/ sábado 20 de junio de 2020

Manuel, papá por adopción

Adoptar no es un acto de altruismo, sino de integración mutua. Si en pareja resulta cuesta arriba, siendo soltero, tanto el trámite como el reto de formar una familia, se vuelve aún más complicado

“Es que tiene que venir la mamá del niño”. Esta es una de las frases que más ha escuchado Manuel desde que se convirtió en padre soltero.

“En la escuela, en las oficinas de gobierno, en los cumpleaños de los amiguitos, es común que sea requerida de manera preferente la presencia de las madres, quienes son las que de manera más común se hacen cargo de las ‘cosas de los niños’. Entonces yo les explico mi situación: que soy padre soltero, que yo me hago cargo por completo de mi hijo”.

Acto seguido, le dan el pésame, suponiendo que la madre ha muerto. “Porque tampoco suponen que sea divorciado, ya que todos asumen que en ese caso el niño estaría con la mamá”.

“La siguiente suposición que hace la gente es que soy gay, pero tampoco es mi caso. Yo respeto las preferencias sexuales de los demás y no tendría ningún problema para asumir una sexualidad alternativa, pero, insisto, no es el caso”.

Manuel (nombre ficticio para proteger su identidad) es el padre soltero de un niño de 9 años, adoptado.

Foto: Pixabay

TRAMITOLOGÍA

Él no se amilana ante estas expresiones que escucha todo el tiempo. Ríe. Entiende que es una cuestión cultural. Ni siquiera lo asume como discriminación sino como un choque cultural. Tampoco se victimiza, porque al final ha logrado cumplir su rol de padre/madre y las resistencias a este esquema familiar nunca han sido agresivas.

¿Cómo entonces llegó Manuel a este punto? Y comienza un relato, ese sí, más doloroso. “Yo estaba casado y durante años mi esposa y yo tratamos de tener hijos, sin éxito. Conforme avanzaba el reloj biológico de ambos buscamos la manera de concebir varias veces vía métodos de reproducción asistida, también sin resultados.

Tras un proceso frustrante, caro, doloroso para ella que se llenó de hormonas y que incluso nos llevó a buscar clínicas fuera del país, lo que comió buena parte de nuestros ahorros, no hubo forma de lograr nuestro objetivo”.

Fue entonces que tomaron la decisión de adoptar a un pequeño. Como pareja iniciaron solicitudes en las instituciones privadas y públicas que existen para el caso.

“En el DIF nos dijeron que llenáramos nuestra solicitud, pero que le echáramos paciencia, porque el trámite podría ir de los 2 a los 5 años, si bien nos iba. En las instituciones privadas la cosa tampoco fue prometedora en un principio. En una nos pedían estar casados por la Iglesia; otros nos dijeron que excedíamos la edad que ellos preferían para ser padres; uno más pedía que alguno de los dos renunciara a su trabajo para atender de manera completa al niño o niña adoptado”.

Al final encontraron una que no les puso tantos “peros” y avanzaron en su trámite. Comenzaron a hacer los cursos obligatorios de adopción, donde se explican los retos de formar una familia por adopción, porque los niños institucionalizados, sobre todo cuando ya no son bebés, necesitan un seguimiento psicológico muy especial.

POR SU CUENTA

“Estábamos en eso, con los trámites y la solicitud entregada, cuando vino el rompimiento del matrimonio, comenzamos a tener puntos divergentes de ver la vida, no sólo en el caso de la adopción, y decidimos de mutuo acuerdo no seguir juntos·, explica Manuel.

En casos así suele interrumpirse el proceso de adopción.

“Pero yo decidí preguntar si podía seguirlo por mi cuenta. Lo deseaba y busqué concretarlo. Los de la institución me dijeron que nunca habían tenido un caso así, que tienen muchas madres solteras, pero no de papás que hayan seguido solos. Fueron amables, pero dudaron. Consultaron con su patronato. Me dijeron que por el divorcio no estaba apto psicológicamente para asumir esa responsabilidad; que estaba en una etapa equivalente al duelo, lo cual no hace recomendable asumir la responsabilidad de una vida más.

“Les dije que estaba dispuesto a comenzar de cero los estudios psicológicos y socioeconómicos. Busqué documentar casos similares para usarlos en mi favor, pero no encontré nada. Había parejas del mismo sexo, o quienes enviudaban al poco tiempo de adoptar, pero nada como lo mío”.

Foto: Pixabay

Lo dejaron en espera varios meses “hasta que un día me llamaron. Me preguntaron si mantenía mi intención y que, de ser así, me someterían a muchos estudios de viabilidad pero que no se comprometían a nada, ya que el juez que tendría necesariamente que concederme la patria potestad podría tener muchas dudas por lo raro del caso”.

Fue entonces que le presentaron a Israel (nombre también cambiado por protección de la identidad) “Fue un clic inmediato. Él tenía seis años de edad. Lo asumí como propio aun cuando apenas estábamos en la etapa que se llama de convivencias. Para mi sorpresa el trámite legal fluyó sin contratiempos, aunque con una sobrecarga de estudios psicológicos inaudita. Me di cuenta de algo: cuando una madre soltera busca adoptar, las investigaciones previas se cargan en su solvencia económica; pero en mi caso buscaban cancelar toda posibilidad de que yo fuera una especie de pervertido”.

“Ya en la modalidad de juicios orales, un año después, el juez decidió otorgarme la patria potestad de Israel y aquí estamos. Fue cuando comenzamos la vida en común, ya que cuando se adopta no se trata de asumir un hijo, sino de formar una familia, porque al final él también te adopta y te complementa. No es un acto de altruismo sino de integración mutua. Eso muchas veces la gente no entiende, que cree que es como si adoptaran un animalito”.

TAMBIÉN “MAMÁ”

Manuel pasó entonces a la etapa de ser también “mamá” en la vida cotidiana: preparar los alimentos, mandarlo a la escuela, tareas.

“¿Sabes donde tuve mi mayor reto? En mi trabajo, donde asumían que la crianza de los hijos no era cosa de los hombres. Tuve que pedir permisos especiales, tiempo para juntas escolares, me ponían juntas de trabajo a deshoras, no fui a parrandas de networking, inasistencias cuando Israel enfermaba y no me lo admitían en la escuela. Y ya sabes, las consabidas burlas; un bullying de adultos muy chocante. Un ritmo cansado en lo físico y desgastante en lo emocional, pues la adaptación a la vida familiar no es fácil. La construcción del apego no se da de la noche a la mañana”.

Foto: Pixabay

Fue entonces que decidió renunciar a su trabajo y hacerlo por su cuenta, en casa, con mayor control de su tiempo y de su carga de trabajo. Y el panorama se fue aclarando. “Fue la mejor decisión que pude tomar. No está exenta de problemas de organización y logística, pero cuando menos tengo más control de mi vida”.

¿Arrepentido?

“Jamás. Tener una familia es lo mejor que me ha pasado, con todo y nuestra peculiaridad. El apego con Israel ha crecido y ya hay días en que somos un familia normal. El resto de mi familia ha apoyado increíblemente y eso me ha ayudado a apoyarme en esta aventura de ser padre soltero adoptivo”.

“Es que tiene que venir la mamá del niño”. Esta es una de las frases que más ha escuchado Manuel desde que se convirtió en padre soltero.

“En la escuela, en las oficinas de gobierno, en los cumpleaños de los amiguitos, es común que sea requerida de manera preferente la presencia de las madres, quienes son las que de manera más común se hacen cargo de las ‘cosas de los niños’. Entonces yo les explico mi situación: que soy padre soltero, que yo me hago cargo por completo de mi hijo”.

Acto seguido, le dan el pésame, suponiendo que la madre ha muerto. “Porque tampoco suponen que sea divorciado, ya que todos asumen que en ese caso el niño estaría con la mamá”.

“La siguiente suposición que hace la gente es que soy gay, pero tampoco es mi caso. Yo respeto las preferencias sexuales de los demás y no tendría ningún problema para asumir una sexualidad alternativa, pero, insisto, no es el caso”.

Manuel (nombre ficticio para proteger su identidad) es el padre soltero de un niño de 9 años, adoptado.

Foto: Pixabay

TRAMITOLOGÍA

Él no se amilana ante estas expresiones que escucha todo el tiempo. Ríe. Entiende que es una cuestión cultural. Ni siquiera lo asume como discriminación sino como un choque cultural. Tampoco se victimiza, porque al final ha logrado cumplir su rol de padre/madre y las resistencias a este esquema familiar nunca han sido agresivas.

¿Cómo entonces llegó Manuel a este punto? Y comienza un relato, ese sí, más doloroso. “Yo estaba casado y durante años mi esposa y yo tratamos de tener hijos, sin éxito. Conforme avanzaba el reloj biológico de ambos buscamos la manera de concebir varias veces vía métodos de reproducción asistida, también sin resultados.

Tras un proceso frustrante, caro, doloroso para ella que se llenó de hormonas y que incluso nos llevó a buscar clínicas fuera del país, lo que comió buena parte de nuestros ahorros, no hubo forma de lograr nuestro objetivo”.

Fue entonces que tomaron la decisión de adoptar a un pequeño. Como pareja iniciaron solicitudes en las instituciones privadas y públicas que existen para el caso.

“En el DIF nos dijeron que llenáramos nuestra solicitud, pero que le echáramos paciencia, porque el trámite podría ir de los 2 a los 5 años, si bien nos iba. En las instituciones privadas la cosa tampoco fue prometedora en un principio. En una nos pedían estar casados por la Iglesia; otros nos dijeron que excedíamos la edad que ellos preferían para ser padres; uno más pedía que alguno de los dos renunciara a su trabajo para atender de manera completa al niño o niña adoptado”.

Al final encontraron una que no les puso tantos “peros” y avanzaron en su trámite. Comenzaron a hacer los cursos obligatorios de adopción, donde se explican los retos de formar una familia por adopción, porque los niños institucionalizados, sobre todo cuando ya no son bebés, necesitan un seguimiento psicológico muy especial.

POR SU CUENTA

“Estábamos en eso, con los trámites y la solicitud entregada, cuando vino el rompimiento del matrimonio, comenzamos a tener puntos divergentes de ver la vida, no sólo en el caso de la adopción, y decidimos de mutuo acuerdo no seguir juntos·, explica Manuel.

En casos así suele interrumpirse el proceso de adopción.

“Pero yo decidí preguntar si podía seguirlo por mi cuenta. Lo deseaba y busqué concretarlo. Los de la institución me dijeron que nunca habían tenido un caso así, que tienen muchas madres solteras, pero no de papás que hayan seguido solos. Fueron amables, pero dudaron. Consultaron con su patronato. Me dijeron que por el divorcio no estaba apto psicológicamente para asumir esa responsabilidad; que estaba en una etapa equivalente al duelo, lo cual no hace recomendable asumir la responsabilidad de una vida más.

“Les dije que estaba dispuesto a comenzar de cero los estudios psicológicos y socioeconómicos. Busqué documentar casos similares para usarlos en mi favor, pero no encontré nada. Había parejas del mismo sexo, o quienes enviudaban al poco tiempo de adoptar, pero nada como lo mío”.

Foto: Pixabay

Lo dejaron en espera varios meses “hasta que un día me llamaron. Me preguntaron si mantenía mi intención y que, de ser así, me someterían a muchos estudios de viabilidad pero que no se comprometían a nada, ya que el juez que tendría necesariamente que concederme la patria potestad podría tener muchas dudas por lo raro del caso”.

Fue entonces que le presentaron a Israel (nombre también cambiado por protección de la identidad) “Fue un clic inmediato. Él tenía seis años de edad. Lo asumí como propio aun cuando apenas estábamos en la etapa que se llama de convivencias. Para mi sorpresa el trámite legal fluyó sin contratiempos, aunque con una sobrecarga de estudios psicológicos inaudita. Me di cuenta de algo: cuando una madre soltera busca adoptar, las investigaciones previas se cargan en su solvencia económica; pero en mi caso buscaban cancelar toda posibilidad de que yo fuera una especie de pervertido”.

“Ya en la modalidad de juicios orales, un año después, el juez decidió otorgarme la patria potestad de Israel y aquí estamos. Fue cuando comenzamos la vida en común, ya que cuando se adopta no se trata de asumir un hijo, sino de formar una familia, porque al final él también te adopta y te complementa. No es un acto de altruismo sino de integración mutua. Eso muchas veces la gente no entiende, que cree que es como si adoptaran un animalito”.

TAMBIÉN “MAMÁ”

Manuel pasó entonces a la etapa de ser también “mamá” en la vida cotidiana: preparar los alimentos, mandarlo a la escuela, tareas.

“¿Sabes donde tuve mi mayor reto? En mi trabajo, donde asumían que la crianza de los hijos no era cosa de los hombres. Tuve que pedir permisos especiales, tiempo para juntas escolares, me ponían juntas de trabajo a deshoras, no fui a parrandas de networking, inasistencias cuando Israel enfermaba y no me lo admitían en la escuela. Y ya sabes, las consabidas burlas; un bullying de adultos muy chocante. Un ritmo cansado en lo físico y desgastante en lo emocional, pues la adaptación a la vida familiar no es fácil. La construcción del apego no se da de la noche a la mañana”.

Foto: Pixabay

Fue entonces que decidió renunciar a su trabajo y hacerlo por su cuenta, en casa, con mayor control de su tiempo y de su carga de trabajo. Y el panorama se fue aclarando. “Fue la mejor decisión que pude tomar. No está exenta de problemas de organización y logística, pero cuando menos tengo más control de mi vida”.

¿Arrepentido?

“Jamás. Tener una familia es lo mejor que me ha pasado, con todo y nuestra peculiaridad. El apego con Israel ha crecido y ya hay días en que somos un familia normal. El resto de mi familia ha apoyado increíblemente y eso me ha ayudado a apoyarme en esta aventura de ser padre soltero adoptivo”.

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