuviera contacto con la gente de la capital, darle un rostro amable y, sobre todo, que empezara a ser conocido. La estrategia no funcionó.

El PRD comenzó a levantar encuestas para saber quién podría ser su carta más fuerte en los comicios de julio de 2012. Mario Delgado no aparecía entre las preferencias de los capitalinos. Probaron de todo para que subiera su popularidad: le quitaron los gruesos lentes que exaltaban sus enormes ojos y que le habían ganado el apodo de el Sapo Delgado. Incluso hizo una campaña antibullying con la cantante grupera Ninel Conde, «el bombón asesino», con la intención de llegar a otros sectores de la capital. Nada funcionó y el delfín de Marcelo terminó por hundirse.

A Ebrard no le quedó otra opción que voltear hacia Mancera, quien sumaba puntos ante los capitalinos. Cual héroe sin capa, negoció la liberación de tres empleados que habían sido tomados como rehenes por asaltantes durante un intento de robo de una casa de empeño en la alcaldía Gustavo A. Madero.

Pequeños grupos de «espontáneos» comenzaron a irrumpir en eventos públicos gritando el nombre del procurador, postulándolo como candidato de la izquierda a la jefatura de la capital. Un sonriente y carismático Mancera se colocó como la carta más fuerte del PRD, partido del que nunca fue militante. Ganó la encuesta interna como candidato a la Jefatura de Gobierno, por encima de Alejandra Barrales, Gerardo Fernández Noroña, Martí Batres y Joel Ortega Cuevas.

Con la idea de sumar esfuerzos, Mancera incorporó a su equipo de campaña a algunos de los políticos que habían perdido en la encuesta interna del PRD, entre ellos a Joel Ortega Cuevas. Lo nombró coordinador general de la estrategia en busca del voto.

Ortega, exsecretario de Seguridad Pública, había regresado de las penumbras a la vida pública, y dejaba así en el pasado la desgracia del News Divine. Sin embargo, siempre fue visto con recelo en el equipo de campaña de Mancera. Se rumoraba que éste no había podido negarse a sumarlo al equipo, y que la petición de incluirlo había provenido de Manuel Camacho Solís, exregente de la ciudad. Ya en campaña, Ortega no tuvo control total de la agenda; dos personajes cercanos del candidato, los hermanos Julio y Luis Serna, le ocultaban la realización de algunos encuentros del candidato con personajes importantes, con la excusa de que se trataba de invitaciones privadas o personales hechas directamente a Mancera.

Finalmente, Miguel Ángel Mancera ganó la Jefatura de Gobierno. Fue una votación histórica en la capital, con una anticipación de más de 60% de los votantes, y desde aquel año, 2012, comenzó a mencionársele como uno de los presidenciables para las elecciones de 2018.

El 5 de diciembre de 2012 Mancera tomó protesta como Jefe de Gobierno de la capital, considerada la joya de la corona para la izquierda del país. Ese día, Andrés Manuel López Obrador, cuyo peso político es innegable en la ciudad, no dejó pasar la oportunidad para felicitar al nuevo gobernante: «Saludo a Miguel Ángel Mancera, hombre recto y capaz que estará a la altura de la gente informada, progresista y fraterna de esta gran Ciudad de México», escribió en las redes sociales.

Con la felicidad de quien emprende un viaje a un lugar prometedor, Mancera presentó a los integrantes de su gabinete: muchos de los abogados que lo habían acompañado en su paso por la Procuraduría de Justicia, algunas herencias del gobierno de Marcelo Ebrard y cuotas políticas que cubrió para mantener en calma a las tribus del PRD.

Días después, como intentando que pasaran inadvertidos, salieron a relucir los nombres de otros integrantes de su gabinete ampliado, entre ellos el de Joel Ortega Cuevas, a quien le fue asignado el cargo de director general del Sistema de Transporte Colectivo Metro.


Fragmento del libro Línea 12. Crónica de una tragedia anunciada (Planeta), © 2021, Icela Lagunas. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México




ESCUCHA MÁS SOBRE ESTE TEMA EN EL PODCAST ⬇️

Disponible en: Acast, Spotify, Apple Podcasts, Google Podcasts, Deezer, Amazon Music

Política

Diputados de la 4T aprueban la Ley de Amnistía

La Ley de Amnistía permitirá al titular del Ejecutivo beneficiar a personas procesadas que aporten elementos para esclarecer casos relevantes

Mundo

Corte de Nueva York anula condena de Harvey Weinstein por delito sexual

En 2023 Harvey Weinstein fue condenado en California a 16 años de prisión por la violación en 2013 contra una actriz

Finanzas

Pico de gallo sale más caro en abril

El kilo de cebolla llegó a los 30 pesos en la primera quincena del cuarto mes, con alza de 99.4 por ciento

CDMX

¿Transporte en CDMX sin costo? Expertos explican que es posible

Especialistas plantean beneficio para pasajeros de bajos y medios ingresos, pues destinan 20 por ciento en traslados

Mundo

Washington envió armas a Ucrania en secreto

Biden promulgó una ley que permitirá el envío de armamento a Ucrania en cuestión de horas

Metrópoli

Edomex busca poner orden a transporte público con nueva ley de movilidad

El secretario de Movilidad mexiquense también confirmó que no habrá incrementos en las tarifas del transporte público en el Estado de México durante este año