/ miércoles 23 de agosto de 2017

Ciudad Juárez: una ciudad que resiste

Trabaja por reinventar su historia como lo hace al compás de cada tempestad

Un militar fornido revisa maletas al azar a quienes aterrizan en el Aeropuerto Internacional “Abraham González” de Ciudad Juárez, Chihuahua. Tres más custodian la terminal aérea que siete años atrás parecía un fuerte militar en espera de un ataque del enemigo. En el 2010, el presidente Felipe Calderón enviaría a la ciudad más violenta del mundo un Ejército compuesto por doce mil hombres con tanques de guerra, lanzagranadas y soldados al frente con collares en el pecho hechos de balas de alto alcance, capaces de repeler una agresión de cuatro horas ininterrumpidas, en un territorio donde se llegó a asesinar año con año a 3 mil personas, la cuarta parte del aforo del Auditorio Nacional.

Hoy, a siete años de distancia, Ciudad Juárez trabaja por reinventar su historia como lo hace al compás de cada tempestad. Como cuando salen a trabajar en el verano las mujeres a las maquiladoras con temperaturas que superan los 40 grados y el viento sopla en el cuerpo como una secadora de cabello a la cara. Como salir a dejar los niños a la escuela en los inviernos de enero a menos 10 grados centígrados con autopistas que no son las de Canadá, sin ropa térmica que los arrope ni calentadores empotrados en las paredes. Juárez se levanta aun con las heridas abiertas de una violencia que les dejó a todos un amor en el cementerio, como diciendo que el miedo siempre está dispuesto a ver las cosas peor de lo que son.

 

Los pocos soldados que resguardan la ciudad, se repliegan en el aeropuerto, uno que otro en centro comercial o en una que otra avenida principal. Porque la seguridad del municipio pasó de 20 mil hombres del Ejército a dos mil 500 policías municipales, certificados por primera vez en México por el Instituto de Seguridad y la Democracia y sus propios ciudadanos. La iniciativa del Insyde reconoce la labor de la policía municipal a través de un vínculo roto durante años en Juárez: sociedad y agentes policiales.

Cindy es policía desde hace 17 años y recuerda, subida en su patrulla, cuando la violencia sacudió Juárez y la gente le gritaba después de un multihomicidio, culpándola por no cuidarlos. Alguien le llegó a escupir. La mujer del rifle y sus demás compañeros estuvieron 15 meses preparándose para recibir la certificación policial por parte de los mismos ciudadanos que hace siete años desconfiaban de su labor porque en casi todos los casos delictivos, un policía resultaba inmiscuido. Hoy día, la policía municipal de Ciudad Juárez se erige como una institución de calidad a partir de estándares de prevención del delito, responsabilidad policial, vialidad y tránsito, infraestructura y equipo.

 

 

Juárez es una ciudad que resiste. Así lo reconoció la Fundación Rockefeller en Singapur a finales del 2014 al seleccionarla dentro de las 35 ciudades con capacidad de reponerse a la adversidad y promover políticas públicas de resistencia física, social y económica. Junto a Juárez, los nombres de otras ciudades que deambulan entre el miedo y la esperanza como Accra, Ghana, Wellington y Nueva Zelanda. Todas reciben hasta 100 millones de dólares para que se conviertan en modelos a seguir para otras ciudades en prevención y resiliencia.

Hoy, quinientas mujeres y dos mil hombres trabajan en la policía municipal de Ciudad Juárez en un nuevo  modelo policiaco basado más en la prevención que en la operación. Los policías trabajan para ser cercanos a su comunidad, hablan con madres de familia, dan charlas de prevención del delito, detienen delincuentes, persiguen ladrones de casa habitación o comercio, el delito más elevado en el 2017cuando hace apenas seis o siete años, levantaban muertos, sacaban cabezas y torsos de bolsas plásticas y el resguardo de su ciudad, estaba en manos de doce mil hombres del Ejército y la Marina.

Es el segundo lunes del 2016 y Juárez ya no amanece contando muertos en la estación de radio. Hace 28 meses que no se recibe una denuncia de secuestro en el Ministerio Público en la entidad que anteriormente registró entre uno y tres secuestros diarios. La pugna entre el cártel de Juárez y el de Sinaloa, además de los secuestros, “puso de rodillas a cinco millones de chihuahuenses”, dice César Omar Muñoz, quien estuvo al frente de la Secretaría de Seguridad Pública municipal.

 

Pasando la Avenida de los Insurgentes, una de las vías principales de Ciudad Juárez, una muchacha se frota las manos mientras espera que el semáforo esté en verde. Del lado derecho, una camioneta deja la ventana abierta para que un perro asome la cabeza. En un pasado no muy lejano, ningún automovilista miraba a los ojos a otro conductor, el claxon no se tocaba para rebasar a nadie, así murieron cientos. La mirada fija en el horizonte sin voltear a nadie, fue un código de protección que les salvó la vida a muchos y que hoy no existe.

La clase política hizo su papel en tiempos donde un alcalde de Juárez, gobernaba desde Estados Unidos. Los tres órdenes de gobierno, federal, estatal y municipal, apoyaron en la modificación de 220 leyes y cambió la jugada a los delincuentes. Se endurecieron penas contra el secuestro y la extorsión, los delincuentes supieron que secuestrar, extorsionar o asesinar, los llevaría a prisión de por vida cuando hasta el 2011 podrían salir por el mismo delito en tres años y si eras menor de edad, quedabas en libertad en un par de meses. 

Se hizo limpieza de las cárceles y en el Centro de Readaptación Social número 03, considerado en el ayer como uno de los más peligrosos de América Latina. Este fue uno de los escenarios donde el Papa Francisco celebró uno de los eventos más emotivos en su visita a México delante de 700 reos que hoy pagan condenas en un reclusorio que refuerza sus medidas de seguridad, con custodios capacitados y directores que tienen el deber de respetar los Derechos Humanos.

 

Pero Juárez tiene una tentación a cuestas, poderosa, apetitosa para los más de 100 mil niños que crecen solos mientras ambos padres van a trabajar en la maquiladora y para el delincuente común, el organizado, el político, el empresario: pasando un puente se encuentra Estados Unidos, el consumidor más voraz del mundo, ese que daña la cabeza al más sensato. La disputa por el trasiego de la droga sigue siendo una constante, de Juárez a Chihuahua, la capital, que en los primeros días de febrero de este año registró 31 asesinatos superando las cifras de los últimos dos años anteriores. Resurgen los crímenes violentos, el asesinato a periodistas, los mensajes en los cadáveres. Lo documenta InSight Crime y los chihuahuenses que desconfían de las aguas mansas.

Hoy el viento sopla a favor en la ciudad del Nova Nova. Si el 2010 cerró con tres mil homicidios, cinco años después habían 300. De 76 secuestros anuales, años más tarde no hubo ninguno. La ciudad adoptiva del cantante Juan Gabriel, intenta escribir otra historia sin borrar las heridas del ayer. Una donde las gasolineras abandonadas y los depósitos de autos quemados que se resistieron a pagar una extorsión, no sean más aquella fotografía de un pueblo vaquero secuestrado por el narco.

Hoy Ciudad Juárez vive en la encrucijada entre dos historias que tiene por contar y trabaja por definir cómo quiere ser recordada: como una de las ciudades más violentas del mundo, o cómo un lugar que también supo apostarle a la paz.

Un militar fornido revisa maletas al azar a quienes aterrizan en el Aeropuerto Internacional “Abraham González” de Ciudad Juárez, Chihuahua. Tres más custodian la terminal aérea que siete años atrás parecía un fuerte militar en espera de un ataque del enemigo. En el 2010, el presidente Felipe Calderón enviaría a la ciudad más violenta del mundo un Ejército compuesto por doce mil hombres con tanques de guerra, lanzagranadas y soldados al frente con collares en el pecho hechos de balas de alto alcance, capaces de repeler una agresión de cuatro horas ininterrumpidas, en un territorio donde se llegó a asesinar año con año a 3 mil personas, la cuarta parte del aforo del Auditorio Nacional.

Hoy, a siete años de distancia, Ciudad Juárez trabaja por reinventar su historia como lo hace al compás de cada tempestad. Como cuando salen a trabajar en el verano las mujeres a las maquiladoras con temperaturas que superan los 40 grados y el viento sopla en el cuerpo como una secadora de cabello a la cara. Como salir a dejar los niños a la escuela en los inviernos de enero a menos 10 grados centígrados con autopistas que no son las de Canadá, sin ropa térmica que los arrope ni calentadores empotrados en las paredes. Juárez se levanta aun con las heridas abiertas de una violencia que les dejó a todos un amor en el cementerio, como diciendo que el miedo siempre está dispuesto a ver las cosas peor de lo que son.

 

Los pocos soldados que resguardan la ciudad, se repliegan en el aeropuerto, uno que otro en centro comercial o en una que otra avenida principal. Porque la seguridad del municipio pasó de 20 mil hombres del Ejército a dos mil 500 policías municipales, certificados por primera vez en México por el Instituto de Seguridad y la Democracia y sus propios ciudadanos. La iniciativa del Insyde reconoce la labor de la policía municipal a través de un vínculo roto durante años en Juárez: sociedad y agentes policiales.

Cindy es policía desde hace 17 años y recuerda, subida en su patrulla, cuando la violencia sacudió Juárez y la gente le gritaba después de un multihomicidio, culpándola por no cuidarlos. Alguien le llegó a escupir. La mujer del rifle y sus demás compañeros estuvieron 15 meses preparándose para recibir la certificación policial por parte de los mismos ciudadanos que hace siete años desconfiaban de su labor porque en casi todos los casos delictivos, un policía resultaba inmiscuido. Hoy día, la policía municipal de Ciudad Juárez se erige como una institución de calidad a partir de estándares de prevención del delito, responsabilidad policial, vialidad y tránsito, infraestructura y equipo.

 

 

Juárez es una ciudad que resiste. Así lo reconoció la Fundación Rockefeller en Singapur a finales del 2014 al seleccionarla dentro de las 35 ciudades con capacidad de reponerse a la adversidad y promover políticas públicas de resistencia física, social y económica. Junto a Juárez, los nombres de otras ciudades que deambulan entre el miedo y la esperanza como Accra, Ghana, Wellington y Nueva Zelanda. Todas reciben hasta 100 millones de dólares para que se conviertan en modelos a seguir para otras ciudades en prevención y resiliencia.

Hoy, quinientas mujeres y dos mil hombres trabajan en la policía municipal de Ciudad Juárez en un nuevo  modelo policiaco basado más en la prevención que en la operación. Los policías trabajan para ser cercanos a su comunidad, hablan con madres de familia, dan charlas de prevención del delito, detienen delincuentes, persiguen ladrones de casa habitación o comercio, el delito más elevado en el 2017cuando hace apenas seis o siete años, levantaban muertos, sacaban cabezas y torsos de bolsas plásticas y el resguardo de su ciudad, estaba en manos de doce mil hombres del Ejército y la Marina.

Es el segundo lunes del 2016 y Juárez ya no amanece contando muertos en la estación de radio. Hace 28 meses que no se recibe una denuncia de secuestro en el Ministerio Público en la entidad que anteriormente registró entre uno y tres secuestros diarios. La pugna entre el cártel de Juárez y el de Sinaloa, además de los secuestros, “puso de rodillas a cinco millones de chihuahuenses”, dice César Omar Muñoz, quien estuvo al frente de la Secretaría de Seguridad Pública municipal.

 

Pasando la Avenida de los Insurgentes, una de las vías principales de Ciudad Juárez, una muchacha se frota las manos mientras espera que el semáforo esté en verde. Del lado derecho, una camioneta deja la ventana abierta para que un perro asome la cabeza. En un pasado no muy lejano, ningún automovilista miraba a los ojos a otro conductor, el claxon no se tocaba para rebasar a nadie, así murieron cientos. La mirada fija en el horizonte sin voltear a nadie, fue un código de protección que les salvó la vida a muchos y que hoy no existe.

La clase política hizo su papel en tiempos donde un alcalde de Juárez, gobernaba desde Estados Unidos. Los tres órdenes de gobierno, federal, estatal y municipal, apoyaron en la modificación de 220 leyes y cambió la jugada a los delincuentes. Se endurecieron penas contra el secuestro y la extorsión, los delincuentes supieron que secuestrar, extorsionar o asesinar, los llevaría a prisión de por vida cuando hasta el 2011 podrían salir por el mismo delito en tres años y si eras menor de edad, quedabas en libertad en un par de meses. 

Se hizo limpieza de las cárceles y en el Centro de Readaptación Social número 03, considerado en el ayer como uno de los más peligrosos de América Latina. Este fue uno de los escenarios donde el Papa Francisco celebró uno de los eventos más emotivos en su visita a México delante de 700 reos que hoy pagan condenas en un reclusorio que refuerza sus medidas de seguridad, con custodios capacitados y directores que tienen el deber de respetar los Derechos Humanos.

 

Pero Juárez tiene una tentación a cuestas, poderosa, apetitosa para los más de 100 mil niños que crecen solos mientras ambos padres van a trabajar en la maquiladora y para el delincuente común, el organizado, el político, el empresario: pasando un puente se encuentra Estados Unidos, el consumidor más voraz del mundo, ese que daña la cabeza al más sensato. La disputa por el trasiego de la droga sigue siendo una constante, de Juárez a Chihuahua, la capital, que en los primeros días de febrero de este año registró 31 asesinatos superando las cifras de los últimos dos años anteriores. Resurgen los crímenes violentos, el asesinato a periodistas, los mensajes en los cadáveres. Lo documenta InSight Crime y los chihuahuenses que desconfían de las aguas mansas.

Hoy el viento sopla a favor en la ciudad del Nova Nova. Si el 2010 cerró con tres mil homicidios, cinco años después habían 300. De 76 secuestros anuales, años más tarde no hubo ninguno. La ciudad adoptiva del cantante Juan Gabriel, intenta escribir otra historia sin borrar las heridas del ayer. Una donde las gasolineras abandonadas y los depósitos de autos quemados que se resistieron a pagar una extorsión, no sean más aquella fotografía de un pueblo vaquero secuestrado por el narco.

Hoy Ciudad Juárez vive en la encrucijada entre dos historias que tiene por contar y trabaja por definir cómo quiere ser recordada: como una de las ciudades más violentas del mundo, o cómo un lugar que también supo apostarle a la paz.

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