Gerardo Galarza, Columnista político. Autor de la columna Sala de Espera
2021, año dos de la peste que les tocó vivir a nuestras generaciones. Ya lo has escrito y hoy lo reiteras: nunca te habías sentido tan deseado; mayor de edad y con comorbilidades, te crees un apetitoso manjar para el coronavirus y sus variantes.
Como el anterior, ha sido un año de cuidados, de angustia y también de privilegio.
Primero, el extremo uso de cubrebocas, el obsesivo aseo de las manos, la desesperante sana distancia; la inmediata respuesta a la convocatoria a vacunarse (también contra la influenza).
Segundo, el terror ante el menor síntoma y temer que alguien de la familia, de los amigos, de los conocidos, de los vecinos pueda contagiarse. Los ha habido, muy pocos, y por fortuna sin consecuencias graves. Tú mismo resultaste positivo en una prueba rápida, y los días de espera necesarios para hacer la llamada PCR fueron largos como casi un año. Negativo, al final.
Tercero, el privilegio de una pensión, después de 40 años de trabajo, que te permite quedarte en casa y salir sólo por las compras indispensables: comida y medicinas. También citas médicas o hacer pagos bancarios. Cosas de viejos, pues.
La pandemia te ha permitido leer, leer, releer; oír música; ver películas y series en la televisión o en la computadora; televisión abierta, a veces; periódicos y revistas en su formato digital; redes sociales, chats y llamadas telefónicas con amigos y familiares. También escribir, como ahora.
No está del todo mal, pero extrañas a los amigos, comer y beber con ellos, el chacoteo; ir a los restaurantes, a las cantinas; al cine con los nietos. Te faltan los abrazos.
La peste te acosa como a todos. ¿Y si te contagias luego de haberla librado más de 20 meses?
Esperas el día para reírte del terror y la angustia.