/ sábado 23 de septiembre de 2017

La pesadilla de perder el hogar

Veinte segundos bastaron para cambiar el modo de vivir

Veinte segundos bastaron para cambiar el modo de vivir y convivir de cientos de familias. De tener un hogar donde vivían acostumbrados a ellos mismos nada más, de pronto se vieron conviviendo en una cancha de básquetbol con decenas de familias más. Cambiaron sus camas con colchones por una colchoneta en el suelo y su ropa en el clóset o ropero, por una bolsa negra a un lado.

Son cerca de 400 los habitantes de la colonia Altavista, de Cuernavaca, capital del estado de Morelos, quienes a raíz del sismo del 19 de septiembre perdieron hasta el modo de vivir.

Hoy conviven con cientos de desconocidos y duermen todos juntos en la cancha de básquetbol de la secundaria 2 “Francisco González Bocanegra”. Algunos prefirieron las gradas de cemento para acomodarse por las noches. Unos duermen sentados; otros, acostados.

Familias de cinco o más integrantes ocupan varias colchonetas para acomodarse y permanecer juntos. En algunos casos, hasta el perro se acomoda a su lado. Se acabó la intimidad para el descanso… igual que la comodidad del hogar. En la noche es cuando empiezan a sentir la nostalgia de su casa, pero saben que solo pasando estas incomodidades podrán estar a salvo, aunque eso no les alivia el miedo que tienen al esperar una réplica del temblor.

“Quisiéramos regresar a nuestra casa pero estamos en riesgo. Nos han apoyado mucho, pero extrañamos y estamos preocupados por nuestra casa” expresó el señor Joaquín Díaz Calderón, quien debe quedarse en el albergue ante la advertencia de las autoridades, porque la zona donde vivía es una barranca a punto de colapsar.

En el lugar se registraron cerca de 400 personas. Unas solo van a pasar la noche y en el día se ocupan de otras actividades fuera. Otras optaron por irse con sus familiares. De quienes están aquí, deben aprender a convivir y a respetar las reglas: las luces se apagan a determinada hora y, a partir de ahí, procurar no hacer ruido para no molestar a los demás.

Deben compartir los sanitarios que anteriormente eran usados por los alumnos adolescentes y no hay un lugar dónde bañarse, por lo que muchos regresan a sus casas para hacerlo o a la de algún familiar.

Encamorrados comienzan a levantarse alrededor de las 07:00 horas. Despiertan revisando el lugar, porque de pronto no saben dónde están. El nerviosismo y el miedo de que se presente otro sismo es latente, además de que ahora saben más que nunca que “no hay nada como estar en casa”.

A las 10:00 horas comienzan a llegar al comedor para desayunar y almorzar. Lo hacen por turnos para que todos tengan un lugar dónde sentarse. Muchos se apresuran por miedo a no alcanzar comida. Hay quienes no se atreven a pedir un poco más, “porque me quedó un huequito”. Saben que debe alcanzar para todos. Y tampoco se vale dejar comida. Esas son las reglas. A pesar de estar agradecidos por tener alimento y un techo bajo el cual dormir seguros, ansían regresar a sus casas y recuperar su rutina. Hace tres noches que duermen en este sitio.

Veinte segundos bastaron para cambiar el modo de vivir y convivir de cientos de familias. De tener un hogar donde vivían acostumbrados a ellos mismos nada más, de pronto se vieron conviviendo en una cancha de básquetbol con decenas de familias más. Cambiaron sus camas con colchones por una colchoneta en el suelo y su ropa en el clóset o ropero, por una bolsa negra a un lado.

Son cerca de 400 los habitantes de la colonia Altavista, de Cuernavaca, capital del estado de Morelos, quienes a raíz del sismo del 19 de septiembre perdieron hasta el modo de vivir.

Hoy conviven con cientos de desconocidos y duermen todos juntos en la cancha de básquetbol de la secundaria 2 “Francisco González Bocanegra”. Algunos prefirieron las gradas de cemento para acomodarse por las noches. Unos duermen sentados; otros, acostados.

Familias de cinco o más integrantes ocupan varias colchonetas para acomodarse y permanecer juntos. En algunos casos, hasta el perro se acomoda a su lado. Se acabó la intimidad para el descanso… igual que la comodidad del hogar. En la noche es cuando empiezan a sentir la nostalgia de su casa, pero saben que solo pasando estas incomodidades podrán estar a salvo, aunque eso no les alivia el miedo que tienen al esperar una réplica del temblor.

“Quisiéramos regresar a nuestra casa pero estamos en riesgo. Nos han apoyado mucho, pero extrañamos y estamos preocupados por nuestra casa” expresó el señor Joaquín Díaz Calderón, quien debe quedarse en el albergue ante la advertencia de las autoridades, porque la zona donde vivía es una barranca a punto de colapsar.

En el lugar se registraron cerca de 400 personas. Unas solo van a pasar la noche y en el día se ocupan de otras actividades fuera. Otras optaron por irse con sus familiares. De quienes están aquí, deben aprender a convivir y a respetar las reglas: las luces se apagan a determinada hora y, a partir de ahí, procurar no hacer ruido para no molestar a los demás.

Deben compartir los sanitarios que anteriormente eran usados por los alumnos adolescentes y no hay un lugar dónde bañarse, por lo que muchos regresan a sus casas para hacerlo o a la de algún familiar.

Encamorrados comienzan a levantarse alrededor de las 07:00 horas. Despiertan revisando el lugar, porque de pronto no saben dónde están. El nerviosismo y el miedo de que se presente otro sismo es latente, además de que ahora saben más que nunca que “no hay nada como estar en casa”.

A las 10:00 horas comienzan a llegar al comedor para desayunar y almorzar. Lo hacen por turnos para que todos tengan un lugar dónde sentarse. Muchos se apresuran por miedo a no alcanzar comida. Hay quienes no se atreven a pedir un poco más, “porque me quedó un huequito”. Saben que debe alcanzar para todos. Y tampoco se vale dejar comida. Esas son las reglas. A pesar de estar agradecidos por tener alimento y un techo bajo el cual dormir seguros, ansían regresar a sus casas y recuperar su rutina. Hace tres noches que duermen en este sitio.

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