Se cumplió una semana de que el presidente Andrés Manuel López Obrador dio a conocer que se contagió de Covid-19 y el viernes pasado apareció en un video informando que iba mejorando, para disipar las dudas que surgieron sobre su salud.
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"Todavía tengo Covid, pero ya los médicos me dicen que está pasando la etapa crítica. Ahora me presento con ustedes para que no haya rumores, malos entendidos, estoy bien aunque todavía tengo que guardar reposo”, declaró desde Palacio Nacional.
El anunció de su contagio levantó teorías de conspiración sobre la veracidad de su enfermedad y preocupación sobre su estado de salud, luego de que el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, expresara que el Gobierno no revelaría "ningún dato clínico" a "lo largo del periodo de recuperación del presidente" porque es "materia de su privacidad".
Su contagio ocurre mientras México supera el millón 864 mil 260 casos confirmados de Covid-19 y más de 158 mil 536 muertes, y se habla de la mala estrategia del Gobierno mexicano para llevar la crisis de la pandemia.
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El estado de salud de los políticos no es un tema que se suela discutir públicamente en México, pues es considerado un tema de seguridad nacional, sin embargo mucho se ha cuestionado sobre tener acceso y transparentar dicha información.
Desde que el Presidente estaba en campaña, el tema de su salud tomó relevancia, luego de que en redes sociales circularon videos y noticias donde mostraban a un López Obrador desvaneciéndose de pronto y hablando más pausado que de costumbre, lo que generó dudas sobre su estado de salud.
Tras ser cuestionado constantemente, el tabasqueño dijo, en una de sus giras de campaña, "estoy muy bien de salud, hasta me puedo parar en un solo pie. Gracias a la ciencia y al creador, estoy al 100".
Durante la campaña presidencial de 2018, líderes, políticos y ciudadanos pidieron que la información de salud de los entonces candidatos presidenciales se hiciera pública, para saber si padecían de alguna enfermedad que los incapacitara a ejercer su mandatado y que organizaciones reconocidas les practicarán exámenes para conocer el nivel de su salud mental.
Incluso los coordinadores parlamentarios de Acción Nacional (PAN) y de la Revolución Democrática (PRD) llamaron a equipos de campaña a hacer público un diagnóstico preciso y real del estado de salud y mental de los cuatro candidatos, sin embargo esto no sucedió.
En diciembre de 2017, el entonces precandidato priista, José Antonio Meade propuso que todos los candidatos se hicieran exámenes médicos y toxicológicos, pero nadie aceptó su propuesta.
Cuando se registraron formalmente como contendientes, una solicitud a los partidos políticos a través de los mecanismos de transparencia reveló que realmente ninguno sabía si sus candidatos tenían algún problema de salud.
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La salud del presidente Andrés Manuel, de 67 años, se ha visto cuestionada constantemente pues tiene antecedentes de infartos e hipertensión, por lo que el tema se vuelve a poner en la mesa, ¿es importante o no conocer el estado de salud de los presidentes? ¿Qué pasaría si el mandatario fallece?
Ocultar una enfermedad del mandatario en turno podría llevar a situaciones como las que se vivieron en Rusia en 1996, cuando Boris Yeltsin consiguió con éxito un segundo mandato. Controló a la prensa para ocultar que tenía cáncer. Yeltsin, también afecto al alcohol, tuvo momentos difíciles por su comportamiento como jefe de Estado.
Por ejemplo, durante una visita a Suecia, en 1997, tomó una copa de champaña que le ocasionó un efecto secundario: lo llevó a comparar la cara del tenista Björn Borg con albóndigas. Por salud, Yeltsin tuvo que renunciar y dejó el cargo en manos de su primer ministro, Vladimir Putin, por quien no habían votado los rusos.
Ahora Putin lleva más de 20 años en el poder y su actual mandato durará 16 años más; es decir, hasta 2036. Esto, tras una votación masiva en la que los rusos aprobaron una reforma constitucional con la que le permiten que continúe con un gobierno que inició en 1999.
En Estados Unidos el tema del estado de salud de los candidatos es de suma importancia. Desde 2011 los candidatos a la Presidencia son objeto de una nueva política de transparencia sobre “asuntos de salud presidencial”, que hasta 2008 eran protegidos como datos personales que no tenían que divulgarse.
Otro ejemplo, ocurrió con el senador Paul Tsongas, quien tenía un secreto cuando se postuló en las elecciones primarias de 1992: su linfoma no-Hodgkin (cáncer que se origina en los glóbulos blancos llamados linfocitos que forman parte del sistema inmunitario del cuerpo), había vuelto a crecer a pesar de habérsele realizado un trasplante de médula ósea, y sus doctores decían que el candidato no tenía cáncer.
Si los votantes lo hubieran elegido en vez de Bill Clinton, Tsongas hubiera tenido que soportar incapacitantes tratamientos o fallecer durante su mandato, lo cual hubiera sido un desastre para las políticas públicas estadounidenses. Tsongas murió en 1997 a los 55 años.
En Venezuela el presidente Hugo Chávez murió de cáncer en 2013 sin que los votantes estuvieran enterados del avance de su enfermedad; en Colombia Juan Manuel Santos, quien también presentó un cuadro de esta enfermedad, se vio obligado a hacer público su estado de salud para dar certidumbre en cuanto a su capacidad de gobernar; en Chile, Pablo Longueira, candidato oficialista a la presidencia en 2014, renunció por padecer depresión.
En México transparentar o hacer público el estado de salud de los presidentes no es obligatorio.
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