/ sábado 5 de septiembre de 2015

Las fotos más sobrecogedoras de la historia

Carlos Siula / El sol de México

Corresponsal

PARÍS, Francia. (OEM-Informex).- “Una imagen vale más quemil palabras”, decía Confucio hace 2 mil 500 años. Esasentencia demostró su pertinencia el pasado miércoles cuando lafoto del niño sirio Aylan, muerto sobre una playa turca al bordedel Mediterráneo, estremeció al mundo con la violencia de unelectroshock.

En menos de 24 horas, esa imagen se transformó rápidamente enun icono que permitió visualizar la crueldad de una realidadlacerante sobre la cual gran parte del mundo prefiere cerrar losojos.

En ese sentido, el trabajo que realizó la fotógrafa turcaNilufer Demir cumple con el mandamiento capital del periodismo:testimoniar. Al mismo tiempo, responde a las exigencias que debetener un documento para conmover a la opinión pública hasta elpunto de hacerle tomar consciencia de una tragedia y cambiar elrumbo de la Historia.

“La imagen instruye, incita a pensar y, por lo tanto, ajuzgar”, dice el enciclopedista Achur Cheurfi en su Diccionariodel cine argelino.

Esos principios se tensaron como un resorte cuando Nilufer Demiradvirtió las dimensiones del drama: “Al principio no reaccioné,pero después me di cuenta de que esta imagen reflejaba la durasituación de estas personas. Era mi obligación tomarla",explicó.

“No podía hacer nada por el niño. Lo único que podía haceres que su grito fuera oído en el mundo, y lo hice con sufotografía”, precisó.

Las reacciones de la prensa, de los medios políticos y de laopinión pública confirman que logró exactamente lo que sepropuso.

“Esa foto (…) testimonia exactamente lo que ocurre: unaparte de Oriente Medio se hunde ante nuestras puertas”, escribióel director del diario francés Le Monde, Jerôme Fenoglio, en uneditorial de portada.

Con la vista puesta en la moral y en el futuro, Fenoglio diceque dentro de algunos años “los historiadores juzgarán a loseuropeos por la forma en que recibieron a quienes huían bajo lasbombas de la muerte, de la esclavitud sexual, las persecucionesreligiosas, los barriles de TNT sobre sus barrios y la depuraciónétnica”.

“En los libros de historia –agrega-, el capítulo dedicado aeste momento se abrirá con una foto: la del cuerpo de un pequeñosirio, Aylan Kurdi, ahogado, arrojado por el mar una siniestramañana de septiembre de 2015”.

La imagen inmortalizada por Nilufer Demir pertenece, en esesentido, a la familia gloriosa -y desgarradora- de fotossobrecogedoras que caracterizaron los grandes suplicios políticosy humanos del siglo XX y de este incipiente siglo XXI.

La más penosa fue, probablemente, la escena captada en 1972 porHuynh Cong Ut, profesionalmente conocido como Nick Ut, que en esemomento trabajaba para la agencia Associated Press (AP). La escena,que luego fue utilizada miles de veces para sintetizar la atrocidaddel conflicto de Vietnam, mostraba a la pequeña Phan Thi Kim Phuc,de 9 años, totalmente desnuda, corriendo por una ruta, quemada porel napalm de un bombardeo de la aviación de Estados Unidos. Esafoto, que recibió el Premio Pulitzer de fotoperiodismo, pasó a lahistoria con el nombre de “El horror de la guerra”. Actualmentevive en Canadá con su esposo y dos hijos.

El otro icono de ese conflicto es la escena en la cual elgeneral sudvietnamita Nguyen Ngoc Loan, jefe de la policíanacional, se apresta a ejecutar de un disparo en la cabeza a NguyenVan Lem, oficial de las guerrillas del Vietcong, también conocidopor su nom de guerre: Bay Lop. Ese episodio, ocurrido en las callesde Saigon el 1° de febrero de 1968 durante la llamada “ofensivadel Tet”, fue captada por Eddie Adams, de la agencia AP, perotambién fue filmada por un camarógrafo de la cadenanorteamericana de televisión NBC.

Gracias a esa foto, Eddie Adams obtuvo el premio Pulitzer en1969 y el prestigioso World Press Photo.

Poca gente sabe que las escenas captadas por NBC permiten vercómo la bala disparada por el general Nguyen Ngoc Loan vuela elcerebro de Nguyen Van Lem. Pero esas imágenes alucinantes sedifunden solo en forma excepcional por su carácter truculento.

Otra imagen histórica es la que inmortaliza el dolor de unamujer en un hospital de Zmirli (Argelia) cuando se entera que acabade perder a toda su familia masacrada por los islamistas en elpueblo de Bentalha. La foto, tomada el 23 de septiembre de 1997 porHocine Zaourar, de la agencia AFP, contiene un mensaje piadoso quehace pensar en las pinturas de las mater dolorosas del Renacimientoitaliano. Por eso, sin duda, esa imagen que resume la guerra civilargelina de 1991-2001, pasó a la historia con el nombre de “Lamadona de Bentalha”.

El francés Michel Artault, que fue uno de los mejoresreporteros gráficos de guerra en los años 70-80, decía que-salvo excepciones- las escenas de conflictos militares noresistían la comparación dramática que son capaces de aportarlas imágenes de dramas humanos.

La foto de Aylan confirma esa regla.

En ese dominio también se inscribe, por ejemplo, la dramáticainstantánea lograda en abril de 1980 por Mike Wells, mostrando lamano de un niño famélico víctima de la peor hambruna queconoció Uganda en el siglo XX y que exterminó a 20% de supoblación. La escena original es mucho más amplia e inclusive seperciben los dos actores: el niño y un misionario que trata deayudarlo. Pero Wells decidió circunscribirla a las dos manos paramostrar la gigantesca dimensión de la tragedia. Esa imagen tampoconecesitaba palabras.

Lo mismo podría decirse de “La niña y el buitre”, captadapor el reportero sudafricano Kevin Carter en el sur de Sudán enmarzo de 1983, durante otra gran hambruna. A pesar del femenino desu título, se trata, en realidad, de un varón. La pavorosa imagenmostraba un cuervo acechante esperando el momento en que murierauna criatura desnutrida, aparentemente abandonada, cerca de lalocalidad de Ayod. El único problema es que la escena no eratotalmente veraz. En primer lugar porque el ángulo elegido porCarter permite imaginar que el ave está a escasa distancia de lavíctima cuando en realidad se encontraba por lo menos a 7 metros.Por otra parte, el niño no estaba desamparado: sus padres estabana poca distancia tratando de recuperar alimentos que distribuía latripulación de un avión de la ONU. El brazalete en torno de supuño confirma que estaba al cuidado de una organizaciónhumanitaria.

Después que el New York Times publicó la foto por primera vez,el 26 de marzo de 1993, el diario fue inmediatamente sumergido pormiles de llamados telefónicos para preguntar si la criatura habíasobrevivido. El periódico se vio obligado a difundir una nota deleditor explicando que el niño -a pesar de su posición engañosa-tenía suficientes fuerzas para escapar al cuervo.

Pese a las explicaciones, Carter fue duramente criticado por loslectores y una parte de la prensa norteamericana por no haberalejado al rapaz ni ayudado al niño. Un editorialista sudafricanoincluso llegó a decir que “el hombre que ajusta su lente paradescribir semejante sufrimiento actúa como otro predador, es otrobuitre en la misma escena”.

A pesar de las denuncias, Carter fue premiado con elPulitzer.

La historia pocas veces contada es que el niño vivió hasta los24 años y murió víctima de paludismo. Carter, en cambio,deprimido por problemas personales y mortificado por lasacusaciones, se suicidó en 1994.

Otro drama humano de profunda intensidad es el que protagonizóOmaira Sánchez Garzón, una niña colombiana de 13 años, quequedó atrapada por el lodo desprendido por la erupción delvolcán Nevado del Ruiz, en noviembre de 1985. El aluvión arrasócon el pueblo de Armero (Colombia) y produjo 25 mil muertos, entreellos 8 mil niños. Pero de todos ellos solo se conserva elrecuerdo que dejó el largo martirio de Omaira, cuya miradadesesperada dio varias veces la vuelta al mundo durante los tresdías que duró su agonía.

Atrapada en el fango, el agua y los restos de su propia casa,los socorristas comprobaron que era imposible ayudarla, pues -paraextraerla- necesitaban amputarle las piernas. Pero carecían deequipos de cirugía. Tampoco se pudo traer una moto-bomba paraextraer el fango en que estaba sumergida ni una grúa paraintervenir desde la altura.

La única alternativa fue dejarla morir, mientras las cámarastransmitían sus últimas horas de vida y los fotógrafosinmortalizaban sus últimos suspiros. Inclusive la televisiónespañola logró entrevistarla. Consciente de que su madre estabamuerta, la niña alcanzó a balbucear una súplica ante elmicrófono: “Madre, si me escuchas, quiero que reces por mí paraque todo salga bien".

La niña murió finalmente de gangrena.

El fotógrafo francés Franck Fournier, que además era médico,hizo una de las imágenes que mejor sintetizan esa prolongadaagonía. La escena no permite comprender que en torno de la niñahabía una nube de periodistas, fotógrafos, médicos ycuriosos.

En el mismo espíritu de las mater dolorosa -como “La madonade Bentalha”- podría figurar la célebre Migrant Mother (Madremigrante), sacada por Dorothea Lange el 6 de marzo de 1936,representando a la granjera Florence Owens Thompson, de 32 años, ysus hijos.

Como en el caso de “La niña y el buitre”, esa imagen, quese convirtió en el símbolo de la Gran Depresión de los años 30en Estados Unidos, está basada en una serie de inexactitudes. Lamujer no era inmigrante, sino descendientes de cherokees, nacida enun tipi en el Territorio Indio (actualmente Oklahoma). Tampoco erauna víctima de la miseria que devastaba en esa época el país.Simplemente estaba esperando el regreso de su marido que había idoa reparar su automóvil. Por lo tanto, tampoco era viuda con seishijos a su cargo, a los cuales supuestamente alimentaba comopodía.

Todas esas malversaciones de la realidad provienen de la pasiónde Dorothea Lange por contar infinitamente la historia de la foto ytratar de mejorarla a través de los sucesivos relatos. Pero elorigen del embuste reside en que ese día trabajaba para la FarmSecurity Administration (FSA), una agencia del Gobierno que lehabía encargado fotos para promover el New Deal del presidenteFranklin Delano Roosevelt.

Numerosos investigadores la acusan de haber armado la escenapara que respondiera a las necesidades de la propaganda quenecesitaba el Gobierno. La gran víctima de esa historia fueFlorence Owens Thompson, que -incapaz de controlar la situación enla que se vio sumergida- terminó por asumir el papel de la pobreeterna e ingresó en una espiral de degradación social. Despuésde haber tenido varios compañeros e hijos, finalmente murió enCalifornia pobre, sola y miserable en septiembre de 1983.

De esa historia, doblemente sórdida, queda el símbolo de lacrisis de los años 30. Aunque se trate de una falsedad, eldesamparo que muestran los ojos de esa falsa inmigrante remitenecesariamente a los dramas de la migración que vive Europa en laactualidad.

Carlos Siula / El sol de México

Corresponsal

PARÍS, Francia. (OEM-Informex).- “Una imagen vale más quemil palabras”, decía Confucio hace 2 mil 500 años. Esasentencia demostró su pertinencia el pasado miércoles cuando lafoto del niño sirio Aylan, muerto sobre una playa turca al bordedel Mediterráneo, estremeció al mundo con la violencia de unelectroshock.

En menos de 24 horas, esa imagen se transformó rápidamente enun icono que permitió visualizar la crueldad de una realidadlacerante sobre la cual gran parte del mundo prefiere cerrar losojos.

En ese sentido, el trabajo que realizó la fotógrafa turcaNilufer Demir cumple con el mandamiento capital del periodismo:testimoniar. Al mismo tiempo, responde a las exigencias que debetener un documento para conmover a la opinión pública hasta elpunto de hacerle tomar consciencia de una tragedia y cambiar elrumbo de la Historia.

“La imagen instruye, incita a pensar y, por lo tanto, ajuzgar”, dice el enciclopedista Achur Cheurfi en su Diccionariodel cine argelino.

Esos principios se tensaron como un resorte cuando Nilufer Demiradvirtió las dimensiones del drama: “Al principio no reaccioné,pero después me di cuenta de que esta imagen reflejaba la durasituación de estas personas. Era mi obligación tomarla",explicó.

“No podía hacer nada por el niño. Lo único que podía haceres que su grito fuera oído en el mundo, y lo hice con sufotografía”, precisó.

Las reacciones de la prensa, de los medios políticos y de laopinión pública confirman que logró exactamente lo que sepropuso.

“Esa foto (…) testimonia exactamente lo que ocurre: unaparte de Oriente Medio se hunde ante nuestras puertas”, escribióel director del diario francés Le Monde, Jerôme Fenoglio, en uneditorial de portada.

Con la vista puesta en la moral y en el futuro, Fenoglio diceque dentro de algunos años “los historiadores juzgarán a loseuropeos por la forma en que recibieron a quienes huían bajo lasbombas de la muerte, de la esclavitud sexual, las persecucionesreligiosas, los barriles de TNT sobre sus barrios y la depuraciónétnica”.

“En los libros de historia –agrega-, el capítulo dedicado aeste momento se abrirá con una foto: la del cuerpo de un pequeñosirio, Aylan Kurdi, ahogado, arrojado por el mar una siniestramañana de septiembre de 2015”.

La imagen inmortalizada por Nilufer Demir pertenece, en esesentido, a la familia gloriosa -y desgarradora- de fotossobrecogedoras que caracterizaron los grandes suplicios políticosy humanos del siglo XX y de este incipiente siglo XXI.

La más penosa fue, probablemente, la escena captada en 1972 porHuynh Cong Ut, profesionalmente conocido como Nick Ut, que en esemomento trabajaba para la agencia Associated Press (AP). La escena,que luego fue utilizada miles de veces para sintetizar la atrocidaddel conflicto de Vietnam, mostraba a la pequeña Phan Thi Kim Phuc,de 9 años, totalmente desnuda, corriendo por una ruta, quemada porel napalm de un bombardeo de la aviación de Estados Unidos. Esafoto, que recibió el Premio Pulitzer de fotoperiodismo, pasó a lahistoria con el nombre de “El horror de la guerra”. Actualmentevive en Canadá con su esposo y dos hijos.

El otro icono de ese conflicto es la escena en la cual elgeneral sudvietnamita Nguyen Ngoc Loan, jefe de la policíanacional, se apresta a ejecutar de un disparo en la cabeza a NguyenVan Lem, oficial de las guerrillas del Vietcong, también conocidopor su nom de guerre: Bay Lop. Ese episodio, ocurrido en las callesde Saigon el 1° de febrero de 1968 durante la llamada “ofensivadel Tet”, fue captada por Eddie Adams, de la agencia AP, perotambién fue filmada por un camarógrafo de la cadenanorteamericana de televisión NBC.

Gracias a esa foto, Eddie Adams obtuvo el premio Pulitzer en1969 y el prestigioso World Press Photo.

Poca gente sabe que las escenas captadas por NBC permiten vercómo la bala disparada por el general Nguyen Ngoc Loan vuela elcerebro de Nguyen Van Lem. Pero esas imágenes alucinantes sedifunden solo en forma excepcional por su carácter truculento.

Otra imagen histórica es la que inmortaliza el dolor de unamujer en un hospital de Zmirli (Argelia) cuando se entera que acabade perder a toda su familia masacrada por los islamistas en elpueblo de Bentalha. La foto, tomada el 23 de septiembre de 1997 porHocine Zaourar, de la agencia AFP, contiene un mensaje piadoso quehace pensar en las pinturas de las mater dolorosas del Renacimientoitaliano. Por eso, sin duda, esa imagen que resume la guerra civilargelina de 1991-2001, pasó a la historia con el nombre de “Lamadona de Bentalha”.

El francés Michel Artault, que fue uno de los mejoresreporteros gráficos de guerra en los años 70-80, decía que-salvo excepciones- las escenas de conflictos militares noresistían la comparación dramática que son capaces de aportarlas imágenes de dramas humanos.

La foto de Aylan confirma esa regla.

En ese dominio también se inscribe, por ejemplo, la dramáticainstantánea lograda en abril de 1980 por Mike Wells, mostrando lamano de un niño famélico víctima de la peor hambruna queconoció Uganda en el siglo XX y que exterminó a 20% de supoblación. La escena original es mucho más amplia e inclusive seperciben los dos actores: el niño y un misionario que trata deayudarlo. Pero Wells decidió circunscribirla a las dos manos paramostrar la gigantesca dimensión de la tragedia. Esa imagen tampoconecesitaba palabras.

Lo mismo podría decirse de “La niña y el buitre”, captadapor el reportero sudafricano Kevin Carter en el sur de Sudán enmarzo de 1983, durante otra gran hambruna. A pesar del femenino desu título, se trata, en realidad, de un varón. La pavorosa imagenmostraba un cuervo acechante esperando el momento en que murierauna criatura desnutrida, aparentemente abandonada, cerca de lalocalidad de Ayod. El único problema es que la escena no eratotalmente veraz. En primer lugar porque el ángulo elegido porCarter permite imaginar que el ave está a escasa distancia de lavíctima cuando en realidad se encontraba por lo menos a 7 metros.Por otra parte, el niño no estaba desamparado: sus padres estabana poca distancia tratando de recuperar alimentos que distribuía latripulación de un avión de la ONU. El brazalete en torno de supuño confirma que estaba al cuidado de una organizaciónhumanitaria.

Después que el New York Times publicó la foto por primera vez,el 26 de marzo de 1993, el diario fue inmediatamente sumergido pormiles de llamados telefónicos para preguntar si la criatura habíasobrevivido. El periódico se vio obligado a difundir una nota deleditor explicando que el niño -a pesar de su posición engañosa-tenía suficientes fuerzas para escapar al cuervo.

Pese a las explicaciones, Carter fue duramente criticado por loslectores y una parte de la prensa norteamericana por no haberalejado al rapaz ni ayudado al niño. Un editorialista sudafricanoincluso llegó a decir que “el hombre que ajusta su lente paradescribir semejante sufrimiento actúa como otro predador, es otrobuitre en la misma escena”.

A pesar de las denuncias, Carter fue premiado con elPulitzer.

La historia pocas veces contada es que el niño vivió hasta los24 años y murió víctima de paludismo. Carter, en cambio,deprimido por problemas personales y mortificado por lasacusaciones, se suicidó en 1994.

Otro drama humano de profunda intensidad es el que protagonizóOmaira Sánchez Garzón, una niña colombiana de 13 años, quequedó atrapada por el lodo desprendido por la erupción delvolcán Nevado del Ruiz, en noviembre de 1985. El aluvión arrasócon el pueblo de Armero (Colombia) y produjo 25 mil muertos, entreellos 8 mil niños. Pero de todos ellos solo se conserva elrecuerdo que dejó el largo martirio de Omaira, cuya miradadesesperada dio varias veces la vuelta al mundo durante los tresdías que duró su agonía.

Atrapada en el fango, el agua y los restos de su propia casa,los socorristas comprobaron que era imposible ayudarla, pues -paraextraerla- necesitaban amputarle las piernas. Pero carecían deequipos de cirugía. Tampoco se pudo traer una moto-bomba paraextraer el fango en que estaba sumergida ni una grúa paraintervenir desde la altura.

La única alternativa fue dejarla morir, mientras las cámarastransmitían sus últimas horas de vida y los fotógrafosinmortalizaban sus últimos suspiros. Inclusive la televisiónespañola logró entrevistarla. Consciente de que su madre estabamuerta, la niña alcanzó a balbucear una súplica ante elmicrófono: “Madre, si me escuchas, quiero que reces por mí paraque todo salga bien".

La niña murió finalmente de gangrena.

El fotógrafo francés Franck Fournier, que además era médico,hizo una de las imágenes que mejor sintetizan esa prolongadaagonía. La escena no permite comprender que en torno de la niñahabía una nube de periodistas, fotógrafos, médicos ycuriosos.

En el mismo espíritu de las mater dolorosa -como “La madonade Bentalha”- podría figurar la célebre Migrant Mother (Madremigrante), sacada por Dorothea Lange el 6 de marzo de 1936,representando a la granjera Florence Owens Thompson, de 32 años, ysus hijos.

Como en el caso de “La niña y el buitre”, esa imagen, quese convirtió en el símbolo de la Gran Depresión de los años 30en Estados Unidos, está basada en una serie de inexactitudes. Lamujer no era inmigrante, sino descendientes de cherokees, nacida enun tipi en el Territorio Indio (actualmente Oklahoma). Tampoco erauna víctima de la miseria que devastaba en esa época el país.Simplemente estaba esperando el regreso de su marido que había idoa reparar su automóvil. Por lo tanto, tampoco era viuda con seishijos a su cargo, a los cuales supuestamente alimentaba comopodía.

Todas esas malversaciones de la realidad provienen de la pasiónde Dorothea Lange por contar infinitamente la historia de la foto ytratar de mejorarla a través de los sucesivos relatos. Pero elorigen del embuste reside en que ese día trabajaba para la FarmSecurity Administration (FSA), una agencia del Gobierno que lehabía encargado fotos para promover el New Deal del presidenteFranklin Delano Roosevelt.

Numerosos investigadores la acusan de haber armado la escenapara que respondiera a las necesidades de la propaganda quenecesitaba el Gobierno. La gran víctima de esa historia fueFlorence Owens Thompson, que -incapaz de controlar la situación enla que se vio sumergida- terminó por asumir el papel de la pobreeterna e ingresó en una espiral de degradación social. Despuésde haber tenido varios compañeros e hijos, finalmente murió enCalifornia pobre, sola y miserable en septiembre de 1983.

De esa historia, doblemente sórdida, queda el símbolo de lacrisis de los años 30. Aunque se trate de una falsedad, eldesamparo que muestran los ojos de esa falsa inmigrante remitenecesariamente a los dramas de la migración que vive Europa en laactualidad.

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