“El PRI es partido histórico. Con sus claroscuros dio a México presidentes de la República, legisladores, gobernadores. Organización esencial en la vida nacional. Quiero colaborar en su cohesión. Mi honestidad, mi lealtad, mi honorabilidad y mi intensa vocación de servicio son mis mejores argumentos”, sostuvo el doctor José Narro Robles al explicar la aspiración de guiar al PRI -al que pertenezco y he servido desde hace muchos años- que ayer festejó 90 años de existencia.
Exrector de la UNAM. Exsecretario de Salud, el médico José Narro demandó reglas claras en la contienda por la Presidencia del PRI. “Respeto a todos a quienes se menciona como aspirantes a ese cargo. Pero esta batalla todavía no comienza. Y ya sabemos -guaseó- que esto no se acaba hasta que se acaba.
Uno andaba en el 5o, en el 6o año y tropezaba en las esquinas con propaganda política: “¿Quieres tortilla? ¡Vota por Padilla!”, “¿Quieres pan? ¡Vota por Alemán!”. Miguel Alemán, “El Sonrisas Colgate”. Detestado por Maximino Ávila Camacho. Y en 1952 el PRI -desde su casona de Ramón Guzmán y Ribera de San Cosme- atraía a estudiantes de secundaria. Regalaba ejemplares de la Constitución de 1917. Con la efigie de don Adolfo Ruiz Cortines. Presidente que incitaría: “México al trabajo fecundo y creador”. También -veracruzano él- convocó “La Marcha al Mar”. Entre balazos en avenida Juárez, frente al Hemiciclo a Don Benito, partidarios del general Miguel Henríquez Guzmán protestaron la elección.
En aquellos días del siglo XX todos los aspirantes a una carrera política se refugiaban en el PRI. Desde las Casas de la Asegurada del Seguro Social. Concursos de oratoria de la Escuela Nacional Preparatoria. Con el Maestro Muñoz Cota. O el que patrocinaba El Universal. Ahí surgió la poderosa palabra de Porfirio Muñoz Ledo. Y hasta un movimiento de protesta estudiantil por el alza del precio de los pasajes proyectó la atractiva figura del líder campesino Alfredo V. Bonfil. De los efectos del Movimiento Revolucionario del Magisterio del Profesor guerrerense Othón Salazar aparecería su perseguidor: Carlos Jonguitud Barrios. Priista. Diputado. Senador. Líder del ISSSTE. Gobernador de San Luis Potosí.
Jóvenes universitarios -de privilegiada cuna- como Rodolfo Echeverría Ruiz, Carlos Salinas de Gortari, Miguel Alemán Velasco, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y actores como Ignacio López Tarso, Silvia Pinal, María Elena Marqués, Rodolfo Landa, lo mismo que locutores como Luis M. Farías, Luis Ignacio Santibáñez, Rubén Marín y Kall, reporteros como Roberto Blanco Moheno, escritores como Martín Luis Guzmán, Jaime Sabines, deportistas como Felipe Muñoz, médicos como don Gustavo Baz, Rafael Moreno Valle.
Miles más se afiliaban al Partido Revolucionario Institucional.
Heladio Ramírez López -profesor de origen indígena que gobernó para los indios de Oaxaca- recordaba las enseñanzas breves, contundentes del líder del PRI, doctor Lauro Ortega. “Mira mi hijito -aleccionaba al político en fragua-: El Padre Hidalgo. Benito Juárez. don Venustiano Carranza. Y el señor Presidente. Y ¡chas! y ¡chas! y ¡chas! Así aprendió Celso H. Delgado. Llegó a gobernador de Nayarit.
Cada Presidente se adueñaba del PRI. Ahí colocó don Gustavo Díaz Ordaz a su hechura: Alfonso Martínez Domínguez. Y cada candidato construía su propio PRI. Luis Echeverría y Martínez Domínguez se detestaban. “¡Ese Luis, está loco! -pregonaba quien saldría despedido del Departamento del Distrito Federal antes de cumplir seis meses en el cargo.