Fe, devoción y rezos; dolor y angustia; meditación y reflexión; el sentir de miles de personas mezclados, y el encuentro de almas que sin conocerse se persignaban. Las calles parecían venas y la gente sangre que corría por ellas para ser partícipes de las últimas horas del Cristo de Iztapalapa. Ya había pasado la traición de Judas Iscariote y el encierro, ahora, el recorrido amargo rumbo a la crucifixión.
Iztapalapa, convertida en un pequeño Jerusalén revivió las últimas horas del hijo de Jehová en la tierra dentro de lo que fue la 180 representación de la Vida y Muerte de Jesucristo. Cada uno de los pasajes bíblicos fueron representados por habitantes de esta demarcación. Los nazarenos también hicieron lo propio, y siguieron los pasos del Mesías al Cerro de la Estrella.
Fueron más de 2 millones de almas que se congregaron a lo largo y ancho de la zona centro de la Alcaldía Iztapalapa para ver el paso de Jesús de Nazaret –David Uriel González Martínez- rumbo a su cita final: la base donde se colocaría la cruz que le esperaba en el Cerro de la Estrella, que por algunas horas ayer se convirtió en el Gólgota.
Cuando los rayos del sol caían a plomo al mediodía, Jesús fue sacado de prisión –la casa de los ensayos- para ser presentado ante Poncio Pilatos. Un grupo de soldados romanos lo escoltaban amarrado de las manos con una cuerda para que fuera castigado por decirse ser el Hijo de Dios, Rey de los Judíos y salvador de la humanidad. En ese trayecto fue víctima de agresiones e insultos.
Los sumos pontífices incitaban a la gente mientras que Poncio Pilatos salía al balcón a ver qué pasaba en la calle. Antes de acudir, su esposa Claudia le dice que tuvo un sueño premonitorio y que se iba a cometer una injusticia con un ser inocente. Pilatos, es detenido unos momentos por su mujer, quien le ruega que le perdone la vida a Jesús y él se compromete a hacerlo.
Sin embargo, Pilatos al tener frente a él a Jesús, le pide que se defienda de las acusaciones en su contra pero solamente clava su mirada en Poncio, quien luego de varios minutos decide poner en manos del Rey Herodes la vida del Nazareno. De nueva cuenta dicen cuáles son los delitos cometidos por el carpintero: decirse Rey de los Judíos y es cuando Herodes, burlándose, le pide que resucitara a David.
Le dijo que solamente con esa acción le creería que en verdad era el enviado del Señor. Sereno, sin pronunciar palabra alguna, Cristo escuchaba los cuestionamientos. Tras de él, los fariseos agitaban a los asistentes, se sentían molestos por las aseveraciones de Jesús; ya molesto por el silencio, Herodes dio la orden para que fuera regresado ante Poncio Pilatos para que fuera él quien decidiera sobre la vida o la muerte.
Ya ante Poncio y con la promesa hecha a su esposa Claudia, Pilatos dijo: “No entiendo qué mal les ha hecho este hombre”, y entonces les preguntó a los habitantes del pueblo de Judá: “a quién quieren que deje en libertad, al ladrón Barrabas o a su Rey Jesús de Nazaret”. Como en coro solicitaron la libertad del ladrón y asesino Barrabas y ordenara la crucifixión del Mesías en el Gólgota.
“Soy inocente de la muerte de este hombre”, dijo Poncio para entonces solicitar le arrimaran un balde con agua para entonces lavarse las manos. Al ver que Pilatos les dejaba en sus manos castigar al blasfemo, como decían, los pontífices dieron la orden de que fuera llevado para amarrarlo a un pilar instalado en la plaza Cuitláhuac donde le dieron un sinnúmero de latigazos en todo el cuerpo.
Lastimado por los azotes y con el cuerpo maltrecho y ensangrentado siguió siendo víctima de las burlas y humillaciones. Cerca de él pasa corriendo Barrabas gustoso porque le dieron su libertad sin que pagara por los robos y homicidios cometidos.
Nota publicada en La Prensa