EL CAIRO. Abu Bakr al Baghdadi, abatido en una operación de las fuerzas especiales estadounidenses, ha sido el terrorista más buscado del mundo desde la muerte de Osama bin Laden y una figura siniestra capaz de proclamar un sangriento califato con el que exportar su guerra santa por todo el mundo.
Despiadado y huidizo, el caudillo del grupo terrorista Estado Islámico (EI), de 48 años al momento de su muerte, amparó el asesinato de miles de civiles por motivos religiosos y, mediante duros castigos, impuso en sus dominios un régimen teocrático con usos y costumbres medievales inspirados en los albores del islam.
El reinado de terror de Baghdadi será recordado especialmente por los métodos sanguinarios de los que se servían sus acólitos en sus vídeos propagandísticos, dotados de un impecable e inconfundible sello profesional que ayudó a la difusión de sus crímenes y de sus ideas radicales.
El líder del EI, dado por muerto varias veces, sólo se dejó grabar en público una vez: fue durante un discurso en la gran mezquita de la ciudad de Mosul, la que fue la capital de facto del grupo yihadista en Irak, a finales de junio de 2014.
Su alocución, en la que se ve rodeado de sus súbditos, se difundió una semana después de arrogarse el título de califa, reservado en el pasado a los dirigentes que pertenecían al linaje de Mahoma.
La segunda y última vez que se le vio fue el pasado 29 de abril en una filmación en la que, de nuevo rodeado de algunos de sus camaradas, reconocía la derrota del grupo en Al Baguz, su último bastión en la provincia de Deir al Zur, en el este de Siria.
Su última prueba de vida salió hace algo más de un mes, el 16 de septiembre, cuando llamó en un mensaje sonoro de media hora a la batalla global y a liberar a las mujeres de los yihadistas que están encerradas en campamentos en el norte de Siria controlados por los kurdos.
AMBICIÓN SIN LÍMITES
El jefe del EI se entronizó con el megalómano nombre de guerra de Abu Bakr al- Baghdadi al Huseini Al Quraishi, con el que pretendía emparentarse tanto con la tribu de Mahoma, los Quraishi, como con Abu Bakr, el primer califa.
Nacido en la ciudad iraquí de Samarra en 1971, Ibrahim Awad Ibrahim Ali al Badri al Samarrai -su verdadero nombre- cursó estudios universitarios y ejerció de predicador durante años, antes de unirse a la resistencia armada contra la ocupación estadounidense bajo el paraguas de la filial de Al Qaeda en Irak.
En ese periodo, fue detenido y encerrado cuatro años en el campo de prisioneros de Bucca, administrado por las fuerzas de Estados Unidos, antes de reengancharse de nuevo a la lucha armada.
Ya usando su pseudónimo más conocido, en 2010 ascendió a la jefatura de su grupo terrorista, que entonces usaba el nombre Estado Islámico de Irak (EII).
A la cabeza de ese grupo y con una ambición sin límites, entró en conflicto con el heredero de Osama Bin Laden en Al Qaeda, el egipcio Ayman al Zawahiri, a quien Baghdadi llegó a tachar de “pacifista”.
La ruptura entre ambos culminó en abril de 2013, cuando Baghdadi anunció la fusión del EII con la filial de Al Qaeda en Siria en una agrupación común llamada Estado Islámico de Irak y del Levante.
A sus éxitos militares en Siria, le siguió una fulgurante expansión por Irak, llegando a las mismas puertas de Bagdad.
Con el Ejército sirio superado por la guerra que inició en 2011 y el iraquí en retirada, Baghdadi dominó un amplio territorio en el que el 29 de junio de 2014 proclamó el califato islámico, sistema creado en el siglo VII y abolido por Turquía en 1926, y que rigió como un país independiente, en el que hasta acuñó moneda.
El califato se convirtió en un poderoso imán que atrajo fanáticos de todo el mundo e incitó a seguidores a ensangrentar cualquier lugar en el planeta.
Desde 2017 el califato comenzó a perder terreno a manos de las milicias kurdas que pusieron punto final al dominio territorial del EI en marzo, y el reloj comenzó a moverse en contra de Baghdadi.
Los rusos ya lo dieron por muerto hace dos años, pero estaba huyendo y perdido.