/ sábado 2 de abril de 2022

Operación Gnomo | El plan secreto para invadir México

En pleno conflicto global y con el aumento de las tensiones con EU, Stalin consideró rescatar al asesino de Trosky y aprovechar la operación para lograr otros objetivos

El miércoles 21 de agosto de 1940, falleció León Trotski en un hospital de la Ciudad de México tras una dolorosa agonía que duró más de doce horas. Un día antes había sido atacado en su casa de Coyoacán, ante la mirada atónita de sus guardaespaldas que a duras penas pudieron contener e identificar al atacante.

Se trataba de Frank Jackson, uno de los amigos cercanos del político soviético, quien constantemente lo visitaba para beber cerveza y jugar ajedrez por lo que no levantó las sospechas de su equipo de seguridad.

Te puede interesar: Cinco cosas que tal vez no conocías de León Trotski

Luego de ser entregado a las autoridades mexicanas, Jackson confesó que su verdadero nombre era Jacques Mornard y que su país de origen no era Canadá sino Bélgica. En la habitación que había servido como escena del crimen, también se encontró al arma homicida: un pico de escalador o piolet, con el que Mornard golpeó en la nuca a su víctima cuando ésta se encontraba distraída leyendo junto a la ventana.

En tiempo récord, Jacques Mornard fue condenado a 20 años de prisión en la lúgubre prisión de Lecumberri. Durante los duros interrogatorios, el belga siempre sostuvo que había tenido problemas personales con Trotski, una versión que los funcionarios pusieron en duda a sabiendas de que más de un miembro del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) lo quería muerto.

La sospecha se intensificó cuando Sylvia Agelof, pareja de Mornard, intentó suicidarse tras descubrir que su relación de casi un año había sido parte de su plan para asesinar a su amigo.

Sólo después se sabría que el homicidio del político fue parte de una trama planeada y ejecutada milimétricamente desde el seno del Kremlin; una historia de intriga y traición que pudo terminar con la invasión de México por parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

EL RESCATE

Durante más de una década, el “asesino de Trotski” vivió bajo el estatus de celebridad en la prisión de Lecumberri, al oriente de la Ciudad de México. A diferencia de la mayoría de sus compañeros, Mornard tuvo un encarcelamiento lleno de comodidades que pagaba con los mil dólares mensuales que recibía de un remitente secreto desde Nueva York; además de contar con una celda amplia y ventilada donde recibía con lujosos banquetes a estrellas de la época tales como Pablo Neruda y la cantante Sara Montiel, a quién aseguran enseñó a leer y escribir.

En agosto de 1953, un amigo de León Trotsky que se había vuelto a interesar por el caso, reconoció al ostentoso pero tranquilo reo como el español Ramón Mercader, un experimentado agente y asesino a sueldo de la agencia de espionaje rusa NKVD.

Foto: Fondo Fotográfico | Archivo General de la Nación

Resulta que tres años después del crimen en 1943, Joseph Stalin ordenó el rescate de Ramón Mercader al que consideraba un héroe de la patria por haber acabado con su más grande crítico.

La operación se denominó “Gnomo” y estuvo a cargo del jefe de operaciones de espionaje soviético en México, Leonid Alexándrovich Eitingon, quien ideó un plan sencillo pero que consideraba todas las variables para asegurar su éxito.

Consistía en aprovechar que Mercader tenía una salida programada para ir a declarar al juzgado para desviar el vehículo a un lugar poco concurrido; ahí lo esperaría otro carro lleno de agentes de la NKVD que se dirigiría a un hangar secreto desde donde lo volarían a Cuba y luego a la Unión Soviética.

Por supuesto, el plan también incluía sobornar a policías, custodios, choferes, reos y cocineros de Lecumberri; numerosos carros con falsas placas; convoys con señuelos y decenas de agentes rusos vestidos de civil dispuestos a disparar a quemarropa.

En pleno conflicto global y con el aumento de las tensiones entre Estados Unidos y Rusia por ganar la guerra armamentista, Stalin consideró que podría aprovechar la operación para lograr otros objetivos tales como fortalecer las relaciones con Manuel Ávila Camacho, vigilar de cerca al Partido Comunista Mexicano y de paso robar a Estados Unidos los secretos del “Proyecto Manhattan”, para lo que se infiltraría en todas las ramas del gobierno mexicano hasta obtener su control.

Ese mismo año se inauguró sobre Circuito Interior la Embajada de la URSS en México, casona de la época porfiriana que sirvió como cuartel general para desarrollar el plan sin levantar sospechas.

Más pronto que tarde surgieron las rencillas entre los involucrados: los agentes españoles querían hacerse cargo del rescate de su compatriota, mientras que los soviéticos desconfiaban de su lealtad a la Unión. Por su parte los mexicanos, acostumbrados a ganar poco más de cien pesos de la época, pronto comenzaron a exigir más dinero de los 20 mil dólares que el líder ruso había destinado para la operación.

Por si fuera poco, la situación se complicó aún más con la llegada a México de Caridad Mercader, madre del asesino de Trotski, que en secreto visitó a diversos funcionarios mexicanos con la intención de gestionar la libertad de su hijo.

En 1945, Estados Unidos interceptó un correo intercambiado entre la embajada en México y Moscú, en el que los soviéticos demostraban su inconformidad por la intervención de la mujer.

“En lo sucesivo, considere que la presencia de KLAVA en la CAMPAÑA complica el proyecto GNOMO”. Klava era el nombre clave dado a Caridad, quien también era una agente secreta que había participado en los intentos y posterior homicidio de León Trotski.

Por su parte, Eitingon ordenó el retiro inmediato de la agente, orden que no obedeció pese a las amenazas de ser neutralizada. Debido a ello el plan volvió a posponerse hasta que las condiciones fueran más favorables.

Ello no sucedió, su insistencia alertó a las autoridades mexicanas quienes reforzaron la vigilancia del preso, tirando el plan original por la borda. Si bien Caridad había sido discreta al no revelar la verdadera identidad de Ramón Mercader, se reportó que logró ver a su hijo en varias ocasiones incluso fuera de la prisión.

Ante la falta de organización y resultados, la operación finalmente fue cancelada sin que Stalin hubiera enviado ni un solo dólar de los 20 mil prometidos.

Posteriormente, la figura de Ramón Mercader dejó de ser primordial para la URSS debido a que el gobierno mexicano ya no estaba interesado en interrogarlo. A la vez, a finales de 1945, el gobierno soviético había logrado obtener los pormenores del “Proyecto Manhattan” gracias a un agente doble estadounidense llamado Theodore Hall, por lo que el control del régimen soviético en México ya no tenía sentido.

Mientras la URSS desarrollaba su primera bomba atómica, Ramón Mercader esperó en silencio su liberación sin saber que el plan ya no existía. Salió de prisión en 1960 luego de haber cumplido su condena completa.

Sobre su relación con sus antiguos camaradas las versiones son difusas. De regreso a territorio ruso, Mercader fue contratado como general en la KGB y condecorado con las más altas distinciones soviéticas. Finalmente falleció en Cuba en 1978 tras haber fungido como asesor de Fidel Castro.

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Entre sus pertenencias se encontró un reloj con polonio, un elemento altamente radioactivo, que le fue regalado por la KGB a su partida de la URSS y que se cree fue la causa de su deceso.

El miércoles 21 de agosto de 1940, falleció León Trotski en un hospital de la Ciudad de México tras una dolorosa agonía que duró más de doce horas. Un día antes había sido atacado en su casa de Coyoacán, ante la mirada atónita de sus guardaespaldas que a duras penas pudieron contener e identificar al atacante.

Se trataba de Frank Jackson, uno de los amigos cercanos del político soviético, quien constantemente lo visitaba para beber cerveza y jugar ajedrez por lo que no levantó las sospechas de su equipo de seguridad.

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Luego de ser entregado a las autoridades mexicanas, Jackson confesó que su verdadero nombre era Jacques Mornard y que su país de origen no era Canadá sino Bélgica. En la habitación que había servido como escena del crimen, también se encontró al arma homicida: un pico de escalador o piolet, con el que Mornard golpeó en la nuca a su víctima cuando ésta se encontraba distraída leyendo junto a la ventana.

En tiempo récord, Jacques Mornard fue condenado a 20 años de prisión en la lúgubre prisión de Lecumberri. Durante los duros interrogatorios, el belga siempre sostuvo que había tenido problemas personales con Trotski, una versión que los funcionarios pusieron en duda a sabiendas de que más de un miembro del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) lo quería muerto.

La sospecha se intensificó cuando Sylvia Agelof, pareja de Mornard, intentó suicidarse tras descubrir que su relación de casi un año había sido parte de su plan para asesinar a su amigo.

Sólo después se sabría que el homicidio del político fue parte de una trama planeada y ejecutada milimétricamente desde el seno del Kremlin; una historia de intriga y traición que pudo terminar con la invasión de México por parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

EL RESCATE

Durante más de una década, el “asesino de Trotski” vivió bajo el estatus de celebridad en la prisión de Lecumberri, al oriente de la Ciudad de México. A diferencia de la mayoría de sus compañeros, Mornard tuvo un encarcelamiento lleno de comodidades que pagaba con los mil dólares mensuales que recibía de un remitente secreto desde Nueva York; además de contar con una celda amplia y ventilada donde recibía con lujosos banquetes a estrellas de la época tales como Pablo Neruda y la cantante Sara Montiel, a quién aseguran enseñó a leer y escribir.

En agosto de 1953, un amigo de León Trotsky que se había vuelto a interesar por el caso, reconoció al ostentoso pero tranquilo reo como el español Ramón Mercader, un experimentado agente y asesino a sueldo de la agencia de espionaje rusa NKVD.

Foto: Fondo Fotográfico | Archivo General de la Nación

Resulta que tres años después del crimen en 1943, Joseph Stalin ordenó el rescate de Ramón Mercader al que consideraba un héroe de la patria por haber acabado con su más grande crítico.

La operación se denominó “Gnomo” y estuvo a cargo del jefe de operaciones de espionaje soviético en México, Leonid Alexándrovich Eitingon, quien ideó un plan sencillo pero que consideraba todas las variables para asegurar su éxito.

Consistía en aprovechar que Mercader tenía una salida programada para ir a declarar al juzgado para desviar el vehículo a un lugar poco concurrido; ahí lo esperaría otro carro lleno de agentes de la NKVD que se dirigiría a un hangar secreto desde donde lo volarían a Cuba y luego a la Unión Soviética.

Por supuesto, el plan también incluía sobornar a policías, custodios, choferes, reos y cocineros de Lecumberri; numerosos carros con falsas placas; convoys con señuelos y decenas de agentes rusos vestidos de civil dispuestos a disparar a quemarropa.

En pleno conflicto global y con el aumento de las tensiones entre Estados Unidos y Rusia por ganar la guerra armamentista, Stalin consideró que podría aprovechar la operación para lograr otros objetivos tales como fortalecer las relaciones con Manuel Ávila Camacho, vigilar de cerca al Partido Comunista Mexicano y de paso robar a Estados Unidos los secretos del “Proyecto Manhattan”, para lo que se infiltraría en todas las ramas del gobierno mexicano hasta obtener su control.

Ese mismo año se inauguró sobre Circuito Interior la Embajada de la URSS en México, casona de la época porfiriana que sirvió como cuartel general para desarrollar el plan sin levantar sospechas.

Más pronto que tarde surgieron las rencillas entre los involucrados: los agentes españoles querían hacerse cargo del rescate de su compatriota, mientras que los soviéticos desconfiaban de su lealtad a la Unión. Por su parte los mexicanos, acostumbrados a ganar poco más de cien pesos de la época, pronto comenzaron a exigir más dinero de los 20 mil dólares que el líder ruso había destinado para la operación.

Por si fuera poco, la situación se complicó aún más con la llegada a México de Caridad Mercader, madre del asesino de Trotski, que en secreto visitó a diversos funcionarios mexicanos con la intención de gestionar la libertad de su hijo.

En 1945, Estados Unidos interceptó un correo intercambiado entre la embajada en México y Moscú, en el que los soviéticos demostraban su inconformidad por la intervención de la mujer.

“En lo sucesivo, considere que la presencia de KLAVA en la CAMPAÑA complica el proyecto GNOMO”. Klava era el nombre clave dado a Caridad, quien también era una agente secreta que había participado en los intentos y posterior homicidio de León Trotski.

Por su parte, Eitingon ordenó el retiro inmediato de la agente, orden que no obedeció pese a las amenazas de ser neutralizada. Debido a ello el plan volvió a posponerse hasta que las condiciones fueran más favorables.

Ello no sucedió, su insistencia alertó a las autoridades mexicanas quienes reforzaron la vigilancia del preso, tirando el plan original por la borda. Si bien Caridad había sido discreta al no revelar la verdadera identidad de Ramón Mercader, se reportó que logró ver a su hijo en varias ocasiones incluso fuera de la prisión.

Ante la falta de organización y resultados, la operación finalmente fue cancelada sin que Stalin hubiera enviado ni un solo dólar de los 20 mil prometidos.

Posteriormente, la figura de Ramón Mercader dejó de ser primordial para la URSS debido a que el gobierno mexicano ya no estaba interesado en interrogarlo. A la vez, a finales de 1945, el gobierno soviético había logrado obtener los pormenores del “Proyecto Manhattan” gracias a un agente doble estadounidense llamado Theodore Hall, por lo que el control del régimen soviético en México ya no tenía sentido.

Mientras la URSS desarrollaba su primera bomba atómica, Ramón Mercader esperó en silencio su liberación sin saber que el plan ya no existía. Salió de prisión en 1960 luego de haber cumplido su condena completa.

Sobre su relación con sus antiguos camaradas las versiones son difusas. De regreso a territorio ruso, Mercader fue contratado como general en la KGB y condecorado con las más altas distinciones soviéticas. Finalmente falleció en Cuba en 1978 tras haber fungido como asesor de Fidel Castro.

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