Acostumbrados como estamos a la corrupción probada, que no juzga, de múltiples funcionarios públicos, la telenovela llamada Emilio "N", el exdirector de Pemex, podría no concitar los ratings que uno esperaría.
Son varias las historias de corrupción que constituyen la mitología política de México, pero este caso guarda una auténtica novedad. Y es que no me llega a la memoria un caso como el de don Emilio, en el que una figura de primer nivel en la estructura de poder mexicano reciente haya decidido romper filas con el pacto no escrito entre los poderosos de México: No Rajarás.
La corrupción sistémica mexicana, aquella que se sirve de lo público para beneficiar a una cleptocracia solapada por el presidente, la podemos remontar hasta el sexenio de Miguel Alemán, el presidente empresario que modernizó e industrializó al país a cambio de enriquecer a sus cuates. Su sucesor, Adolfo Ruiz Cortines, hombre honesto pero fiel al régimen, también estrenó la tradición de que si no se roba al menos no se persigue la corrupción pasada.
Estos mandamientos, los de robar, solapar y no rajar, son pilares estructurales del poder mexicano, mismos que don Emilio pretende dinamitar. Cosa que no sucedió siquiera durante 12 años de panismo, dicho sea de paso.
De forma oficial, la defensa de don Emilio lanzó una amenaza misteriosa al decir que "en su momento se realizarán las denuncias y se precisarán las personas y los cargos" de "un aparato organizado de poder que se alejó del derecho para establecer diversos hechos".
¡Sopas!
¿Quiénes están en ese "aparato organizado de poder alejado del derecho" y hasta qué nivel van a llegar las acusaciones de don Emilio?
Si algo nos ha enseñado la historia mexicana es que la corrupción sistémica está basada en la complacencia presidencial. En consecuencia, si el testimonio de don Emilio guarda una narrativa lógica, éste debería pasar por acusar al expresidente Enrique Peña Nieto de colusión.
Ahí se va a poner aún más interesante la cosa, pues el presidente López Obrador ha mostrado poca voluntad de acusar y perseguir a su antecesor.
Queda ver si será don Emilio quien fuerce finalmente la mano de la 4T para actuar contra Peña Nieto.
Al menos Luis Videgaray, el segundo al mando del sexenio pasado e íntimo amigo del presidente Peña Nieto, ya fue salpicado si nos atenemos a la filtración del diario Reforma, el cual asegura que en el testimonio de don Emilio se le acusa de haber organizado el reparto de 52 millones de pesos en sobornos para la aprobación de la Reforma Energética.
Si hay quien piensa que Emilio "N" no va a ser utilizado como propaganda política por parte del actual gobierno de la República está siendo omiso de su ADN y el del presidente.
La propuesta del candidato López Obrador, así como su discurso axial ya siendo presidente, siempre ha sido el combate a la corrupción pasada. Nunca nos prometió reformas profundas, infraestructura de primer mundo ni una economía moderna. Pedirle al presidente que no se ufane de la victoria moral que representa tener a don Emilio cantando a los cuatro vientos es pedirle no ser él.
La base electoral que lo llevó al poder precisamente descansaba en la promesa de traer a cuentas a los corruptos. En ese sentido el presidente está cumpliendo. Veremos si el electorado está dispuesto a pasar de largo una economía entristecida, una administración pública ineficiente y un manejo de la pandemia al menos cuestionable. La prueba inmediata está a meses de distancia con las elecciones intermedias.
Si de llevar a juicio a políticos corruptos para salvar la cara se trata, la 4T tiene para echar pa' arriba. El nuevo mejor amigo del gobierno, don Emilio, tendrá la última palabra.
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