/ viernes 4 de junio de 2021

Pie de Nota | La hazaña del domingo

La organización de elecciones este junio está dotada de especial valor cuando se considera que la primera víctima del Covid fueron las libertades civiles de reunión y libre tránsito

Ni modo, estimado lector, debo hablarle de elecciones.

Para cuando estas letras lleguen hasta usted –dependiendo de la edición de la Organización Editorial Mexicana de su preferencia– habrá emitido ya su voto o seguramente estará a punto de hacerlo.

Como sea, de que ejercerá sus derechos no me queda duda, pues usted es ciudadano y no payaso.

Estoy con usted si luego de semanas de campañas políticas quiere que el periodo electoral termine de una buena vez. Ya sabe cómo es el son del político mexicano promedio, mucho ruido y mucho ataque, poca sustancia y seriedad.

Sin embargo, pese a este mal sabor que nos queda luego de ver en la boleta a Tinieblas, a la hija de Félix Salgado Macedonio o a Alfredo Adame, debemos de tomarnos un tiempo para reflexionar sobre el hecho extraordinario que es el sostener unas elecciones en México.

Y digo extraordinario porque por si sólo el convocar a un padrón electoral de 93.5 millones de ciudadanos es una tarea a la que pocas democracias en este planeta han debido enfrentarse en la historia.

Aunado a sólo el volumen de votantes en México se alinean para estas elecciones intermedias una serie de coyunturas que elevan su grado de complejidad.

La organización de elecciones este junio está dotada de especial valor cuando se considera que la primera víctima del Covid-19 fueron las libertades civiles de reunión y libre tránsito. A éstas se le han sumado 224 mil personas que perdieron la vida en el país y otras 12 millones que perdieron su empleo entre abril y diciembre del 2020.

Al confinamiento, la enfermedad y la crisis económica sumémosle una violencia política que revuelve el estómago.

Alrededor de 40 candidatos a puestos de elección popular han sido asesinados en prácticamente todas las regiones del país. La abstracción del número nos hace perder la perspectiva de que todos estos casos son un crimen de incalculable costo para nuestra democracia por el doble mensaje que envían:

"Si quieres participar en la política te pueden matar y si quieres matar en la política puedes participar".

Porque contrario a lo que diga The Economist, la más grande amenaza a la democracia mexicana no reside en el ser de Andrés Manuel López Obrador, sino que proviene de la falta de efectividad del Presidente para proteger a los candidatos.

Lo que me lleva al tercer punto, que es la mutación democrática que sucede frente a nuestros ojos.

Tenemos a un Presidente opinando abiertamente en procesos electorales, pero también tenemos grupos de interés político y económico, coaliciones enteras de partidos en pro del status quo, llamando al voto en contra del régimen electo democráticamente en 2018. También hay un debate sin acabar sobre el papel que el INE debe desempeñar en las elecciones.

Estos encontronazos entre las viejas y nuevas formas (sí, a veces desaseado) de entender a las elecciones pone sobre la mesa la posibilidad de mover a México hacia la organización de comicios más modernos.

Porque hay que decirlo, la actual sobregulación electoral no es la etapa final de este tren llamado democracia.

No tenemos por qué grabar en piedra los debates desabridos, las elecciones con cargo al erario, las vedas absurdas, el "equilibrio" metido con calzador para las coberturas mediáticas y las trabas a la participación política de proyectos nuevos.

➡️ Mantente informado en nuestro canal de Google Noticias

Más que una descomposición de la democracia mexicana como los más dramáticos exponen veo un ecosistema que está cambiando hacia un rumbo, eso sí, desconocido.

Por eso cuando sostenga su boleta en la mano repare en el hecho monumental que hemos dado por sentado e incluso a veces hacemos menos, que es que en este país convulso y inacabado la democracia se sigue moviendo a pesar de todo.

Una hazaña auténtica.

Ni modo, estimado lector, debo hablarle de elecciones.

Para cuando estas letras lleguen hasta usted –dependiendo de la edición de la Organización Editorial Mexicana de su preferencia– habrá emitido ya su voto o seguramente estará a punto de hacerlo.

Como sea, de que ejercerá sus derechos no me queda duda, pues usted es ciudadano y no payaso.

Estoy con usted si luego de semanas de campañas políticas quiere que el periodo electoral termine de una buena vez. Ya sabe cómo es el son del político mexicano promedio, mucho ruido y mucho ataque, poca sustancia y seriedad.

Sin embargo, pese a este mal sabor que nos queda luego de ver en la boleta a Tinieblas, a la hija de Félix Salgado Macedonio o a Alfredo Adame, debemos de tomarnos un tiempo para reflexionar sobre el hecho extraordinario que es el sostener unas elecciones en México.

Y digo extraordinario porque por si sólo el convocar a un padrón electoral de 93.5 millones de ciudadanos es una tarea a la que pocas democracias en este planeta han debido enfrentarse en la historia.

Aunado a sólo el volumen de votantes en México se alinean para estas elecciones intermedias una serie de coyunturas que elevan su grado de complejidad.

La organización de elecciones este junio está dotada de especial valor cuando se considera que la primera víctima del Covid-19 fueron las libertades civiles de reunión y libre tránsito. A éstas se le han sumado 224 mil personas que perdieron la vida en el país y otras 12 millones que perdieron su empleo entre abril y diciembre del 2020.

Al confinamiento, la enfermedad y la crisis económica sumémosle una violencia política que revuelve el estómago.

Alrededor de 40 candidatos a puestos de elección popular han sido asesinados en prácticamente todas las regiones del país. La abstracción del número nos hace perder la perspectiva de que todos estos casos son un crimen de incalculable costo para nuestra democracia por el doble mensaje que envían:

"Si quieres participar en la política te pueden matar y si quieres matar en la política puedes participar".

Porque contrario a lo que diga The Economist, la más grande amenaza a la democracia mexicana no reside en el ser de Andrés Manuel López Obrador, sino que proviene de la falta de efectividad del Presidente para proteger a los candidatos.

Lo que me lleva al tercer punto, que es la mutación democrática que sucede frente a nuestros ojos.

Tenemos a un Presidente opinando abiertamente en procesos electorales, pero también tenemos grupos de interés político y económico, coaliciones enteras de partidos en pro del status quo, llamando al voto en contra del régimen electo democráticamente en 2018. También hay un debate sin acabar sobre el papel que el INE debe desempeñar en las elecciones.

Estos encontronazos entre las viejas y nuevas formas (sí, a veces desaseado) de entender a las elecciones pone sobre la mesa la posibilidad de mover a México hacia la organización de comicios más modernos.

Porque hay que decirlo, la actual sobregulación electoral no es la etapa final de este tren llamado democracia.

No tenemos por qué grabar en piedra los debates desabridos, las elecciones con cargo al erario, las vedas absurdas, el "equilibrio" metido con calzador para las coberturas mediáticas y las trabas a la participación política de proyectos nuevos.

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Más que una descomposición de la democracia mexicana como los más dramáticos exponen veo un ecosistema que está cambiando hacia un rumbo, eso sí, desconocido.

Por eso cuando sostenga su boleta en la mano repare en el hecho monumental que hemos dado por sentado e incluso a veces hacemos menos, que es que en este país convulso y inacabado la democracia se sigue moviendo a pesar de todo.

Una hazaña auténtica.

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