Lo fotografía que El Sol de México llevó en su portada el pasado martes 21 de enero asemejaba más una revuelta social que el cruce fronterizo de Chiapas con Guatemala: ríos de migrantes cruzaban la frontera en medio de una polvareda desordenada mientras la Guardia Nacional los perseguía y bloqueaba el paso con macanas y gases. No faltó la clásica postal de un oficial repartiendo patadas entre la muchedumbre.
El muro de Trump empieza en el Suchiate. El saldo fue de 400 "rescatados", según el parte oficial, que en realidad son migrantes capturados que van a ser deportados y muy seguramente volverán a intentarlo en el futuro.
La pregunta que brinca de inmediato es qué vamos a hacer como país ante el flujo de migrantes centroamericanos, caribeños y africanos que llegan en oleadas para cruzar el campo de muerte que es México hasta llegar a EU.
El choque entre el discurso del gobierno del presidente López Obrador, que abraza a los desprotegidos sobre todas las cosas, con lo que pasó en Chiapas es una disonancia dura de procesar. Lo cierto es que el mexicano es un gobierno que, como sucede en Medio Oriente, Asia y Europa, está siendo rebasado por un problema de orden mundial.
Según estimados de la ONU, para 2010 alrededor de 220 millones de personas estaban viviendo fuera de sus países de origen y para 2019 ese número escaló a los 272 millones: un aumento del 23% en sólo diez años.
Las razones de esta explosión son varias pero expertos han señalado al crimen en los países de origen, guerras y precarias condiciones económicas como las principales.
Contrario a lo que se podría pensarse, en términos porcentuales, las regiones donde la recepción de migrantes más ha aumentado en ese periodo de tiempo son África (49%), América Latina (41%) y Asia (27%). No son Europa y Norteamérica (16% ambos).
Lo que sucede en el Suchiate con migrantes centroamericanos está pasando en Turquía donde sirios escapan de los horrores de la guerra; en Chad recibiendo a refugiados de Sudán y en Tailandia debido a la migración camboyana. La fotografía de Alan Kurdi, el niño sirio encontrado muerto en playas europeas contó mejor que nadie el tamaño del drama humanitario.
Entonces le pedimos a la Guardia Nacional, al presidente López Obrador y a México que den solución a un drama de proporciones globales.
Quisiera ofrecer luces en cuanto este tema pero lo cierto es que mejores mentes aún no descifran el acertijo de la migración global.
Está comprobado que el endurecimiento de fronteras hace aún más penoso el camino de aquellos que buscan refugio en tierras más verdes y benefician al mercado negro, pero también es cierto que entre las caravanas viajan algunos criminales que buscan aprovecharse de la diáspora.
Mientras el mundo llega a una solución a los problemas que originan la migración nuestro carácter como sociedad estará a prueba. Este examen sacará, no me queda duda, lo peor de nosotros, pero también gestos de empatía, respeto y comprensión. Y tampoco me queda duda que los últimos serán los más.