Se acordará usted de ese cándido juego de la niñez en el que bailábamos alrededor de una fila de sillas y al detenerse la canción todos corríamos a apañar una de ellas, quedándose fuera el menos hábil. Algunos festejaban, otros lloraban y casi todos los que no participaban aplaudían divertidos.
Imagine que la plaza pública mexicana es la fila de sillas y los chicuelos juguetones los personajes del momento.
Acabó la canción y Santiago Nieto, Emilio Lozoya y Rosario Robles se quedaron sin silla; Pablo Gómez ganó una; Ricardo Anaya y Enrique Peña nada más los ven de lejitos; y el presidente López Obrador en tanto maneja el sonidero.
Creo que el paralelismo que le sugiero viene bien con el último par de semanas llenas de sorpresas.
La súbita salida de Santiago Nieto de la Unidad de Inteligencia Financiera, tras el escándalo de su boda a días de que Emilio Lozoya finalmente pisara la cárcel por el proceso que se sigue en su contra por el caso Odebrecht, me parece particularmente poético.
El trabajo de Nieto y sus peritos de la UIF fue esencial para desenmarañar la red criminal de complicidades personales y financieras que Lozoya tejió para desviar los recursos que la petrolera brasileña le canalizó a cambio de su voluntad.
La enemistad entre ambos desde 2018 está bien documentada, año en que Santiago Nieto fue destituido como fiscal especializado en Delitos Electorales mientras investigaba a Lozoya que aún mantenía amplio poder en el gabinete peñanietista.
"La impunidad es siempre una afrenta", había tuiteado Santiago Nieto cuando se filtraron a la prensa las fotos de Emilio Lozoya dándose el gusto burgués de cenar despreocupadamente en un restaurante de lujo.
Plumas más enteradas ya irán filtrando cómo se dio exactamente la salida de Nieto de la UIF, pero me gusta pensar que cual vaquero cabalgando al atardecer la decisión le fue más fácil con su archienemigo tras las rejas mexicanas, aunque sea sólo un rato.
En tanto, la llegada del hábil político pero ya envejecido Pablo Gómez extiende malos augurios para la UIF, la cual necesita de un profundo apoyo presupuestario y de alguien al frente que entienda de tecnología y minería de data para ejercer las complicadas tareas de policía financiero que la 4T le ha endilgado.
Por su parte la negativa del juez para dar prisión domiciliaria a Rosario Robles supuso un duro golpe para la exsecretaria, quien ha iniciado una campaña mediática con entrevistas para limpiar su nombre, defender su caso, y –siendo sinceros– causar lástima.
Argumenta bancarrota, enfermedad, injusticia y profunda tristeza, condiciones que se le pueden atribuir a miles de presos en México con el inconveniente de no haber sido políticos bien pagados de alto rango durante los últimos 30 años.
Ahora –dice– la causa que le mantiene con ánimos es la de los derechos de las presas, como ya planchando la siguiente rola.
Menos interesantes, pero sin duda relevantes, son los casos de Enrique Peña y Ricardo Anaya, quienes se mantienen fuera de las fronteras mexicanas con tal de no seguir las suertes de Lozoya y Robles.
A Peña Nieto por el momento sólo insultos le han tocado pero Anaya ya cuenta con una cita fechada al final de enero próximo para enfrentar presencialmente el proceso que se sigue en su contra por presuntos sobornos a cambio de su voto para aprobar la Reforma Energética, cosa que ha buscado evitar a toda costa.
De nuevo, aunque le diga al The Wall Street Journal que es un perseguido político lo hace viviendo en Nueva York donde la renta promedio de un departamento de una habitación oscila los 50 mil pesos, dinamitando la imagen a la que tanto dinero le ha invertido de político luchón, valiente y honesto.
Una kermés de la política, pues.
Unos pierden, otros creen que ganan, un par espera, sólo uno sonríe.